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El precio, de Arthur Miller, dirección de Héctor Guido 
 
 

Se paga el precio
por Jorge Arias
ariasjalf@yahoo.com

 

“El precio” es de las obras menos conocidas de Arthur Miller. Su “Muerte de un viajante”, paradojalmente inmortal, parece condenar a la penumbra a todas las demás; pero “El precio”, como las demás, no es una obra menor y merece ser conocida. Como sucede en las obras de Miller, todo es aparentemente muy simple. Walter (Gustavo Alonso), un policía de edad madura, sencillo hasta rozar la ingenuidad, trata de vender el maltrecho mobiliario que, silla sobre silla y mesa sobre mesa, queda de la casa de su padre, muerto hace dieciséis años, a quien socorrió y consideró una víctima más de la Gran Depresión. En base a una antigua libreta de direcciones, que compendia en su pequeñez la temible convocatoria del pasado, Walter llama a Salomón (Julio Calcagno), un astuto octogenario comerciante en compraventa de muebles usados, para que tase y eventualmente compre aquellos restos que, no obstante su astrosa apariencia, pueden contener algunos bienes de valor. Cuando Walter ha concretado la venta por un precio irrisorio, aparece su hermano con quien hace años no se trata, Victor (Diego Rovira) un triunfador en su profesión, que no acepta el precio. Ambos hermanos tratan de entenderse; por el camino se hace visible el pasado, y las decisiones que debieron enfrentar cada uno, las verdades a medias que frustraron un destino y, como en “La muerte de un viajante” la verdadera personalidad del padre muerto. Se habla del precio, los hermanos discuten; el pasado cobra una nueva dimensión y se hacen visibles los precios que se pagaron, en vida y en tiempo, por ilusiones y engaños, comparados con los cuales los ardides de Salomón irradian candor.

Así como Balzac simpatizaba con sus n usureros y avaros (Gobseck, Grandet) el punto de vista de Miller, su portavoz, es el clarividente Salomón, que ha sabido vivir valientemente sobre certidumbres, con coraje y hasta con alegría. Las discusiones de los hermanos, que se enrarecen hasta presentarse como puras divagaciones, sólo revelan hasta qué punto y, peor aún, sin saberlo han pagado un precio (en estudios frustrados, en el caso de Walter), por ilusiones. En esta busca a tientas de la verdad que hacen los hermanos, sale de sus escondrijos, pero sólo plenamente visible para el espectador, el verdadero pasado, simbolizado por los caóticos muebles en desuso.

La puesta en escena de Héctor Guido se ciñe a las indicaciones del autor y ofreció la obra con el ritmo adecuado y en el tono querido por el autor. La escenografía (Paula Villalba y Claudia Schiaffino), es tan sugestiva que parece custodiar y sugerir, con aquellos mudos e inertes testigos del pasado, toda la historia de la familia y sus dramas. La interpretación fue de primer nivel, destacándose la de Julio Calcagno en el papel de Salomón..

 

Jorge Arias
Jorge Arias es crítico de teatro en exclusividad para el diario "La República", que ha autorizado esta publicación.

ariasjalf@yahoo.com 

 

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