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Un gran educador Marcha Montevideo Año XXVI Nº 1258 11 de junio de 1965 pdf
Antonio Miguel Grompone dibujo de Jorge Centurión |
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Con la muerte de Antonio M. Grompone, ocurrida el día 4 de este mes de Junio (1965), el país ha perdido una figura excepcional en el campo de la inteligencia, y en particular, de la educación. Excepcional fue el hombre y excepcional fue su obra; una obra rica y múltiple, de acción a la vez que de pensamiento. Si fuera necesario buscar el secreto de su personalidad total habría que descubrirlo en la poderosa energía de una voluntad sin fallas. Voluntad para el trabajo disciplinado y constante; voluntad para mantenerse fiel, en medio de los azares de una larga existencia de lucha, a sus vocaciones más profundas; voluntad, verdaderamente estoica, para enfrentar con impasible calma filosófica, una muerte que le llegó tras prolongados padecimientos físicos. Si entre sus actividades diversas sobresalió la de profesor, como profesor fue, ante todo, profesor de energía. Pero esta suprema docencia nada significaría por sí misma, sin las grandes idealidades que la orientaron y la enaltecieron. Por ellas, su recio temperamento humano forjó una obra tan dilatada como fecunda, que pasa a formar un importante capitulo de la historia intelectual e institucional de la república. Tuvo Grompone ocasionales actuaciones en importantes cargos de la Administración Pública, de especialización económica. Pero el hombre de acción que predominó en él, no se dio por separado de la misma gran faena educacional que fue la pasión de su vida. Aún mi actividad jurídica tuvo por dedicación preferente el derecho de la instrucción pública en todos sus grados, campo en el que llegó a ser primera autoridad en el país. Aun sus definiciones cívicas, en las que dio ejemplos de dignidad y de independencia desde la época del golpe de Estado, las emitió en y desde su condición de universitario, profesor o dirigente; se expresaba por ellas el ciudadano. pero a través del estilo y la ética del educador. Hambre de vasta cultura intelectual, literaria, artística, formador libro a libro de una de las primeras bibliotecas privadas del país, fue por encima de todo en el dominio de la filosofía que su personalidad se nucleó y afirmó. Con Emilio Zum Felde y Arístides Delle Piane, encabezó una generación de maestros de filosofía que a principios del siglo secundó la gran renovación post-positivista iniciada por Vaz Fereira, a la que se plegó por los mismos años, vuelto a la cátedra como sobreviviente del ciclo spenceriano, José Pedro Massera. Menor que todos ellos, pero históricamente inseparable de ese elenco, Grompone representó en el mismo la encarnación más inquieta y dinámica de sus tendencias fundamentales. A través de la libre recepción de Bergson y James, concepción activa del conocimiento, restauración cauta de la metafísica, fidelidad al espíritu de la ciencia, ética empirista de los ideales. Todo un conjunto de tendencias que sirvieren para preservar a nuestro medio nacional, más que a otros hispanoamericanos, de ciertas formas contemporáneas de contrarrevolución filosófica. ••••• A partir de la filosofía general cultivó, siempre en plano docente, dos dominios especializados en filosofía aplicada: filosofía del derecho y filosofía de la educación. En su triple actuación en las cátedras de filosofía aplicada, de filosofía del derecho y pedagogía, corresponde la distribución correlativa de su obra bibliográfica en tres sectores bien definidos. En el primero se inscribe su clásico curso de Metafísica. Es el único de sus libros que tiene el carácter de manual didáctico. No por eso, ni tampoco porque desde hace años lo haya imperado el decurso natural de los tiempos, deja de tener su sitio propio en la evolución de nuestra enseñanza. Cuando la reforma filosófica de 1896, se promovió oficialmente la redacción de sendos textos nacionales, por primera vez, en las ramas de psicología, lógica, moral y metafísica. Vaz Ferreira escribió el de psicología en 1897 y el de lógica en 1899; Federico Escalada el de moral, en 1899. El de metafísica, que iba a ser preparado también por Vaz Ferreira, resultó al fin obra de Grompone, en 1919. Es así el primer texto nacional en la materia, a la vez que el primer título de su autor, joven entonces de veintiséis años. Lo ofreció profundamente reelaborado a partir de su segunda edición, en 1934, a cuyo frente, como una respuesta del espíritu filosófico al desbordo de la dictadura recién implantada, decía: “Cuando se viven momento de angustia, se debe tener la serenidad necesaria para pensar que todo lo que aparentemente triunfa, tiene sólo la gloria de los accidentes”. Aunque de intención didáctica, esa obra documenta ia naturaleza de sus orientaciones doctrinarias, las directivas generales que lo guiaban, en especial la superación del positivismo y una posición de acento pragmatista a propósito del valor del conocimiento. En cuanto a la filosofía del derecho, que cultivó, más que en los aspectos formales del orden jurídico, en sus contenidos históricos, sociales y políticos, la bibliografía de Grompone se integra con dos títulos de distinto carácter: Filosofía de las revoluciones sociales (1932) y La ideología de Batlle (1938). El primero de ellos es uno de los más importantes, si no el más importante, de toda su producción. Es un estudio del fenómeno revolucionario, en especial de nuestro tiempo, relacionando los modernos movimientos socialistas con diversos antecedentes de la experiencia histórica. Las sucesivas tesis de que las instituciones sociales se configuran y mantienen por obra de la mentalidad de la época respectiva, siendo, en consecuencia, el cambio de dicha mentalidad el gran factor de las revoluciones sociales; de que el modo de pensar de una época, tanto como su eventual transformación derivan, en definitiva del individuo; de que el pensamiento revolucionario no vale por su racionalidad y su coherencia lógica, sino por la fuerza emocional que le comunica la esperanza de muchos en determinada fórmula de organización; de que le organización preexistente absorbe lo revolucionarle, o éste triunfa, en cuyo caso resulta siempre por debajo de aquella esperanza y de que, aun así, una etapa se ha cumplido en el progreso histórico, son presentadas y sostenidas por el autor con acopio de ilustraciones históricas y dialécticas, en las que predominan sutiles desarrollos de psicología social. El segundo de los títulos mencionados es, en su brevedad, un recomendable enfoque de un tema, el de Batlle y sus ideas, al que se acercó con la afinidad resultante de su propia posición, político-social. Finalmente, es en el campo de la pedagogía donde aparece la parte más cuantiosa de la obra bibliográfica de Grompone, en relación directa con su larga e intensa dedicación práctica a la dirección y organización de Instituciones. como consejero de Enseñanza Secundaria y de la Universidad, decano de la Facultad de Derecho y director fundador del Instituto Artigas. A este sector pertenecen: Conferencias pedagógicas (1927); Problemas sociales de la enseñanza secundaria (1947); Formación de profesores de enseñanza secundaria (1952); Universidad oficial y universidad viva (1953); Pedagogía universitaria (1963). La tradición pedagógica nacional, una de las más valiosas dei continente, no ha sido todavía reconstruida y ordenada como se debe. El día en que eso se haga, el nombre de Grompone quedará incorporado ai escaso número de aquellas figuras que, además de su labor teórica, tuvieron el privilegio de personificar, respectivamente, las instituciones representativas de las diversas ramas o formas de la enseñanza pública, como orientadores decisivos de las mismas, en su organización o en su reorganización. En el siglo pasado cumplieron ese papel, Varela para la primaria, Francisco Berra para la normal de primaria, Vásquez Acevedo para la secundaria y universitaria profesional, ahora institucionalmente desdobladas. En este siglo lo han cumplido, Vaz Ferreira para la superior no profesional; Figari, para la artístico industrial; Grompone, para la normal de secundarla. Del punto de vista de su obra doctrinaria, cada uno de ellos extendió sus intereses pedagógicos, en diferente grado, más allá de la institución respectiva. Pero en la evolución de nuestra enseñanza, sus nombres quedan ligados de modo preferente a organismos en los que. por su acción práctica, se ah plasmado históricamente el sistema de la educación nacional. ••••• Varela, Francisco Berra y Vásquez Acevedo son nuestros grandes pedagogos de la época positivista. Vaz Ferreira, Figari y Grompone, lo son de la siguiente, de otra latitud filosófica y de otros requerimientos históricos en el campo educacional. Cronológicamente el último de ellos, Grompone cierra el ciclo, asumiendo en toda su amplitud la perentoriedad social de los términos en que los problemas de la educación se plantean en nuestro tiempo. Desde la década del 40, su aplicación sistemática a la formación del profesorado de enseñanza secundaria, a través de la llamada Sección Agregaturas, convertida luego en el Instituto Artigas, orientó su obra de pensamiento hacia una forma de sociología de la educación. La pedagogía resultante fue, por un lado, de la enseñanza media, cuyos cuadros docentes trataba de formar en condiciones técnicas; por otro, de la enseñanza superior, centrada en la Universidad, a cuyo nivel, por otra parte, trataba de colocar la propia formación de aquellos cuadros. En este punto se produce el encuentro, y tal vez el conflicto, entre dos líneas fundamentales de la personalidad educacional de Grompone. En la última etapa de su vida, a medida que su acción práctica se intensificaba en la organización del Instituto de Profesores, como centro extra-universitario, su reflexión educacional se acendraba como pedagogía social da la Universidad. Esa íntima dialéctica de su obra teórica y práctica de los últimos años, se vincula, por otra parte, con un conflicto de tendencias doctrinarias de nuestro medio educacional, encarnadas respectivamente por Vaz Ferreira y por Grompone, que desembocaron en la creación, prácticamente simultánea, de la Facultad de Humanidades y Ciencias y el Instituto Artigas. La relación de estos dos nombres tiene, por eso, una significación colectiva imposible de soslayar, ahora que se cierra de modo definitivo la época por ellos representada. La verdad es que bajo muy diversas modalidades personales, nexos profundos los aproximan. Veinte años menor, Grompone se formó bajo la influencia del magisterio de Vaz Ferreira, en cuya gran corriente de filosofía de la experiencia concreta, de lógica vital, de conocimiento ligado a la acción, y, en suma, de pedagogismo vocaclonal, encauzó y realizó toda su obra. De ahí la admiración muy grande que le guardara siempre, por encima de cualquier desencuentro, de la que fue expresión el homenaje que personalmente le rindiera en su Instituto, cuando aquél murió en 1955. Pronunció allí la conferencia recogida en el opúsculo Carlos Vaz Ferreira (1959), cuyas páginas cuentan entra las mejores salidas de su pluma. ••••• Es un hermoso trabajo, que en todo tiempo servirá para esclarecer la relación intelectual e histórica de estas dos vigorosas personalidades, de tanta significación a lo largo de tantos lustros. Pero que servirá además para dar testimonio de la serenidad de juicio y la calidad humana de Grompone. Bien aplicables le son las palabras con que concluía su estudio: “Su propósito era identificar el pensamiento y la acción como contenido de toda solución a la que debía llegarse. La afirmación de la independencia espiritual nos debo conducir necesariamente a la aserción de que sólo por la vía de la libertad se liega al planteo de los problemas sociales; y se completan las conclusiones lógicas con los sentimientos superiores, que ennoblecen el espíritu y elevan la vida, porque tanto como comprender se debe sentir, en un significarlo hondo, la conducta que ha de seguirse". Para quienes fuimos en tantas formas y momentos, sus discípulos y colaboradores; para quienes compartimos, con acuerdos y desacuerdos ocasionales, tantas jornadas universitarias de lucha centra la dictadura o de trabajo académico, entonces y después: para quienes recibimos en la iniciación su estímulo, y siempre el don de su amistad, esta gran pérdida nacional se acrecienta con una carga de emocionados recuerdos. Deja un legado que obliga a la gratitud; pero que también llama al deber. |
por Arturo Ardao
Publicado, originalmente, en: Marcha Montevideo Año XXVI Nº 1258 11 de junio de 1965 pdf
Gentileza de Biblioteca Nacional de Uruguay
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