Amigos protectores de Letras-Uruguay

 

Si quiere apoyar a Letras- Uruguay, done por PayPal, gracias!!

 

Salto y Enrique Amorim
Homenaje al escritor y al hombre
Alfredo Alzugarat
alvemasu@adinet.com.uy

 

Enrique Amorim

Prolífico a la vez que irregular, los más de cuarenta libros publicados por Enrique Amorim y su audacia para incursionar en todos los géneros, han contribuido a que la mayor parte de cuanto se ha escrito sobre él se apoye en la apreciación de su vasta obra. Como tal, algunas de sus novelas alcanzaron un alto grado de calidad (La carreta, El paisano Aguilar, El caballo y su sombra, Corral abierto, La desembocadura), en tanto fue “un poeta accidental y menor”, al decir de Mercedes Ramírez de Rossiello, quién también calificó su teatro en el “merecido nivel del fracaso”. “Siempre fue un escritor de extraordinarios fragmentos, de páginas estupendas, de magníficos hallazgos de lenguaje, pero también de grandes pozos estilísticos, de evidentes desaciertos de estructura, de capítulos de relleno”, ha opinado con justicia, Mario Benedetti. Fue sin duda la escritura el aspecto de su personalidad que más éxito le deparó, con ediciones en importantes editoriales argentinas de su tiempo como Claridad y Losada, varias de ellas rápidamente agotadas y muchas con acceso a traducciones, aún a pesar de no haber logrado “cuajar una sola y ceñida obra maestra” o sólo habiéndose “derramado en varias que casi lo fueron”,  según le advirtiera alguna vez su amigo Carlos Martínez Moreno.

Esa intensa labor creativa fue el punto central en torno al cual giró su personalidad pero sin agotarla. Hombre proteico, a veces hasta lo desconcertante, tuvo múltiples facetas,

“tantas como los intereses que marcaron su vida”, recordaba su esposa María Esther Haedo. Cambió su condición de hijo de la burguesía salteña, poseedor de una sólida fortuna, nacido para ser patrón, para convertirse en un viajero de inagotable curiosidad, un ser “insaciable”, como lo calificaba otro de sus amigos, el crítico chileno Ricardo Latcham. Dinámico, inquieto,  mecenas y animador cultural, su vida cotidiana en el chalet “Las Nubes”, en la ciudad de Salto, fue una perpetua tertulia a la que concurrían escritores y artistas renombrados y otros en ciernes provenientes de su entorno más inmediato.  Comprometido con la realidad social del campo, que muy bien supo conocer, identificado con la lucha antifascista a nivel internacional, perseguido por el peronismo, fue también un activista político, propagandista de su causa, adhiriéndose públicamente al Partido Comunista en 1947. Bailarín profesional, aficionado al cine, a la fotografía, hasta a la taxidermia de aves, fue su intención manifiesta ser “héroe de sí mismo” y lo logró con esa singular epicidad que lo presenta aún hoy como individuo propicio al mito, sujeto de leyendas del imaginario popular.  

 

Esa imagen total, tan rica y variada, es la que merece hoy un rescate que lo sitúe en su real importancia, aun en su Salto natal, y para ello el 2010 parece ser el momento más indicado al conmemorarse en el mismo mes de julio110 años de su nacimiento y 50 de su muerte.  La gratitud hacia el escritor parece ser el principal motivo que convoca y une a los miembros de la Comisión Honoraria que organiza diversos eventos en su homenaje. Entre ellos, la profesora y poeta Martha Peralta, quien en su niñez conoció a Enrique Amorim, lo recuerda como un hombre generoso, íntegro, de proverbial bonhomía, “no solamente con sus amigos sino también para con la comunidad, impulsor de todo lo que se consideraba valioso y con muy buen ojo para descubrir escritores, pintores, a los que de algunas manera, por su capacidad económica, ayudaba”. La insistencia de Martha fue decisiva para llevar adelante la serie de actividades que tuvieron por cometido rescatar el legado del escritor.

Junio fue el mes dedicado a una Feria del Libro en el Mercado 18 de Julio, de Salto, donde se expusieron primeras ediciones de libros de Amorim y series de fotografías, entre ellas algunas recientemente recuperadas sobre las inundaciones de 1959. Durante los cuatro días del evento participaron panelistas que estudian la obra del autor y se dio cabida a otras iniciativas vinculadas al quehacer literario. A ellos se sumaron los críticos Wilfredo Penco y Mercedes Ramírez en el mes de julio. La reinstalación de la antigua Asociación Horacio Quiroga es también una meta a alcanzar. En pos de ese fin, ese mes se realizó una retrospectiva del Taller Pedro Figari y una exposición de pintores locales actuales. Más directamente ligado a la vigencia de la obra de Amorim, se planteó también una jornada donde, de manera simultánea, al recitado efectuado por niños se añadió la ilustración de algunos de sus poemas.

El Chalet Las Nubes, ubicado en la ciudad de Salto, fue residencia del escritor uruguayo Enrique Amorim y de Esther Haedo a partir del año 1932.

Mientras tanto, Alberto Cocco es el cineasta elegido por el Departamento de Cultura de la Intendencia de Salto para la realización de un film documental sobre el escritor y su tiempo. “La idea es tratar a Enrique fundamentalmente como ser humano. Es una tarea difícil. Recorriendo su casa tenía la sensación de que él, me acompañaba a medida que observaba cada lugar. No podía sentirlo de otro modo. Por ello me dolió tanto el estado en el cual encontraba todo en ‘Las nubes’. Tal estado de ánimo se acentuó luego, cuando traté, vanamente, de sensibilizar a otros, para intentar rescatar el respeto, que como hacedor, nos merece Amorim”, aclara Cocco. Los testimonios orales, los recuerdos de quienes conocieron al autor, resultan de vital importancia, tanto para la Comisión de Homenaje como para el cineasta: “Lamentablemente, muchas personas han fallecido, por ello es urgente rescatar a los que aún están con nosotros”. La propia filmografía de Amorim está en la mira del realizador: “Hay dos cortos de su producción personal que me interesarían más que su participación en la historia del cine argentino. Sería formidable contar con ellos, me refiero a ‘El rostro recuperado’, film seleccionado en el concurso de cinematografía del Cine Universitario del Uruguay  el 31 de mayo de 1955 y ‘Escrito sobre el agua’, primer premio en documental otorgado por Cine Club en 1951. Nadie conoce su destino y ello es muy lamentable. Lo único que se conservan son grabaciones domésticas realizadas a sus amigos, a la gente del mundo de las letras que lo acompañó en vida.”

 

UN PASEO POR LAS NUBES. Buscar hoy las huellas visibles de Enrique Amorim significa retroceder a un tiempo en que existía en la ciudad de Salto una intensa vida cultural. Significa devolver a la memoria colectiva la Asociación Horacio Quiroga y el Taller Pedro Figari, que ya no existen, el Memorial a Federico García Lorca como lo fue en su primer momento, o el chalet “Las Nubes” cuando era sede de tertulias de intelectuales nacionales y extranjeros. Poco de todo eso es lo que puede apreciarse hoy.

           

El chalet “Las Nubes”, situado frente al antiguo Parque Solari, sobre la avenida que lleva el nombre del escritor, permite el acceso al público en el estricto horario de 14 a 18 horas. Aunque en los alrededores de la residencia se puede ver más de una plaqueta conmemorativa, nada da cuenta de los ilustres visitantes que hasta allí llegaban: Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Victoria Ocampo, Guillermo de Torre, Manuel Mujica Láinez, Raúl González Tuñón, Marcos Ana, entre muchos más. “Las reuniones eran los fines de semana, junto a los pilotes de la casa y frente a la piscina, yo iba sobre todo a escuchar, a conocer gente importante”, me había dicho el Arquitecto César Rodríguez Musmanno. Pero se hace difícil, para el visitante de ahora, imaginar aquel pasado de gloria. La soledad del lugar sólo se ve atenuada por una imagen de terracota, semi cubierta de hiedra, junto a la cual alguna vez Amorim se hizo fotografiar y por la presencia del formidable automóvil Chrysler que le enviaran especialmente desde Estados Unidos.

               

Al fondo del predio está la inmensa sala donde se efectuaban representaciones o se proyectaban filmes. Es fácil advertir que ha estado inundada, las paredes están empapadas, algunos óleos yacen impiadosamente retorcidos por la humedad. Sorprende hallar allí, como perdido u olvidado, el caballo embalsamado que antes se hallaba en el centro de la biblioteca.

 

Se cuenta que Enrique Amorim llamó a esta casa “Las nubes”, inspirándose en un poema en prosa de Charles Baudelaire: “Amo las nubes... las nubes que pasan... allá. . . ¡las maravillosas nubes!”. El nombre respondía pues, a su alegre espíritu de nefelibata. El chalet, más cercano al ideal de un poeta que al de un hacendado, fue construido hacia 1929 – 1931 siguiendo un diseño vanguardista que el escritor había traído de uno de sus viajes a Europa. El imaginario popular se lo atribuyó a Le Corbusier, extremo que el propio Amorim se encargó de desmentir, pese a lo cual todavía hoy continúan repitiéndolo algunas páginas web que promueven el turismo en la zona. Presentaba entonces como novedades la construcción sobre columnas aprovechando la tierra como elemento vivencial, el vano horizontal y apaisado, los volúmenes netos, el color blanco. El interior es de piezas angostas y austeras. En las paredes y estanterías hay innumerables objetos, muebles, pinturas, fotografías, que conformaron la vida cotidiana de Amorim y su esposa y que hoy se alternan con más signos de deterioro: roturas en el revoque del cielorraso, una pared destruida por un ducto de agua. En un rincón está el dormitorio para los huéspedes, con su ventana luminosa, el cuarto preferido por Jorge Luis Borges según reza la leyenda popular. Más allá se encuentra clausurada la escalera que conduce a la biblioteca.

 

En los terrenos que circundan la casa hay dos inmuebles donados por el escritor. En uno se halla el Museo Histórico. En el otro la Escuela Nº 81, donde puede apreciarse la imagen de Amorim en su pared frontal. “La escuela es el único lugar donde se lo recuerda de modo permanente”, me informa Martha Peralta.

 

EL MEMORIAL DE LORCA. En la costanera al río Uruguay, delante del mirador de la “piedra alta”, se encuentra el primer monumento que en el mundo se dedicara a Federico García Lorca, construido de acuerdo a un proyecto de Amorim. Un trasfondo polémico acompañó a su inauguración, en diciembre de 1953. La intención del escritor era que ésta estuviera a cargo de José Bergamín como vocero de la España peregrina, y que a continuación se representara el drama “La niña guerrillera”, también de Bergamín. Las desavenencias entre los distintos centros de republicanos españoles tuvieron por consecuencia que finalmente el acto fuera realizado por la Comedia Nacional, a través de Margarita Xirgú, Concepción (China) Zorrilla y Enrique Guarnero, con fragmentos de distintas obras de García Lorca. La enemistad entre la Xirgú y Bergamín, que databa de varios años atrás, no estuvo al margen del asunto. El escritor español ni siquiera se hizo presente y se excusó por carta a Amorim: “siento muy de veras no haber estado ahí, contigo, en el momento de tu ‘santa cólera’ para sentir viva, junto a ese muro, en el recuerdo de Federico, la emoción de tus palabras. Pero yo muy poco o nada hubiera podido añadir a ellas. Mejor tal vez haya sido así. Pues a mí ‘las lágrimas de cocodrilos’ me hubiesen indignado y no sé lo que hubiera dicho”.

 

El público asistente fue heterogéneo: artistas y gente vinculada al quehacer cultural se mezclaron con pescadores y lavanderas del lugar. La Comedia Nacional coronó su actuación con  el último acto de “Bodas de sangre”,  Margarita Xirgú se desempeñó en el papel de “la Madre” y, según testimonios que perduran, todo fue sentido tan intensamente que luego algunas lavanderas se acercaron hasta la actriz para darle el pésame.

 

El monumento es sencillo y claro en su mensaje. El muro es de adoquines que fueran donados por contribuyentes y en ellos se estamparon versos de Antonio Machado: “Labrad amigos…un túmulo al poeta/ sobre una fuente donde llore el agua/ y eternamente diga:/el crimen fue en Granada, en su Granada”, etc. El agua corría realmente a los pies del muro: una cañería subterránea, proveniente de la chacra de un republicano español de apellido Menoni, la hacía llegar hasta allí. Hace décadas, sin embargo, que ya no es así. La fuente hoy está seca, despojando al muro de su carga simbólica, restándole atracción.  

  

 

El Taller Pedro Figari

Testimonio de César Rodríguez Musmanno, Arquitecto y artista plástico

 

“Entre 1944 y 1946 estuve vinculado a Enrique Amorim por actividades culturales. Lo conocí en Salto siendo yo niño. Estaba dentro del diario vivir mío porque mi familia y la de él eran muy allegadas. Un tío mío estudió con él en Buenos Aires. Siempre veía fotos que enviaba de sus viajes a mi padre y a mis hermanos. Mis vivencias, luego, junto a él, fueron muy profundas, porque a través suyo tuve la suerte de conocer gente como Nicolás Guillén y Juan Carlos Castagnino, éste último un famoso pintor argentino sobre el cual Amorim escribió una monografía.

 

A Castagnino lo llevó Enrique a Salto para pintar un mural en el Club Uruguay. El mural se conserva hoy en perfecto estado y su tema es muy salteño y de aquella época: las lavanderas del río. Ese mural me impactó. Entonces yo estaba por iniciar preparatorios de arquitectura. También a través de Amorim conocí a Cándido Portinari y a José Echave, luego escenógrafo de la Comedia Nacional en el Teatro Solís en los años 50. Portinari, por su parte, se fue luego a la sede de la ONU, en Nueva York, a pintar otro mural, “Guerra y paz”, y Echave se fue con él.

 

Todo eso me permitió un acercamiento, un conocimiento y una participación muy grande dentro de la dinámica cultural que Amorim tenía en Salto. En los años 45 se estaba gestando allí un movimiento de intelectuales y de gente inquieta por los conceptos en literatura y plástica. Se hicieron reuniones para formar un grupo que se llamó nada menos que Asociación Horacio Quiroga. Enrique vuelve a Salto en momentos en que se estaba gestado esa Asociación.  Interesados por ella y apoyados por Amorim, visitan entonces la ciudad Carmelo de Arzadum y José Cúneo, quienes exponen sus ideas e ímpetus en el Ateneo.

               

Pero Enrique trae algo que nuclea aún más, porque él venía de Buenos Aires y allí, junto a otros, había fundado la AIAPE (Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores). La AIAPE se crea en un momento muy difícil, en Buenos Aires, en Asunción, en Río de Janeiro; era Latinoamérica contra el fascismo, denunciándolo, desenmascarándolo, con el acento puesto en la guerra civil española. Gracias a Amorim la AIAPE pasa a considerar a la Asociación Horacio Quiroga como una filial suya. Esto establece un vínculo que permite la venida de más gente. Así, a través del Arquitecto Herrera Mac Lean y la Comisión Nacional de Bellas Artes, por gestión que se realizara ante el Ministerio de Cultura pidiendo un maestro de taller, aparece José Cziffery, quien llegó por seis meses a Salto y se quedó por el resto de su vida.  Nosotros le llamábamos el Viejo. Era un húngaro de 40 años que en Francia había sido discípulo de Matisse viajando luego a Río de Janeiro. Con él se formó el Taller Pedro Figari, que dependía de la Asociación Horacio Quiroga y tenía a Enrique Amorim como alma mater, como agente sociocultural del medio.

               

Yo ahora estoy trabajando en la Comisión de Homenaje a Amorim y con ese propósito estoy anotando los  nombres de los docentes temporarios en el Pedro Figari y de quienes tuvieron contacto con el Taller o fueron invitados y llegaron a Salto por esos años: Guillermo Botero, un escultor colombiano que vino a Uruguay para construir paños cerámicos para el viejo aeropuerto de Carrasco y que Enrique llevó a Salto donde hizo un horno de cerámica; Hans Planchek, un plástico alemán, que también será escenógrafo del Teatro Solís antes de volver a su patria; Alejandro Michelena; Armando González, “Gonzalito”, que hizo un relieve con el rostro de Enrique y nos daba charlas y hacíamos con él acuarelas y croquis; Américo Espósito; Álvaro Colombo, ceramista que vive en Paysandú; el pintor fraybentino Luis Alberto Solari; los pintores salteños Casimiro Motta, Osvaldo Paz, Leandro Silva Delgado, Aldo Peralta y la que luego sería su esposa, la artista plástica Lacy Duarte; otros, en fin, vinculados a la literatura, como Guido Castillo, Marosa di Giorgio y su hermana Niria. En aquel momento el Taller Pedro Figari, con el maestro Cziffery al frente, llegó a tener veinte, veinticinco alumnos. Todos teníamos metido dentro la problemática social, la miseria y el campo en ruinas, el río Uruguay crecido como aparece en el poema de Amorim, lavanderas como las de Castagnino. Lo que grabábamos eran reflejos de la sociedad, de la vida rural, de los rancheríos. Allí nos formamos. Luego, con el tiempo, cada uno fue avanzando, buscando caminos propios en la plástica.

 

Enrique dejó tras de sí también sus vivencias, sus experiencias de viajero y el modo como las transmitía, en conversaciones en el Taller o en su casa “Las Nubes”. Allí, en el hogar  de Enrique, vi obras de Picasso, de Portinari, antes que en los museos.

 

Luego, como director de Obras Municipales conocí la campaña, viajé a todos lados trazando caminos, alcantarillas, vías de comunicación, y conocí estancias que también había conocido Enrique, estancias de las que habla en sus obras, como la Celeste, la Rosada, y pequeñas poblaciones como Pueblo Palomas, Salcedo, Pueblo Celeste, Rincón de Valentines, Tangarupá. En todos esos lados conocí a la gente, a los peones, y era lo mismo que ver un retrato de Enrique en sus cuentos o novelas, palpé directamente lo que leía de él y eso es lo que más me importa. Lo nuestro era un realismo social con una gran mente abierta, sin  esquemas.

           

Me marcaron la vocación, tanto Enrique Amorim como Cándido Portinari.”

 

Testimonio de Lacy Duarte, artista plástica

 

Lacy Duarte llegó a la ciudad de Salto, proveniente de Mataojo, del norte del departamento, hacia 1952, a la edad de quince años. El Taller Pedro Figari ya llevaba entonces más de diez años de existencia y la pujanza vital del maestro José Cziffery ya no era la misma del comienzo. “Al principio todo había sido muy efervescente pero hay cosas que decaen, hay causas que motivan y otras que desmotivan. No obstante, el movimiento cultural que había en Salto todavía era muy fermental y como dice el argentino Luis Felipe Noé en su antiestética: un artista mediocre en un ambiente efervescente puede llegar a ser bueno y a la inversa, un artista bueno en un ambiente mediocre puede quedar estancado. Yo valoro la importancia de lo colectivo, el intercambio, la solidaridad que había entre los que integrábamos el Taller. En él la corriente estética predominante fue el expresionismo, sobre todo en lo que se refiere a la incorporación de técnicas; lo temático era más libre y había figuraciones que podían tener un sentido social. José Zciffery murió poco después que Amorim. El taller decayó en una larga agonía hasta desaparecer con la dictadura. Poco antes, sus cuadros habían sido enviados a la Universidad del Norte, en Salto.”

 

En su recuerdo, Lacy Duarte coincide en que Enrique Amorim era un verdadero gestor cultural. Un poeta catalán, Jaime Sabartés, que había vivido como refugiado político en Montevideo donde se desempeñó como redactor del diario “El Día”, y que volviera a España en 1935 a pedido de Picasso, era por entonces uno de los principales contactos del escritor. “Amorim era un hombre más vinculado a París y Buenos Aires que a Montevideo. Un hombre que escribía como diez cartas diarias, metódico, que dedicaba horas a esa tarea. Entre otros, se escribía con Sabartés, que era el secretario de Picasso, y nosotros recibíamos información a través de lo que él contaba de su correspondencia. Era en lo que más aportaba Amorim al Taller, en la transmisión de conocimientos. Además traía todos los meses un intelectual montevideano a dar una conferencia en Salto, organizaba concursos locales entre los alumnos del taller sobre paisajes del jardín de su vivienda, hacía una recorrida por las mañanas por las casas de los más allegados al taller para saber qué se necesitaba. Una vez organizó un concurso con un premio de mucho dinero en aquel entonces, cinco mil pesos, y vinieron hasta argentinos.

 

Era un hombre muy curioso: una vez descubrió una fórmula matemática e invitó a un alumno, que era excelente en la materia, para que transformara esa fórmula en una escultura; así se hizo y él luego la instaló en su jardín.  Ahora bien, Amorim daba pero de alguna manera cobraba, exigía que se hiciera lo que él quería, no admitía una opinión contraria. Él para ayudar apostaba al talento en ciernes de algunos y entonces los apoyaba financieramente. El caso de Aldo Peralta, por ejemplo. Le financió dos viajes a Europa: el primero fue por un año y todos los meses le enviaba quinientos dólares (cuando el dólar estaba a la par del peso uruguayo). A pedido de Amorim,  Peralta fue recibido por Sabartés en París y allí conoció también a Amalia Nieto;  después se fue a España, donde hizo unas copias de Goya y tuvo la suerte de conocer a Dumas Oroño. El segundo viaje fue a la URSS, a un encuentro de las Juventudes Comunistas. Lo mismo hizo con otros como Odoardo Minatta.”     

 

Sin embargo, existían en torno al Taller otras personas que, según Lacy Duarte,  sería injusto olvidar. “La Asociación Horacio Quiroga era sostenida económicamente por socios y una pequeña cantidad la aportaba la Intendencia. El Taller era una casa vieja, enorme, en la avenida Uruguay, al lado del Instituto Normal, y era costeado por la familia del odontólogo René Catalogne y por su hermana, que era una especie de madrina de Zcíffery. También por el profesor de literatura Waldemar Carballo y por su esposa “Pocha” Astiazarán, prima del fotógrafo Pantia Astiazarán. Catalogne, por ejemplo, nos arregló la dentadura a todos los alumnos y en lo de Carballo comí durante un año, porque yo había venido del campo a hacer Secundaria y no tenía nada. Era gente de clase media, profesionales. También compraban obras en cuotas. Era la forma que habían encontrado de apoyar a la gente que hacía algo.” 

 

 

                                                 

 

Una peña literaria en Montevideo

           

Antes que se fundara la Asociación Horacio Quiroga en su Salto natal, en los años de la segunda guerra mundial, con más exactitud entre 1940 y 1943, Enrique Amorim llegaba todas las semanas a Montevideo con el propósito de acudir a una peña que se efectuaba en el local de la Editorial Losada, en pleno centro. Era un sitio más para cumplir con su culto a la amistad. “Todos los que allí se reunían eran simpatizantes o cotizantes del Partido Comunista”, recuerda el escritor Rafael Romano que, a sus casi noventa años, conserva una prodigiosa memoria de aquellos lejanos tiempos. “El primero en llegar era Alfredo Gravina porque era el encargado de preparar la caña con yuyos. Por allí cerca estaba siempre Viloroux, que era el dueño de la editorial”. Luego, llegarían los demás, que eran muchos:  Danilo Trelles, cineasta, encargado de las páginas literarias de Marcha, el maestro  Zelmar Balbi, Omero Capozzoli, pintor vinculado a “La Azotea” de Victor Haedo, gente vinculada al teatro como Atahualpa del Cioppo, Rosita Baffico, que era titiritera, esposa del escultor Armando González,  y el actor y director Juan Gentile. “Entre los escritores, o futuros escritores, estábamos Hugo Emilio Pedemonte, Paco Espínola, Alfredo Gravina, Jesualdo Sosa y yo.  A veces llegaban de Argentina Héctor Agosti y Raúl González Tuñón, quienes luego seguían viaje a ‘Las Nubes’. Eran tiempos de guerra y se hablaba fundamentalmente de política y en menor medida de arte y literatura”.

 

Otras veces, la reunión se desplazaba a un bar, ya desaparecido, frente al monumento a El Gaucho, o al rancho de Armando González, en Malvín, donde siempre iban Jesualdo y Atahualpa del Cioppo. “A pesar de su generosidad, Amorim era uno más en la peña, eso sí, siempre pronto a prestar dinero a cualquiera que viera con ropas usadas o rotas. También contribuía financiando en gran parte “Justicia” y él, como otros de la peña, eran muchas veces protagonistas de los titulares de ese periódico.”      

Alfredo Alzugarat
alvemasu@adinet.com.uy

Ir a índice de Ensayo

Ir a índice de Alzugarat, Alfredo

Ir a página inicio

Ir a índice de autores