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Edgar  Bayley:  Obra poética. 1977.

El poeta es un cazador solitario
Jorge Arias

Con el  creacionismo (y más con el  surrealismo) vino  a  Latinoamérica  desde  Francia algo de lo que  Borges  llamó  "la tradición  pandillera de su literatura  y  su  pintura,  siempre dirigidas por comités" (El otro Whitman, en "Discusión" pag.51). Otro observador, no menos  ácido, había notado previamente que esta tradición comprendía toda su vida social, y no sólo la literatura  y la pintura: "Para  figurar en el 'cogollito',  en el clan, en el 'grupito'  de los  Verdurin, bastaba con una condición,  pero ésta  era indispensable: prestar  tácita adhesión a un credo cuyo primer  artículo rezaba que el pianista  protegido aquel  año por la  señora  de Verdurin... 'se cargaba' a la  vez  a Planté y a Rubinstein y que el doctor  Cottard tenía más  diagnóstico que  Potain" (Un amor de  Swann,  p.1). 

Huidobro,  que  vivió  en Francia y  escribió parte de su obra en  francés,  adoptó  sin  vacilar las consignas de Mme. Verdurin.  Demagogia  y  terrorismo;  aliento  incondicional  para los nuestros,  anatema  incondicional para los  de  afuera. Por  ejemplo:

"El último  de los poetas  creacionistas sabe más  sobre  poesía  que  diez  viejos poetas  juntos y que todas las academias".

Y aún:

"Lo  que  se ha llamado poesía  hasta  hoy es un mezquino  comentario de las cosas  de la  vida y no una  creación de nuestro espíritu".

Bayley (*), fervorosamente  afiliado  a la vanguardia, divide  al mundo literario  en amigos  y enemigos, trabados  siempre en desigual  batalla. La  poesía es una  conspiración  para  cambiar  el mundo, para reinventarlo, para hacerlo renacer  de la  opacidad a   que  lo  tienen  condenado los "enemigos", sostenedores  de la  "poesía  tradicional". Esta lucha tiene los moderados inconvenientes de  ciertas  silbatinas ("Después de mucho",  pag. 46) o de algunos alborotos  artísticos con derivaciones  policiales ("Martes de  Carnaval", pag. 51);  pero todo  se supera y  se  sobrelleva gracias  al "ala y al aplomo  de nuestra  amistad  segura" ("Cuello  distante", pag. 48).

Estos nobles propósitos se expresan, sin embargo, con alguna  vaguedad. Por ejemplo:

Es tiempo de caminar el sueño

de librar las mañanas

la transparencia  renovada

de vivir entre todos

("Aquí",  pag. 23).

No va mucho más allá de la mera formulación de propósitos. Una vez aceptado el principio  de que el mundo  debe ser transformado, no  se ven los medios de que se valieron para intentarlo Bayley y sus compañeros. O bien los "enemigos” fueron más poderosos de lo que se creía, y los medios movilizados se  revelaron  ineficaces, o bien la  transformación del mundo fue una empresa que se cumplió subjetivamente. Es posible que  el deseo de cambiar  el mundo haya concluido para Bayley en un desengañado aislamiento, en un distanciamiento de la realidad. Luego de muchas invocaciones a la "vida en común", a la fraternidad  entre los hombres, lo que  emerge de la lectura el libro es la imagen de un solitario  impenitente. Bayley dice  su exilio  así:

la fuente nos  perfuma

y ayuda  a nuestra  voz

pero no  podemos  volver  a ella

quienes la abandonamos.

("La fuente" pag. 76).

Más clara  es esta  afirmación, que  recuerda la necesidad  de Mallarmé de fumar continuamente  "para poner un poco  de humo  entre el mundo y yo":

"...experimentaba la necesidad de demorarse, de interrumpir la fluencia entre el mundo y él" ("El poeta  político" pag. 90).

O todavía:

y tanto sostener "yo  creo que  hace falta

para  escribir o amar o  distanciarse".

("Acumulaciones", pag. 110).

También ocurre en el poema  "Isla feliz" (pag.  194),  pero  sobre todo y con amarga  intensidad, en "Costumbres de los  alcobranes" (pags.165/166):

Pero sé también  que los alcobranes  padecen  por sus   errores en sociedad

                                                                                              

y  que el amor  que no pueden expresar  ni ejercer

es su  verdad  más  honda la única inalterable

.........................................................................

porque sabes  que no hay fiesta  posible

ni otra  vía que la soledad  y  el olvido

Y dice  aún Bayley, ahora  sombríamente, y  confiando  sus dudas últimas  a la penumbra  de un  idioma extranjero:

il  savait fort bien

de  quoi il était menacé

l'incompréhension générale

et la misère

("Memorias" pag. 138).

La  renovación del mundo se limitó  por lo  tanto, a la renovación  subjetiva  de Bayley, su  distante  espectador. Hay  algo  en él,  en efecto, eternamente  joven, primaveral siempre atento  a lo inicial,  a las  farfullas  y tartajeos   del  lenguaje  en estado naciente, a los puros accidentes del psiqueo en formación. La  palabra más usual en  la  poesía de Bayley es "alba"; una de sus fantasías más reiteradas es la de un nuevo nacimiento espiritual, simbolizado por la  aurora. Así, con clara  sugestión de un  parto:

el cielo  se  abre  para contener la cabeza y las manos  del hombre  que  sueña

("el cielo se abre" pag. 41).

O  en "Las  sombras" (pag.36):

si miras mejor  las  sombras  perderán su equilibrio

se  abrirán en claridades y  el agua  volverá a  su  cauce

 

si miras mucho ellas  rasgarán sus entrañas

el alba saldrá del mar

para tendernos una mano mojada

y un  silbido largo y limpio.

Muy lejos de  aquellos radicales propósitos, los resultados de Bayley no difieren sustancialmente  de los que  produjo la poesía  prevanguardista. Prevalece el tema sentimental,  tratado en forma directa y muy  simplemente  ("hablo de cosas simples", admite en la pag.26). Todas las complicaciones y sutilezas son formales. Por ejemplo  en "No  está  Paris" el  autor  se propone decir algo tan trivial como "hemos vivido un momento maravilloso que  ya  pasó" y escribe:

hemos tenido  un  pequeño

muy pequeño

momento maravilloso

para nosotros dos

porque no estamos ya.

 

(pag. 82),

Ingenuamente  sentimental  es  también  esto:

me  convenzo que existo

porque existes

estás resides viajas

 

tardo en convencerme

pero llego al  equinoccio

al sol  de  tus brazos.

 

("Nos conocemos", pag. 182).

Lo  anecdótico llega  hasta las  alusiones  privadas,  para  cuya comprensión se  requiere una iniciación previa:

la  poesía quiere  que  hoy  estemos juntos

diciendo para un disco todos los  vidrios del alba

 

("Después de mucho" pag. 47).

es aracy que cuida la cadencia de  tu fiebre  

(id. pag. 46).

lejos del  sol  piel  del amor

de la eugenia  posible

 

("Martes de  carnaval" pag.50).

"E.M." (pag. 116), "despierto entre enemigos/ compañero viviente..." puede  ser  Enrique Molina; pero confesamos nuestra  total ineptitud para identificar  a"Pepe" (pag. 118). 

Dejando  de lado  estos datos  personalísimos, Bayley, que  sostiene  que hay  que  arriesgar la incongruencia  para  conocer la realidad ("Fidelidad en la encrucijada",  pag.87),  llega  a lo  incomprensible  ("Ojeada retrospectiva" pag.  128;  "A las  ocho y  media",  pag. 131; "Interés" pag. 132) y  a lo  extravagante:

(un  viento  frío sacude los rosales

mientras  incesantemente

giran los bailarines

sobre en estrecho  de magallanes)

 

("Celebraciones", pag. 148).

Y al mero  sinsentido:

“Decir  es el potro  de la invasión, la marcha  exiliada, el  cálido mundo, sufriente, clamoroso, vencido y  triunfante;  allí  está tu  aire desnudo, tu mar poniente, inteligible,  tu deseo,  tu  ausencia proferida, la cisterna y  el  tempo  de tu ola...”

("Los  años en  libertad" pag.31).

O bien:

“Condena, sospechas, abolición del hermano, cuerpo  renegado de un pan sin justicia, cielo negro, tronco  hostil, heridas  del alba, floración  lenta  del rechazo...”

("Todo el viento del mundo" pag.103).

Hay  claras  fallas  de autocrítica,  como las  hazañas  del Dr. Pi Torrendell ("La vecina",  pag. 100; "Don Ascanio y  su  trompeta", pag.101/102; o poemas  como "El  señor Roux" pag. 106 o "Un presagio", pag. 107. 

Los peligros de este  lenguaje privado son aparentes  al autor:

vas  a ordenar por fin tu cabeza

hablar  claro entender entenderte

("Cualquier ventana", pag.119).

Los propósitos de Bayley parecen un tanto inciertos,  y  aún  podrían no existir. No son los  aparentes  (reinventar  el mundo);  más  bien se trata de acotar  o señalar una  vida  de  artista. Toda la poesía   de Bayley  es circunstancial y  en más  de un sentido marginal,  como un subproducto de una actitud ante la vida que es, ella  sí, continua  y coherente. Los poemas  están hechos con anécdotas, fantasías, ilusiones, veleidades,  historias sentimentales  y  divagaciones, "...un mezquino  comentario de las cosas  de la  vida...",  como  decía  Huidobro,  presentadas en forma  tan desusada que  parecen  oscuras. Nada  original  se  revela en  estas  páginas, sea en materia de emociones  o  de  ideas. El  efecto de  extrañeza que  producen es  casi mecánico y deriva  de una  fragmentación  previa de la oración en  sus  elementos constitutivos,  los que son  luego recompuestos en un  collage arbitrario. En los  últimos  poemas este  despedazamiento se  produce dentro de la  frase (que suele quedar  trunca) y aún dentro  de una palabra:

de repente el air;

e se abrasa

y  pasa

quién

de ayer o de

mañana

("Celebraciones", pag. 144).

El  sinsentido, o el puro fluir  de las  imágenes puede producir efectos  poéticos, pero en los poemas  de Bayley la  impresión global es apagada y la dicción más vacilante  que  sugerente. La  imagen que  deja  la  persona que escribió  el libro es, por el contrario, simpática: conmueven su rotunda   desorganización, su algo de ternura, el  suave humor. Se siente  la frescura de un  eterno  soñador, levemente  irreal, radicalmente  antihistórico,  que se intoxica  con sus  propias  salmodias.  Que toda esta  exhibición de idiosincrasias , toda esta apenas velada autobiografía sea valiosa  para los habitantes  de nuestro mundo,  donde Bayley no vive, es un punto que aún necesita  demostración.

En uno  de los momentos en que el poema cobra  intensidad y fuerza  expresiva, lo que  por  supuesto se  produce en uno  de sus  cafés, dice el  autor:

El  recién  llegado

entra  al  café

se sienta junto  al sol

y viaja al  espejo

a la canción perdida

en la última  visita

en el saludo  al  pueblo  que dejó  atrás

("El  recién  llegado", pag.114).

Pero es el mundo lo que dejó atrás, quizás  por distracción.

(*) Edgar  Bayley:  Obra poética. 1977.

Jorge Arias
ariasjalf@yahoo.com
 

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