El cazador de culebras

Antonio llegó empapado en polvo. Sentía un desasosiego grande. Los ojos entornados, la boca fruncida en un mohín de desdén, lo pintan como un hombre quieto. Miró con recelo, caminó con la cabeza gacha y las manos sueltas. Se paró ante la capilla de Nuestra Señora de Guadalupe fundada hace muchos años por el cura Juan Miguel Laguna.

Levantó los ojos marrones y, casi con turbación, observó hasta donde pudo la fachada. Luego pegó un giro en su cuello y observó la pequeña plaza. En ella había unas cuantas gentes que lo miraban con sorpresa y asombro; como siempre que llegaba un forastero a la Villa.

Antonio se sacudió las miradas inquisitivas y caminó lento hacia la parroquia. Golpeó con firmeza la puerta marrón. Esperó sin tiempo. Se abrió la puerta y apareció una cara cubierta de barbas blancas y ojos centelleantes. Con voz muy amable dijo:
-Qué se te ofrece, hijo?. 
-Buenos días, padre. Soy Antonio, el cazador de culebras. 
-Gracias a Dios que has llegado!. Por favor, entra. 
-Así. 
-Es la casa del Señor. 
Quitándose el sombrero de cuero crudo y tratando de eliminar un poco de polvo de su rústica ropa, ingresó despacio. 

La parroquia era muy precaria. Todavía se veían paredes sin revocar y las sillas eran de mimbre. El cura señaló a Antonio una de ellas para que se sentara.
Éste, con el sombrero en la mano, suelto de cuerpo, aceptó la seña invitación y tomó asiento, sin apuro. Recorrió con sus ojos entrecerrados las imágenes de las paredes. Un crucifijo de oro viejo, la Virgen de Guadalupe y un óleo de La Última Cena. 
Luego se reclinó en el mimbre grueso y, sin apuro pero con rapidez, preguntó: 
-Y padre, cómo es esa historia de las serpientes?. 
-Hijo, es bastante insólita, pero cierta. Al llegar el Padre Laguna a estas tierras, enviado por las autoridades virreinales para cubrir el desamparo en que vivían los feligreses del lugar, se encontró con extensos campos y arroyos poblados de ceibos, sauces, coronillas blancos, molles, virarós y una cantidad enorme de canelones. La llegada de Laguna produce otros hechos; la creación de la Villa, y el desenmascarar a Leonardo, malos cristianos, que utilizaban la imagen de la Virgen de Guadalupe para su propio beneficio. 
Antonio armó un cigarro, mientras escuchaba. 
-Éstos nunca perdonaron al padre Laguna y recurrieron al "ángel de las tinieblas" para urdir su venganza. Éste, siempre dispuesto, elaboró algo tenebroso pero terrenal, en que la ira del Señor no pudiera actuar. 
-Mire usted!. 
-Arrojó en el arroyo de los canelones culebras verdes de aspecto inofensivo que solamente se alimentan de insectos, pero portadoras del veneno de la injuria y la envidia. 

Los ojos de Antonio se dieron vuelta y luego permanecieron en su antigua posición.
-Y lo más macabro de esta creación es que todo aquel que se vea alucinado por sus hermosos colores, recibirá fuerte dosis de ponzoña y rápidamente se transformará en transmisor. 
-Perdone padre, y estas culebras todavía existen?. No las mataron?. 
-Recuerda, hijo, que su aspecto es inofensivo y te diría que hasta simpático. 
-Quedan muchas?. 
-De las verdaderas, solamente dos. Pero hay infinidad de transmisoras; si hasta la propia iglesia se ha visto afectada. Es por ello que te enviamos el mensaje a ti, como experto cazador de serpientes. 
-Padre, yo cazo serpientes reales: yaras, corales, cascabeles y hasta alguna boa; pero éstas son comunes, están en todas partes. 
-Te parece, hijo?. 
-Sí padre, en todos los pueblos donde estuve hay injurias y envidia. Yo pensé que eran pecados de la gente, nomás. 
-Son actos pecaminosos, por supuesto. También son de los humanos, pero aquí están agravados por estos animalitos. 
-Bueno, padre; me voy a quedar unos días por la Villa, a lo mejor puedo hacer algo. Adiós, padre. Fue un gusto!. 
-Gracias, hijo. Si te necesito, dónde puedo encontrarte?. 
-En alguna pulpería. 
Antonio se levantó con pesadumbre. Le había gustado la historia del padre; se colocó el sombrero y salió. Cuando atravesaba el zaguán, entraba una joven de cabello renegrido y ojos como la noche. Sin darse cuenta su quietud se alborozó.

Antonio caminó por la calle de tierra, pensando en las culebras y en los ojos de la muchacha. Cruzó la plaza y entró en una de las pulperías. Era como todas las que conocía. Lo distinto era el pulpero.
-Buen día!. 
-Buenos días, señor!. Qué se va a servir?. 
-Un cuarto. 
-Sale dos pesos por semana. 
-'tá bien. 
-Vamos. 

Caminaron por un pasillo gris. El pulpero, en la segunda puerta, también gris, se detuvo, colocó la llave y abrió.
-Pase, aquí está. Limpito, sin bichos.
-'tá bien. 
-Es por adelantado, señor...? 
-Antonio. Sírvase don, dos patacones. 
-Hasta luego. 
-Hasta luego. Aquí no hay culebras verdes no?. 
-Culebras verdes en la Villa?. Nunca vi. 
-Qué extraño. El Cura recién me habló de ellas. 
-El cura Juan, el de barba blanca?. 
-Sí, el mismo. 
-Ese no es cura. Es aprendiz. Está medio revolucionado con las nuevas ideas, y además anda medio trastornado por la Florcita, la hija de Doña Petrona, la Coronela, dueña de la estancia del Capibara.
-Ah, si?. 
-Seguro, patrón; el curita anda muerto con la muchacha y ella también. Pero se da cuenta?. Cómo se va a enamorar un cura?. Así no se puede. 
-Qué no se puede?. 
-Creer en la iglesia y en los curas. 
-Pero usted está en lo cierto?. 
-Verlo, lo que se dice verlo, no lo vi. Pero, si la gente dice... Usted sabe que cuando el río suena es porque algo trae. 
-Así que son sospechas nada más?. 
-Sospechas?. Pero don, cómo se ve que usted es forastero y no conoce la villa. Acá no se salva nadie. Ya lo v'a ver. Con su permiso. Si precisa algo llame que no molesta. 
Cerró la puerta y Antonio quedó solo. Mirando las paredes grises alumbradas por el celeste que entraba de la ventana.
Con los rayos de sol, se vino uno azabache que lo turbó como nunca. Pensó en la muchacha del cabello negro y la encontró besándose con el cura de las barbas blanquecinas. Ahí nomás sacó el cuchillo, levantó el colchón y se abalanzó gritando: 
-A mí no me van a morder, hijas de puta!.

Tabaré Arapí en su libro "Entre cuentos, historias y canciones" 
Ediciones IDEAS - 1994

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