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Prólogo al libro de Carlos Brandy "Pescador de sombras"
Jorge Arias

Platón   escribió, en   el Segundo Alcibíades,   que   “toda poesía está, por   su   naturaleza,   colmada   de   enigmas”. La   vida, enigmática   e   imposible,    misteriosa   y   humana, nunca     está muy   lejos;   pero acercarse a   ella    es    siempre   una   aventura. Está    tan   cerca   como el   contenido   de   este cuarto:   está   en mi   piel, sin   ir más lejos;    sabemos que   si   pudiéramos   descifrar una   sola    de nuestras    células   tendríamos   abierto   ante   nosotros el libro    de   nuestra    historia,   incluyendo   a nuestros   antepasados,    y   parte   de nuestro   futuro.   Brandy   ha   emprendido   una peligrosa aventura   interior,    a consciencia   de   que lo   interno   puede    ser   más peligroso   que el infierno,    de   cuyas    temporadas imaginarias   siempre    se   ha   vuelto. Ha    enfrentado, “…mientras    cae el   cielo/   noches   de   recuerdos venidos del   infierno”“La   vida    está   aquí”   nos   dice,   “entre   estos muros /en las   rojas rosas de la sangre. /En ella   existe /el rumor   de los   océanos…” Digámoslo   con las   palabras   de Lao Tsé:“Sin   franquear   la   puerta/   se   conoce el universo”, o   con las   de Emily   Dickinson,   “El   cerebro   es más   ancho   que el cielo” y   “más   hondo que   el mar”,   porque es   “…el   peso de Dios/ pues,   ya   pésalos, kilo   a   kilo/que   a lo sumo   diferirán/como la   sílaba del   sonido.”

De   esa expedición   Brandy   ha   traído como conquista un   universo familiar e   inquietante. En una sola      palabra   de   ese   nuevo continente   caben   “un   océano/   de   peces vivos”    y    “los   viejos   árboles de los milenios”;     más   allá   de   ese   universo,      “…el océano    celebra/ su   paso por   la   eternidad”.   Y aún   es   posible que   ese universo sea, un   día, “… un   puente   con   el otro universo que sueña”.   Darío, que    sabía   de   esas   búsquedas,    Darío que, según   Machado, no murió   sino   que   fue   llevado     por   Dionisos   “…de la mano   al infierno /y   con las   nuevas   rosas   triunfante volverás”,   supo   escribir   la   misma   profunda   y hermosa   afirmación: “…eres   un   universo de universos   /y tu alma una   fuente   de   canciones./ La   celeste unidad, que presupones,   /hará    brotar   en ti mundos   diversos, /y   al   resonar tus números dispersos /pitagoriza   en las   constelaciones”.   Encontramos en   estos   poemas a   quien,   examinado su   interior, encontró el Cosmos,   y aún   el    escándalo   del universo   para los gnósticos,   ese híbrido   tan   frecuente   como   inviable,   el   hombre,   “la   misteriosa circunstancia de   estar   vivo”:   “Grande y oscuro   es   el hombre/ en su   caída   del universo”,   y,   en uno   de los más hermosos   poemas, “No es   que   duela la vida,/   es su   razón de   ser/ la gran   herida./Ese   gran   misterio /es la pasión   suprema/ su pesado   aleteo   de tinieblas”. En   esto   la poesía   es    como el universo: ninguno   de los dos    tiene por   qué    existir.

De   estas   transcripciones se comprende   el   carácter metafísico de    estos   poemas. No hay    en   ellos   erudición,   sino   el   silencio   ecuánime del    hombre   que mira   a los   ojos   al tiempo   y a la    eternidad,    por una   parte, a su   breve   “traje de carne” con   su “materia   húmeda   de   sangre”   y a los océanos y   universos por   la otra.    Escribió   Proust   que “los   libros son la   obra de la   soledad y   los    hijos del   silencio”. Es, la   de   Brandy,   se comprende, una   poesía tan   “hija del   silencio”      que muestra   siempre una   maestría   técnica   y una precisión,   en relación con sus libro anteriores, cada   vez   mayor y sobre todo un   signo muy personal,   ajeno   por   completo   a la modas;    pero no por   afán   de singularidad,    sino por una auténtica y   nunca buscada,   originalidad.    Y si   encontramos semejanzas   y   parentescos con la sabiduría   del   Tao   Te   King (“No le digas   a quien camina a tu lado/ni quién eres   ni   adónde vas”), como    también   hallamos   afinidades   con   Omar   Khayyám   (“…¿Cómo gozar   los   pétalos    caídos /del tiempo   inenarrable?//En los jardines   duermen las   flores/ su noche solitaria”, es un    saber revivido,   cuestionado y   luego    aprobado, que se ha escrito luego de    un   largo camino de ida y   vuelta a las   orillas del misterio.   

Los    temas son   graves   y   su   ejecución es leve, límpida   y   transparente. Hay un   dejo sutil de   ironía,   para   nada resignada   ni afín a   ese   humor   de los “hombres   que saben”,   pero que   aligera   y   hace   volar,   feliz,   al pensamiento.   Así   el   viaje   del poeta   en el “barco pirata/De    calaveras   y de   huesos” de la   palabra o esa profesión   de   incredulidad y   de    fe en la intimidad: “No   creas   que Dios está en todas   partes/A veces   se   olvida   y   quedamos a    solas”,    “Sólo   los dinosaurios diseñaron/la verdad”   o “Me   dibujé un   destino /para   que las   estrellas/supieran/ que   existía”. Pudo   escribir   Brandy   las   palabras   de    Byron en “Don   Juan”: “No pretendo   comprender   del   todo /   lo que   quiero   decir cuando intento   ser muy   sutil;/ pero la   verdad    es   que   nada   he planeado/ excepto, quizás,   tener   un   momento feliz”.

Jorge Arias
ariasjalf@yahoo.com
 

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