Hambre
Ana Amorós

Un pequeño niño de carita sucia y mirada absorta, pasa por una esquina donde lustrosas manzanas lo invitan a saborearlas. A pesar de la mirada absorta, sus ojos son vivaces y en ellos refleja la firme decisión de obtenerlas como sea. Primero le pide respetuosamente a la dueña del local, quien sin mirarlo le ordena en hoscamente que se largue. No se sorprende, , está acostumbrado a los no, a la grosería de la gente, a las humillaciones, a las miradas de asco... Vuelve a insistir sin obtener la contestación afirmativa que deseaba de la mujer, la cual vuelve a echarlo.

Las manzanas le coquetean, lo llamaban, a cual de ellas más apetitosa- “y esta vieja bruja que grita como una condenada”- pensó Joaquín- que intrépido tira un manotazo certero y salió corriendo con su preciado botín.

Cuando llega al baldío recién aminora la marcha, luego se sienta, observa por última vez la roja manzana, para luego muy despacio comenzar a saborearla.

Ana Amorós

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