El albañil...

Ana Amorós

Partía aburrida la madrugada, cuando comenzaban los golpes. La radio apenas perceptible dejaba llorar un tango, que Francisco canturreaba al unísono.

De apariencia ruda, alto, fuerte, bastante moreno.

Ya lo veíamos trepado a un aldameo como colocando baldosas..

Al mediodía paraban para un frugal almuerzo : refuerzo de salame o mortadela, con alguna bebida refrescante de las baratas, el alcohol fue un vicio del pasado, solía contar. 

Abrió las ventanas de su corazón para todo aquel que supo y quiso escucharlo, caminamos por sus calles, recorrimos un camino de luchas y fracasos. Conocimos los sueños y también sus logros.

Toda su apariencia ruda se desmoronaba frente a una pequeña de cuatro años que lleva su sangre (mi única nieta por ahora- decía sonriente). Frente a ella se le iluminan los ojos y el rostro de duras facciones se volvía sumamente simpático.

Francisco era solidario con sus empleados y responsable con los seres que le habían encomendado el reciclaje de la casa. Al terminar el trabajo, vino a despedirse con aire de viajero cansado, pero contento con el trabajo de su compañeros y el suyo propio.

Ana Amorós

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