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“Luna de Brecht” de Alvaro Riccardi, en la Vieja Farmacia Solìs, Montevideo.
Redescubrimiento y descubrimiento
por Jorge Arias

Debemos confesar que descubrimos a Alvaro Riccardi con esta obra. Lo habíamos visto, pero no percibido, en el papel de Oskar Kokoschka en “La mujer copiada” de Sandra Massera (2007). Después de lo que mostró en su admirable “Luna de Brecht” será muy difícil que no volvamos a recordarlo en el futuro. 

Alvaro Riccardi tiene todo. Primero, sentido profesional y seriedad. En el país en que el teatro naufraga en improvisaciones y las artes llamadas performáticas, él se ha planteado agudamente los problemas de la elección de la obra, la puesta en escena, la actuación. y el canto. La vuelta a Brecht, un autor tan mal comprendido tanto por sus admiradores como por sus detractores, es el primer acierto. Como Riccardi, Brecht era un hombre laborioso y tenía mucho por decir; y nos han deleitado todos los fragmentos de la selección Disfrutamos al oír el conmovedor y sobrio poema “Carbón para Mike” que no había figurado en anteriores antologías escénicas; Riccardi cantó, en italiano (Riccardi canta bien, además, en español, inglés y alemán) el poema que es uno de los pasaportes a la inmortalidad del poeta, el “Recuerdo de María A”, que en muy pocos versos, de avasallante sinceridad, ilustra sobre la fugacidad del amor y alecciona sobre ilusiones retrospectivas. También fueron un acierto la irónica reflexión sobre la crueldad del hombre de “Si los tiburones fueran hombres”, la escena de de “Terror y miseria del Tercer Reich”… todo el repertorio es lo mejor de Brecht, y había para elegir.

El sentido profesional de Riccardi se manifiesta en todos los aspectos del espectáculo. La escenografía es mínima, pero la Vieja Farmacia Solís se transformó a su conjuro en un café concert de Berlin. Alcanzó para ello con un letrero luminoso de época y la proyección, en un cuidado pero expresivo segundo plano, de partes del filme de Walther Ruttmann “Berlín, sinfonía de una ciudad”. (1927; filme experimental probablemente inspirado en “Manhattan Transfer” de John Dos Passos, 1925). La pantalla sirve para otro fin, no menos noble y servicial y artístico: nos muestra los textos de las canciones, traducidos al español. El acompañamiento al piano de José Redondo es otro de los valiosos aciertos secundarios.

En la actuación Riccardi se acerca a la perfección. No tiene fallas, no d pasos en falso, no hubo furcios; en todo momento exhibió un dominio de sí mismo, de la escena y hasta de los espectadores que causa asombro. Casi inevitablemente, recuerda “Cabaret” y al célebre presentador del filme,¡ el actor Joel Grey; pero no hay imitación sino coincidencia de propósitos, una clara comprensión de la época en que la desafortunada república de Weimar iba a dar paso al nazismo. La dicción de Riccardi es excelente, su voz es de un agradable registro medio en el que se mueve con soltura; la mímica y el lenguaje corporal son los justos y adecuados. No hay ni un atisbo de sobreactuación, y Riccardi es un maestro de la pausa que sugiere y dice, hasta el programa de mano es digno de elogio, por la abundante y conveniente información que provee. La calidad de un artista se ve, sobre todo, en los detalles. Con “Luna de Brecht” podemos redescubrir a Brecht, pero inevitablemente descubriremos a Alvaro Riccardi.

LUNA DE BRECHT, de Alvaro Riccardi, selección de canciones y textos de Bertolt Brecht. Escenografía y vestuario de Beatriz Martínez, iluminación de Martín Blanchet, video de Gustavo Baumann con José Redondo (piano y coros), voz en off de Fernando Gallego, selección musical, actuación, canto y dirección de Alvaro Riccardi. En Vieja Farmacia Solís, Agraciada 2623, los jueves de junio.

Jorge Arias
Jorge Arias es crítico de teatro en exclusividad para el diario "La República", que ha autorizado esta publicación. 

La República - 29 de junio de 2010

ariasjalf@yahoo.com 

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