Evocando…
Ana Rosa Amorós Alonso Balado

Al ver a Sara el otro día en el estrado, aplaudiendo, saludando emocionada, se me hizo un nudo en la garganta, quería reír y cantar pero no podía, si sentí una necesidad enorme de llorar…

Y allí, mirándola, admirando su valor, su lucha incansable, un montón de vivencias zangolotearon en mi y otras madres corajes estaban allí, a mi lado, sonriendo…Algunas que ya no están físicamente, otras si, pero en el triunfo de Sara las abracé a todas.

¿Quién puede olvidar la lucha de las abuelas de Mariana y los Julién respectivamente?

De Tota, verdadero símbolo de amor, valor y pelea, hasta sus últimos momentos ¿quién no tiene algún recuerdo?

Con ella y con esta otra madre, a la que hoy de corazón, pretendo humildemente evocar y rescatar de las telarañas de la memoria, fueron sin duda alguna con quien más vivencias tengo.

Voy a referirme a Irma Hernández, otra madre –abuela, que diariamente daba su batalla a los monstruos, a su dolor e impotencia..

Tenía dos hijas, una cumpliendo condena en Punta de Rieles, Ivonne (Nº 140), la más chica Cecilia (Pity) se encuentra desaparecida junto a su compañero. También el otro yerno corrió la misma suerte que estos últimos.

Su vida había cambiado de golpe, un mazazo arriba de otro, pero era conciente de que Ivonne la necesitaba y había otro motivo que la impulsaba a seguir luchando: Marquitos, hijo de Pity y el Negro, como solía decir ella.

“No puedo disfrutarlo totalmente como abuela, porque tengo que hacer también de madre” me decía.

Nunca bajó los brazos en la búsqueda de sus seres queridos, tenía esperanzas, necesitaba tenerlas y se aferraba a la más remota.

Tenía un corazón grandote y era capaz de escuchar y consolar a otros que sufrían su mismo calvario u otros, como el de mis viejos que “lloraban” al hijo exiliado, a los nietos lejanos..

Yo que siendo muy gurisa me tocó vivir la muerte de mi primera hija, solía recriminarles ese “llanto” legítimo en definitiva, a mis padres; argumentándoles que estaba vivo, libre, con su pareja y sus hijos… Irma me caía: “Sos muy dura nena, el exilio para ellos es muy doloroso, tienes la obligación moral de apuntalarlos, no te olvides” Yo la escuchaba mucho, la quise otro tanto y no podré olvidarla, pues se ha quedado definitivamente entre mis afectos.

A veces me dejaba a Marquitos para ir a Punta de Rieles. Se iba con una alegría enorme, como una niña con un juguete nuevo y volvía sombría, con un dejo de dolor y angustia en los ojos, la voz cargada de emociones encontradas. Pero no se permitía llorar frente a su nieto-hijo, “no quiero ocupar el lugar de Pity”-murmuraba muchas veces. Eso la atormentaba, al igual que la conflictuaba ponerle límites a Marcos, pero él era su sol, y a tumbos iba a esperar con porfiada firmeza escuchar nuevamente en su casa humilde de Julián Laguna “las voces de los cuatro gurises”.

Nunca me atreví a pincharle el globo, ni siquiera mencionarle que un día estando presa, su propia hija con voz segura y cargada de fuerza, sin dejar aflorar su dolor, me había dicho: “tenés que tener claro que los desaparecidos no vuelven”.

Por momentos, al oírla hablar sobre Cecilia, se me desgarraba el corazón, dado que estaba dispuesta a no cesar su búsqueda hasta encontrarla.

Era un ser de una dulzura interminable, la recuerdo disfrutando un espectáculo para niños en el Palacio Peñarol, los cumpleaños de los chicos, la llegada de mis otros hijos.

Y fue justamente en su casa donde conocí a Sara hace muchos años…

Irma me contaba de Simón y observaba a Sara que en esos momentos jugaba con los rulos rojizos de mi hijo Camilo…, estaba convencida de que un día saldría el sol para ella y no se equivocó.

La vida suele darnos sorpresas lindas, cuando la “admistía” la llamé para felicitarla y preguntarle cómo estaba Ivonne y una voz me contestó “No sabés lo bien que está”- era Ivone…

Supe de sus nanas, del futuro nieto, de la llegada de éste…

Me fui a vivir al interior, venía de vez en cuando y fueron muchas las veces que nos encontramos en el ómnibus o en la calle, siempre me decía : ”Andá por casa”, seguía tan tierna como siempre y ahora sí, podía disfrutar plenamente ser abuela “A Iván no tengo que ponerle límites, lo hacen los padres, no intento tampoco mal enseñarlo, pero…”

Pasó el tiempo, volvía a residir en Montevideo y una noche de mayo , en la marcha del silencio la vide lejos, muy desmejorada físicamente.

Al llegar a casa la llamé por teléfono, pero me dijo un familiar que estaba durmiendo.

Volví a telefonearla al otro día, esta vez me atendió la voz joven de un hombre, Marcos, un Marcos que me recordaba “Sos la madre de Nicolás” y luego de intercambiar algunas palabras me dio con su abuela. Charlamos un buen rato y terminó con el consabido: Te espero nena”.

Fueron muchas las veces que pensé en ir a verla, máxime cuando me enteré que la habían operado del corazón.

Una tarde de octubre, el 24 concretamente, Marcos cumplía sus 25 pirulos y yo me enteraba por Ivonne que Irma hacía ya dos meses que había partido…

Recorrí álbumes de fotos y la encontré con mis hijos, con su nieto…

Por eso hoy, con todas estas emociones a flor de piel, con la alegría de Sara iluminando el camino, sentí la necesidad de recordarla y en ella a todas las que lucha aún hoy por encontrar a sus seres queridos.

Ana Amorós

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