Los trabajadores nocturnos
Cuento del folklore bretón

Había una vez en Bretaña un joven sastre llamado Alano que se veía obligado a trabajar en su tienda, pues su cojera le impedía, como a los sastres de entonces, ir de aldea en aldea para confeccionar trajes para los nobles señores.

Un domingo, al volver a su casa, tropezó y habría caído, si no hubiera sido ayudado por una joven campesina de mirada bondadosa y hermoso semblante.

-¡Gracias, hermosa joven! - dijo Alano, - veo que se complace en ayudar a los desdichados.

-Yo tampoco soy feliz -respondió la joven- Conozco la miseria y el dolor.

Desde aquel día los jóvenes se encontraban los domingos y paseaban juntos. Nació entre ellos una sincera amistad que pronto se trocó en amor. Ambos se contaron su pasado. Tina, la amable joven, era huérfana. Recogida por un hermano de su madre, rico hacendado, fue tratada con poco afecto en el hogar de su tío. La destinaron a pesadas labores y le negaban el necesario alimento.

Tímidamente, Alano rogó a Tina le aceptara por esposo, y ella accedió gustosa. La dicha entró en la humilde casa de Alano, Tina salía a recoger trabajo en casa de los ricos, y Alano trabajaba en su taller.

No obstante, el dinero no abundaba en el hogar. Los clientes preferían a los sastres que podían ir a sus casas a confeccionar los trajes nuevos y a reparar los viejos para los criados.

-jPobre Tina: -dijo un día Alano- Estás cada día más delgada y pálida. Caminas demasiado y te alimentas mal. Creo que ....

-¡Alano! -interrumpió la joven-. Soy dichosa contigo. No hables así. Mira -añadió con alegría- ya están listos los pantalones de Peronik; si tú has concluido el chaleco, llevaré el paquete al cortijo de los Finneglas. El muchacho parte mañana a las bodas de su hermano Konan.

-¡Y con esto terminamos todo el trabajo! - suspiró Alano, entregando el chaleco, después de asegurar un botón plateado. - Ya no tenemos una puntada que coser, ni un centavo que ganar.

¡Confía en el porvenir y en la buena suerte! -respondió Tina, envolviendo rápidamente la ropa.

-Tienes razón -murmuró Alano-. ¡Ojalá encuentres trabajo en el camino! Como los Finneglas pagan siempre al contado, podrás comprar trigo y harina.

-Por cierto, esposo mío; con trigo y harina podremos pasar muchos días -dijo Tina, besando a su marido.

La madre de Peronik pagó generosamente el trabajo del sastre y ofreció a Tina un vaso de espumosa leche y pan fabricado con harina de su molino. Al ver el pesado saco con trigo y harina que le daba la señora Finneglas en pago de su trabajo, Tina no pudo contener una exclamación de asombro, echó el saco a la espalda y, aunque encorvada por el peso, marchó feliz, canturreando una canción bretona.

-¡Pan y trabajo! - repetía gozosa. Al aproximarse a su cabaña le extrañó ver luz en el taller.

-Alano ha encendido las dos bujías -se dijo- ¿Le habrá llegado trabajo?

Tina apresuró el paso. Encontró a su marido cortando una casaca; a sus pies había una pieza de buen paño; el sastre silbaba de contento y al sentir los pasos de su mujer, sin levantar la cabeza, exclamó:

-Pronto Tina- guarda la harina y ven a coser lo que he cortado; han venido del castillo a ordenar libreas de luto; ha muerto la suegra del conde.

Tina miraba asombrada a su esposo.

-¿Por qué no han llamado a su sastre, como de costumbre? -preguntó comenzando a coser.

-No tengo la menor idea, Tina, -dijo Alano con satisfacción.

Las dos agujas volaban en silencio; llegada la noche, los jóvenes esposos, agotados por el cansancio y las largas privaciones, se dormían cosiendo. Por fin Tina se levantó.

-¡Alano! -dijo- han dado las doce en el reloj de la parroquia; si no dormimos a esta hora en que los duendes se pasean por los páramos, mañana no tendremos fuerza para continuar el trabajo.

El sastre no respondió. Estaba profundamente dormido. Con trabajo Tina le despertó, y se acostaron. Al primer fulgor del alba la joven estaba en pie. Corrió al taller y se detuvo en el umbral de la puerta, sin poder avanzar un paso mas.

-¡Cómo! ¿Quien ha estado aquí? -balbuceó trémula de emoción.

En el suelo no había un recorte de paño: todo estaba en perfecto orden; una mano invisible la había reemplazado en el trabajo. Se acercó en puntillas, como temiendo molestar a sus protectores; llegó hasta la mesa y estuvo a punto de desfallecer de asombro. Allí estaban los altos de libreas, chalecos y pantalones terminados. El grito de la joven despertó al marido.

-¿Qué ocurre, Tina?

-¡Levántate y ven! –respondió ésta.

Unos minutos después, Alano se reunía con su mujer y admiraba las piezas de ropa perfectamente confeccionadas.

-Todo está terminado; labor de tres días de trabajo incesante. ¿Quién habrá sido nuestro protector?

La pregunta no tenia respuesta. Los esposos no cesaban de revisar, una a una, las piezas de ropa, nada faltaba.

Estaban aún sumidos en la contemplación, cuando golpearon a la puerta. Era la señora de Finneglas.

-Mi hijo Konan quiere para su casamiento una casaca como la de Peronik. -dijo- os he traído la tela para evitar a Tina otro viaje al cortijo.

Mientras la señora de Finneglas admiraba las libreas terminadas, Alano apretó el brazo de su esposa temiendo que revelara el secreto. Cuando quedaron solos, le dijo:

Temí que fueras a revelar un secreto que tal vez hará nuestra fortuna. - ¿No sabes que los duendes no vuelven más cuando se habla de sus servicios?

-¿Entonces tú crees que son ellos? -dijo la joven asombrada.

-Por cierto siempre están dispuestos a ayudar a los buenos y trabajadores.

-¿Y no será malo aceptar sus servicios? - insinuó la esposa.

-No, mujer, no. Los duendes son buenas criaturas, lo mismo que nosotros.

Mientras hablaban, el sastre cortaba la casaca de Konan y trazaba los dibujos propios de los trajes de los elegantes campesinos de Concarneau. Cuando llegó la noche, Tina se resistía a acostarse.

-Tenemos que recogernos a nuestro aposento -dijo Alano, conocedor de las costumbres de los duendes, como todo buen bretón. -Tú asustarías a nuestros protectores.

Tina, aunque muriendo de curiosidad, se retiró y durmió hasta el amanecer. Al despertar, corrió a la mesa de trabajo. Allí estaba la casaca de Konan perfectamente terminada, con sus bordados en colores vivos que se destacaban con un brillo inusitado.

Nunca había visto un efecto más maravilloso de colores que en la hermosa tela blanca del traje de novio.

Konan será un novio como no se ha visto otro en Concarneau. – balbuceó tomando con respeto y temor. Alano nada dijo en medio de su asombro.

Temprano llegaron del castillo hermosas telas con las que debía confeccionar trajes para los hijos del conde. Por primera vez el sastre trabajaría en terciopelo y satén. Llegada la noche, Tina no quería acostarse.

-He de verlos aunque me muera - decía la curiosa para sus adentros. Sin embargo, no se atrevía a desobedecer a su marido, quien tuvo buen cuidado de cerrar, noche a noche, la puerta con candado.

Transcurrieron muchos meses; un bienestar desconocido hasta entonces reinaba en el hogar del sastre. Tina llevaba falda y corselete nuevos; Alano vestía traje de paño con botones de plata cincelada; una vaca pacía en las colinas cercanas. Los trabajadores nocturnos, infatigables, cosían todo el trabajo que el sastre les preparaba durante el día. Naturalmente, los vecinos se admiraban de la prosperidad de Alano. Pasado algún tiempo, nació un niño para completar la felicidad del hogar, al que llamaron Leonik.

La noche del primer cumpleaños del niño, Alano olvidó cerrar la puerta del taller. Tina despertó a la medianoche y, a través de una hendidura de las tablas, vio la llama de una bujía que iluminaba las piezas de ropa amontonadas sobre la mesa; sentados con las piernas cruzadas, trabajaban dos hombrecitos del tamaño de una criatura de un año; estaban desnudos y tan absortos en su tarea que ni levantaban la cabeza. Tina los contemplaba ensimismada. Uno de los duendecitos se bajó por una pata de la mesa, como un acróbata, y se fue corriendo a la cocina donde se calentaban las planchas. Trepaba de nuevo por el palo y abría las costuras con la plancha caliente, con la perfección de un buen sastre.

Al primer canto del gallo, desapare cieron los duendes; habían concluido su trabajo.

Tina no se atrevió a participar a su marido lo que había visto. Al cabo de algunos meses, viendo que continuaba la prosperidad y que los trabajadores nocturnos no se habían enfadado, le reveló su secreto. Alano la miró estupefacto:

-¡Los viste y han vuelto! - exclamó por fin.

-Los pobrecitos están tan desnudos -se lamentó Tina,- ¿Por qué no cortas unos trajes pequeñitos para ellos? Ya viene el invierno y hace tanto frió.

El sastre accedió gustoso, diciendo:

-Hace un año que nos favorecen; es lo menos que podemos hacer por ellos.

Al día siguiente, marido y mujer atisbaban por la hendidura de la puerta; al dar las doce, aparecieron los trabajadores. Lo primero que hicieron fue colocar las planchas en el fuego, calentar sus piececitos velludos y sus manecitas de uñas puntiagudas; luego saltaron sobre la mesa, dispuestos a trabajar. Pero no había paño cortado. En cambio, encontraron dos trajecitos completos: chaqueta, chaleco, pantalón, camisa, medias y zapatos. Los duendecitos examinaban la ropa con verdadera curiosidad hasta que, de pronto estallaron en alegre carcajada. Saltando y bailando sobre la mesa, comenzaron a vestirse, ¡Qué bien les quedaban las medias y los zapatos! El pantalón corto de terciopelo se ajustaba a sus diminutos cuerpos, La camisita de seda, el chaleco y la chaqueta eran como hechos de medida. Cuando se vieron vestidos, se entregaron a los mayores transportes de alegría; corrían por la pieza, gritaban, se abrazaban. Tina y Alano reían al ver aquellas estruendosas manifestaciones de alegría. Al cabo de un rato cesó la algazara, cantó un gallo y los trabajadores nocturnos desaparecieron para no regresar jamás.

Alano y Tina no volvieron a ver a sus misteriosos bienhechores.

-Tenían frío y se han ido contentos con sus trajes -dijo Tina.

-Saben que nosotros somos felices y han ido a proteger a otra gente - exclamó Alano.

La pobreza no volvió a entrar en el hogar del sastre; tenia obreros que le ayudaban en su faena y compartía con ellos su buena fortuna. Alano y su familia fueron queridos y respetados en la aldea de Concarneau, en donde, hasta el presente, se cuenta a los niños la leyenda de Los Trabajadores Nocturnos, seres benéficos que protegen a los hombres buenos.

Anónimo

El Grillo - Revista Escolar del Consejo Nacional de Enseñanza Primaria

N° 36 -Agosto de 1957

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