Alfredo de Vigny, Servidumbre y grandeza militar, traducción de Nicolás González Ruiz. Colección Austral de Espasa Calpe,  157 págs. 1962.

 

Un comentario sobre

“Servidumbre y grandeza militar” 
Jorge Arias

ariasjalf@yahoo.com 

Debo reconocer que, como ocurrió con “Mis prisiones” de Silvio Pellico, postergué por casi cincuenta años la lectura completa de esta obra, que adquirí en una librería de viejo en 1973.

La  traducción es criticable. El nombre del autor es “Alfred”, no “Alfredo”;  la protagonista de “El sello rojo” se llama “Laurette”, no “Laurita”; la protagonista de “La sesión” es “Pierrette” y no “Petrita”. Imaginemos que diría el hispanizante traductor ante una edición inglesa de “La vida es sueño” atribuida a Peter Calderón de la Barca. Usa la palabra “longaniza” como extensión (“aunque el camino sea una longaniza demasiado larga” (pag.26), acepción que el diccionario de la  Real Academia no registra y evoca un pacifico  embutido.

El primer mérito del autor es la sinceridad con que muestra su vida como un doloroso y emotivo campo de batalla. Vigny, que cursó la carrera militar hasta al grado de capitán, dice que el acero de una espada es un imán, “atracción irresistible que nos tiene en el servicio contra nuestro deseo y hace que esperemos siempre un acontecimiento o una guerra” (pag.57), ”...me acometió, más desordendo que nunca, el amor a la gloria de las armas...La guerra nos parecía el estado natural de nuestro país” (id),

No obstante, al mismo tiempo sostiene que el ejército es “...una nación dentro de otra nación...En la Antigüedad... todo ciudadano era guerrero y todo guerrero era ciudadano... Los ciudadanos no tenían ni admiración por su valor ni desprecio por su ociosidad...sin cesar circulaba la misma sangre desde las venas de la nación a las del ejército.... la existencia del soldado es (después de la pena de muerte) la huella más dolorosa de barbarie que perdura entre los hombres” (pag. 18).

En los dichos del capitán Renaud, Vigny confiesa su endiosamiento de Napoleón: “La gloria de estar ligado a aquel hombre me parecía la cosa más grande que existía en el mundo y nunca un  amante sintió el ascendiente de su amada con emociones más vivas y aniquiladoras que las que su vista producían en  mí cada día” (pag.107).

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En vez de los ejércitos permanentes,  Vigny propugna un sistema feudal de clases, que sitúa en época anterior a Luis XIV, en que  “…el Ejército se unía a la nación, si no por todos sus soldados, al menos por todos sus jefes,  porque el soldado era el hombre del noble… llevado en su  séquito al Ejército y no dependiendo sino de él” (pag.16).       

Hay un episodio que revela hasta que punto estaba grabada en el alma de los franceses, como una verdad revelada, la preeminencia intrínseca de la clase noble y la sobrevaloración de la carrera de las armas, como forma de vida de la nobleza. Estando dos aldeanos, el joven Mathurin, estudiante de música, y su novia Petrita podando árboles, aparece la reina de Francia con una dama de compañía. Petrita dice: “Oh Mathurin, tengo miedo. Mira esas dos hermosas damas que vienen hacia nosotros... Qué hacemos?”  Mathurin, espantado, dijo: “Salvémonos... pero no tuvimos tiempo y lo que aumentó mi miedo fue ver que la dama del vestido rosa hacía señas a Petrita que se puso toda sofocada, sin atreverse a dar un paso... Era tan bella que me acuerdo de la tentación increíble que tuve de ponerme de rodillas”; Es sorprendente el temor reverencial; pero más sorpredente es que, como consecuencia de ver el encanto y poder de la nobleza, en ese punto y hora Mathurin decide, irrevocablemente, ser soldado.

Vigny expone los males de la obediencia debida, que es la base de la disciplina militar (cuyos orígenes  encuentra  en la terribles órdenes de Moisés, en el Éxodo, capítulo XXXII, versículo 27; pag.48), en la  primera historia del libro: “Laurita, o el sello rojo”.

El capitán de un barco es encargado de  deportar a un  joven  de 19  años a Cayena, donde Francia tuvo un establecimiento penal. El joven viaja con su  esposa de 17 años, “Laurita”; el capitán, que ha recibido instrucciones en un sobre sellado que conocerá y cumplirá luego de atravesar el Ecuador, se encariña con los jóvenes hasta soñar con un futuro común. La orden secreta es fusilar al prisionero; el capitán, la muerte en el alma, la cumple; Laurita enloquece; el capitán siente algo interior que le dice: “Permanece con ella hasta el fin de sus días y guárdala”.  El capitán abandona la marina;  en el ejército  cuidará de Laurita, a la que, en un carricoche acondicionado con paja y tirado por un asno, llevará consigo en todas sus campañas, hasta su muerte en la batalla de Waterloo; pero su abnegación no logra atenuar la crueldad de su misión, que hiere más allá del fusilamiento, porque Laurita, sola, deviene loca furiosa y muere al tercer día de su internación en un manicomio.

Otro ejemplo de autoridad cruel y probablemente inútil, es el destino del almirante inglés Cuthbert Collingwood, el  que sucedió a Nelson en el mando de la flota inglesa en la batalla de Trafalgar. Collingwood sólo se comunicaba con sus hijas por carta, porque el Almirantazgo lo consideraba insustituible y no le permitió el retiro. “Soy prisionero del mar...siempre olas y olas, no veo otra cosa...dirán un día mis dos hijas, Sara y Mary: No conocemos a nuestro padre...” (pag.127) “Por cuarta vez he pedido el descanso a Lord Mulgrave y me lo ha vuelto a negar; escribe que no sabe cómo reemplazarme” (pag.135). Collingwood murió en el mar, donde vivió cuarenta y nueve años, sin haber vuelto a ver a sus hijas.

Como conviene a una confesión, todos los relatos parecen haber pasado por el alma de Vigny; no dudamos de él; con su estilo  directo, claro y preciso, se ha ganado nuestra confianza.

Alfredo de Vigny, Servidumbre y grandeza militar, traducción de Nicolás González Ruiz. Colección Austral de Espasa Calpe,  157 págs. 1962.

 

por Jorge Arias
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