Silencio
Ana Amorós

Silencio deseado
que desnuda me enfrentas
a un límpido espejo, a veces...
empañado en otras.
¡Qué difícil fue encontrarte,
y cuánto te he necesitado!
Has sido el confidente más leal,
aún , cuando cruel y despiadado
descubras la forma de piel que recubre
a esa otra mujer que no me simpatiza
y que deseo borrar de la faz de mi paisaje.
¿Quién mejor que tú sabe
de mis sentimientos más puros,
más auténticos y legítimos?
De mis deseos, de mi dolor
temores e impotencia...
Te he encontrado por las noches
cuando en la casa reina la paz
y el sueño no quiere llegar a mi playa.
Mi cabeza flota y mis sentidos te buscan.
Eres como remanso luego de una tormenta,
que viene a mí con infinita ternura, a veces...
cual Juez implacable en otras.
En ti fui libre, aun estando presa
allá... en Punta de Rieles,
donde fuiste maestro en pleno calabozo, 
llevándome a recorrer contigo
las calles de Benedetti, Clara Silva,
el gran Florencio y Liber Falco.
De tu mano conocí a García Márquez
y nos fuimos con Galeano
a navegar por cada río de nuestra América,
saqueada, sufrida, hambrienta,
¡ y tan valiente !
Me presentaste a Roa Bastos,
a Ciro Alegría, y a otros tantos,
que no por no nombrarlos hoy,
me ayudaron menos.
Sacábamos juntos conclusiones
sobre Moravia y Vasco Pratolini,
Víctor Hugo y los miserables,
hasta que la censura ya no quiso averiguar
por quién doblaban las campanas,
ni saber de Milas 18, 
de Simone y Jean Paul,
de naranjas mecánicas,
o de los caminos a Katmandú.
Y llegaron al colmo
de esconderle al principito su rosa.
Silencio amigo...
cómplice de esperanzas utópicas,
refugio y morada diste
a mi locura dolorida
aquella mañana fría de mayo,
cuando partió Daniela,
mi primer retoño...
Fuiste el manto protector,
que me arropó y dio abrigo
en cada uno de mis fracasos,
y brindaste resplandeciente
con la llegada de mis cuatro brotes.
Amigo de horas indescriptibles,
de rejas, cerrojos y torturas,
que hoy me permites volar al pasado,
tejer sueños de un mundo futuro
donde exista realmente
la justicia social,
el amor sin lágrimas (como en la canción)
y por fin, nuestra tan añorada libertad.
Silencio amigo...
detestado por tantos
temidos por otros
mi casa está abierta
y eres bienvenido
hoy, mañana y siempre...

Ana Amorós, 1997

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