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“La micción”, de Tabaré Rivero, en la sala Zavala Muniz
Niño mágico entre rejas
por Jorge Arias

Tabaré Rivero está preso. Sabíamos, según  dice en su  autobiografía  “Diez  años de éxito al  dope”, página   46,    que  hacia  1986  “había  caído  preso  de un  empleo  municipal”. Ahora   está en una  cárcel  socialista;  en  ella  se le  ve regresado  a sus  comienzos como actor, cuando  representaba  con su  padre,  Mario Rivero,   dramas gauchescos  como  “Martín Aquino”.

Ha mantenido el acento  campero. Está   condenadamente preso,  pero con el  canto en los labios:  “… ¡por  fin llegó  el socialismo! no   es   fácil  pasar de la derecha  a la  izquierda así  como así… por  eso ahora  estamos en un  período  de transición… pero  en la vida  hay  que  tener paciencia…  dentro  de  poco voy  a cumplir  noventa  años y  aunque  pasé  toda  mi vida  en  transición,  presiento  que  la   revolución…  ya  está  llegando…”  No   es  fácil vivir   (“No  es  fácil” es el comienzo de una de las  buenas  canciones de  Rivero).  No  es  fácil  vivir; no  es  fácil   vivir  en  una cárcel  a lo Kafka, de donde se puede  y no se  puede salir. Pero ese momento en que el  eterno rebelde  se pone de pie  y,  cubriéndose  apenas con  el manto del humor,  se enfrenta  al  gobierno  de  hoy,   alcanza  para  redimir  a “La  micción”.

El título de la obra y su subtítulo “Teatro musical para   revolucionarios  sin  revolución”   aluden a “La misión”  de Heiner  Müller;  si es  visible  el  juego  de  palabras, no pudimos  entender el vínculo  de la obra con la micción. ¿Por qué  “… nos orinaríamos  en la cama ante el  menor  acto  de  heroísmo”. ¿somos  niños o ancianos  gatosos? El  aire de escepticismo,  de   desencanto,  que   recorre  “La micción”  es semejante  al de  “La misión”, que  sin embargo  invita  a confiar en nuestra madre, en  la   historia. Salvo las   escenas de la  cárcel y  el  título, todo lo  demás  podría  pertenecer,  y  en  algún  caso  pertenece,  a obras  y canciones  anteriores del mismo Rivero. Están  las alusiones sexuales, toda una retórica de alusiones “fuertes”: “lluvias  doradas”, transpiración, mierda, carne  podrida, “de  lamer  y  limar”,  “jugo  de  concha”,  masturbación,   pijas,  la  “joda de la libertad”,  “polvos mal  echados”,  “vellos  púbicos”  y  hasta el lenguaje “plancha”.

Los  episodios,  aislados como están,  porque  no llegan  a  formar una sola  obra,  tienen  gracia ocasional,  como los   desencuentros  verbales  de una  pareja en un  restaurante;  en  cambio suenan  a hueco  los   diálogos  de las conductoras  de  televisión,  y  no se ve a dónde  va la  historia,  bastante obvia, de los   terroristas chambones.  No  se siente el  odio  del  “Club del  odio”, atentos  sus  integrantes a molestias  triviales,   como  la  pereza de  “Los   recién cansados” o  la mera  frustración (“Odio   tener  que  ir mañana a trabajar… odio  que los teléfonos me den  ocupado”);   club  que,  no podía  ser menos,  emplea la  sigla  C.U.L.O. (Club  de  Unión de Libres  Odiadores) y cuyos   estatutos  se  reparten entre el  público.

La  parte musical tiene el apoyo  de la  banda,  que  hizo  las delicias  y  la admiración  de los entendidos.  Nosotros apenas pudimos  oír  algo más  que  la avasallante batería;  preferimos,  siempre  hay  lugar para las cuestiones  de gustos,  la   sencillez  y  la  convicción  de antaño,  como  en “Rocanrol  del arrabal”. Reaparecieron con la   banda  sus  cantantes  de otros tiempos, la  Wolffita  (Alejandra Wolff)  y “la  divina” Andrea Davidovics;   pero,  sin  dejar de reconocer sus condiciones para el canto  y la  actuación,  ya  no son las mismas, tienen  otra  presencia. Los  años  pasaron.    

A buena  parte  de “La micción” podría   aplicarse la  frase   repetida varias veces, de uno  de los  miembros del Club,   el Hombre  1  (Jorge Bolani) : “… es  una palabra… infantil…” Los  niños son  inocentes  y los  inocentes son un poco niños. Rubén Darío escribió: “De una  juvenil  inocencia/  qué  conservar, sino  el  sutil/  perfume,  esencia  de su   abril,/  la  más  maravillosa   esencia”. Aún  hay  en Tabaré  Rivero,  a los  52  años, ese  “sutil  perfume”.

LA  MICCION, opereta  de  Tabaré Rivero,  por  la Comedia Nacional. con Andrea  Davidovics, Isabel Legarra, Alejandra  Wolff, Jimena  Pérez, Jorge Bolani,  Luis Martínez, Leandro Núñez  y  Tabaré  Rivero. La Tabaré: Alvaro Pérez (guitarra), Andrés Burghi  o  Ignacio  Iturrioz  (batería), Jorge  Pi  o Martín García  (bajo),. Coreografía   de Daniella  Pássaro, ambientación de Daniel Ovidio Fernández y  Maru Fernández, vestuario de Diego Aguirregaray, luces de Eduardo Guerrero, sonido  de Ricardo Di Paolo,  dirección  musical  de  Alvaro Pérez, dirección de Tabaré Rivero. En teatro Solís,  sala  Zavala Muniz.

Jorge Arias
Jorge Arias es crítico de teatro en exclusividad para el diario "La República", que ha autorizado esta publicación.

ariasjalf@yahoo.com 

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