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Texto de presentación de Ciudadanas en tiempos de incertidumbre, de Marisa Ruiz
por Alfredo Alzugarat 

Tengo que comenzar haciendo la aclaración de que yo no soy historiador, como se ha dicho recién provengo del campo de las letras, por lo tanto quiere decir que me ha tocado la difícil tarea de presentar un libro de historia o de ciencias sociales, como se lo quiera entender. Voy a hacerlo entonces refiriéndome a la base testimonial sin la cual este libro nunca hubiera sido posible, a los testimonios, de mujeres en su gran mayoría, que nutren a esta obra. Y voy a comenzar con una experiencia personal. Cuando en junio de 2003, en ocasión de un Seminario por los 30 años del golpe de Estado que se realizó en el Cabildo de esta ciudad, Marisa Ruiz leyó una ponencia cuyo título sigue siendo el de un capítulo de este libro, “El paquete, el ómnibus, la cola y la visita”, tuve el pálpito de que me hallaba ante algo novedoso con respecto al estudio de testimonios sobre la historia reciente. Confieso que quedé gratamente sorprendido ante un trabajo que me hablaba de cosas cuyo significado por cierto no ignoraba, pero que a la vez no recordaba que nadie las hubiera expuesto así, directamente, en un trabajo de esa naturaleza. Años después, escribiendo mi libro Trincheras de papel me topé de nuevo con el tema y comprendí de alguna manera que existían varias decenas de textos de testimonios de presos políticos escritos a partir de 1985 pero que nadie se había ocupado de manera específica y exclusiva de ese fenómeno tan singular y entrañable como es el de los familiares de los presos.

Muchos de los testimonios de presos políticos, lógicamente y en mayor o menor medida, destacan la importancia imprescindible que tuvieron los familiares, reconocen su deuda con ellos, los valorizan en general, pero la voz de los familiares no está. Muchos presos publicaron también sus cartas, aún desde antes que muriera la dictadura hasta fechas muy recientes. Esas cartas, obviamente, tenían como destinatario a familiares, se podía saber sus nombres, adivinar sus gestos, sus desvelos, sus muestras constantes de solidaridad, su perseverancia, siempre allí, del otro lado, pero eran siempre una segunda persona, jamás el sujeto de la acción. En esas cartas, los familiares siempre eran un tú, nunca un yo. Era algo así como si se llegara hasta un puente y se lo recorriera siempre en la misma dirección o se llegara hasta la mitad de él y no hubiera fuerzas para alcanzar el otro lado o para recorrerlo en sentido inverso.

En el año 2000 la convocatoria de Memorias para armar, elaborada por compañeras vinculadas al Taller de Género y Memoria, que pedía la elaboración de testimonios a toda mujer que hubiera resistido y/o padecido la época dictatorial, obtuvo un resonante éxito.   Allí, sobre la base de 284 testimonios recibidos en primera instancia, a lo largo de sus tres volúmenes, se pueden encontrar testimonios de familiares que cuentan su experiencia personal y dan una idea certera de los lazos de solidaridad creados entre ellos y de su relación con el familiar preso. Son testimonios individuales, que se remiten a la experiencia personal, y que unidos a otros que emergen de entrevistas realizadas por la propia autora, constituyen la fuente, el soporte fundamental para el trabajo que Marisa Ruiz hoy presenta. Fue a través de esa escritura de género, del testimonio de la mujer, que el tema de la lucha cotidiana de los familiares de presas y presos políticos se abrió paso, se hizo conocer y pasó a formar parte de la memoria escrita de la historia reciente.

Ahora, este libro de Marisa Ruiz, Ciudadanas en tiempos de incertidumbre, da un nuevo y crucial paso. Yo diría que recién ahora se ha cruzado de un modo cabal el puente del que hablaba anteriormente, recién ahora se lo ha cruzado por entero, y al llegar al otro lado, el lado donde se encuentra la historia y las voces de los familiares de presas y presos en conjunto, se ha redescubierto un universo.  Reuniendo esos testimonios de mujeres que emergieron a la lucha social y política en los momentos más duros de la historia de nuestro país, Marisa Ruiz ha interpretado el valor de ese fenómeno en su globalidad, en su conjunto, lo ha sintetizado y lo ha observado en sus variadas ramificaciones e implicancias; lo ha recreado y a la vez analizado, exponiendo con claridad la coherencia, la audacia, la valentía y la ternura que en él es posible hallar.  Puede resultar un atrevimiento de mi parte –no soy historiador- pero creo no equivocarme al afirmar que este libro no es sólo un aporte más sino que marca un camino para futuros estudios de ciencias sociales, históricas  y políticas, porque nunca será suficiente todo cuanto se diga o se recuerde y queda mucho por andar en ese sentido. Creo que definitivamente palabras, conceptos, temas, inquietudes, sentimientos,  tan entrañables para los que estábamos presos, repetidos hasta el cansancio en conversaciones de mil recreos y celdas, en expectativas diarias, hasta en sueños, se institucionalizan de la mano de este estudio, se transforman en un mojón ineludible para el estudio de la historia reciente.

Aquí se narra a través de múltiples voces lo que significaba hacer el paquete, sobre todo costearlo, las dificultades económicas que entrañaba cumplir con ese deseo que se entendía como una necesidad imprescindible, y las dificultades hasta físicas y psicológicas que implicaba, los lazos de secreta e inquebrantable solidaridad que se tejían en torno a esa tarea. Aquí está la convivencia en el ómnibus que llegaba hasta las cercanías de cada cárcel, ese ómnibus que para nosotros los que estábamos presos era casi legendario, porque lo sabíamos escenario de conocimientos, intercambios, gestos fraternos. No falta el duro recorrido a pie hasta la cárcel que luego había que realizar, más largo y más duro en unas cárceles que en otras, cuando los familiares eran un puntito que se veía avanzar en el horizonte y desde las ventanas cada uno creía reconocer el suyo. También está la cola para alcanzar la visita, las provocaciones y destratos que se debía de soportar en silencio para que la visita se hiciera posible, como un precio más que había que pagar para que se pudiera ver al ser querido, y está la visita al fin como momento culminante, aunque siempre fuera mutilada o censurada, y con temores a flor de piel por todo cuanto se decía o se hacía, pero que a pesar de sus mil limitaciones, daba fuerzas más que ninguna otra cosa para seguir adelante. Y si para los que estábamos presos la presencia de los familiares era sinónimo de vida no se ignora, como recuerda María Condenanza, que para el enemigo eran una forma de retaguardia nuestra y que como tal los trataban. “No tienen reparos en entorpecer en todo lo posible nuestra relación –dice María Condenanza en su libro La espera- aún tratándose de madre, hijo, viejo, niño, enfermo, moribundo, nada. Está a nuestro lado y basta.”

Estas verdaderas instancias de resistencia a la dictadura tuvieron como protagonistas principales a mujeres, entre otras cosas, por lo que acertadamente opina el padre Luis Pérez Aguirre cuando dice: “la mayor fortaleza, firmeza en las opciones, constancia en el trabajo y al mismo tiempo valentía vino por parte del sector femenino.” Valor, perseverancia, capacidad para emplear “las tretas del débil”, como se ha dicho tantas veces; en una sola expresión, capacidad de amor por sobre todas las cosas.

 Aquí se traza también una historia de esa resistencia que no siempre fue igual, porque hubo distintos períodos con distintas características. Merecen aquí la mayor importancia las mujeres que hasta el momento de la detención de sus seres queridos no tenían mayor conciencia política ni claridad ideológica, las que estaban al margen de la militancia y apenas sospechaban o ignoraban a veces por completo la militancia política del ser querido, mujeres, amas de casa, que de la noche a la mañana debieron enfrentar un marasmo trágico que les cambió la vida, y supieron reaccionar, sobrevivir y construir a partir de allí, generar una respuesta positiva superando los miedos, sin banderías y sin egoísmos. Me refiero a esas mujeres y familiares que se concentran sobre todo en el período que va del golpe de estado de 1973 hasta el plebiscito por el NO de 1980, es decir, en los años más negros de la dictadura, las que inician su lucha en lo privado, en esa esfera privada a la que la mayoría siempre había pertenecido, su casa, su hogar. Las mismas que, luego del 80, saben aprovechar las puertas que lentamente comienzan a abrirse con la creación de SERPAJ, que se organizan y van a las iglesias, a las embajadas, que terminan manifestando en las calles y pidiendo amnistía, las que superan el anonimato y pasan de lo privado a lo público, de lo “invisibilizado”, como se dice aquí, es decir, de lo “vuelto invisible” a lo visible, para constituirse finalmente en un factor fundamental en el desgaste, en la paulatina erosión al régimen. Desde ahora toda vez que se pretenda contar la historia de la resistencia a la dictadura ignorando o no teniendo en cuenta el papel desempeñado por los familiares de presas y presos políticas, estará proporcionando una versión chueca, como una mesa con tres patas, y dejará de ser convincente.  Esta es una de las cosas que nos enseña este libro.

Pero aún se va más allá de lo que estoy señalando y se da otro salto, porque se une también aquí esa lucha de los familiares de presas y presos políticos a la lucha de familiares de desaparecidos y del pueblo en general, se la encauza en un solo y grueso caudal para enfrentar otra instancia memorable como fue la lucha por el referéndum de 1989, primer referéndum contra la Ley de Impunidad. Aquellas luchas primeras hicieron posible esta otra. Sobre esta última creo que hay aquí personas más calificadas que yo para hablar.

El libro de Marisa Ruiz encierra de por sí un desafío, una pregunta para meditar, porque resulta difícil de asumir que tuvieran que pasar tantos años para reconocer en su globalidad, a nivel de la memoria escrita, este episodio tan importante y tan querido a la vez. Cómo ha sucedido esto es algo que cada uno se puede responder y sin dudas las respuestas serán muchas.  Quizá esta postergación se explique, como dice en alguna parte en este libro, porque resultaba “natural”, resultaba obvia la asistencia de los familiares, tan obvia que al parecer no merecía mayor relieve, en todos los tiempos y en todas partes hubo madres que se sacrificaron por sus hijos, esposas que se sacrificaron por su marido, era por lo tanto como “un fenómeno biológico”  y punto. Sea como sea este libro no es un libro más, es el libro que faltaba, o mejor dicho, el libro que todos deberíamos estar esperando.  

por Lic. Alfredo Alzugarat , Montevideo

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