Nasuk

Guayacán

Leyenda nivaclé 

(Pueblo indígena del Chaco Boreal en Paraguay y del norte de Argentina a ambas márgenes del río Pilcomayo)

 

Cuentan que una muchacha, caminando por una senda en busca de agua, de súbito se encontró con un hermoso árbol. Nasuk, el Guayacán. Atraída irresistiblemente se paró a su lado. El amor se encendió en su interior. Apasionada se abrazó a su grueso y recto tronco y sin poder contenerse por el intenso deseo, clavó sus uñas en la corteza y la rasguñó profunda y largamente. Manó sangre pura de la herida. Todos los días, cuando pasaba junto al Nasuk camino de la aguada, se quedaba a contemplarlo, lo arañaba y, mientras veía fluir la sangre, decía:

—¡Cómo quisiera Nasuk que fueras hombre, para poder casarme contigo!

Una noche, se acercó al echadero de la muchacha un hombre hermoso y apuesto.

Y sin pedirle permiso para quedarse, se tendió a su lado.

—He venido a casarme contigo.

—Yo no quiero casarme con nadie —contestó sorprendida.

—No puede ser. Tú siempre me deseabas.

—¿Acaso alguna vez te vi? Nunca deseé a nadie, ni me acuerdo haber hablado con ningún hombre.

—Tendrás que saber —dijo el hombre— que soy Nasuk, al que siempre rasguñabas cuando ibas en busca de agua. Y solías decir: ¡Cómo quisiera que este árbol fuera un hombre para casarme con él!

La muchacha quedó más sorprendida aún. Pero no tenía cómo replicar, porque lo que Nasuk le decía era verdad. Repetía sus propias palabras. Por ello no tuvo otra alternativa que aceptar la proposición de Nasuk y casarse con él.

El primer día del casamiento fue muy penoso para Nasuk pues vio que su esposa y la abuela no tenían nada para comer.

—Dime. mi esposa, ¿tendrá tu abuela algunas semillas?

—Sí. tiene.

Pero como era pleno invierno y en invierno no se siembra, le preguntó a su esposo:

—¿Oué quieres con la semilla?

—Quiero sembrar mañana mismo, porque ustedes no tienen qué comer.

Y luego mandó a la esposa junto a su abuela para pedirle algunas semillas de cada especie de plantas. La muchacha obedeció al instante.

—¡Pero qué pasa! ¡Qué clase de marido tienes! ¡Ponerse a sembrar ahora es estúpido! ¡Yo no quiero derrochar mis semillas! ¡Pues tengo muy pocas!

La abuela no pudo creer a la nieta. Era tiempo de invierno y sembrando en invierno, no podía brotar nunca. Volvió junto al marido y le contó lo que le dijo la abuela. Nasuk se sintió profundamente ofendido. pero sólo preguntó:

—¿Sabes, tal vez, mi esposa, dónde hay una vieja aldea abandonada?

—Sí, yo sé donde hay una aldea abandonada.

—¡Muy bien! Entonces mañana temprano nos iremos a ese lugar.

Al día siguiente, muy de madrugada, fueron hacia la aldea abandonada. Al llegar, Nasuk, se puso a buscar en medio de la basura entre las chozas destruidas. Y encontró una semilla, por lo menos, de cada especie de planta. Después de haber encontrado todas las semillas de las especies necesarias, le preguntó a su esposa por un campo. Ella le contestó que había uno muy grande y cercano. Al llegar a éste le dijo Nasuk a su esposa:

—Aquí vamos a sembrar.

Y luego se sentaron bajo la sombra de un frondoso árbol. Así sentados. Nasuk llamó a Yiyekle, el Tapir. Inmediatamente llegó. Le ordenó que arrancara todos los troncos que se encontraban en el campo. Después llamó a Jo'ok, Palo Santo, y le ordenó que sacara todo el pasto. Entonces llamó a Jojakzini, el Torbellino. Era enorme. Le mandó que limpiara toda la basura que había allí. El pasto, los troncos arrancados y todo lo demás. Quedó el campo muy limpio. Nasuk se puso a llamar a Ofo, la Paloma, diciéndole:

—Siembra este maíz que tiene el mismo color que tu cuello.

Luego llamó a Aoyakzini, la Araña, y le dijo:

—Siembra este maíz que tiene la misma forma que tu cuerpo.

Y siguió llamando a pájaros, animales del monte e insectos, para confiarle a cada uno de ellos la siembra de las semillas de sandía, zapallo, melón, anco, calabaza y todas las otras plantas que dan frutos para comer.

Cuando todo estuvo sembrado, le habló de nuevo a la esposa:

—Siéntate de espaldas hacia la chacra. Despúlgame. Pero no tientes mirar atrás; porque si lo haces impedirás que broten las semillas que hemos plantado.

La mujer hizo lo que el hombre le indicó. Todo el día se pasó de espaldas a la plantación, despulgando al esposo. Escucharon, a poco, el ruido de las plantas de maíz mecidas por el viento.

—Si aguantas, si no miras hacia atrás; entonces podremos comer esta misma tarde los choclos del maíz.

Así sucedió, como Nasuk le dijo a su mujer. A la tarde pudieron asar las espigas. La abuela de la esposa quedó muy avergonzada. Pero al día siguiente le invitaron a ir con ellos a cosechar. Sin embargo, Nasuk seguía muy enojado porque la abuela no le había querido dar sus semillas. Le pidió que arrancara una sandía. Sobre ella pendía una gran calabaza. Cuando la vieja quiso cogerla, Nasuk hizo que la calabaza cayera sobre ella, la aplastó y la convirtió en un sapo.

Terminó.

 

Anónimo
Revista "Crisis" Nº 4

Buenos Aires, Argentina - agosto de 1973

 

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