Amigos protectores de Letras-Uruguay

 

Si quiere apoyar a Letras- Uruguay, done por PayPal, gracias!!

 
Con Alicia Dujovne Ortiz
 

La muñeca y el soñador
por Alfredo Alzugarat
alvemasu@adinet.com.uy

 
 

El tercer matrimonio de Felisberto Hernández continúa adquiriendo una dimensión insospechada hasta hace pocos años. La historia de la ceutí África de las Heras viene siendo objeto de una creciente atención desde que en 1995 en España el periodista Germán Sánchez, en la revista Cambio 16, la descubriera como una de los más destacados miembros del servicio de espionaje soviético y desde que en 1998 el historiador uruguayo Fernando Barreiro, en la revista Tres, la identificara como María Luisa de las Heras de Arbat, esposa de Felisberto. A la crónica novelada Nombre clave: Patria. Una espía del KGB en Uruguay (2006), del uruguayo Raúl Vallarino, y a la biografía Patria. Una española en el KGB (2008), del español Javier Juárez (ver El País Cultural Nº 987), se añade ahora la novela La muñeca rusa, de la argentina Alicia Dujovne Ortiz.

-¿Cómo conoció la historia de África delas Heras y Felisberto Hernández?

-Estuve en Montevideo en 2006 investigando a mi padre, Carlos Dujovne, de quien escribí su biografía, El camarada Carlos. Fue en ese momento que me contaron la historia.  Yo había estado en Moscú hurgando en los archivos soviéticos y  vine aquí para investigar sobre el Buró Sudamericano de la Internacional Comunista, donde mi padre había sido enviado en 1928.

 

-El asunto la impactó de inmediato…

-Es increíble como una historia salió de la otra.  Por la problemática familiar yo estaba metida en el tema soviético pero además adoro a Felisberto Hernández  y siempre soñé escribir sobre él.  El tema lo unía todo: estaba el extraño narrador que tiene otra mirada sobre las cosas  y estaba esa mujer, enviada como espía durante la guerra fría a un Montevideo que, desde los tiempos del Buró Sudamericano, era como una capital soviética.  Desde entonces me interesó vivamente la vida de África de las Heras, una mujer que fue heroína de la guerra civil española, entrenada en Moscú para ser nada menos que secretaria de Trotski, para dibujar los planos de la Casa Azul de Frida Khalo y Diego Rivera y para ser lanzada en paracaídas tras las líneas alemanas en Ucrania con un aparato radiotransmisor a su espalda.

-Usted maneja con fluidez ambos géneros, ¿por qué  una novela y no una biografía?

-Porque a veces  los temas llegan a uno ya dibujados. Salvando las distancias, Borges decía que iba caminando por la calle y le surgía una frase y ya sabía si era para un cuento o para  un poema.  Yo no tengo absolutamente ninguna imaginación para la trama, tengo imaginación para aproximarme una vez que me han contado un hecho real o lo he leído. En este caso desde el primer momento me resultó claro que era para una novela. Hay una división tajante: la biografía es el arte de la conjetura, yo no puedo entrar en la cabeza de personaje, puedo imaginar, por ejemplo,  que Evita Perón pensó tal cosa y tal otra pero no puedo asegurarlo; en la novela soy dueña y señora, entro en la cabeza del personaje y puedo decidir qué es lo que piensa y lo que siente.

-¿Cómo explica  el papel que juega Erno Gerö en su obra?

-Es que a África no la mandaron por casualidad a Montevideo. Yo creo  encontrar el hilo conductor entre el Buró Sudamericano y el hecho de que a África la nombren aquí como directora de un centro de espionaje. En 1933, en Montevideo, estaba Erno Gerö, un estalinista acérrimo  que luego fue enviado a la guerra civil española, y porqué no pensar que Gerö, al llegar a Barcelona, donde fue uno de los capos soviéticos, haya  informado que el lugar ideal  para armar algo era Montevideo. Entonces le invento una relación con un cuento de Felisberto,  “La envenenada”, algo absolutamente absurdo  pero como a Gerö le gustaban mucho los envenenamientos, aunque auténticos,  porqué no pensar que le interesó el título, que guardó el libro y se lo dio  al titiritero de esta historia.

-Ese es Oleg…

-Efectivamente,  el caso de  Felisberto  y África De las Heras es una novela contada para mí por un tercer personaje tan genial como los otros dos pero que no sé quien es. Sólo sé que es un miembro del KGB al que se le ocurre una idea increíble: si necesitamos a África en Montevideo para conseguirle a los “topos” -a los espías  que están ahí esperando sus misiones probablemente desde la época del Buró Sudamericano- verdaderos pasaportes uruguayos y mandarlos a Estados Unidos para llegar hasta los secretos atómicos, qué mejor que mandarla con una cobertura perfecta, insospechable. Justamente en París está Felisberto Hernández, notorio anticomunista.  Tiene que ser alguien del KGB que sepa quien es Felisberto, no cualquier espía sino alguien que tiene que ver con la literatura. Entonces pensé en un formalista,  puesto que casi todos entraron al principio en la red de espionaje, un miembro de la escuela semiótica que,  a partir del texto que le pudo haber llevado Gerö,  se interese particularmente y se proponga procurarse todo lo posible sobre la obra del escritor uruguayo. Es decir, se interese por la decodificación de su lenguaje, por el secreto, la sospecha,  la cola de paja, en fin, toda esa cosa tan “soviética” que está en  Felisberto. Porque Felisberto no sospechaba de un espía sino de una lámpara pero su vida era la sospecha, estaba rodeado de objetos sospechosos.  Y bueno, ese  alguien a quien se le ocurra juntar a África con Felisberto es alguien que está escribiendo una novela sobre la carne de los personajes. Yo no tenía más que agarrar el tema y ponérmelo.

-¿Se puede comparar a Oleg con “El que nos sueña” de El árbol de la gitana?

-Claro, “El que nos sueña” es una especie de Dios y Oleg sueña a África y a Felisberto.

-Para inmiscuirse en la pareja de María Luisa y Felisberto usted monta todo un escenario donde hay actores, máscaras, disfraces, muñecas…

-Todo venía brindado por este personaje del KGB. África no tiene ideas propias y yo invento al que la maneja.  La muñeca surge del hecho de que Felisberto empieza a escribir “Las Hortensias” al conocer a África o María Luisa, y se lo dedica con esa manera genial de entender todo sin entender nada, tan propia de él.

-Esas intuiciones suyas que sin saberlo daban en el blanco…

-Exacto. La intuición de decir que las muñecas tienen caras enigmáticas y que hay una que parece una espía. A María Luisa se le deben haber puesto los pelos de punta cuando escuchó la lectura del cuento. Me divertí con esta historia. ¿A quién se le ocurrió que África fuera espía en radiodifusión y Felisberto “espía radiofónico” (al servicio de Agadu), o que a los espías se les llamara “pianistas” porque tenían que tocar ese pianito que era el teclado de sus máquinas y  que Felisberto haya sido efectivamente pianista?

-También están los espejos…

 -Los espejos permiten explorar la identidad. África debe actuar y ensaya ante el espejo. Felisberto  habla con el espejo en un hotel de cuarta en París, donde también se relaciona con la alfombra raída, la escalera, la begonia. Son cosas que no están en su obra pero que podrían estar. 

 -Me decía usted que admiraba la obra de Felisberto…

 -Profundamente,  por su mirada rara y oblicua, esa manera de ver a la gente como cosas y a las cosas como personas, imágenes vivas, concretas, el horror a la abstracción, un filósofo, pero un filósofo que huye de la abstracción. Me reconozco totalmente en eso, en esa capacidad de ver imágenes donde otros sólo ven ideas. Estoy plenamente de acuerdo con Roger Caillois, Julio Cortázar e Ítalo Calvino cuando afirman que Felisberto Hernández es uno de los mejores escritores sudamericanos de literatura fantástica.

-¿Y después de escrita esta novela no se ha modificado esa  valoración?

-No, no se ha modificado porque puedo perfectamente aceptar que un genio  sea gordo y tonto a la vez.

-En la novela, ¿no se acentúa su candidez? Hay expresiones  como estúpido, tarambana, comilón, tragaldabas…

-Son expresiones de África, no mías.  Yo, gracias a Dios, tuve contacto con uruguayos que tienen  una imagen cotidiana de Felisberto,  no una imagen mitificada; lo aman, lo admiran, pero no lo tienen recortado en cartón en un monumento. Todo lo que digo de la persona de Felisberto me lo contaron en Uruguay y eso no disminuye en absoluto mi admiración, porque no necesito que la gente sea perfecta, al contrario, prefiero que no lo sea. La candidez tan extraordinaria de Felisberto aumenta mi simpatía por él.

-¿Por qué comparar su escritura con una máquina Enigma?

-La máquina Enigma, proveniente del aparato de inteligencia nazi, no tenía nada que ver con esta historia. Los soviéticos nunca lograron decodificarla. Con ella, al mencionarla en la narración, quise transmitir la real admiración de Oleg por la obra de Felisberto. En cambio África no comprende lo que él escribe, por lo menos hasta al final no se sabe si lo comprende.  Relacionar su escritura con una máquina misteriosa cuando Felisberto vivió obsesionado por las máquinas, me pareció una buena elección.

-¿Y “El caballo perdido”? ¿Por qué es el único cuento que se le permite leer a África antes de conocer a Felisberto?

 -Hay una cantidad de pistas en ese cuento sobre la sospecha, sobre el intrigante de ciertas cosas, sobre la cola de paja, como para que ella se diga: este ha nacido para meterse con una espía.  Ella después se interesa por “La casa Inundada” y al final, cuando se resquebraja poéticamente, intenta realizar los rituales de la muerte y del agua presentes en ese cuento: pone en su pobre bañera de Moscú una budinera con una vela encendida y arroja el diario de Oleg, un diario que, como el personaje nunca ha existido, se tiene que perder.  Ahí ella demuestra que es capaz de una sensibilidad poética.

-¿Se puede entender la pareja de África y Felisberto como una confrontación de las múltiples identidades de ambos?

-Las múltiples identidades en ella son evidentes y de allí lo de muñeca rusa, una metida en otra. Su verdadera identidad la decidirá el lector. Con respecto a Felisberto vivía buscando su yo. “El diario del sinvergüenza” es una especie de estampida en que diversas personalidades o partes de su ser se le escapan.  De manera que sí, de algún modo es verdad que habían nacido para encontrarse aunque no tuvieran nada que ver entre sí.

-Juntos vivieron una cotidianidad degradada, entre lo fingido y lo irreal...

-Sí. Y en ella Felisberto fue representativo solo de sí mismo.  Felizmente hay personajes así, que huyen de toda realidad.  África, en cambio, fue víctima y victimaria, el sistema al que se integró no le daba otra opción y ella representaba fielmente ese sistema. Sólo durante la guerra civil española fue una mujer libre. En ese sentido me recuerda a Anita Garibaldi.

-Tampoco hay un modelo único de espía…

-África se mantiene incólume y se da el lujo de morir un año antes de la caída del muro de Berlín.  Aparentemente ella vive inquebrantable hasta sus últimos días, con su uniforme lleno de condecoraciones. Si en algún momento se resquebraja es como ser humano, como madre, y después, de una manera sensible y poética por Felisberto. En la novela sólo hay dos personajes que se quiebran realmente: Oleg, el titiritero, y el italiano Valentino Marchetti, el nuevo marido de África. Son modelos de espía que me recuerdan a mi padre, que no fue espía pero que perdió la fe, y este es uno de los puntos más trágicos del siglo veinte: alguien que ha creído completamente en un ideal y en un sistema que le da sentido a su vida y de pronto no cree más aunque permanezca fiel.

Obras de Alicia Dujovne Ortiz

Novelas

El buzón de la esquina (1978)

El agujero de la tierra (1979)

El árbol de la gitana (1997)

Mireya (1998)

Anita cubierta de arena (2003)

Las perlas rojas (2005)

Biografías

María Elena Walsh (1979)

Maradona soy yo (1994)

Eva Perón. La biografía (1996)

Dora Maar, prisionera de la mirada (2007)

El camarada Carlos (2007)

                           

El gran teatro del espionaje

Durante su estancia en París, entre 1946 y 1949,  Felisberto Hernández conoció a María Luisa de las Heras, supuesta modista refugiada de la guerra española. Ambos contraerán matrimonio en Montevideo, previa legalización documental de la esposa. Durante dos años, con pleno desconocimiento de su marido, María Luisa, (en realidad la agente soviética coronel África de las Heras) cumpliría con total eficacia la misión que se le había asignado: obtención de pasaportes uruguayos para espías en tránsito a Estados Unidos y transmisión por radio a Moscú de valiosa información. Este corto período en la vida de esta mujer es el elegido, en la novela de Dujovne, como punto central capaz de dar luz a su pasado y a su porvenir.

Para contar los pormenores de la relación con Felisberto, la autora monta un vasto escenario teatral donde no están ausentes las máscaras y los disfraces, los espejos en que ambos se mirarán y los objetos lúdicos o simbólicos de su intimidad. La mentira o el engaño cotidiano ponen en juego las múltiples identidades de ambos y dejan al descubierto aparentes coincidencias y brutales paradojas. Alterna el relato el diario del responsable de la operación, Oleg, misterioso personaje que urdió la unión de ambos y que suma, a la  dirección minuciosa de la actividad de África, un inevitable interés por la obra de Felisberto. La compleja estructura otorga espesor a una prosa que destila ironía y humor, fluctuando entre lo grave y lo risueño. Así, África es muñeca porque es manipulada en todos sus movimientos por el titiritero Oleg, muñeca rusa por su identidad múltiple y muñeca erótica al trasladar a la realidad los juegos imaginarios del cuento “Las Hortensias”; Felisberto Hernández emerge de su mundo de ensoñaciones para toparse con una realidad que lo desconcierta, y a Oleg lo carcomen las dudas y la sombra del miedo. Tras ellos, en la encrucijada de la guerra fría, palpita una gran maquinaria que se enfatiza como cruel y despiadada, donde la lealtad convive con la sospecha.

Controvertido puede resultar el tratamiento de Felisberto Hernández como personaje. Su candidez es puesta de relieve sin lástima, en varios episodios, hasta provocar  conmiseración en el lector. “Como cuentista comienza a darse a conocer. Es anticomunista convencido”, señala el informe que recibe África, en el que se le aconseja premura para seducirlo. La tarea resulta relativamente fácil. Al sexo habrá de sumar darle bien de comer. Felisberto nunca sabrá nada. Un día acerca su oído a la puerta del taller donde se encierra su esposa, escucha un aparato de radio, cree que ella se está deleitando con “horrorosos novelones argentinos” y siente vergüenza por sus gustos de “modistilla”. En otra oportunidad descubre la peluca rubia que ella empleaba para acudir a la embajada soviética sin que nadie la reconociera y acepta llevarla a la cama con la peluca puesta. Alicia Dujovne demuestra, sin embargo, poseer profusa información documental y testimonial sobre el asunto a la vez que conoce y cita en abundancia textos del escritor uruguayo.

Todo en la novela aparece fuertemente determinado, fríamente calculado, nada es dejado al azar o al libre albedrío. A pesar de eso hay un margen para la ambigüedad. África, el personaje mejor construido, sin dejar de ser marioneta, conservará su entereza y un fondo sensible que estallará hacia el final de sus días, cuando vuelva verdad otro cuento de Felisberto Hernández: “La casa inundada”.

LA MUÑECA RUSA, de Alicia Dujovne Ortiz. Alfaguara, Buenos Aires, 2009. Distribuye Santillana. 305 págs.     

Alfredo Alzugarat
alvemasu@adinet.com.uy

Ir a índice de Ensayo

Ir a índice de Alzugarat, Alfredo

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio