A propósito del cuento
Mario Arregui

MUCHAS veces me han preguntado por qué escribo solamente cuentos (cosa no del todo exacta como este mismo libro lo atestigua), por qué no he intentado nunca una novela (cosa, si, muy exacta), qué virtudes le veo al cuento, etc. Mis respuestas, nunca o casi nunca verdaderamente en serio, han sido variadísimas. En alguna ocasión he dicho que escribo cuentos porque el cuento es la pedrada en el ojo, y todavía no he averiguado si estaba recordando o no a Gómez de la Serna; también he dicho, citando a no sé qué otro español, que la novela es sólo una cuestión de sentaderas; y también, evocando a Valery, que no me interesan las marquesas qué salen a las cinco . ..

Quiroga, grandísimo cuentista, dijo que el cuento es una novela despojada de ripios. La definición (si pretende serlo) no es nada buena, porque todos sabemos que el cuento es más, mucho más, que lo que es posible puntualizar partiendo de ella. Todos sabemos, o creemos saber, lo esencial: es una pieza corta, escrita en prosa, cerrada en si misma, armada sin materiales sobrantes, construida casi siempre con cierta sorpresa final y a veces con alguna trampa ... Y también sabemos lo que no es o no debe ser: un mero relato, la tranche de vie que postulaba Zola, un momento o un capítulo de novela (lo que suele ser, y admirablemente bien, en Amorim), un poema prosificado, una biografía sintética (lo que suele ser, bastante menos admirablemente, en Morosoli) . ..

La brevedad es fundamental. El maestro Edgar Poe —también su gran teórico, su más acertado codificador— dice textualmente que es una narración breve en prosa cuya lectura puede hacerse de un tirón, sin que la atención se fatigue. Pero por ahí tenemos El perseguidor, el prodigioso cuento de Cortázar que ocupa exactamente (acabo de contarlas) ochenta páginas y que, por cierto, mantiene la atención en vilo. En la otra punta tendríamos dos joyas de Hemingway, Campamento indio (seis págs.) y Gato en la lluvia (cuatro págs.), y, en nuestro país, Rodríguez de Paco Espínola, que apenas llega a tres. No sé cuánto ocupa El hijo de Quiroga porque no tengo a mano el libro. De medidas más usuales son El sur, que creo el mejor cuento de Borges (él dice lo mismo). El rastro de tu sangre sobre la nieve, tal vez el mejor cuento de García Márquez, y El infierno tan temido, indiscutiblemente el mejor cuento de Onetti y, como de paso, el mejor cuento uruguayo.

El cuento como pieza cerrada en sí misma . . . Cortázar habla en algún lugar de la esfericidad del cuento; me gustan la idea y la palabra.

La estirpación de los materiales sobrantes mucho importa. ¡Y cómo se nota cuando quedan! Al comienzo de El infierno tan temido, pareja obra maestra, están sobrando el caballo Play Boy y el pelo teñido y las arrugas de la mujer de Sociales y las excesivas alegrías que le adornaban las ropas, y la observación de que ya nadie bien se casa en sábado; parecería que la mano de Onetti hubiera recordado demasiado, al empezar el cuento, que era también la mano de un novelista. Otro ejemplo: a El ídolo de las Cícladas, gran cuento de Cortázar, le sobran, a mi entender, las últimas palabras; el punto final debió caer después de la palabra hacha.

Las sorpresas y las trampas son recursos para discutir y, creo yo, para finalmente rechazar. En el prólogo de EL INFORME DE BRODIE dice Borges que ha renunciado a las sorpresas de los finales imprevistos, que ha preferido la preparación de una expectativa a la de un asombro. Sin duda está en la justa ... ¿Y las trampas? Bueno, seamos honestos, seamos leales con nuestro cómplice el lector: dejemos las trampas para los cazadores de ratones.

En las páginas iniciales de este volumen digo que el cuento surge oralmente con anterioridad a toda otra producción literaria y que aparece como el más permanente de los géneros. Es obvio que a lo largo de los siglos ha ¡do evolucionando, transformándose; pero si nos ponemos a pensar terminamos diciéndonos, con alguna perplejidad, que los cambios han sido muy menores que los que en primera instancia calculábamos. Esta extraña virtud del cuento de parecerse a sí mismo pese, por ejemplo, a los seiscientos años que separan a Don Juan Manuel y a Bocaccio de Borges y Caldwell, esta especie de oscura resistencia a las mutaciones que sus cultores hubieran debido aportarle, nos hace sospechar que en el barro de sus ladrillos básicos hay algo que proviene, más que de la vida semisecreta de la literatura, del espíritu humano en si.

Hace casi treinta años, en el prólogo de mi primer libro, escribí unas frases que voy a copiar:

"Estimo al cuento un género importante, hermoso, difícil .. . Rigores excelentes lo condicionan y lo comandan y posee mayor temperatura artística, digámoslo así, que el relato o la novela. El buen cuento, a mi entender, es el que en alguna medida impresiona como ejemplo (en el antiguo sentido de enxenplo) y apunta menos a la peripecia que a la condición del hombre y a las máscaras de su destino, y que consigue tener una suerte de compresión explosiva, y que no consiente grietas para lo gratuito y lo azaroso en la mecánica de las situaciones, y que toma a los personajes en esos lapsos en que el hondo, inabdicable sabor de nuestra biografía —tanto de la pasada como de la virtualmente futura— acude a nosotros, y que se cierra como si rebotara sobre su frase final . . . Hablo, claro está, de lo que admiro en los maestros y señalo a mi ambición, no de lo que me es dado realizar".

También voy a copiar unas frases del profesor argentino Jaime Rest:

"El cuento -de acuerdo con el vocabulario que empleaba Joyce— debe ser una epifanía; es decir, tiene que proyectarnos hacia una revelación anímica intensa e imprevista, y permitirnos desentrañar significados secretos  y elementales de la existencia.

Tal como lo subraya Eichenbaum, la eficacia del cuento está condicionada a la habilidad con que el peso total de lo referido se haga caer sobre el final de la exposición.

En el pasado, el cuento era una variedad del ámbito narrativo . . .; en cambio, en el último siglo y medio se ha ido convirtiendo en un mundo autónomo con leyes propias ... En particular, por obra de las doctrinas que formula Poe, resulta evidente que hemos asistido al nacimiento de un género enteramente novedoso. . . ".

Y voy a copiar también, ajeno al pudor de repetirme, una frase no del todo mía pero si de mi bolígrafo:

"Se diría que hay en el fondo de los hombres una originaria tendencia a narrar cuentos y una ingénita disposición para escucharlos; y ahora, después de Poe y en tiempos en que el cine y la T.V. se enseñorean de los públicos multitudinarios, el viejo cuento, viejo y nuevo a la vez, se yergue como un árbol invicto".

Y para terminar, voy a reconstruir otra frase que está en un ensayito que me superó y cuyo proyecto abandoné. Después de hablar del tiempo de la gran novela —el explayado y cachaciento tiempo burgués del siglo pasado- después de citar como ejemplos disímiles a Tolstoy y a Kafka; después de insistir sobre la aparición del arte cinematográfico como competidor fatalmente victorioso de la mayoría de los modos novelísticos y de querer diferenciar entre literatura filmable y literatura no filmable, etc., digo; "Creo que el cuento corto es, de todas las formas de la narrativa escrita, la que con más expectativa de vida y desarrollos y de lectores fervorosos espera los siglos que vendrán ... si las bombas atómicas no terminan con nosotros en el tiempo”.

 

Mario Arregui

El Popular

18 de octubre de 1985

 

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