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Presentación de “Usted es culpable: merece morir”, de Juan José Reyes Cavaleheiro y Ariel Poloni Dabalá. (Durazno, 18 de septiembre de 2009)
por Alfredo Alzugarat

El devenir de una vida, al igual que el devenir de la historia, es el continuo sucederse de hechos que son efectos de causas anteriores y que, a su vez, devienen, se transforman en causas de nuevos hechos. Encontrar estas causas y reconocer estos efectos, encontrar la relación y su sucesión es explicar una vida… Si este libro explica el devenir de la vida del profesor Reyes y el de su familia, y la vida del profesor Poloni y de su familia, habré cumplido la misión que me he planteado”, afirma en este libro un misterioso narrador llamado Max Teo, quien dice haber seleccionado y organizado los materiales que lo comprenden a la vez que ha intentado servir de moderador en las extensas conversaciones entre ambos protagonistas, transcribiendo sus palabras, siguiendo el juego de sus reflexiones, en múltiples sesiones, sospecho que a través de muchos meses, quizá años.

Max Teo no se equivoca. Este libro tiene como epicentro el devenir de dos vidas y en consecuencia también, la de quienes rodearon esas dos vidas.  Dos vidas cuyas trayectorias, como las de muchos otros, perfectamente pueden ser consideradas como emblemáticas de una etapa histórica, de un momento imposible de olvidar en la historia de este país. Dos vidas que merecen ser conocidas porque arrojan luz sobre circunstancias que marcan décadas y generaciones, circunstancias cuyas consecuencias permanecen entre nosotros y de las que sería un profundo error, un imperdonable error, pretender desconocerlas. Quiero decir entonces que Juan José Reyes y Ariel Poloni, al ofrecernos este libro, cumplen con el viejo e imprescindible oficio de testimoniar que, por cierto, es el registro más directo, más real, más vivo que podemos hallar sobre el transcurso de la historia de un pueblo.  

Reyes y Poloni cuentan lo que marcó sus existencias, lo que han creído que posee un valor social, útil para la memoria y por eso el libro, este libro, profundiza largamente en la década de los sesentas, esa década crucial que cambió al siglo pasado, y se cuentan también las consecuencias de esa década. Por eso esta historia comienza en Durazno, en esta ciudad, como era esta ciudad hace cincuenta años, y llega necesariamente hasta nuestros días, porque creen los autores con certeza que lo que sucede en este presente, en muchísimos aspectos, es producto de ese pasado que ambos vivieron tan intensamente.

Un libro entonces donde se cuenta y se reflexiona, que podía haber sido eso sencillamente, la transcripción de una extensa conversación entre dos amigos que se encuentran luego de décadas de ausencia y tienen un mundo para decirse. Repito que podía haber sido sólo eso y hubiera estado bien si hubiera sido solo eso.  Se trata sin embargo de profesores, esa profesión tan absorbente, donde nunca se puede dejar de enseñar. Dicen que los buenos profesores son así, que enseñan a toda hora, a tiempo completo, enseñan en el aula, en la calle, al desayuno, en el paseo, no nos atrevemos a sospechar hasta en qué momentos más pueden enseñar. Y dos profesores, en las circunstancias que hemos referido, no pueden dejar de hacerlo. Hay en este libro también entonces una vocación didáctica que orienta sus páginas, una vocación didáctica que me interesa subrayar,  y cuando esos dos profesores son además, como en este caso, “bichos políticos”, preocupados, más que preocupados identificados con la suerte de los que lo rodean y del pueblo entero, la vocación didáctica se dispara a su enésima potencia. Por eso cada cosa que se menciona en este libro va acompañada de sus antecedentes y su marco temporal.  Todo cuanto sucede en este libro, aunque sea en este epicentro de Durazno, va acompañado de un marco internacional y nacional. El lector podrá seguir el itinerario de estos profesores en un Durazno nostalgiado con aromas del Yí, con murmullos del Sorocabana, con vecinos viviendo en paz y tranquilidad, pero a la vez estará al tanto, en todo momento, del acontecer en el mundo y sobre todo de los cambios políticos que lenta, ineluctablemente, se venían procesando en nuestro país y que todo lo iban a cambiar. 

Como si fuera poco, en otra ocurrencia propia de profesores no cabe duda, los autores han deseado ilustrar, documentar todo lo que cuentan, y entonces hay reunidos en estas páginas decenas de documentos, actas, fragmentos de periódicos locales, decenas de fotografías, discursos, sesiones de la Junta Departamental, cartas, citas, volantes, afiches, caricaturas, todo lo que han creído necesario para que el lector se sienta instalado en una historia que no puede nunca resultarle ajena, una historia que puede ser parecida a la suya si se trata de un lector de algunos años o que puede abrirse con la bondad de una enciclopedia para el joven, para el que no vivió todo aquello pero no puede dejar de conocerlo.

Destaco una vez más esa voluntad didáctica que caracteriza a este libro. La destaco también porque cuando Ariel me llamó por teléfono para anunciarme que yo tendría el honor de presentar este libro lo primero que se me ocurrió decir fue, bueno, pero mirá que yo no soy de Durazno, conozco la ciudad de pasada nada más, voy a quedar como un intruso, Ariel me retrucó que eso no importaba en absoluto, y creo que tenía razón: después de haber saboreado este libro uno comprende que era verdad lo que me decía, en este libro está Durazno en aquellos años pero también está el Uruguay entero.

Resumiendo, este libro simula entonces una conversación donde Ariel y Juan José dan rienda suelta a sus recuerdos y emociones, sin reprimirse, como les vienen llegando, asociando un hecho con otro o con otros, reconstruyendo palmo a palmo sus vidas y el momento histórico que les tocó vivir. Tantos fueron sus recuerdos, las reflexiones que se les ocurría ante cada cosa, los destellos del pasado que llegaban hasta ellos, todo lo que era necesario aclarar, rever, investigar incluso, que necesitaron de un intermediario que les ordenara la charla, ese es el Max Teo que mencioné hoy al comienzo, y ese es el único soplo de ficción que tiene este libro, inserto por lo demás en la más meridiana verdad, en la esencia de lo que debe ser un testimonio.

Ordenada cronológicamente esta historia comienzo con un concurso de profesores que en 1960 permitió reunir por primera vez a los autores en el Liceo Departamental Dr. Miguel Rubino, de esta ciudad. Desde entonces, todo cuanto suceda en ese liceo estará ligado a sus vidas, sobre todo cuando lleguen los años de la Interventora, los años del pachecato y la decisión planificada y alevosa de dividir, dividir el centro de profesores del liceo, dividir a los estudiantes e incluso dividir a los padres de los alumnos creando organizaciones paralelas, yo diría amarillistas, sujetas a directivas que venían de arriba, y más que de arriba de muy lejos, y que tenían por fin anular conciencias, cerrar los ojos a una realidad que cada día se volvía más evidente. Es una época de movilizaciones estudiantiles en todo el mundo que también se hicieron sentir en este pago y que colocó a estos dos profesores en el centro del torbellino. Es un momento fundamental del pasado reciente al que aquí se alude. Quisiera matizar un poco con mis recuerdos esos hechos que se cuentan en el libro. Cuando estos dos señores ya eran profesores yo era apenas un estudiante del liceo Bauzá de Montevideo, aquello más que un liceo era una batalla campal cotidiana contra las organizaciones fascistas que al año siguiente darían lugar a la creación de la tristemente recordada Juventud Uruguaya de Pie, era la época del Manco Ulises y de muchos otros oscuros personajes que no vale ni la pena mencionar sus nombres y que terminarían todos en las Fuerzas Armadas, oscuros individuos que al mejor estilo de los “camisas negras” de la Italia de Mussolini llegaban en camionetas con cadenas y piñas americanas para golpear a otros estudiantes cuyo delito era pensar distinto a como lo hacían ellos. Y en aquel entonces recuerdo que ya se hablaba de Durazno, de Durazno como una de sus plazas fuertes, estaba el propio Montevideo y en el interior se hablaba de Salto sobre todo y también de Durazno.

Es un momento clave políticamente también, momento de extremos nítidos que dividían a la sociedad uruguaya, con la represión del pachecato por un lado, aquí puntualmente reseñada con lujo de detalles, y con el surgimiento del Frente Amplio por el otro, y ambas cosas se vivían también aquí en Durazno. Momento primigenio, fundacional, que une a individuos provenientes de distintos sectores políticos en una convergencia común. Y allí va a estar el profesor Reyes, vinculado al flamante Movimiento Nacional de Rocha, siguiendo el pensamiento de un político bastante olvidado hoy, quizá deliberadamente olvidado por sus correligionarios, como fue el doctor Javier Barrios Amorín. Y allí va a estar Ariel Poloni, cuyas simpatías apuntaban hacia las marchas cañeras que entonces atravesaban de norte a sur nuestro país y a su líder Raúl Sendic y al movimiento tupamaro. Momento de fermentación y de utopías, de sueños que recorrían el continente al impulso y al calor de la revolución cubana y sus barbudos, momento casi mágico en Uruguay en que se concretaba nada menos que la izquierda unida, el pueblo unido, unión que, atravesando las más duras circunstancias, llega hasta nosotros con la sólida textura que hoy posee.

Y este es otro de los puntos altos del libro en su valor testimonial, porque seguimos sabiendo poco del interior, de lo que pasó en el interior en aquellos años y durante la dictadura. Sigue siendo todo eso que estamos hablando una historia relegada por la macrocefalia montevideana que es necesario rescatar porque, como dicen los autores, la formación del Frente Amplio tuvo matices distintos en cada departamento, en cada ciudad. Se recorre entonces esa etapa, ese proceso, que culminará llevando como candidato a la intendencia al Doctor Berezmundo Peralta, una inolvidable persona a quien tuve la suerte de conocer y que para todos los que estábamos allí cumplió una función vital en la enfermería del Penal de Libertad.

Y hay margen para más en este libro y en la vida de los autores porque también está aquí el proceso de fundación del Instituto Cultural Anglo en esta ciudad y esa quijotada, esa otra quijotada como es la de este libro, que fue la impresión en tacos de madera del cuento “El gato”, del escritor uruguayo Mario Arregui, un episodio memorable que debería ser mejor conocido en la historia de nuestra literatura nacional.

Está finalmente el momento terrible de la represión al pueblo en 1972, la guerra contra el pueblo como se denunciaba en ese entonces, “la guerra es contra el pueblo y no nos detendrán”, decía una consigna coreada en las calles inmediato a la aprobación del Estado de Guerra Interno, guerra contra el pueblo y no sólo contra una organización armada como muchos todavía hoy creen, historia de una salvajada a escala nacional llevada adelante por las Fuerzas Armadas, de tortura, muerte y prisión, que también caería sin contemplaciones, como a tantos, sobre Reyes y Poloni. Y está aquí la historia de las numerosas detenciones a Reyes, no hay seguridad en el libro de cuántas fueron, si cinco, seis, hasta siete, ese Reyes que, no obstante, a pesar de todo, irá después a visitar en el Penal de Libertad a su amigo de siempre, a Ariel Poloni, y lo irá a visitar increíblemente el día 27 de junio de 1973, el día del golpe de estado. Y allí lo esperaría Poloni, de mameluco, pelado, con una larga prisión por delante.

Ha conservado el profesor Reyes para notable ilustración del pasado reciente de los uruguayos, las esposas de fabricación casera, el número y la venda que cubrió sus ojos en la primera detención, todo fotografiado aquí, un material único, que hoy sería imprescindible se exhibiera en un museo de la memoria.

Está lo que han querido contar ambos y están sus pensamientos, sus reflexiones, porque son seres pensantes que viven los hechos y tratan de extraer lo positivo de sus vivencias. Y aquí filosofan y discurren sobre lo posible y lo imposible; sobre el poder y el querer; sobre valores perdidos a nivel popular y que es imprescindible rescatar, como la solidaridad y la confianza mutua; sobre la fuerza de las utopías; sobre si el tiempo pasado fue mejor o fue diferente. Se especula sobre las causas reales del acontecer histórico y se arenga y se condena a la teoría de los dos demonios. Se analiza la situación política y se opina sobre el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, sobre el Frente Amplio, sobre los gobiernos de izquierda. La mayoría opiniones polémicas, para degustar lentamente.

Permítaseme ubicar este libro también dentro de otro contexto, no sólo como un capítulo más de la actual literatura testimonial uruguaya, sino también como una consecuencia de la escritura carcelaria. En la cárcel, donde escribir era un modo de resistencia, Ariel Poloni realizó un libro ilustrado de cuentos para niños, dirigido a su hija Ileana, al que llamó El país de los colores, el país del amor.  Fue quizá el primer libro que se escribió en  el “campo de concentración de Libertad”, como Poloni insiste en llamarle, y el único quizá que pudo “salir” de allí con el destino de ser publicado.  Participaron en su diseño e ilustración muchos compañeros presos y se logró su publicación después de numerosos interrogatorios y fuera del país y aún los ejemplares que llegaron al Uruguay fueron confiscados.

Poloni nació como escritor en la cárcel, como muchos otros compañeros, y hace pocos años reincidió con la elaboración de otra obra original, Cuando la palmera se enamoró del viento… y otros cuentos, 1972 – 1985, elaborada junto a su hijo Hernán, libro donde por primera vez se desmenuzan temas comunes al preso y al familiar desde los dos ángulos posibles, desde el que está adentro y desde el que está afuera, temas como las visitas, el mameluco, las cartas, el paquete y otros temas.

Ahora Poloni nos presenta otro libro de factura singular junto a su entrañable amigo Juan José Reyes, libro documental, testimonial, al que no encuentro mejor modo de dar fin a su presentación que recurrir otra vez a las palabras del misterioso e infalible Max Teo:

“Cuando nos pusimos a ordenar estos papeles y recortes, aquellas ideas y recuerdos, olvidos y sentimientos, amores y odios, en fin todo lo que aquellos veteranos profesores sediciosos narraban y corregían y asociaban… comprendí que eran trozos de vida tan sentidos, tan sustanciosos, tan valiosos que me sería muy difícil ordenarlos y darles el sentido que ellos les daban. Los lectores comprenderán que no estamos narrando un partido de fútbol o los efectos de la lluvia en abril, estamos tratando de entender, hoy, lo que vivieron ellos ayer, cómo lo vivieron, cómo lo sintieron.”  

Lic. Alfredo Alzugarat

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