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“Mi madre, Serrat y yo” de Carlos De Matteis, en Espacio Teatro
Un paso mas hacia el antiteatro
por Jorge Arias

Todos  sabemos que la  risa es un  producto mecánico:  las  puteadas de hoy, a las que siguen aplausos a telón abierto, son las herederas de las “morcillas” del sainete y de los “gags” del cine mudo, como tortas de  crema en las solapas de ayer. Cuando  se pronuncia  la frase  fatal, acompañada de una sonrisita canchera “la gente ríe”, sabemos que todo está perdido para el que la dice. Lo saben quienes estrenan estas obras: las  bromas y los chistes más o menos originales de “Mi madre, Serrat y yo” –no hablemos de  situaciones de comedia, que no  existen- tienen mucho menos  respuesta del  público  que las guarangadas directas. Hay  otra  manera de perpetuar estos  errores, no menos falaz, que es elogiar el “trabajo” de los actores: no hay buenos actores en obras malas y los buenos intérpretes, como aquí Cristina Morán,  sólo logran vocear la inexistencia de la pieza. Esta incompetencia no es  ni inocente ni inocua: no alcanza con encogerse de hombros y decir que el que no le guste que no vaya. Estas obras convencen al público, desprevenido e ingenuo, de que eso es el teatro; y la única conclusión que se puede extraer,  las más de las veces, es que si eso es el teatro, el teatro no es para mí. Esto no es un exabrupto de un crítico “highbrow”: lo oímos de labios de espectadores, tan desilusionados como sorprendidos. No  nos extrañe que ese público no intente siquiera ver “Hamlet” o “Últimos remordimientos antes del olvido”  y emigre a las  salas de cine para ver el último Oscar. 

La trama argumental de “Mi madre, Serrat y yo” es sólo un pretexto. Una madre emprendedora,  Lucía (Cristina Morán) que gustaba de Serrat, ha muerto intentando volar en ala delta; la apocada hija, Penélope (Lucía Sommer) canta, acompañada del músico Luciano Gallardo, algunas canciones de Serrat,  como homenaje a la extinta. Viene luego una serie de  escenas breves, todas prescindibles, con diálogos  entre madre e hija, que pretextan oposiciones  mecánicas; no hay trama  ni argumento, ni progresión, ni crisis. No hay interés: la  obra pudo terminar veinte minutos antes o  veinte minutos después, con más escenas obvias, sin que variare el efecto general.

Cristina Morán pone convicción, gesto, sonoridad de voz: todo un desperdicio.  A su lado Lucía Sommer aparece muy deslucida. Por más defectos que se quiera adjudicar al personaje,  nada justificaba  tanta opacidad.

MI MADRE,  SERRAT  Y YO, de Carlos De Matteis, con  Cristina Morán y Lucía Sommer, músico en escena Luciano Gallardo, dirección de Franklin Rodríguez, estreno del 15 de Enero 2009, en Espacio Teatro.

Jorge Arias
Jorge Arias es crítico de teatro en exclusividad para el diario "La República", que ha autorizado esta publicación.

ariasjalf@yahoo.com 

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