Prólogo a "Trincheras de papel

Dictadura y literatura carcelaria en Uruguay"
Alfredo Alzugarat

1. A primera vista, nada parece más frágil que una trinchera de papel. Sin embargo, nada hay más perdurable. Cuando la escritura es un acto de resistencia, las palabras permanecen mucho más allá de los verdugos.[1]

Las cárceles de la dictadura fueron sistemas fríamente planificados  para la destrucción del individuo. Ese fue su único propósito. La saña destructiva abarcó hasta el más mínimo detalle cotidiano y fue perfeccionada con celo militante durante más de una década. En el marco brutal de la enorme prisión en que vivió toda la sociedad, las cárceles de presos políticos significaron el punto de consagración de una estrategia tan retrógrada como liberticida. De todo esto se ha denunciado mucho, se habla y se hablará y nunca será suficiente.

            

Por el contrario, en veinte años a esta parte,  poco se ha insistido en la resistencia cultural que afortunadamente existió; en la osada respuesta, constructiva y colectiva, paciente y eficazmente forjada en esas cárceles, es decir, en el vientre mismo del enemigo. Resistencia y respuesta que abarcó todos los ámbitos del saber y del quehacer, abierta a la amplísima gama de cuanto podemos reconocer como cultura de salvación.  Si las cárceles de la dictadura  fueron uno de los mayores emblemas de la peor época de este país, también es posible afirmar que en ellas la dignidad humana libró una dura batalla que, entre sus múltiples consecuencias, dejó obras artísticas y literarias de inapreciable valor. 

           

Se ha escrito sobre la literatura del insilio, es decir, sobre la que se acuñó en los años de dictadura. También se ha escrito, aunque en menor medida, sobre la del exilio. Pero la literatura surgida en la cárcel y como resultado de la cárcel, en el interior de ella y después de ella, sigue siendo todavía hoy un territorio casi inexplorado en la historia de nuestra literatura. Un vacío apenas entrevisto, escasamente abordado, nunca profundizado ni sistematizado en su conjunto.

           

Desde el punto de la vista de la escritura la cárcel fue un universo de riquísimos matices que, al menos como punto de partida, es imprescindible investigar, exhibir, inventariar y reseñar. Generó escritores que jamás pensaron serlo: Marcelo Estefanell, Omar Mir, Ademar Alves, etc. Maduró a otros en ciernes, donde solo había una aspiración a largo plazo lejos de ser practicada: Carlos Liscano, Richard Piñeiro, Jorge Torres, Graciela Taddey. Modificó sustantivamente a quienes ya habían iniciado su trayectoria,  madurando y enriqueciendo su expresión: Mauricio Rosencof, Hiber Conteris, Gladys Castelvecchi, Miguel Ángel Olivera y otros. En total más de cincuenta escritores: cuarenta y cuatro obras en volumen elaboradas con escritos realizados en el interior de la cárcel y más de un centenar realizadas a posteriori por autores que conocieron  e integraron a sus trayectorias esa intransferible realidad [2]. 

           

Durante cuatro largos años he leído las obras de autores que han pasado por la cárcel. Algunas sumamente conocidas y otras, quizá la mayoría, publicaciones precarias, ediciones de autor o de editoriales pequeñas, libros pobremente impresos, de escasa distribución o sencillamente inhallables, sin recepción profesional. Las páginas que siguen dan testimonio de estas lecturas. Se trata, pues, de una panorámica historiográfica de la literatura carcelaria que pretende ser lo más exhaustiva posible, que no se detiene en 1985, año de la liberación, sino que se extiende observando las huellas de aquella terrible experiencia en la posterior trayectoria de sus autores.

He leído y como todo buen lector he extraído comentarios, juicios, conclusiones. Nunca pretendí, sin embargo, realizar un trabajo académico, de crítico profesional. No podría hacerlo. En principio, porque yo también me incluyo dentro de esa larga pléyade, soy uno más modestamente hermanado a todos los que desde la nada fueron capaces de crear. En segundo lugar, porque no se puede evaluar ninguna de estas obras desde el vacío sino ponderarlas teniendo en cuenta las condiciones en que fueron creadas. He procurado pues, en todo momento, un difícil equilibrio entre el afecto y la labor crítica. Creo que ha predominado por mí, por sobre cualquier otro objetivo, la necesidad de dar a conocer este universo, testimoniar sobre su gestación y ubicarlo lo más correctamente posible en el marco de la literatura contemporánea.

La intención final es brindar un homenaje a todos aquellos que, en una situación límite  -seguramente la peor de sus días- fueron capaces de soñar, de crear mundos y aprender a decirlos. Este libro está dedicado a los que supieron responder a la picana con el lápiz, al encierro con la libertad de su imaginación, al dolor con la metáfora, a la censura con la porfiada palabra.  .

 

2. Se ha afirmado, en más de una oportunidad, la existencia de una generación literaria nacida hacia finales de los años 60, generación perdida o trunca, abortada por la fuerza despiadada de una vergüenza histórica. Se dijo de ella que  el 27 de junio de 1973 fue su canto de cisne. Una generación que se verificó fundamentalmente en la presencia de grupos de poetas desplazados de los centros de poder cultural, entonces aún en manos de la generación del 45. Una generación que más que nunca creía en el arma cargada de futuro pregonada por Gabriel Celaya o en la poesía como práctica de la verdad, al decir de Paul Eluard.

 

Quizá estas páginas contribuyan a demostrar como esa poesía rebelde, médula de una supuesta generación trunca, halló  otro  episodio, coherente y definitivo, en la gesta literaria de la cárcel. Tal vez sea posible afirmar que ese universo fue un doloroso filtro, que desaparecidos los grupos donde se iniciaron, sus mejores representantes encontraron en él los medios para continuar adelante (Olivera, Lussich, Padín, Altesor). Aunque no de manera tan rotunda, algo similar sucedió con los que se expresaban a través de la narrativa o el teatro (Rosencof, Conteris y otros). Los acompañan los que se forjaron en la cárcel, los que en ella nacieron a la literatura, aunque algunos hayan publicado por primera vez décadas después de haber vivido esa experiencia.

Tengo la convicción de que esa resistencia cultural librada en las prisiones de la dictadura permitió a estos autores definirse o redefinirse como miembros de una generación de capacidad transformadora, mutante, con  los anticuerpos necesarios para sobrevivir y avanzar.

 

3. Todos los autores aquí presentados practicaron las más diversas formas de literatura e incluso abrieron camino hacia géneros hasta entonces escasamente desarrollados en nuestro medio (narrativa policial, novela histórica, etc.). Ordenarlos, a ellos y a sus obras, ha sido una de las tareas más difíciles.

 

En el universo cerrado de la cárcel la escritura debió ser reinventada desde su más mínima expresión. Nació entre sesiones de tortura con vocación de testimonio, creció en la soledad de calabozos donde solo había recuerdos, prospectos de medicamentos, hojillas de fumar. Ese fue el comienzo. Luego, la práctica colectiva y cotidiana de la escritura de cartas y el inmenso caudal de lectura que puede llegar a devorar un preso, influyeron decisivamente en su desarrollo. La censura y el acto prohibido de escribir contienen un riquísimo anecdotario que pone de relieve, por sí solo, una firme voluntad de resistencia.

 

La poesía fue tal vez el género más desarrollado en el interior de la cárcel: se hizo necesario buscar sus raíces en la poesía contestaria de los años sesenta para luego exponer la obra de los que alcanzaron a publicar estando presos o lo hicieron inmediato a su liberación tomando a la cárcel  como tema casi exclusivo. Un capítulo se destinó a los que se atrevieron a incursionar en los más diversos géneros (narrativa, teatro, ensayo), en la cárcel o después. Otro a la literatura para niños y adolescentes.

           

Muchos escritores fueron liberados y alcanzaron a dar a conocer sus obras aún dentro del período dictatorial, lo que los coloca en una situación ineludible; otros se identifican con el exilio, ya sea porque llegaron tempranamente a él o porque en él permanecen. Luego se encuentran los nuevos, por llamarles de alguna manera, es decir, los que iniciaron o continuaron su trayectoria con obras escritas viviendo ya en libertad, en el período democrático. Dos episodios absolutamente novedosos lo constituyen la novela de la cárcel y el testimonio de la cárcel (este último con algunos lejanos y olvidados antecedentes y aún hoy en pleno desarrollo sumando nuevos títulos año tras año.)

 

Finalmente una aclaración: he procurado acopiar la mayor información sobre las distintas cárceles. Se habla más del Penal de Libertad que de Punta de Rieles sin embargo. Ello es explicable, no solo por la experiencia personal, sino también por las distintas condiciones de reclusión,  más adversa, en lo que a escritura se refiere, en el caso de la cárcel de mujeres.

 

Referencias:

 

[1] El título de esta obra proviene de una recopilación de escritos de José Martí realizada por Félix Lisazo en 1945.

 

[2] Para este estudio se han tenido en cuenta exclusivamente obras publicadas en volumen, individuales o colectivas, de autores encarcelados desde 1968 a 1985 en los Penales de Punta Carretas, Punta de Rieles y Penal de Libertad.

Lic. Alfredo Alzugarat

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