Hace cien años

Federico Ferrando: una tragedia del 900

Alfredo Alzugarat

Era el 5 de marzo de 1902. Federico Ferrando fue al puerto de Montevideo a recibir a su amigo Horacio Quiroga que volvía del Salto natal. Pasaron revista a sus últimos trabajos literarios mientras almorzaban en el Hotel del Comercio y se dirigieron luego al hogar de los Ferrando, en Maldonado 354. Allí se les unió Héctor, hermano de Federico. Instalados en uno de los dormitorios de la casa, Federico le mostró a Quiroga el arma que, por encargo suyo, había comprado su hermano en previsión a un posible duelo con Guzmán Papini y Zás. Era una pistola de dos caños, sistema Lafouchex, 12 milímetros.

Sentado en una cama, Federico observó como Quiroga inspeccionaba el arma. El resorte del seguro aparecía demasiado duro. Quiroga cerró los dos caños para probarlo. En ese momento se escapó un tiro y se oyó un grito de dolor. Cuando se disipó el humo se vio caer sobre las almohadas a Federico.

Según alguna versión, Quiroga alcanzó a lanzarse sobre el cuerpo ensangrentado de su amigo pidiéndole perdón. Luego corrió a buscar a Brignole, el camarada del Consistorio del Gay Saber que era practicante de medicina. Todo fue inútil. El proyectil había penetrado por la boca para incrustarse fatalmente en el hueso occipital. Federico Ferrando falleció casi en el acto. Hacia las once de la noche, Horacio Quiroga se presentó en la Jefatura Política (Cabildo) y se declaró culpable del hecho. Interrogado por el Juez de Instrucción Dr. Mendoza y Durán, el testimonio de Héctor confirmó que se trataba de un accidente

EL POETA. Se ha considerado a la obra de Federico Ferrando como una prolongación de la gimnasia poética cultivada en el Consistorio del Gay Saber, el alegre e irreverente cenáculo en el que participó de manera destacada junto a Horacio Quiroga, Julio Jaureche, Alberto Brignole, Asdrúbal Delgado y José María Fernández Saldaña. A su labor periodística, centrada en El Imparcial de Salto y luego en El Porteño de Buenos Aires, sumó en 1901, con el seudónimo de Carlos Cráneo, la publicación de algunos cuentos como "En un café al caer el sol" (La Alborada, Nº 149) y "Un día de amor" (Rojo y Blanco, Nº 8), un par de retratos literarios ("Juan Bautista" y "Luis Gonzaga", El Imparcial, Nos. 136 y 138), un soneto (El Imparcial, Nº 164) y el extenso poema "Encuentro con el marinero" (Almanaque Artístico del S. XX), el más citado de sus trabajos.

Presentado por su primo Jaureche, Ferrando había tenido oportunidad de conocer a Quiroga antes de que este partiera hacia París. Un notable entendimiento entre ambos debió incidir para que, al regreso del último, a principios de 1900, convirtieran un cuarto de pensión de la calle 25 de Mayo 118 en un lugar de encuentro que Ferrando bautizaría Consistorio del Gay Saber inspirándose en las antiguas asociaciones de trovadores provenzales. Allí, Quiroga sería el gran Pontífice y Ferrando el Arcediano.

La lúdica convocatoria unió sus hábitos bohemios y la arrogancia juvenil de reírse del mundo con un intento evidente de ejercitarse en las tendencias literarias de renovación que estaban arribando a estas latitudes: el simbolismo francés y el modernismo dariano. Si bien el esnobismo ácrata y las posturas aristocráticas lograban que cada reunión fuera vivida como un episodio de fábula esotérica, con extraños rituales que incluían vino, haschich, y hasta el estruendo de una trompa de cuartel, no menos cierta era la simultánea fabricación de textos transgresores que, en la búsqueda de nuevas formas de expresión, procuraban desarticular con rigor los convencionalismos de la lírica tradicional.

Producto de ese espíritu iconoclasta es el primer libro de Horacio Quiroga, Los arrecifes de coral, y el poema de Ferrando "Encuentro con el marinero", ambos textos de aprendizaje que revelan un indudable potencial que se desviaría por rumbos insospechados en el primero y se troncharía trágicamente en el otro.

"Encuentro..." tiene por protagonista un marinero "incomprensible" y "perfecto", "inmóvil" y "hermoso" ,que llora en un muelle y que, a instancias del poeta, termina confesando su pena de amor. La anécdota, deliberadamente pueril, funciona desde el primer verso como una excusa para agredir burlonamente toda comprensión racional: el nudo de contradicciones irresolubles, las preguntas sin respuesta posible, los equívocos y las ambigüedades, hacen que el lector sucumba en un tembladeral donde a nada puede asirse. La atención a los objetos, el exotismo, el humor, la atmósfera enrarecida, dan señales de una experiencia radicalmente distanciada del quehacer poético local. Otros aspectos del poema lo vinculan con "Leyenda índica" y "Páginas arrancadas a un diccionario biográfico...", textos del Consistorio atribuidos a Ferrando.

La recepción a estas obras solo encontró elogios en los pocos que compartían de manera incondicional la nueva estética. Fuera de allí y sobre todo en las tiendas provincianas, reacias a toda innovación, las piedras llovieron sin clemencia. Desde La Tribuna Popular, bajo el seudónimo de Vina Grillo, Washington José Pedro Bermúdez denostaba a la poesía modernista como "decrépita, senil y valetudinaria", "aberración del buen gusto", "creación híbrida y estéril como las mulas". En La República, Félix Polleri, refiriéndose a "Los arrecifes...", la calificaba como "una prueba acabada de las tendencias neuróticas de norte de Europa". Raúl Montero Bustamante, director de la revista Vida Moderna, señalaba al poema de Ferrando como imposible de descifrar indicando que algunos de sus versos "son sencillamente monstruosidades, ataques a la lógica y al sentido común, que solo pueden aportar al autor sonrisas compasivas". Por el contrario, Ferrando encumbrará la obra de Quiroga sin ocultar su condición de amigo del autor. Lo mismo hará Eliseo Ricardo Gómez con "Encuentro con el marinero".

POLÉMICAS FUNESTAS. La intolerancia y la hostilidad manifiesta de unos y otros no se reducía solo a la crítica literaria de los periódicos. El chimento, los comentarios malintencionados, los gestos de desaire, no eran ajenos al Consistorio y a la Torre de los Panoramas, los dos cenáculos de aquellos jóvenes principistas, ni a la más heterogénea tertulia del Polo Bamba que, en distintos momentos, supo reunir entre otros a Florencio Sánchez, Armando Vasseur, Emilio Frugoni, Ernesto Herrera, Ángel Falco y Guzmán Papini y Zás. Las llamadas polémicas, literarias y de otra índole, que muchas veces derivaron en furiosos intercambios de insultos, se extenderían a lo largo de toda la década.

Hacia 1902, cuando aún se conservaba fresco el recuerdo del enfrentamiento entre Armando Vasseur y Roberto de las Carreras (junio 1901), un nuevo episodio alcanzaría extremos fatales. El 26 de febrero, en La Tribuna Popular, Guzmán Papini y Zás inició una sección engañosamente llamada "Siluetas de literatos", verdadera serie de agresiones verbales, la primera de las cuales tuvo por blanco a Federico Ferrando. Papini, un poeta que había sido rechazado en los cenáculos modernistas y vinculado a círculos de poder político, respondía de este modo a una crítica negativa que aquél había realizado de su Canto a la batalla de Cagancha. Aprovechando un suceso que conmocionó a la sociedad montevideana de aquellos años, el robo por boqueteros de la joyería Carrara, Papini tituló a su artículo "El hombre del caño", centrando su ataque en la desprolijidad y desaseo que supuestamente caracterizaba a su personaje. Las alusiones personales eran evidentes y Ferrando respondió de inmediato con un artículo publicado en El Tiempo (27 de febrero), donde contaba, entre otras cosas, como había retado a un duelo de honor a Papini y éste lo había rehuido. Las siguientes estocadas se registraron el 1º y el 5 de marzo en La Tribuna, por parte de Papini, y por Ferrando el 4 del mismo mes en El Trabajo. En este último diario se aclaraba expresamente que solo por respeto al legítimo derecho de defensa, se autorizaba la nota.

El 5 de marzo, Papini continuaba su serie de siluetas, esta vez titulándola "El de la triste figura" y dirigiéndola contra Eliseo Ricardo Gómez, un poeta menor que frecuentaba las tertulias modernistas y se proclamaba amigo de Ferrando. Fue entonces que los hechos se precipitaron. El 6, con profundo pesar, todos los diarios daban cuenta del cruento hecho que costara la vida a Ferrando y la prisión a Horacio Quiroga.

Eliseo Ricardo Gómez, la segunda víctima, escribió en El Tiempo: "Luego del luctuoso suceso, toda réplica es imposible; la única contestación que puedo darle a ese mal señor, Guzmán Papini, es que en lo sucesivo, cuando ataque, se mire en el espejo de su vida y mida respectivamente el grado de cultura que posee con la del que pretende herir."

La muerte de Federico Ferrando significó un duro golpe para la intelectualidad del novecientos. No solo se perdía alguien que hasta ese momento había descollado aún cuando el tiempo no le había alcanzado para concretar una obra perdurable; también modificó trayectorias en otros; enjuició la permanencia de costumbres reñidas con la moral y la sensibilidad de la época; y finalmente, repercutió en las malas prácticas de la prensa montevideana, aunque lamentablemente no de manera duradera. Mientras La Tribuna Popular se apresuraba a desmentir a colegas de otros medios que Ferrando hubiera enviado padrinos a Papini para concertar un rumoreado duelo entre ambos, un cronista del El Día condenaba las polémicas argumentando que "la libertad de escribir no tiene nada que ver con ellas; ni son escritores los vertederos de basura moral, los deslenguados". Finalizaba exigiendo que la Asociación de Prensa se constituyera en Tribunal de Honor para censurar esas "barbaridades" y evitar su repetición. Las "Siluetas", por su parte, dejaron de ser publicadas sin explicaciones y la firma de Papini y Zás desapareció por algún tiempo de La Tribuna.

El Consistorio del Gay Saber no sobrevivió a la pérdida de uno de sus mejores animadores y sus miembros se dispersaron. El sábado 9 de marzo, tras gestión realizada por su abogado defensor, Dr. Manuel Herrera y Reissig, Horacio Quiroga fue dejado en libertad. El mutismo acorazó a su persona. Todavía pasaría sus vacaciones de ese año en Salto pero le fue imposible adaptarse a los lugares familiares ahora sin Ferrando. El dolor era demasiado. En marzo de 1903 se marchó definitivamente del Uruguay.

De Federico Ferrando quedaron los encendidos discursos que en su sepelio prodigaron Julio Herrera y Reissig y Eliseo Ricardo Gómez y la sentida evocación de muchos que no podían apartarlo de su memoria: "Todavía parece que vaga por estos salones de trabajo su pobre figura escuálida y exangüe, con sus largas descuidadas barbas de bohemio y su porte desgarbado, exento de toda elegancia" (El Imparcial, 6 de marzo).

Fuentes:

Prensa de la época.

Vida y obra de Horacio Quiroga, de J. M. Delgado y A. J. Brignole. Montevideo, 1939.

Las raíces de Horacio Quiroga, de Emir Rodríguez Monegal. Alfa, 1961.

Textos desconocidos de Federico Ferrando. Prólogo de Arturo Sergio Visca. Biblioteca Nacional, 1969.

Textos políticos de Federico Ferrando. Prólogo de José Pedro Barrán. Biblioteca Nacional, 1969.

Las polémicas del 900. Prólogo, selección y notas de Pablo Rocca. Banda Oriental, 2000.

Alfredo Alzugarat

Ir a índice de ensayo

Ir a índice de Alzugarat, Alfredo

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio