El testimonio de Mariela

Ana Amorós

Una tarde tibia de enero, encaminé mis pasos hacia el Puerto de Montevideo, deseosa de disfrutar de su belleza y por sobre todo del sol. Así me encontraba, cuando mis ojos descubrieron una vez más a Laura, y una mueca de impotencia se posó en mi rostro distendido.

Recordé su relato y la primera vez que la vi.

..........

Hacía frío, mucho realmente, aquella tarde, en el viejo conventillo de la Aduana, donde la pequeña Laura veía tristemente transcurrir sus días.

Allí, la paleta del gran pintor olvidó poner colores. El viento helado se colaba atrevido por debajo de la puerta y por el agujero del vidrio del cuarto. Aún así, Laura ojeaba sus cuadernos y las anotaciones de la buena de Cristina: su maestra, la que solía transportarla a un arco Iris cada vez que podía concurrir a la escuela. La niña soñaba con un día parecerse a su maestra. Charlaba con Mariela, su muñeca de trapo, único juguete, hermana, confidente, amiga y ¿ por qué no?, también princesa. La maestra y su muñeca justificaban su doliente vida, y esa tarde precisamente, eran los únicos motivo que la mantenían despierta.

De pronto el hombre de turno de su madre entró borracho, riendo como loco y le quitó a Mariela de las manos, tirándola contra el piso - "¡Pobre Mariela, fue a dar contra el baúl" - pensó la niña sin imaginarse que la noche caería sobre ella, transformándose en una cruel y despiadada pesadilla, que no olvidaría nunca.

La morbosa brutalidad , el sadismo impune del hombre y el terror impotente de la niña se encontraron arriba del camastro, una y otra vez, hasta que Laura perdió el conocimiento. Mariela fue el único testigo (mudo) de aquella siniestra cita.

La madre, una joven que bien podía ser su hermana, la encontró con los ojos muy abiertos, perdidos en el vacío, la ropa desgarrada, manchada de sangre y el rostro cubierto de golpes. Como todo gesto de un amor resignado, la higienizó, guardó la ropa sucia en el baúl, la arropó, recordando tal vez su propia historia, sin atreverse a defenderla. Con el alma quebrada y llena de impotencia recogió a la muñeca, depositándola en los brazos temblorosos de la hija. Sin articular palabras, se acostó junto a Laura y la apretó contra su pecho.

Han pasado algunos años, pero a Laura le parece que fue ayer que aquella bestia le arrancó la capacidad de encontrar un arco Iris.

Yo vuelvo a mirarla. Es poco más que una niña. No pasa los trece años, delgada, el cabello cortado a lo "pillete", ojos grandes y tristes, boca de labios carnosos mal pintados.

Viste una mini de jean clarita, un sueter desteñido aprisiona los nacientes senos y unas sandalias rojas nuevas, que le quedan grandes (posiblemente de la madre)...

No entiende el idioma de los marineros coreanos, que la manosean libidinosamente, pero no importa, su necesidad de sobrevivir puede más que sus miedos, sus temores encontrados de otras vivencias similares y el de aquella tarde cruel.

Como siempre recordará a Mariela y se aflojará, jugará a ser mujer por un rato...,

Luego ya no verá a esos hombres, ni los barcos, ni el Puerto...

Solo vendrán ella sueños desteñidos de justicia.

Me alejo lentamente, repleta de impotencia y preguntándome cuántos casos similares al de Laura existirán en este mundo, y el sólo pensarlo me llena más de angustia y desasosiego.

Laura ha sido una avecilla más que no pudo escapar a la tortuosa jaula del hambre, la miseria y superar su entorno. Tal vez, en aquel viejo baúl donde su madre guardó su ropa manchada, prueba de la infamia y la violencia, quedaron también sus deseos de alcanzar el arco Iris luminoso junto a su maestra y de un día ser ella la que compartiera su manzana con niños carentes de amor y ternura, de hambre acumulada, de sueños castrados antes de nacer...

Sigo caminando, ahora rápido y hablando conmigo misma, hasta que oigo las voces de dos mujeres que evidentemente estuvieron observando el mismo paisaje. Me detengo. Las escucho: " Es realmente una mocosita, qué imagen se llevarán esa gentusa de nuestro país"-y no se cuántas tonterías banales y vacías de todo sentimiento, es decir, de todo sentimiento solidario con seres víctimas de esta sociedad capitalista.

Las miro alejarse en un cero kilómetro metalizado, y me pregunto qué otra cosa podría esperar de estos personajes, de esta jungla humana y de cemento-en realidad nada, ya que ellas tampoco hablan nuestro idioma...

Ana Amorós

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