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Huyendo de Hitler
 

Intelectuales a la deriva
Alfredo Alzugarat 
alvemasu@adinet.com.uy

 

Para la posteridad, la vida y obra de Heinrich Mann (1871 – 1950) ha quedado opacada por la de su hermano Thomas, premio Nobel y autor de clásicos como La montaña mágica y Muerte en Venecia. Sin embargo, tan escritor como activista político, Heinrich era reconocido ya en 1905 tras la publicación de El profesor Unrat, novela que tiempo después Josef von Sternberg convirtiera en el célebre film El ángel azul.  Solo las rivalidades entre ambos hermanos y los pormenores de la familia podrían ser tema de un detallado estudio. La alemana Evelyn Juers (n. en 1950) ha preferido unir la historia de los Mann a la odisea vivida por un enorme número de intelectuales en los años de ascenso y apogeo del Tercer Reich y en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. En el libro Heinrich Mann y su amante Nelly Kröger son sólo el vértice, el hilo conductor que permite enhebrar a su derrotero a decenas de escritores, en su mayoría alemanes, austríacos o judíos como Walter Benjamin, Bertolt Brecht o Franz Werfel, sin olvidar otros como James Joyce y Virginia Woolf. La obra puede ser caratulada como una biografía colectiva, un inmenso friso cuya primera parte está centrada casi exclusivamente en los Mann para luego expandirse en una cronología explícita de la suerte de sus contemporáneos y de los sucesos que ensombrecieron a Europa entre 1934 y 1945. Si bien la extensa investigación atiende tanto a los grandes acontecimientos como a los hechos ínfimos que matizan lo cotidiano, no es la reflexión sino lo informativo, la suma de datos, lo que finalmente prevalece. La reescritura de numerosos diarios íntimos y el cruce de correspondencia resulta el abrevadero predilecto para que los hechos se vuelvan a vivir tal como los vivieron los personajes.

LA ANTESALA A LA NOCHE. Todo lo que se menciona aparece impregnado de un aura cultural y a la vez de un presentimiento de tragedia. Lübeck, la ciudad donde transcurre la infancia de los Mann hacia fines del siglo XIX, fue visitada por los recién casados Sigmund y Martha Freud y fue residencia del escritor Erich Mühsam, quien sería asesinado en 1934 en el campo de concentración de Oranienburg. La propia Lübeck sería arrasada hacia el fin de la guerra por los bombardeos aliados.

La familia Mann no estaba ajena a esa atmósfera sombría. En el capítulo “El amor y la muerte” se subraya el celo entre Thomas y Heinrich, entre la visión de la burguesía de la ciudad natal y sus antepasados, retratada en Los Buddenbrook y la trilogía Las diosas, obras de 1901 donde ambos perseguían el más resonante éxito. Heinrich publicaría dos años más tarde La caza del amor, cuya protagonista es identificada como su hermana Carla, joven también deseosa de triunfos pero por el camino de las tablas. Heinrich la retrata oscilando entre la sincera admiración fraternal y el deseo incestuoso. Thomas consideró a la novela “moral y físicamente corrupta”. Heinrich reincidiría en el tema con Actriz, editada por primera vez en 1906, cuatro años antes de que Carla se suicide rechazada por su pretendiente.

También la política por momentos separaba a los hermanos. Hacia 1914 Thomas creía que “la guerra era una expresión del honor nacional” y escribió acerca del heroico potencial del militarismo alemán. Por el contrario, Heinrich se manifestó contra ese destino bélico en un ensayo sobre Émile Zola, muy elogiado por Frank Wedekind y Walter Benjamin pero que Thomas entendió como un ataque personal. Por ocho años no se dirigieron la palabra.

El súbdito, una exitosa novela satírica de 1918, convirtió a Heinrich Mann en “uno de los activistas sociales más sinceros de su país”. Ese antecedente y obras posteriores como el ensayo Poder y pueblo (1919), fueron mérito suficiente para que el escritor Kurt Hiller lo proclamara como “el padre del activismo literario alemán”, el hombre necesario para la unidad de la izquierda y para derrotar a Hindenburg en las próximas elecciones. Cumplidas estas, sin embargo, el avance del nacionalsocialismo fue arrollador, aunque aún en 1935 Heinrich continuaba esperanzado en una alianza contra el fascismo y en la acción política que podía despertar su escritura. La misma tesitura sostendría aún durante su exilio a pesar de los repetidos fracasos.

El nombramiento de Hitler como canciller, el 30 de enero de 1933, había abierto el abismo definitivo aunque resultaba difícil aceptarlo. Quince días después Heinrich era expulsado de la Academia de las Artes y el 22 de febrero debía cruzar el puente sobre el Rin hacia Estrasburgo para no retornar jamás a Alemania. Por esos días Alfred Döblin partió a Suiza, Bertolt Brecht a Praga y poco después lo hizo Walter Benjamin rumbo a París. Thomas, por su parte, se estableció en la cercana Zúrich y a pesar de las hogueras gigantescas de libros (que incluían a los de su hermano), de los campos de concentración y de la creciente hostilidad a los judíos, permaneció sin realizar ninguna denuncia pública contra el régimen de Hitler. De ese modo logró que sus obras se siguieran vendiendo en Alemania, algo que consideraba vital. Recién en enero de 1937 haría manifiesta una completa ruptura con su país.

EL EXILIO EUROPEO. Heinrich Mann se afincó en Niza, junto a su amante, Nelly Kröger. Él tenía 62 años, ella 35. Alejado de su esposa y de su hija, fue esta mujer de origen muy humilde, que trabajaba en un cabaret y para muchos de dudosa reputación, la que le guardaría, hasta su muerte, una fidelidad rayana en lo heroico. En ella se había inspirado para su novela biográfica, Una vida seria (1932). Desde esa ciudad de la Riviera francesa Heinrich viaja a distintos sitios de Europa para participar en congresos por la paz, la cultura y contra el fascismo en una infructuosa lucha por unir la oposición a Hitler. Es allí donde publica los dos libros sobre la vida del rey francés Enrique IV, en los que entrelaza la paranoia hacia los nazis con un ingenuo optimismo.

En los siguientes meses el número de exiliados fue en aumento. El ochenta cumpleaños de Sigmund Freud, realizado todavía en Viena, reunió a los Mann con toda la intelectualidad europea acosada por los nazis. Allí estuvieron, entre muchos, Brecht, Gide, Huxley, Zweig, Döblin y Lion Feuchtwanger. París, Zúrich, Praga, eran las ciudades donde se encontraban unos y otros. Desbordados por acontecimientos que no terminaban de asimilar, demoraban sus partidas o permanecían en las proximidades de Alemania esperando un imposible.

En diciembre de 1936 Thomas perdió la nacionalidad alemana y la Universidad de Bonn le retiró su doctorado honorario. La anexión de Austria resultó decisiva para que él y su esposa Katia, tras realizar una gira de conferencias por Estados Unidos, retornaran a Europa solo para marcharse definitivamente al gran país del norte. California sería la casa del exilio y Thomas fue el primero en llegar gozando por ello de relativa seguridad. La desbandada se produciría en los comienzos de la guerra y tras la rendición de París. El mariscal Pétain aseguró a Hitler su colaboración para arrestar a  los alemanes requeridos que vivieran en Francia. Hanna Arendt fue de las primeras en ser detenida, afortunadamente por breve tiempo.

Día a día la posibilidad de que se cerraran las fronteras era mayor. En junio de 1940 Heinrich y Nelly se trasladaron a Marsella para esperar visados de salida. En el hotel más inmediato a ellos se hallaba el periodista norteamericano Varian Fry, director del clandestino Comité de Rescate de Emergencia, quien sabía que Mann, Werfel y Feuchtwanger encabezaban la lista de condenados por la Gestapo. Con su ayuda, disfrazados de turistas, los tres escritores con sus esposas viajaron en tren hacia España. El 13 de setiembre debieron cruzar a pie los Pirineos a través de empinados senderos de cabras y de contrabandistas. Una vez en Barcelona volaron a Lisboa donde arribaron un barco griego para cruzar el Atlántico. A bordo viajaban también Alfred Döblin y el vienés Alfred Polgar.

             La más tardía de las fugas fue la de Bertolt Brecht. En junio de 1941, pocos días antes de que el ejército nazi invadiera la Unión Soviética, logró huir de Finlandia, donde se encontraba, a Leningrado y Moscú, atravesó en tren la Siberia de un extremo a otro y se embarcó en Vladivostock en un buque sueco que lo transportó a Los Ángeles.

            Otros no contaron con la misma suerte. Walter Benjamin no tenía visado de salida francés cuando fue detenido por guardias de la frontera española que lo volvieron a Francia. Sin vislumbrar una salida, la noche siguiente ingirió quince tabletas de morfina muriendo horas después. El escritor austriaco Emil Alphons Reinhardt, a pesar de una campaña internacional para que le proporcionaran un visado a América, fue detenido y deportado a Dachau donde murió de tifus. Más de cuarenta escritores europeos morirían asesinados o en campos de concentración en todo el período. Más de una docena se quitarían la vida, entre ellos Ernst Toller, Ernst Weiss y Stefan Zweig.

El clima apocalíptico llegaba aún más lejos. Ese mismo año James Joyce murió en Zúrich, adonde hacía menos de un mes que había llegado, y en Inglaterra Virginia Woolf, hundida en una profunda depresión, se suicidó ahogándose en el río Ouse con sus bolsillos llenos de piedras.

LA DORADA CALIFORNIA. Escribe Evelyn Juers que en los días de sol ardiente era común ver “a los miembros de la colonia alemana, de pie, como naúfragos a la sombra de las palmeras que bordeaban el paseo marítimo.” Alfred Polgar, en su diario íntimo, expresó lo que quizá era el sentir de todos ellos: “En California el tiempo es hermoso y cálido; la gente y el país más que amistosos, y si no fuera porque en mi interior todo me pareciera tan malo como me parece, sería muy agradable vivir aquí.”

            Los asfixiaban no solo las atrocidades de la guerra o la angustia por los seres queridos que aún permanecían en el viejo continente. Para la mayoría, la situación económica estaba lejos de ser la mejor. A principios de 1941 la European Film Fund, organización no lucrativa creada con la finalidad de ayudar a escritores exiliados, proporcionó trabajo como guionistas en la Warner Brothers y en la Metro - Goldwyn – Mayer, a Heinrich Mann, Döblin, Brecht y otros. Hacia octubre de ese año, sin embargo, ya todos habían perdido sus contratos. Muchos llegaron a depender de sus mujeres. La arquitecta Karola Bloch, por ejemplo, se mantenía a sí misma y a su marido, el filósofo Ernst Bloch, como camarera y vendedora de seguros. Otras cocinaban, cosían, limpiaban o hacían de niñeras.

            A esa situación se sumaba el control y seguimiento de que eran objeto por agentes del FBI. Heinrich Mann, Lion Feuchtwanger y Bertolt Brecht, fichados como comunistas, fueron quienes más estuvieron en la mira. En el caso de Heinrich, sus vínculos con el Movimiento por una Alemania Libre, que tenía su sede en México, y con otras organizaciones antifascistas, era innegable. En 1941, tras el ingreso de Estados Unidos en la guerra, aquellos que habían luchado de modo más vehemente y desde el primer momento contra los nazis, se convirtieron en el grupo de exiliados más aislado e ignorado. Un informe de marzo del año siguiente, firmado nada menos que por J. Edgar Hoover, aseguraba que los tres escritores preparaban un manifiesto llamando a la rebelión contra Hitler que sería emitido por radio de onda corta y lanzado en panfletos desde aviones sobre territorio alemán. Se señalaba que Brecht incluso había pensado arrojar libros de autores exiliados. Otro informe establecía que la mayoría de los emigrantes creía que cuando en Alemania se formara un nuevo gobierno Thomas Mann estaría a la cabeza, aunque se reconocía a Heinrich como el líder intelectual del movimiento antifascista. Los teléfonos de casi todos fueron intervenidos. En algunas ocasiones, sus casas fueron revisadas y ellos interrogados.

            Tan cierto como eso, sin embargo, es la contradicción interior desarrollada tanto en Thomas como en Heinrich, entre las esperanzas depositadas en la Unión Soviética y la tragedia del régimen de Stalin. El desconcierto fue tal que Heinrich cambió su óptica y saludó con optimismo al sistema inglés. Escribe por entonces “En la época de Winston Churchill”, un texto que se daría a conocer recién en 2004, en el cual confía que la Commonwealth británica podría ser el modelo para la futura Confederación Europea que nacerá tras la guerra. 

             La novela histórica, el desafío de relacionar el pasado con el presente, fue el género más común entre los exiliados alemanes a la hora de escribir. Cansado de la serie bíblica sobre José y sus hermanos, Thomas Mann comenzó a releer Fausto y todo el material que poseía sobre él. Eran los preparativos para su última gran novela, Doktor Faustus, que publicaría una vez finalizada la guerra. Heinrich, por su parte, publicaría su última novela, Lídice, en México. La canción de Bernadette, de Franz Werfel, fue el libro de mayor éxito en ventas que hubo entre ellos.

            El 5 de enero de 1944 Los Angeles Times informaron de la muerte de Nelly Kröger Mann, de 45 años, por una sobredosis de somníferos. Era algo que había intentado muchas veces. Para Heinrich desde entonces la consigna fue sobrevivir a una guerra que parecía acercarse a su fin. Pero 1945, a pesar de la caída de Hitler, fue un año contradictorio. Supo que su primera esposa, Mimi, había muerto el 22 de abril a consecuencia de los años de prisión y que a la vez en el campo de concentración Sachsenhausen un grupo de prisioneros alcanzó a rebelarse a las autoridades y escapar. Entre ellos estaba su amigo Rudolf Carius, internado allí desde 1941. Dicen que su casa la encontró intacta y que colgó una fotografía de Heinrich Mann encima de su escritorio. Supo también que Franz Werfel, que había organizado su retorno a Europa, murió el 26 de agosto sin alcanzarlo.

Aunque considerado como un líder espiritual de su país, Heinrich Mann no tuvo fuerzas para volver. Murió de una hemorragia cerebral en marzo de 1950 en Santa Mónica, California. En su funeral se tocó una pieza musical de Debussy y su hermano Thomas fue uno de los que transportó el ataúd. En 1961 su cadáver fue desenterrado e incinerado. La urna conteniendo sus cenizas fue trasladada a Berlín Oriental donde Walter Ulbricht, secretario general del Partido por la Unidad Alemana, declaró triunfalmente: “Él nos pertenece”. Hoy sus restos descansan junto a los de Bertolt Brecht y Heinrich Boll en el cementerio de Dorotheenstadtischen, en la capital de Alemania.

LA CASA DEL EXILIO. Vida y época de Heinrich Mann y Nelly Kröger-Mann, de Evelyn Juers. Circe, Barcelona, 2012. Distribuye  - 413 págs.

Alfredo Alzugarat
alvemasu@adinet.com.uy

Publicado, originalmente, en El País Cultural

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