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“El descenso del Monte Morgan” de Arthur Miller, en el teatro Metropolitan de Buenos Aires.
Después de la caída
por Jorge Arias

Luego de ver por segunda vez “El descenso del Monte Morgan” de Arthur Miller (la primera fue la buena puesta en escena de Alfredo Goldstein, con la Comedia Nacional, 2008) la pieza, que parecía cerrada y compacta en la versión local, comenzó a inquietarnos.

El protagonista, Lyman Felt (Oscar Martínez), un poderoso empresario de seguros que por algo comenzó en su juventud una carrera de poeta, es un ser auténtico Quizás demasiado auténtico. Encuentra, como suele ocurrirle a los poetas, de gran importancia y significación a hechos que para las personas corrientes pasan inadvertidos. Corteja el riesgo. como empresario de seguros, está apostando, permanentemente, a que las catástrofes posibles no sucederán. Como gana estas apuestas, arriesga en otra carpeta: consciente de que la edad puede limitarnos por miedo, emprende la tarea de cumplir todo aquello que teme. Automovilista conservador que nunca sobrepasaba los 60 kilómetros por hora, Lyman se transformó en un audaz conductor de coches sport. Con uno de ellos emprende el descenso del Monte Morgan a temeraria velocidad, sobre nieve y contra una barrera que, prudentemente le cerraba el paso; lo hace porque no ha podido hablar por teléfono con Leah su segunda esposa, mujer libérrima que habló una hora con Japón mientras Lyman suspiraba en un hotel de montaña. Lyman tiene otra conducta peligrosa: es bígamo, con dos mujeres al mismo tiempo, la conservadora Theo (brillante caracterización de Carola Reyna) y la moderna, más joven, sexy y desprejuiciada Leah (Eleonora Wexler). El accidente en el descenso del Monte Morgan lleva a su lecho de hospital a las dos mujeres que debaten, entre sí y con el herido, la conducta de Felt.

A primera vista estamos ante el triángulo clásico, sin más expectativas que las usuales: si triunfa el amor clásico, conservador, de la primera esposa o el más inestable de la segunda. Podemos ver la obra como una crítica al egoísmo, a la actitud fáustica de “quiero tenerlo todo”, tanto “A” como “No A”, y es fácil decir que la conducta del protagonista es infantil. Sin embargo, no es la busca del placer lo que mueve a Felt, y el curso de la acción y de la discusión parece inclinarse de su lado. Ambas mujeres han sido felices; en ambas, parte de la felicidad proviene de la estabilidad económica en que viven, gracias a Felt. Miller presenta al matrimonio monogámico como una convención que puede saltar en pedazos en cualquier momento; y es evidente que la unión libre ha ganado terreno a expensas de las instituciones clásicas. El espectador aguarda una moraleja o un desenlace; y nada de esto tendrá. Le quedará el problema, crudo, ante sus ojos. Sólo será claro el tema, blanco sobre negro, para la hija del primer matrimonio, que interpreta con soltura y precisión Malena Figó. 

Como director, Daniel Veronese brilla con una puesta en escena donde se destacan con gran fuerza dramática todas las ambigüedades de los protagonistas, sin un solo hiato o tiempo muerto, lo que provee un entretenimiento sin tregua.. La escenografía de Negrin es tan brillante como sobria y funcional; en cuanto a la interpretación Oscar Martínez muestra, con mesura y a su tiempo, su personalísimo don de comunicación con el público.

EL DESCENSO DEL MONTE MORGAN, de Arthur Miller, versión de Fernando Masllorens y Federico González del Pino, con Oscar Martínez, Carola Reyna, Eleonora Wexler, Ernesto Claudio, Malena Figó y Gaby Ferraro. Escenografía de Alberto Negrín, iluminación de Eli Sirlin, vestuario de Laura Singh, supervisión y compaginación musical y dirección general de Daniel Veronese. En teatro Metropolitan 2, Buenos Aires.

Jorge Arias
Jorge Arias es crítico de teatro en exclusividad para el diario "La República", que ha autorizado esta publicación. 

La República - 22 de junio de 2010

ariasjalf@yahoo.com 

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