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Descubriendo un artista
Las casas de Matosas
Alfredo Alzugarat
alvemasu@adinet.com.uy

 
 
 

Entre 1934 y 1936, Francisco Matosas concluyó tres de sus más importantes realizaciones: las fachadas de dos casas en la ciudad de Mercedes, en el 327 y 337 de la calle Careaga, y la remodelación del casco de la estancia La Carolina. Las barandas arbóreas, la profusa pedrería de los mosaicos, la gama de tonalidades opacas, las falsas puertas o ventanas, las figuraciones vegetales, los bustos, mascarones y cruces adosados a las paredes, las esculturas de bulto y los bajorrelieves, generosamente expuestos, marcaban el esplendor de su obra y llevaban al extremo el aire solemne y abigarrado, a la vez extraño e inquietante, de sus creaciones. Tenía alrededor de cincuenta años, seis hijos y una próspera situación económica amasada día a día como comerciante que le había permitido adquirir numerosas propiedades. Su mayor placer, sin embargo, era concretar un sueño que realzaba a su verdadera vocación: plasmar un estilo arquitectónico propio.

 

Sin títulos que lo acreditaran, solo con su gran experiencia y su notable capacidad de trabajo y de observación, incomprendido para muchos, Matosas debió limitarse a ornamentar construcciones de su propiedad. Para sus contemporáneos y vecinos no era otra cosa que “un panadero al que le daba por hacer casas raras”.

 

El hombre, el artista. Nacido en 1886 en Badalona, Cataluña, Francisco Matosas i Amat, como tantos, debió emigrar a América en los albores del siglo XX, presumiblemente por sus vínculos con el anarquismo. Tras un pasaje por Santiago del Estero, donde es posible atribuirle varias muestras de arquitectura funeraria, hacia 1916 se estableció definitivamente en Mercedes, la capital de Soriano. De 1920, cuando se ganaba la vida en una jardinera vendiendo pan y galletas a domicilio, data la construcción de su primera casa, hoy demolida. A partir de allí, desplegaría en no menos de veinte sitios sus técnicas y su imaginería dejando para la posteridad una obra original, de notoria influencia gaudiana y por lo tanto emparentada  al modernismo catalán.

 

La destreza en el manejo de herramientas específicas de un escultor y la cercanía de los recursos empleados permiten suponer que en algún momento, seguramente en su región natal, Matosas debió de conocer en profundidad al menos parte de la genial y removedora obra de Antoni Gaudí. Los Jardines Artigas, en la Pobla de Lillet, con sus barandas de troncos, sus serpientes enroscadas y sus fuentes grutescas, motivos que  tanto se repetirían en Matosas, así parecen demostrarlo. Su estadía de seis años en  Argentina abriga también una posible relación con otro español, el escultor Rafael Delgado Castro.

 

No obstante, más allá de las influencias, lo sustancial de su obra fue producto de su tesón y disciplina. Aunque trabajaba sin modelos a la vista, a veces haciendo dibujos en el suelo o reelaborando mentalmente lo que veía en diarios y revistas que atraía su inspiración, existió en él una voluntad estética consciente y definida que, tomando como base una libre reinterpretación de lo gaudiano y/o de otros creadores del modernismo catalán, desembocó en un eclecticismo creativo, capaz de fagocitar nuevos ingredientes incorporados a lo largo de su vida.

 

En la década de los cuarentas Matosas sumó otros dos trabajos que amplían la dimensión de su obra: la llamada “casa del aviador”, con su homenaje a Luis Tuya, piloto mercedario que muriera en defensa de la República Española, y la casa de la calle Cassinoni 320, que recuerda un templo coronado por una vendedora de rosas.

 

La muerte le llegó repentinamente en 1947 sin darle tiempo a revelar sus secretos a su ayudante preferido, Humberto Nazabay. Quedaron sus casas, fieles testimonios a la espera de alguien que supiera apreciarlas. Aunque algunas continúan  habitadas por sus descendientes, otras, a lo largo del tiempo, han sido parcialmente modificadas o destruidas. Hasta ahora, a sesenta años del deceso del constructor catalán, solo un artículo de prensa local del historiador Manuel Santos Pírez dejaba entrever la riqueza que en ellas permanece. A los uruguayos les cuesta mucho valorar lo que poseen.

 

Una investigación exhaustiva. Luis Morales (Mercedes, 1963), Licenciado en Letras por la Universidad de La Habana, fotógrafo y profesor, dedicó más de cuatro años a recoger información y registrar y comprender la vida y la obra de Francisco Matosas. El resultado es Matosas el constructor, un libro que alterna una pluralidad de voces testimoniales con un relato que pormenoriza la investigación realizada (“la historia de la historia”). A la manera de un moderno film documental, treinta testigos de la trayectoria vital y artística del “albañil” catalán aportan su información, en tanto el autor cuenta como conoció a la mayoría de ellos, reflexiona, conjetura y ordena los hechos para finalmente evaluar a profundidad el aporte estético de la obra matosiana.

 

Morales parte de muy pocos elementos: más allá de ese “museo abierto” que representan las casas del barrio Mondongo de Mercedes apenas contaba con un escaso número de personas que habían conocido personalmente a  Matosas. El rigor de la metodología empleada y la responsable voluntad con que la lleva a cabo lo instan, en su búsqueda de indicios, a recorrer Buenos Aires, Santiago del Estero, Paysandú, Fray Bentos, Montevideo y estancias de Soriano, a entrevistarse con técnicos, autoridades, artistas e historiadores, recolectar cuantiosa documentación pública, fotografiar en abundancia y a la vez recuperar añejas fotografías. La paciente labor le permite trazar un diseño aproximado del periplo de vida de Francisco Matosas donde lo probado queda claramente expuesto en tanto la fuerte carga conjetural se respalda en un sólido análisis de los datos. Se descubre así la imagen de un hombre de vida sencilla y ordenada y el valor de una obra desconocida para la mayoría.

 

Importante al estudio es también la contribución de Alejandro Michelena. El conocido autor de Montevideo la ciudad secreta, veterano cronista de paisajes urbanos, a pedido de Morales explora con erudición una veta no menos atrayente de las figuraciones matosianas: la muy probable presencia de un mensaje esotérico expresado a través de reiterados simbolismos masónicos, alquímicos y rosacruces. Los nexos entre los “ácratas” de principios de siglo y la francmasonería,  la imagen del dios Mercurio presidiendo más de un edificio, las cabezas de leones alados con argollas en sus fauces, la estampa de un Cristo y triángulos, estrellas, rosas, cruces, columnas y pisos en damero blanco y negro conducen a adjuntar a la imaginería ornamental matosiana una iniciación en los secretos de la masonería y de otras corrientes esotéricas. Distintos caminos, el artístico y el espiritual, aquilatan la dimensión de una obra a la que ahora corresponde proteger y prestarle merecida atención.

 

MATOSAS EL CONSTRUCTOR, de Luis Morales. Ediciones Cauce, Montevideo, 2007. 325 págs (con ilustraciones).

Alfredo Alzugarat
alvemasu@adinet.com.uy

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