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Las cárceles de la dictadura como espacios de lectura y reescritura del Quijote
Lic. Alfredo Alzugarat
alvemasu@adinet.com.uy

La quiebra de un banquero a quien confiara dineros públicos fue la causa de que el 6 de setiembre de 1597 Miguel de Cervantes Saavedra, entonces Comisario Real de Abastecimientos de la Armada Invencible, fuera enviado por tres meses a la cárcel de Sevilla. Allí, en ese sitio donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación[1], se afirma que habría esbozado el plan y los primeros capítulos de su genial obra.  Cumpliría allí también los cincuenta años de edad y es muy probable que lugar y fecha tan especiales le invitaran a una reflexión sobre su propio pasado cuya consecuencia se plasmara una vez más en la voluntad de escribir, en la creación de un personaje de su misma edad que de algún modo sublimara su experiencia vital. El recuerdo de la armada cristiana de Juan de Austria, la batalla de Lepanto, los cinco años de cautiverio en Argel, sus libros anteriores, permanecerían latentes a la espera de una síntesis anhelosamente buscada. A la realidad de la cárcel se sumarían sus copiosas lecturas, las cuales terminarían por brindar la sustancia

indispensable para el nacimiento de una criatura y de una obra sin precedentes. Por esta razón Don Quijote, esta invectiva destinada a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías[2] según su autor, con gran acierto ha sido definido también como un libro que está hecho de otros libros y que gira en torno al libro.[3]

Con su inmortal obra, Cervantes probó que cualquier espacio puede ser válido para soñar y crear un mundo, incluso el estrecho y lóbrego de una prisión. En una cárcel, el solo hecho de responder con la imaginación a la desolación impuesta, como antes lo había sido para Marco Polo y después de Cervantes para cualquier otro preso en el mundo, es una forma de resistencia a la suspensión de la vida a la que es obligado el individuo, un desafío a la censura y a la autocensura, a la incomodidad y al triste ruido. Es una dolorosa manera de aprender a transformar el entorno, de desestructurar la realidad por obra exclusiva del ingenio y en función de la vida, es decir, de convertir la incomodidad y el triste ruido en sensaciones propicias, plenas de sugerencias, capaces en última instancia, siguiendo la suma modestia del  testimonio de Cervantes, de engendrar la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno.[4]

Allí, en la cárcel, Cervantes debió quedar solo con su pasado y con sus lecturas. Hay quienes se han aventurado a suponer que la biblioteca de don Quijote, explicitada cuando el cura y el barbero proceden al escrutinio de sus libros, bien pudo haber sido la de Cervantes. Según Daniel Eisenberg,  la comparación de los precios de los libros con los ingresos de Cervantes indican que cabía dentro de los límites de sus posibilidades haber adquirido (...) una biblioteca de las mismas dimensiones que la de su protagonista.[5] Justo es decirlo, esta conjetura citada por Edward Baker en una obra titulada precisamente La biblioteca de don Quijote, refiere al momento de la enunciación de Las aventuras del ingenioso hidalgo..., es decir, a los primeros años del 1600. En los hechos, sin embargo, poco importa si el conglomerado libresco que conforma al genial personaje había sido adquirido o conocido por otros medios, si fue antes o después de la cárcel. Lo único cierto es que éste, nuestro don Quijote, engendrado en prisión, es imposible entenderlo sin esa indiscutible matriz, esa es la naturaleza que lo vuelve lleno de pensamientos varios y nunca imaginados.

El nexo lógico entre la biblioteca y la creación literaria, esa dialéctica fructífera que va de la lectura a la escritura para generar más lectura, tuvo su espejo en el propio Alonso Quijano, entonces un hidalgo que, llevado por su obsesión de leer y leer, antes de que se le secara el celebro, experimentó la necesidad de escribir. Así, ante la lectura de las andanzas del caballero don Belianís, muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y darle fin al pie de la letra, como allí se promete. Mayores y continuos pensamientos[6], como se sabe, impidieron que Quijano se convirtiera en escritor. Su mente desvarió y prefirió llevar a la práctica lo que leía, es decir, escogió simplemente ser lo que quería ser y vivir la literatura, encarnarla, llevarla consigo y redescubrirla ante cualquier circunstancia y donde quiera que fuese.

Si en el proceso de su fantasía la tentación de escribir estuvo presente, ella subsistirá aún poco después, durante su primera salida en solitario en el campo de Montiel, cuando adivina las palabras iniciales del sabio o coronista que contará su peregrina historia.[7] Como el propio Cervantes, no cabe duda que también su personaje experimentó esa mecánica íntima que surge de la mera asimilación de lo leído, ese abastecimiento subliminal que va  sedimentado la mente con el correr del tiempo hasta adquirir un punto de efusión preciso, insostenible, deseo de escribir, necesidad que embarga por entero el espíritu y que estalla finalmente en escritura. Por fortuna, esta dialéctica de lectura y escritura no los tiene solo a ambos por protagonistas. Son y serán muchos los que se han visto y se verán interiormente sacudidos por ella, los que admiten que la práctica sistemática de la lectura, el propio reconocimiento de lo que por esa vía nos conmueve, nos obliga a examinarnos o nos produce admiración, lleva implícita una voluntad de imitar el acto de crear, de participar de él. Condiciones similares, al menos en los aspectos centrales, bastarían para demostrarlo.

La lectura constante en individuos dedicados a  sueños de justicia social (producto de un biblioteca nutrida por familiares a lo largo del tiempo y que, en el Penal de Libertad, entre los años 1972 y 1985, superó largamente los diez mil títulos), el aislamiento (no de aldea manchega ni de celda sevillana pero sí de cárcel sin acceso a otros medios de comunicación) y un ocio obligado, de 23 horas diarias de encierro, que necesariamente había que volver productivo, pudieron generar, casi cuatro siglos después, en las cárceles de presos políticos de la dictadura uruguaya, no solo los mismos deseos de leer sin pausa sino también la consecuencia para muchos de animarse a escribir unida a una admiración, comprobada en numerosos testimonios, por la vieja y siempre nueva novela de Cervantes. Esta conjetura, aún con todas sus acotaciones imaginables, no deja de ser audaz. Se podrá decir que los señalados eran los únicos puntos en común y es verdad, aunque no es menos cierto, son los más importantes a la hora de efectuar una analogía entre las condiciones de enunciación.

"Leer no es lo contrario de escribir sino la misma cosa, la otra cara de este noble y fecundo oficio. El que lee con asiduidad y sin crispación noticiosa, está en realidad creando aquello que le dice el libro. El mundo se va haciendo texto en su lectura, ha expresado el escritor español Francisco Umbral[8]. El mundo textualizado a través del libro incluye la textualización del entorno más inmediato. La biblioteca del Penal de Libertad, biblioteca  de uso permanente, incidió de mil maneras distintas en la convivencia de miles de presos que resistían un infierno destinado a agredirles diariamente y su más maravilloso producto fue, precisamente, el surgimiento de una especie de fusión intelectual que textualizó  la existencia cotidiana. Recuerdan Phillips-Treby y Tiscornia en su libro Vivir en Libertad como una vez, caminando en fila rumbo a la visita, pasamos cerca del sector A de la barraca 3. Fuera de la alambrada de la barraca había dos o tres presos carpiendo, y uno de ellos, al ver que el guardia que conducía la fila era uno de aquellos villanos vocacionales, de los que se destacaban, alertó a sus compañeros diciendo:

-¿Vó, te acordás de Javert?

Si de algo se podía estar seguro era que el guardia no había leído Los miserables de Víctor Hugo, y no podía por lo tanto ubicar al personaje. Y claro está que la mayoría de nosotros, si no hubiéramos estado en cana, tampoco lo hubiéramos hojeado nunca. Pero estábamos, y la biblioteca y los libros eran parte importante de nuestras vidas...[9]

La lectura era tema recurrente en trilles de recreo, en guardias de enfermo, en cualquier posibilidad de comunicación, legal o ilegal. Mientras se jugaba al fútbol caminábamos alrededor de la cancha conversando sobre Goethe, anota Carlos Liscano en su Diario de El informante[10]; Marcelo Estefanell recuerda en uno de sus breves artículos en Brecha como él con Juan Pablo y el Turco estábamos enfrascados en una discusión capítulo a capítulo, trille a trille- sobre la Antropología estructural, de Claude Lévi-Strauss[11], y rumbo a la enfermería, en un encuentro furtivo con otro compañero, Iris Sclavo recuerda haber recibido el consejo de leer el Ulises, de James Joyce, porque es un libro que solo se puede leer estando preso.[12] Toda la realidad de la cárcel podía ser referida, ilustrada, comprendida y explicada a través de los numerosos libros que conformaban el mundo diario de los presos. La observación, el recuerdo, la palabra, estaban impregnados de lo libresco.  El hombre tipógrafo, aquél del que hablaba Marshall McLuhan, también pasó por las cárceles de la dictadura uruguaya. 

Quiero sumar mi testimonio sobre la lectura en la cárcel y la lectura del Quijote en particular. Recuerdo que en 1980 me aislaron en una celda del quinto piso. Nada había en su interior salvo un ejemplar del Quijote que por descuido allí quedó. Nunca lo leí con tanta atención, agradecí a algún ser superior mi extraña fortuna y me sentí Alonso Quijano leyendo hasta secársele el cerebro, me sentí don Quijote cabalgando con sus sueños a cuestas, la manchega llanura era todo el mundo posible, Dulcinea la única mujer, Sancho el mejor amigo. Nada había que no estuviese en ese libro. En esos días, junto a Cervantes, nací de nuevo, reí, lloré, perdí la noción del tiempo y sobre todas las cosas soñé, soñé incansablemente. Aprendí que el Quijote es un manual para soñadores, para cazadores de utopías, para los que no les alcanza con vivir su sola vida y quisieran vivir la de todos. Comprendí que valía la pena leer aunque fuera por ese solo  libro y me sentí el hombre más afortunado.

Esta admiración por el Quijote fue también compartida por muchos otros y no faltaron quienes encontraron en ella claves para la creación. El Quijote, una obra surgida cuando aún la novela no poseía una teoría ancilar, que cuenta con la magia de desmontar los mecanismos que pone en acción, parodiar y a la vez armar su propia poética al punto de imbricar ficción y realidad, es uno de los ejemplos más claros de cómo el mundo puede ser objeto de textualización  y de cómo lectura  y escritura pueden ser envés y revés de un mismo proceso. 

El Quijote como paradigma a emular y cifra de una sociedad justa y humana, motivó a Juan Baladán Gadea su texto La vuelta de don Quijote, poema que forma parte de su colección Voy soñando calles, publicado en 1989  durante su exilio en Italia. Dice en él que Don Quijote hoy renueva la aventura/ del hombre en su ser pleno. Para el poeta el discurso optimista del Quijote, su palabra "portadora de amistad,/ de valentía y dignidad/ alumbra la vida nueva, es norte, guía, estrella del que avanza[13]. La imagen del Quijote así presentada por Baladán se identifica con el estereotipo que del personaje poseía una izquierda intelectual que aspiraba, en última instancia, a la utopía de acceder o retornar a una edad dichosa donde se ignoraban las palabras de tuyo y mío.

En la cárcel de presas políticas de Punta de Rieles las condiciones eran aún más limitadas: mayor represión y censura y en circunstancias extremas, ausencia de libros y hasta de lápiz y papel.  Ni siquiera hay certeza de que el Quijote haya circulado por sus celdas. Gladys Castelvecchi sin embargo, quien ha confesado que el Quijote es un libro al que me gusta releer hasta el infinito, tiempo después de salir en libertad, apoyándose en fragmentos, releyendo y recreando, apostilló las grandes obras de la literatura española en su colección de poemas titulada Ejercicios de castellano, obra que publicara en 1984, aún durante el período dictatorial. Allí rodeó la escritura de Cervantes relacionando personajes laterales y aleatorios, inventando nuevos ángulos para revisar la historia de don Quijote. Precisamente, según la propia autora, fue el poema De Sanchica a Alifanfarina (de la hija de Sancho Panza a la hija de Cide Hamete Benengeli), el disparador de la obra. Once poemas conforman el espacio dedicado al Quijote. En ellos, en diálogo cómplice, Dulcinea del Toboso le escribe a Maritornes: Comadre mía:/ habedes de saber/ que si supiere escribir/ o si estuviéremos más avecinadas,/ os diera cuenta/ de lo majo que le vi partir,/ la mañanica,/ por esos campos de Montiel afuera...[14] El Quijote, libro de libros, es capaz de producir inusitadas correspondencias entre sus personajes, producto de fantaseos y lecturas inéditas que rescriben al gran libro una y otra vez: al intercambio epistolar entre Cide Hamete Benengeli y Miguel de Cervantes y Saavedra le sigue el diálogo entre Teresa Panza y su hija Sanchica y la carta que habrá de entregarse a Sanchico al correr de los años. Don Quijote, el caballero, escribe una vez más a su amada Dulcinea pero también lo hace con su padre: Me han alcanzado los postreros pliegos/ en que tu historia corre con la mía/ y emocionado leo/ que allí dejas tu empeño,/ tu bien tajada pluma, tu porfía,/ tu condición de dueño.../padre Hamete Cervantes y Saavedra.[15]

Por su parte, Marcelo Estefanell, en sus largos trece años de reclusión en el Penal de Libertad leyó tantas veces el Quijote que nunca pudo dejar de hacerlo. Lo leyó treinta años más y producto de esa adicción, del placer y las múltiples reflexiones que ello le implicó, Don Quijote a la cancha[16], obra que publicara hacia fines de 2003, encierra, más que una interpretación al libro de Cervantes, un sincero y cálido homenaje a sus personajes y al poder de la imaginación. Lejos de un sesudo estudio académico, con deliberada intención desmitificadora y combatiendo toda solemnidad, situándose en pie de igualdad con el lector, Estefanell, desde el título, procedió con el Quijote de la única manera que creyó pertinente con la más grande y primera novela moderna, donde la burla y la sátira son las principales dueñas de la obra. Seleccionando vastos fragmentos, ordenándolo temáticamente, lo comentó en un tono directo y coloquial, lo esclareció al ilustrarlo con ejemplos de la vida diaria y lo expuso al fin disfrutándolo una vez más, sin olvidar que su misión era orientar a otros para que también pudieran disfrutarlo.

  Cervantista autodidacto, con tozudez similar a la de Alonso Quijano, Estefanell no supo poner punto final a su pasión. Por el contrario, dejándose llevar por el impulso de Don Quijote a la cancha, pocos meses después, dio el salto que le permitió crear El retorno de Don Quijote, caballero de los galgos[17]. El esfuerzo por aprehender la gran obra derivó inevitablemente en la ficción, en una continuación de la célebre obra cervantina.

Muy al contrario del Quijote falso de Fernández de Avellaneda, Estefanell realiza su tarea con el sano deseo de provocar la lectura o la relectura de la obra cervantina. Ese es su principal anhelo, un objetivo que legitima su empresa. La escritura de Estefanell, que ha derivado de su lectura del Quijote tiene por objetivo aún más lectura del Quijote, eslabonando un espiral dialéctico iniciado en 1605 con la consecuencia, entre otras, de generar más y más reescritura, un sistema dialógico que tiene por eje un protagonista siempre renovado.

La fidelidad al Quijote original juega un papel decisivo en el sistema autoral del Quijote de los Galgos. Es justamente allí, en su complejidad polifónica,  donde se afirma la estrategia lúdica del texto. Los nuevos manuscritos sobre las aventuras de don Quijote provienen esta vez de un tal Josep Martorell, historiador descendiente de Joanot Martorell, autor de Tirant lo Blanc. El deterioro de los manuscritos del exaltado cronista catalán fragmenta la historia, permite variados comentarios y sugerencias del traductor intermediario y filtra, en última instancia, el relato del narrador padrastro o segundo autor, todo esto sin desdeñar la perspectiva diferente del testimonio de los dos galgos que acompañan a los personajes, y del hidalgo ciego, personaje de narrativa picaresca, que los escucha atentamente.

El espíritu de estas nuevas andanzas del ahora conocido como Don Quijote, Caballero de los galgos tendrá como propósito reconstruir un Quijote laudado como personaje literario: ahora Aldonza Lorenzo, aunque casada, con hijos y marido colérico, no dejará de expresarle un rendido agradecimiento por su conversión en Dulcinea; habrá un victorioso enfrentamiento con el Caballero del Lucero, un joven portugués que de tanto leer la obra de Cervantes había resuelto imitar a don Quijote, y un encuentro con Bernal Díaz del Castillo, el longevo soldado de Hernán Cortés autor de La verdadera historia de la conquista de la Nueva España.

Como en el primer tomo del Quijote de Cervantes, un espacio privilegiado será  la venta de Juan Palomeque el Zurdo, aquella donde Sancho fuera largamente manteado, lugar de concentración de historias y de reencuentro de personajes, paraíso de la fermosura y sobre todo castillo encantado. Allí, en esa venta en esta oportunidad, los esperarán personajes adictos a las novelas de caballerías como el cura, el barbero, el bachiller Sansón Carrasco, el canónigo de Toledo y otros, y hasta allí arribará también el autor de Don Quijote a la cancha para hacer entrega al ilustre manchego del segundo tomo de sus aventuras, el impreso en 1615. La fantástica aparición no asombra al hidalgo: si en la cueva de Montesinos se había topado con ese guerrero de los tiempos de Carlomagno nada impide ahora que reciba a dos seres provenientes del futuro. Pero el significado intenta ser más profundo. La proeza cervantina, registrada en los primeros capítulos de la segunda parte del Quijote original, donde dos seres ficticios toman conocimiento de un libro que cuenta sus aventuras, se repite. Cuatrocientos años después, un nuevo autor, Estefanell, se abroga a sí mismo el privilegio de completar la devolución de las aventuras a su protagonista. El gesto otorga un valor único a esta nueva continuación del Quijote y reafirma la condición de que es en definitiva el personaje el único autor de su obra.

Algo falta aún por realizar, sin embargo. Para ser plenamente consagrado como prolongación del verdadero, el Quijote de Estefanell, el Quijote de los Galgos, deberá derrotar al Quijote falso de Fernández de Avellaneda. Con ese objetivo, consciente ya de su eterna fama como personaje literario, el caballero de la Triste Figura llegará a Toledo para, en choque portentoso,  luchar por vez primera con su doble.

Planteado en solo siete capítulos, al modo de una novela ejemplar, este don Quijote de Estefanell no es un dechado de sabiduría. No es capaz de ditirámbicos discursos ni de proveer consejos para gobernar una ínsula. Tampoco será engañado por  Duques ni perseguido de curas y barberos ni objeto de mofa alguna. Es un Quijote epifánico, al que todos tributan homenaje. Con él los nobles ideales de la caballería andante se imponen para siempre.

Es quizá esto último lo que más importe.  Porque en este texto, como en todos los antes citados, rondan como telón de fondo a su creación aquellas cárceles de la dictadura, y porque es desde aquellas latitudes del tiempo donde, sin duda, nació la fuerza singular para que la utopía del Quijote continúe alimentando nuestros sueños.

Referencias:

[1] Cervantes, Miguel de. Don Quijote de la Mancha. Edición del cuarto centenario. Real Academia Española. Asociación de Academias de la Lengua Española. Prólogo, pág. 7. Todas las citas del Quijote corresponden a este texto.

[2] D.Quijote... Prólogo, pág. 13.

[3] Jonson, Carroll. Don Quixote: the quest for modern fiction. Boston. Twayne, 1990. Citado por Edward Baker, La biblioteca de don Quijote. Madrid: Marcial Pons, 1997.

[4] D. Quijote... Prólogo, pág.7

[5] Citado por Edward Baker. La biblioteca de...

[6] D. Quijote... Capítulo I, pág. 29.

[7] D. Quijote... Cap. II, pág. 35

[8] Francisco Umbral. El lector creativo. El Mundo, España, 11 de abril de 2005.

[9] Walter Phillips-Tréby y Jorge Tiscornia. Vivir en Libertad. Montevideo: Banda Oriental, 2003. pág. 148.

[10] Liscano, Carlos. Diario de El informante, en El lenguaje de la soledad. Montevideo, Cal y Canto, 2000, pág. 80.

[11] Estefanell, Marcelo. ¡Basta! y La encuesta. Brecha. 9 y 16 de diciembre de 1988.

[12] Sclavo, Iris. De cómo me decidí a leer el Ulises. Batoví (Tacuarembó).

[13] Baladán Gadea, Juan. Voy soñando calles.  Milán, Edizioni Mondo Nuovo, 1989.

[14] Castelvecchi, Gladys. Ejercicios de castellano. Montevideo, edición del autor, 1984. Pág. 32.

[15] Ibid. Pág. 46.

[16] Marcelo Estefanell. Don Quijote a la cancha. Buenos Aires: Carolina, 2003. Introducción, Pág. 16.

[17] Marcelo Estefanell. Don Quijote, caballero de los galgos. Buenos Aires: Carolina, 2004.

Lic. Alfredo Alzugarat
Ponencia leída el miércoles 28 de setiembre en Facultad de Humanidades. Mesa: Marcelo Estefanell, Carlos Caillabet, Carlos Liscano, Alfredo Alzugarat. Moderadora: Eleonora Basso. Publicada en actas de las Jornadas Cervantinas a cuatrocientos años de la publicación del Quijote (Montevideo, Udelar, FHCE, 2006)

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