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Biografía de Jorge Semprún
 

La  acción y la palabra
Alfredo Alzugarat 
alvemasu@adinet.com.uy

 

Hay escritores que no pueden, y a veces tampoco quieren, escapar a la fascinación de lo autobiográfico. Para un Hemingway o un Semprún escribir es siempre hurgar en el pasado personal, reverlo desde distintos ángulos, inventar “alter egos” sin atreverse a escapar, las más de las veces, de esa dimensión narcisística. Hemingway vivió en París, participó de safaris en África, navegó en el mar cubano, observó guerras y corridas de toros: su escritura fue casi simultánea a su experiencia de vida. El caso de Semprún es diferente: vivió primero una larga odisea y comenzó a escribir solo cuando la sintió concluida, a los cuarenta años de edad. Una vez expulsado del Partido Comunista Español solo pudo hallarle sentido a la vida sustituyendo la política por la escritura. Desde entonces, la literatura funcionó “como molino de transformación del material vivencial acumulado” y sus libros fueron “reediciones modificadas de su existencia”.  “Si yo fuera inmortal, podría imaginarme que vuelvo a reescribir todos mis libros”, ha dicho.

UN PERSONAJE DE MALRAUX. Jorge de Semprún Maura, como es su verdadero nombre, tenía solo trece años cuando estalló la revuelta de Franco, en 1936. Su familia estaba entonces de vacaciones en Lequeitio, cerca de la frontera con Francia. Cuando los pueblos vecinos fueron tomados por los insurrectos, el padre, José María de Semprún y Gurrea, su segunda esposa y los siete hijos de su primer matrimonio, huyeron rumbo a Bayona en un Oldsmobile rojo descapotable. Más adelante, Jorge experimentaría una conciencia de culpa de no haber podido participar en la defensa de la República. El Oldsmobile rojo reaparecería en más de una de sus novelas.

Con un lejano origen en la nobleza y ancestros en importantes cargos políticos, los Semprún Maura constituían una familia católica liberal de la alta burguesía. La cultura ocupó un lugar importante en la formación de los niños aún cuando ninguno fue a la escuela. Susana Maura, la madre, murió cuando Jorge tenía solo ocho años, tiempo suficiente sin embargo para vaticinarle que algún día sería presidente de la república o escritor. Tras el deceso de la madre, la institutriz suiza se convirtió en madrastra. Su severidad y sus obscenos caprichos dieron lugar a que los niños la llamaran “general Aupick”, en alusión al malvado padrastro de Baudelaire. Semprún Gurrea, el padre, era amigo de José Bergamín y de Rafael Alberti. En el exilio fue Comisionado de la República en La Haya y se vinculó al movimiento “Esprit”, de  Emmanuel Mounier. La familia solo pudo reunirse en París pocos meses antes de la ocupación nazi.

El día en que su amigo Michel Herr le invitó a formar parte de una célula del maquis, Jorge Semprún poseía ya un refinado gusto estético y literario y había arribado al marxismo a través de los cursos de filosofía en la Sorbona. Era un intelectual como desde siempre se había planteado serlo: “su comunismo surgió en la mente y solo más tarde se convirtió en pasión”, asegura su biógrafa, la alemana Franziska Augstein.  En realidad le importaba más la teoría que la praxis pero en la primavera de 1942 la acción era lo imperativo.  

Desde el pacto entre Hitler y Stalin, la organización Franc-Tireurs et Partisans, a la que pertenecía Semprún, había sido desplazada del apoyo logístico que proporcionaban Inglaterra y Charles de Gaulle.  Tras la invasión nazi a la Unión Soviética las promesas fueron otras pero las armas jamás llegaron. No obstante, él, Michel Herr y su grupo se especializaron en actos de sabotaje como volar ferrocarriles que abastecieran a las tropas alemanas. A veces, atrincherados en los bosques, había que esperar por horas el paso de un tren. En el interín, Semprún leía “La esperanza” y sufría por España. “En la Resistencia me convertí en un personaje de André Malraux”, diría Semprún a Paul Alliès en entrevista efectuada en 1994. Tenía diecinueve años y, a pesar del riesgo cotidiano, vivía el mundo a través de la literatura.

EL MAL DE BUSCHENWALD. En 1944, tras ser detenido y torturado, Semprún fue llevado al campo de concentración para prisioneros políticos de Buchenwald. En su ficha pusieron la palabra “estucador”, lo que lo convirtió en alguien potencialmente útil. Pronto fue captado por la organización clandestina que funcionaba entre los prisioneros del campo y destinado por sus dirigentes a la sección “Estadística laboral” con la tarea de registrar los comandos que debían trabajar en las afueras de la prisión. Muchas veces debió manipular nombres para salvar a algunos camaradas de tareas de alto riesgo. Durante una semana al mes lo enviaban al turno de la noche donde pasaba todo el tiempo leyendo. Aunque hoy parezca increíble, los prisioneros en Buchenwald disponían de una biblioteca de catorce mil volúmenes para nueve mil prisioneros, aún cuando bastaban pocas semanas para que la mayoría de ellos estuvieran exhaustos, imposibilitados de leer una línea. Allí leyó a Hegel, Faulkner y literatura prohibida que se camuflaba entre los otros libros. Por la ventana, sin embargo, del otro lado del campo, no dejaba de ver la chimenea siempre humeante del horno crematorio.

Cuando los tanques del general Patton se establecieron en las cercanías, los prisioneros comunistas se sublevaron y redujeron a los pocos guardianes que aún  permanecían en el campo. El 23 de abril de 1945 Jorge Semprún fue liberado y conducido a casa de una hermana, en el Tesino. Ese fue el momento y lugar de su primera y fracasada  experiencia de escritor. Le bastaron cuatro meses para comprender lo prematuro de su intento. Escribir hubiera significado perderse en el recuerdo de Buchenwald, “en el recuerdo de la muerte”, ha dicho Semprún. Lo conseguiría recién en 1980 con su novela “Aquel domingo” y lo testimoniaría fielmente, para siempre, en “La escritura o la vida”.  Sólo entonces pudo superar la descripción de lo atroz, del horror diario, y reflexionar sobre lo “esencial” de Buchenwald. Esa había sido su meta desde el primer momento: mostrar al mundo el mal específico del campo, su maldad intrínseca y el sufrimiento del hombre. Tardó casi cuarenta años para comprender que no debía tratarse de un libro sombrío sino, por el contrario, de un canto a la libertad.

PARÍS ERA UNA FIESTA. De nuevo en París Semprún se dedicó a traducciones ocasionales para la Unesco y con el seudónimo de Georges Falco comenzó a escribir en el semanario comunista “Action”. No había podido escribir sobre los campos de concentración pero tampoco podía olvidarlos. Realizó entonces la primera reseña de “La especie humana”, el libro testimonial de otro prisionero y amigo, Robert Antelme. Eran los meses siguientes a la liberación, los cafés rebosaban de concurrencia, la bohemia volvía a ganar las calles. Semprún y Antelme se contactaron con el Partido Comunista francés y se integraron a la célula 722 que incluía a buena parte de los intelectuales de Saint -Germain- des-Prés. Allí estaban la escritora Marguerite Duras, primera esposa de Antelme, los sociólogos Edgar Morin y Henri Lefebvre, el filósofo Jean-Toussaint Desanti y muchos más.  

Se convirtió en un ferviente estalinista. Stalin había sido el gran triunfador en la guerra y además, bien lo sabía Semprún, el único que realmente defendiera a la República española. La creación del Kominform en 1947 impartiendo la estrategia de hacer todo lo posible por impedir una nueva contienda bélica y proclamando la “teoría de los dos campos”, le pareció la única adecuada para aquellos tiempos de guerra fría. Pero dos años después Marguerite Duras y Robert Antelme eran expulsados de un Partido que comenzaba a desangrarse a sí mismo por persecuciones entre sus miembros. Las acusaciones de desviacionismo estaban a la orden del día y hasta Semprún, a pesar de su buena disposición, estuvo a punto de ser alcanzado por ellas. Fue entonces que entró en escena Santiago Carrillo.

HISTORIA DE FEDERICO SÁNCHEZ. Yo respondía exactamente al retrato robot que él se había formado de esa persona. Él necesitaba alguien que hablase fluidamente dos o tres idiomas, que fuera culto y estuviera en situación de hablar con cualquiera”. De esa manera ha explicado Semprún la razón por la que Carrillo, entonces ya dirigente del Partido Comunista español, desatiendera los informes franceses y lo eligiera para atizar en Madrid una guerra cultural contra Franco. Para él era, finalmente, la hora de volver a España.

Semprún llegó a Madrid en 1953 y adoptó el nombre de Federico Sánchez. Respetando a rigor todas las normas de la clandestinidad y refugiándose en casas de ex falangistas, entre ellas la de un hijo del famoso torero Dominguín, le bastó poco tiempo para convertirse en el hombre que movía los hilos del comunismo español, un “agent provocateur” por antonomasia. En poco tiempo trabó relación con intelectuales simpatizantes como los cineastas Juan Antonio Bardem, Luis García Berlanga y Carlos Saura y el poeta Dionisio Ridruejo. Al principio, todo lo que escapara a la censura era útil: una crítica cinematográfica, cualquier alusión a la represión, a la situación social o a la presencia americana en España. La incidencia fue mayor a partir de 1956 tras la muerte de José Ortega y Gasset. El homenaje póstumo al gran filósofo, a cargo de Laín Entralgo, entonces rector de la Universidad de Madrid, generó protestas en los acólitos al franquismo. Laín Entralgo y otros cinco rectores de universidades renunciaron a sus cargos. Por primera vez los estudiantes salieron a la calle reclamando democracia. Franco clausuró la Universidad Complutense pero las protestas continuaron. Se alentó incluso la posibilidad de una “huelga nacional pacífica”.

Durante nueve años, Federico Sánchez (Semprún) fue el hombre más buscado en España. El doble juego, el camuflaje, el enmascaramiento, el ejercicio de un poder invisible, lo llenaban de satisfacción y lo excitaban. “Quien está absorbido por una vida secreta consagrada a un fin superior habita en el mejor de los mundos”, dice de él su biógrafa. Fueron años de plenitud, tronchados definitivamente cuando, tras el ascenso de Jruschov en la Unión Soviética, nuevas luchas intestinas relegaron, entre otros, a la venerada dirigente Dolores Ibárruri. Santiago Carrillo, con todo el poder en sus manos, cuestionó entonces a Semprún, quien había propuesto el alejamiento del Partido Comunista español de la URSS. En 1962, reunido el Comité Central en un kafkiano castillo en las inmediaciones de Praga,  se sentenció su expulsión. Irónicamente, sería el propio Carrillo quién, años después, emprendería el camino planteado por  Semprún.

LA ESCRITURA O LA VIDA. Expulsado de España, su “patria ideal”, exiliado por segunda vez, Semprún debió encapsularse en sí mismo para poder recrear el pasado tan intenso que llevaba a cuestas. Buchenwald, el campo de concentración nazi que el escritor considera su “bildunsgroman”, su aprendizaje de la vida, mereció una primera aproximación en “El largo viaje”, su obra inicial, publicada en 1963. Volvió a él con mayor intensidad en “Aquel domingo” (1980) y halló una satisfacción plena en “La escritura o la vida” (1994), sólo posible quizá después de haber visitado el museo memorístico que es hoy Buchenwald, donde todos los años se conmemora el cierre de la prisión.  

Su novela de espionaje, “La segunda muerte de Ramón Mercader” (1969), donde aborda la persecución y asesinato de Trotski fue la primera en abrirle un reconocimiento internacional. Desde 1966 Semprún había llegado a la industria del cine con el guión de “La guerra ha terminado”, de Alain Resnais, y es desde allí que también puede verificarse su  amistad con Yves Montand, presente también en los exitosos largometrajes “Z” y “La confesión”, de Constantin Costa – Gavras, cuyos libretos tuvo a su cargo. En 1983 publicaría “Montand. La vida continúa”, biografía del actor italiano.

Hoy Semprún considera que el trabajo de un escritor es revolucionario por naturaleza y que su universo literario sólo puede estar constituido por cuanto ha conocido y vivido. Por eso, si la aventura del “yo” fue lo predominante en su escritura carcelaria, también lo será en la recreación de la militancia política. En ese rubro su obra más leída ha sido “Autobiografía de Federico Sánchez”, escrita en realidad hacia 1964, en los momentos más polémicos de su vida, al punto que para su publicación decidió esperar hasta el fin del régimen franquista, en 1977. Cerraría el ciclo, unos cuantos años después, con “Federico Sánchez se despide de ustedes” (1993).

 Franziska Augstein (n. en Hamburgo en 1964) ha recorrido distintos caminos para concretar este libro sobre Jorge Semprún. Conoció al autor en la primavera de 2002 y lo que en un principio se propuso fue una larga entrevista. Fue la búsqueda de algo distinto lo que dejó paso a una “biografía no convencional”, como la ha definido Augstein, que a partir de mediados de los años sesenta se aparta de los detalles de la vida de Semprún para centrarse en las repercusiones de su obra literaria. Apenas se señalan hechos posteriores como su nombramiento en 1988 como Ministro de Cultura en uno de los gobiernos de Felipe González. El formato final de la obra, producto de una intensa investigación, esclarece con precisión el contexto histórico y no oculta la admiración de Augstein hacia Semprún. Ofrece también en cada capítulo una breve introducción que narra sucesos alemanes paralelos a la peripecia vital de Semprún, perfectamente prescindibles.

Por la memoria

Semprún no tiene ninguna teoría literaria. Escribe porque es escritor, “metafísicamente vago”, fácil de distraer, pero siempre dispuesto a proclamar: ¡aquí, trabajando! Desde finales de los años setenta o principios de los ochenta ya no considera su profesión una punta de lanza del cambio social. Tampoco cree que sus libros sean testimonio de una memoria supratemporal. A muchos lectores “La escritura o la vida” y otras obras suyas les han conmovido tanto que le comunican que su lectura les ha cambiado la vida. Semprún no trabaja para los remitentes de tales cartas, “si quisiera eso, sólo podría hablar del campo de concentración”. Pero considera las cartas una grata confirmación. (…) El recuerdo del campo de concentración necesita siempre ser despertado de nuevo. De sus libros sobre Buchenwald desea que sean reescritos por otros autores que tengan cosas que decir diferentes a las suyas, que evoquen de otra manera lo sucedido en los campos de concentración. Cuando se acerque la hora de su muerte, le gustaría tener la certeza de que esos autores existen.”

LEALTAD Y TRAICIÓN. Jorge Semprún y su siglo, de Franziska Augstein. Tusquets Editores, Barcelona, 2010. Distribuye Gussi. 455 págs.  

Alfredo Alzugarat
alvemasu@adinet.com.uy

Publicado, originalmente, en El País Cultural

Autorizado por el autor

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