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Con Gladys Castelvecchi
 

“La creación es un misterio absoluto”
Alfredo Alzugarat 
alvemasu@adinet.com.uy

 
 

En su apartamento en las cercanías del Parque Rodó, rodeada de libros, pinturas y otros objetos de arte, Gladys Castelvecchi aparenta una edad indefinida, que oscila entre la juventud de su expresión y la madurez de sus conceptos. Habla con toda soltura, recita una y otra vez poemas propios y ajenos y sus recuerdos tanto la llevan a reír como a empujar alguna lágrima. Nacida en la ciudad de Rocha, hija de padre inmigrante y madre criolla, es la octava entre doce hermanos. Separada del escritor Mario Arregui,  publicó su primer libro, No más cierto que el sueño, en 1965. Solo dieciocho años después se atrevió a dar a conocer su obra preferida, Fe de remo (1983), que le valiera dos ediciones. Mientras tanto había sufrido en carne propia los avatares de la dictadura: la cárcel y la destitución como profesora de enseñanza media. Su trayectoria continuó en 1984 con Ejercicios de castellano, Calendarios (1985), Animal variable (1987), Claroscuro (1993) y Por costumbre (1994). Ahora tiene en preparación otra obra, Cuadernillo de observaciones comunes.

-Su apellido es claramente italiano. Sin embargo hay un poema que refiere a cierta ascendencia indígena a más de una infancia pobre...

-La infancia es lo primero de lo que se tiene conciencia, aun antes de  que se tenga conciencia. En efecto, mi padre era de origen italiano. Según él, los Castelvecchio eran fundadores nada menos que de Siena y de Luca, en el corazón de la Lombardía, pero a mí eso es algo que ni me va ni me viene, de Adán y Eva en adelante ya nada de eso me importa (Ríe.) Era un hombre muy culto pero neurasténico a causa de su diabetes congénita. En cambio, mi madre era morena como yo, mujer firme y luchadora. De ella  no recibí ni una caricia, ni un beso, con doce hijos para criar era una mujer entregada por completo a las tareas domésticas, no tenía tiempo para otra forma de ternura. Yo comprendí esto muchos años después, cuando escribí el poema “Carteando”, que comienza diciendo Señora la mi madre/ doña Braulia González.  La ascendencia indígena viene por una amiga mía que compró un cuadro de Gauguin, de los del ciclo de Tahití, y se le ocurrió que una mujer retratada allí se parecía a mi madre. Yo estuve de acuerdo y me pareció exquisitamente romántico tener algo de indio, así que me apropié de la idea. Lo que en otros de mi familia hubiera resultado vergonzoso, yo me atreví a decirlo como si fuera cierto.

-¿Tampoco había libros?

-Libros sí, porque mi padre era empleado municipal y yo tenía acceso a la Biblioteca de la Intendencia de Rocha. Leía de todo. A los quince años ya había leído El príncipe idiota de Dostoievski. De allí viene mi amor por ese escritor. No sabía que décadas después iba a visitar una de sus casas en Moscú, tan gris y ocre como su propia obra.

-¿ Cuándo comenzó a escribir?

-Debió haber sido en mis tiempos de liceal porque mi primer poema se llamó “Sobre los mitocondrios”, era algo que estábamos estudiando en biología y se conservó en el cuaderno de apuntes de una compañera a la que reencontré años después. Eran cosas graciosas, sobre cualquier tema, hechas por diversión.  

-¿Siempre poesía?

-Siempre. Nunca se me ocurrió otra cosa. Es más, estando al lado de Mario nunca se me ocurrió que podía escribir poesía. Ni junto a los del 45. Algunos piensan que fui postergada. Pero no es así, yo no era nadie, yo no escribía,  iba con ellos porque era la novia de Mario Arregui y adoraba a Falco y al Indio Larriera, que podía haber sido un poeta fascinante. Iba, escuchaba y me divertía pero yo no tenía nada que ver.

-¿Por eso No más cierto que el sueño es una publicación tardía?

-No es tardía porque a mí nunca se me ocurrió que podía hacer algo. Esa fue la primera vez que pensé que podía escribir y lo hice con vergüenza y timidez. Así que cuando terminé se lo llevé a mis dos desaforados, seguros y justicieros amigos de aquel entonces: al Tola Invernizzi, que era una especie de gran hermano mayor, y a Juan Fló. Tola me dijo que aquello era implubicable. Entendió el libro como una carta de resentimiento mío hacia él, porque era enfermo de celos. Resultado: me pasé dieciocho años sin escribir una gota. Es más, el libro podía haber salido antes y se postergó por esa opinión. 

-Sin embargo hay un poema suyo en Antología de la poesía rebelde, de 1971...

-Eso fue en otro momento de mi vida. Fue a pedido de Milton Schinca y hay que entenderlo como una excepción. Solo he encontrado otro amigo, de mi misma edad,  que pasó dieciocho años sin escribir: el portugués José Saramago. En su caso, según él, simplemente porque no tenía de qué escribir.

-¿Cómo conoció a Saramago?

-Comenzó como una relación epistolar sin que yo tuviera una cabal dimensión de quién era, nada menos que un candidato a Premio Nóbel en ese entonces, y luego se concretó cuando él vino a Montevideo y lo acompañé en varios eventos.

-¿En la cárcel tampoco pensó en escribir?

- Para nada. En la cárcel ni siquiera usé mi letra verdadera. Usé una letra chiquita, de hormiga, era como si yo no quisiera entregar algo mío. Lo comprobé cuando salí y leí mis propias cartas de ese entonces.

-¿Cómo surgió Fe de remo?

-Fue mucho después. Yo sentía una gran indignación pero no sabía que podía hacer frente a tanta injusticia. Quería hacer un libro contra la dictadura pero era el año 1983 y aún estábamos en ella. La verdadera intención la saqué de la Biblia, del Antiguo Testamento. Un libro de la edad de hierro, un libro espantoso, con ese Yahvé, Jehová o Adonai, que quiso matar a su hijo para reconciliarlo con la humanidad, a la que él mismo había castigado... Todo empezó como un juego. Venía el cumpleaños de Enrique Estrázulas y entonces escribí de un tirón, “Jacob, poeta maldito”, donde Dios le pide a Jacob que le rescate la manzana con que la serpiente tentó a Eva, que es por donde empezó todo. A los poetas se les encarga nada menos que esa misión: rescatar. Se lo llevé como regalo de cumpleaños. Lo encontró maravilloso y se lo envió a Onetti. Yo me quedé impresionada porque no me había costado nada hacerlo. De pronto me di cuenta que por ahí podía venir la forma de expresar mi indignación sin hacer un libro de protesta clásico. Saqué versículos, los puse como epígrafes, y me puse a pensar en la encrucijada en que se había metido Dios. Porque él era el dueño del tiempo, del infinito, pero cuando castigó a Adán y a Eva creó otro tiempo, un tiempo que pertenecía a los hombres y no a él. Partiendo de esa idea empecé a escribir.

-Jehová entonces aparece como un gran tirano...

-Un verdadero monstruo. En un poema (“Palabras de Yahvé”) hasta me río decididamente de él, cuando se enamora perdidamente de Eva... Si se observa con atención, en el libro están todos los temas relacionados a la dictadura: los hijos desaparecidos a través de Job, el tema de los exilados: “Elimelec se nos murió de exilio”, dice. El miedo, la muerte, el genocidio que fue el Diluvio...

-También está el tema de la mujer...

-Claro. La indignación y la resistencia femenina aparecen con Judith, a quien dediqué dos poemas. Yo siempre relaciono la hazaña de Judith con lo que fue la mujer en la cárcel y con otro poema, “Cojones”, que se encuentra en Animal variable: “Tenía un solo riñón/ y ella lo usaba/ como un rengo a su muleta...” (Recita). Lo escribí en homenaje a una compañera a la que dejaron morir, un verdadero asesinato. No encontré otro título que “Cojones”, una palabra grosera y fuerte pero que daba en el blanco para pintar lo que fue la actitud de las demás presas. También fue un maravilloso ejemplo de resistencia, al otro día,  la ropa negra tendida en las cuerdas en señal de luto.

-Existe una polémica en torno al género testimonio porque generalmente se lo identifica con narraciones. ¿Usted piensa que es posible una poesía testimonial?

-Creo que no puede llamarse de otro modo la poesía de Antonio Machado, que levantó la bandera de la República Española en Segovia, la de Bertold Brecht, que además de dramaturgo fue un señor poeta, y la de Paul Eluard, quien decía que “la poesía debe tener por fin la verdad práctica”. Una vez, en el Día Universal de la Poesía, me pidieron una selección de mis autores preferidos y llevé poemas de los tres.  El éxito mayor lo tuve con “A Gabriel Perí”, de Eluard: Han matado a un hombre que no tenía por defensa más que sus brazos abiertos a la vida...”  (Recita). Si eso no es poesía testimonial no sé que es. Ese día estaban Jorge Arbeleche, Washington Benavides, Juan Carlos Macedo, el Ministro de Cultura de turno y un representante de la UNESCO que habló de la belleza de la poesía, de la palabra, la eufonía, etc. Me pareció necesario aclararle que la belleza en la poesía  se hace solo con sentimientos y que hay que elegir las palabras que signifiquen eso, porque la poesía tiene la misión de salvar lo más sagrado que tiene el hombre, el sentimiento.

-La actividad como profesora de Literatura tiene que haber influido en Ejercicios de Castellano...

-Bueno, yo había sido obligada a abandonar mis clases, pasaron nueve años y cuando uno no ejerce por mucho tiempo y no está continuamente sobre los textos guarda el saboreo pero no guarda el gusto del empleo de los textos. Tenía un poema, “De Sanchica a Alifanfarina” y se me ocurrió recrear la literatura castellana: el Cid, la Celestina, Lazarillo, el Quijote, al que me gusta releer hasta el infinito, siempre apoyándome en determinados fragmentos o inventando otros: el pasado de la Celestina, la relación de Sancho con su familia, etcétera. Es un libro al que vuelvo siempre.

-Se puede decir que hay una continuidad temática en el resto de la obra: el tema del tiempo en Calendarios, el cuerpo en Animal Variable y en Claroscuro, el poder de la costumbre en Por costumbre...

-Puede ser. Yo nunca he creído que escribo poesía, hago lo que puedo. El único libro que me propuse en serio, a plena conciencia, fue Fe de remo. Para mí la creación es un misterio absoluto. Donde mejor lo demuestro es en Claroscuro. ¿Qué sabemos de  lo que está pasando en este momento en el cuerpo? Uno no puede ver más que una delicada caparazón e ignora su interior orgánico. Entonces pensando en que todo está entre lo claro y lo oscuro, en lo poco que creemos conocer y es nada, ni siquiera nos conocemos, salió el poemario, así, de un tirón... sin proponérmelo.

-Pero hay una idea inicial...

-No lo sé, para mí es un misterio. Yo no sé que es el arte ni por qué se escribe ni lo que sucede en las otras artes. Son maravillas inexplicables. Yo sólo creo en mis sueños. Y en mis muertos, que los tengo siempre junto a mí. Los recuerdo especialmente en Calendarios, un libro que contiene poemas de rasgos de mi infancia, de mis padres, textos que tocan fibras íntimas. También allí entendí necesario rescatar algunos poemas de mi primer libro.

-En su último obra anunciaba otra que hasta ahora no se ha publicado. Me refiero a Cómplices fieles...

-Todavía está a medio hacer. Trata sobre las cosas que nos acompañan toda la vida. Pero ahora tengo otros poemas nuevos. Me han dado la idea de hacer un cuadernillo con ellos. Le llamaré Cuadernillo de observaciones comunes.

Algunos poemas inéditos de “Cuadernillo de observaciones comunes”           

 

 

                         1

Cuando a los árboles se les vuelan las hojas

y les resta un ramaje desnudo,

no atinan a cómo disimular su desnudez sin gracia.

 

Las mujeres esquivan los espejos

sinceros y desconsiderados.

A los árboles les vuelve la primavera.

                         2

Nunca conocerás dónde ingresas cuando duermes.

Es mucho más segura la vigilia

que se mide, se programa, se organiza,

que se cae, que se agota,

que se duerme,

que engañifa a cara descubierta.

 

                        3

Voy a dormir, a descansar.

Y se cierran los ojos.

Qué múltiple, repetida inocencia.

Nadie conoce el mapa de su noche.

                        4

De todos los silencios

uno es el absoluto:

el impensable en que la sangre

no tiene ya qué decirle,

nada más qué decirle,

al cuerpo en el que hablaba.

                        5

La sílaba “yo”

es el más sustantivo invento

de la imaginación.

                        6

El trampolín en que subes

                        en que bajas,

el trampolín en que subo

                        en el que bajo.

Amarrados al péndulo del aire

¿sabremos apresar

el punto escurridizo del encuentro

ansiosos como estamos

de encontrarnos?

Alfredo Alzugarat
alvemasu@adinet.com.uy

Publicado, originalmente, en El País Cultural

Autorizado por el autor

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