Rinocerontes de Ionesco, por la Comedia Nacional, en el Teatro Solís
 

Los rinocerontes son contagiosos
por Jorge Arias
ariasjalf@yahoo.com

 

Reponer “Rinocerontes”, una  obra que tuvo un éxito de  público y  crítica como pocas, demuestra, paradójica y exactamente, la “tesis” de la pieza. Sus admiradores, de ayer y de hoy, se han dejado llevar por una ola de admiración tan ingenua que en la actualidad, a casi sesenta años de su estreno, la pieza  ha  concluido por  clavarse su aguijón. Hay algo rinoceronte en la  aceptación  de “Rinocerontes” tal cual; una versión musical, como en “La visita de la vieja dama” de Dürrenmatt o una secuela critica, como en “Lo que pasó cuando Nora dejo a su marido” sobre Ibsen, de Elfride Jellinek, serían más frescas y mejores. Hay otros casos a enjuiciar de innobles emociones colectivas y los admiradores de Ionesco podrían intentar la sátira sobre públicos pasivos de hoy, como el de los conciertos de rock, la plaza de Mayo de Buenos Aires cuando la  toma de las islas Falkland por la dictadura militar argentina, las multitudes que aclaman al Papa, las reuniones evangélicas a lo Jimmy Swaggart o “Pare de sufrir”, nuestro “Teatro de Verano” con la apoteosis de la murga, el público carnaval con las “Llamadas” y su meretricia exhibición de carne femenina.

 

La obra comienza con una cháchara general en un café, con su personal y parroquianos; aparece, se le  oye y algunos lo ven, un rinoceronte,  luego otro, uno  africano, el otro asiático; la concurrencia  absorbe la sorpresa con nueva cháchara y aparece una desafortunada parodia de la lógica. Pronto  adivinamos toda la acción: toleraremos, aceptaremos, amaremos, seremos rinocerontes. Al fin, el acorralado protagonista, Bérenger (Fernando Dianesi), un burócrata borracho abandonado hasta por su amor, Daisy (Stephanie Neukirch), empuñará la bandera de la libertad y, en una escena que creemos inspirada, no  sólo en el cuadro de Delacroix “La libertad  guiando al pueblo”, que integra la escenografía para ser destruido por los rinocerontes, sino  también en la última escena de “Calígula” de Albert Camus, nos ofrece un lugar común “humanista”.

 

La puesta en escena de Álvaro Ahunchain  transcribe con fidelidad el texto de Ionesco, con algunos agregados que vienen directamente de la  página editorial de “El País” donde escribe el mismo Ahunchain. Oímos el mensaje del director: tanto respecto de la llamada “ideología de género” como del marxismo (?) al estilo cubano – venezolano - ecuatoriano – boliviano: cualquier poder genera manadas de rinocerontes; también las ha generado la divinización de los ”mercados”, la reducción de la vida a la “economía”, la  sumisión, parecida  a la reverencia  de los teólogos ante  el “derecho divino de los reyes”, del máximo rinoceronte de nuestros días, el capitalismo. De acuerdo; pero no se necesitaban estos pesados “Rinocerontes” para rechazar los catecismos y defendernos  del poder.

 

Fernando Dianesi cumple su papel a la perfección, con múltiples recursos de dicción y gesto; hay una gracia especial en Leandro Ibero Núñez, en el papel de un desatinado filósofo.

 

RINOCERONTES, de Eugène Ionesco, por la Comedia Nacional, con Fernando Dianesi, Levón, Stefanie Neukirch, Andrés Papaleo, Cristina Machado, Claudia Rossi, Natalia Chiarelli, Fabricio Galbiati, Juan Antonio Saraví y Leandro Ibero Núñez. Escenografía de Beatriz Arteaga, iluminación de Ignacio Tenuta, vestuario de  Ana Arrospide, música  de Carlos García, versión y dirección de Álvaro Ahunchain. Estreno del 3 de febrero de 2018, teatro Solis.

Jorge Arias
ariasjalf@yahoo.com 

 

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