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Fernando Aínsa: de la España peregrina al exilio uruguayo 
por Alfredo Alzugarat 

“Las etapas de la vida son provincias con fronteras que solo pueden cruzarse en una dirección” (Aínsa 2000: 11), ha afirmado Fernando Aínsa refiriéndose a la realidad del exiliado, a la unión indisoluble, como si se tratara de una misma cosa, del tramo del tiempo que transcurre al espacio en que se lo vive. O aún más: a la vivencia del tiempo como “una cuarta dimensión del espacio”, tal como lo veía Bergson; o al espacio-tiempo que es “la propia experiencia, lo vivido, el lugar de la memoria y de la esperanza (Aínsa 2006: 30); o finalmente, “al espacio vivido”, como repetirá Aínsa en muchas otras oportunidades.

Quizá  la propia trayectoria vital de Fernando Aínsa explique su vocación por el topoanálisis, indique ese privilegio otorgado al espacio como primer punto de mira para el análisis de la literatura, como focalización determinante para desentrañar los significados del imaginario. Su propia vida puede resumirse en “una geografía íntima y secreta“, “una cartografía personal e intransferible“(Aínsa 2000: 11), según sus palabras. Su historia circular, de ida y de vuelta, de pasaje de un exilio a otro, de arraigos y desarraigos, encierra un vínculo con el espacio como pocas.  Lógico resulta pues, que el complejo recorrido de su obra crítica desembocara en una propuesta de geopoética, tal como la diera a conocer en sus últimas obras.

El lugar es elemento fundamental de toda identidad, en tanto que autopercepción de la territorialidad y del espacio personal", (2006: 22 – 23) afirma con certeza Aínsa. Pero el espacio como tal puede definir la identidad de diversas maneras. Horacio Quiroga, por ejemplo, puede ser el paradigma del individuo que crea su propio espacio, un universo modelado a su antojo, proyección o prolongación de su existir. Resulta casi imposible imaginar a Quiroga sin la selva de Misiones. La densa trabazón de vegetación y río que enmarcó gran parte de su tiempo vital y de su obra literaria fue producto de su libre elección, del esfuerzo con que magnificó un sitio ideal. Es el individuo ocupando y transformando un solo y único espacio que lo identifica plenamente.

Distinto es el caso de Aínsa: no uno sino varios espacios enmarcan su vida; tampoco voluntarios y de libre elección en su mayor parte sino forzados por el devenir de las circunstancias. Integrante de los “niños de la guerra” española, cuyos padres huyen del suelo natal impelidos por los desastres tras la caída de la República, encontrará  en la América del Sur, en Uruguay precisamente, un entrañable remanso de más de dos décadas, una patria adoptiva que finalmente también lo empujará al exilio en París desde donde, veinticinco años después, podrá volver al punto de partida, a las tierras de sus ancestros. Los distintos espacios dividen su vida en varias etapas o tramos otorgándole identidad. Pero ningún espacio está drásticamente separado de los otros, todos conviven en un mismo ser que se alimenta de ellos. Se vive en uno añorando al otro.

Podríamos comparar la trayectoria vital de Fernando Aínsa con muchos otros intelectuales y escritores cuyas vidas transcurrieron entre dos mundos, por cierto, pero, por una relación de cercanía, se me ocurre hacerlo con William Henry Hudson. Nacido en Argentina, hijo de anglófonos, Hudson recorre el sur de su país y zonas rurales del Uruguay para luego exiliarse definitivamente en Inglaterra. Lo asimilado en el Sur será materia prima fundamental para lo que escribirá en el lejano Norte, vivirá en este último espacio recreando los anteriormente vividos, desde el brumoso Londres que lo adoptó reconstruirá el deslumbramiento que le produjo la naturaleza viva y múltiple de la Patagonia y la pradera soleada y rebelde del Uruguay a la que emblemáticamente bautizará como “tierra purpúrea”. Han transcurrido más de treinta años entre la experiencia vivida y su testimonio a través de la narración. Al unirse por la vía del recuerdo y la escritura los distintos espacios, se unen también las distintas etapas de la vida. Las “etapas” y las “provincias con frontera“, como ha preferido decir Fernando Aínsa, quien atravesó por similar experiencia. 

Primera etapa: Montevideo 

Se caracteriza Fernando Aínsa a sí mismo como formando parte de los “niños de la guerra”, “es decir los nacidos en España y emigrados de niños o adolescentes a América Latina”, según testimonia en su estudio sobre el exilio español (Aínsa 2002: 94). Pero pudo haber sino uno de aquellos “niños del mundo” de aquel entonces a los que invocara César Vallejo en “España, aparta de mí este cáliz”: “Niños del mundo,/ si cae España -digo, es un decir- /si cae… /salid niños del mundo; id a buscarla!…” Se insertará entonces dentro de “la España peregrina” que se derramaba generosamente por tierras del continente americano buscando sustituir la patria amada.

Y… ¿si hubiese dos Españas, por ejemplo?”, se preguntaba León Felipe y Aínsa lo cita (2002: 91). La pregunta no era nueva en la tradición cultural peninsular. También Antonio Machado, a propósito del Año del Desastre y de un sombrío futuro sin poder colonial, a principios del siglo XX, supo distinguir “entre una España que muere y otra España que bosteza”. Las dos Españas, precisamente, que se desangrarían durante tres largos años en la guerra civil. “Una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón“, dice Machado. “La única España válida y legítima era la ‘España Peregrina‘, la del exilio”, (2002: 91) complementará sin titubeos Aínsa.

América fue la tierra preferida por ese exilio español, por los primeros intelectuales que emigran o huyen de su país: Pedro Salinas, Jorge Guillén, Luis Cernuda, León Felipe, Rafel Alberti, Manuel Altolaguirre, y por los que les siguieron tiempo después. Es profunda la admiración del joven Aínsa por aquellos que alcanzó a conocer junto a su padre: José Bergamín, Benito Milla, Eduardo Yepes. Asiste al recital del poeta Marcos Ana en su primera llegada al Uruguay después de 22 años de prisión.  Valora las virtudes de Margarita Xirgú. El exilio español está presente en su vida como lo está en la cultura uruguaya de los años 50 y 60 y es, sin duda, factor fundamental en su formación.

A la vez, sin traumas aparentes, se inserta en la numerosa generación de escritores uruguayos de los años 60. “Son clara y simplemente un grupo”, afirmaría Mercedes Ramírez de todos ellos, “unidos por una difusa conciencia de ser los delegados del porvenir y, sin tener aquella arisca combatividad casi parricida de la generación del 45, asumen la postura decidida de quien está haciendo algo diferente de la anterior”.(Ramírez de Rossiello 1969: 593 – 594) Serán también los “legatarios de una demolición”, al decir de Carlos Real de Azúa y los que, según Aínsa,  “munidos de un sólido bagaje intelectual, formados en la mejor tradición europea y norteamericana” les tocó descubrir a un mismo tiempo “la eclosión de la literatura latinoamericana” y los, a esa altura, claros “indicios del deterioro del sistema en el que habían crecido”(Aínsa 2008: 137).

Las primeras obras de Fernando Aínsa en el campo de la narración: El testigo, En la orilla, Con cierto asombro, alternan con su obra periodística y ensayística en La Mañana, Época, Acción y en varias de las muchas revistas literarias de la época. Son los tiempos en que el dibujante y pintor Jorge Centurión lo caracterizaba de perfil, con su pipa, sus lentes y alguna entrada de calvicie.

Insertarse en la generación de los 60 era también insertarse en años movedizos y turbulentos, de crisis profunda, censura y garrote, de latinoamericanización y aspiraciones revolucionarias. Difícil era ser consciente de la dimensión de ese presente y menos de avizorar el cruel futuro que aguardaba a la vuelta de la esquina. Al narrador de Con cierto asombro (1968) pronto la realidad lo superará. Las manifestaciones, la represión en las calles, los episodios de lucha armada, le resultan obra de “pocos” entre “muchos que deliran”, que se movilizan “sabiendo que todo será siempre y por ahora: solidaridad con algo ajeno, protesta momentánea, horas de calabozo y sobreseimiento en la Corte”(Aínsa, 1968: 185 – 186). Es un narrador que todavía quiere confiar empecinadamente en la excepcionalidad de un Uruguay que había sido pero que ya inexorablemente estaba dejando de ser y que manifiesta sus dudas y su temor al respecto, por eso utilizará expresiones como “por ahora” o “momentáneamente y que dure”, Pronto, muy pronto, parafraseando al autor, los sablazos no irían de plano sino de filo, las ráfagas no serían de agua sino de ametralladoras y los “pocos” se convertirían en una muchedumbre de presos, asesinados, desaparecidos y exiliados.

Resulta de interés contrastar aquella imagen de los años 60, realizada en el momento de los hechos y expuesta en la citada novela, y la que hoy Aínsa ofrece, tamizada por la distancia del tiempo y la reflexión sobre el acontecer histórico, en su último libro, Espacios de la memoria. Se remontará entonces a los años treinta para hallar los indicios que marcan el principio del fin de “un país culturalmente abierto al mundo que hasta ese momento había vivido con orgulloso optimismo su carácter excepcional”(Aínsa 2008: 91) con respecto al resto de América, y reseñará el Uruguay del fin del Estado benefactor batllista que desemboca en el golpe de estado de Gabriel Terra, momento clave en nuestra historia cuando, dice Aínsa, “se detiene la expansión y se anuncian los primeros signos de involución y deterioro”. Montevideo paulatinamente se convertirá en un “lujoso biombo para ocultar al resto del Uruguay” y concluirá en una “ciudad extendida en forma desordenada (donde) sobrevuela esa sensación de resaca de una fiesta que terminó mal, tras tanto derroche y desperdicio, cuando tenía casi todo para haber sido realmente lo que soñó ser” (Aínsa 2008: 113).

Hay en esta visión de su último libro un desengaño patente, maduro, definitivo. Aunque sostenga que “Uruguay prolonga hasta bien promediada la década del sesenta la creencia en la estabilidad, en la propia capacidad auto- regenerativa interna, tanto en el plano político como en el cultural” (Aínsa 2008: 121) podrá también afirmar que “el asesinato, el velatorio y el entierro de Liber Arce el 14 de agosto de 1968 dan la conciencia al Uruguay de que se ha entrado de lleno en un proceso de violencia” (Aínsa 2008: 149).

En la década de los 60 España continuaba siendo un referente: Serrat musicalizaba a Antonio Machado, Paco Ibáñez recorría con su canto la mejor poesía peninsular y el poema de Gabriel Celaya, “La poesía es un arma cargada de futuro”, se convirtió en una consigna generacional. “A partir de los setenta, los “niños de la guerra’ española empezaríamos a vivir en carne propia el destino de nuestros padres. Una historia cíclica parecía repetirse, ineluctablemente” (Aínsa 2002: 103). 

Segunda etapa: París 

Desde abril de 1974 la capital de Francia será su lugar de residencia por veinticinco años. “Empiezo a creer que es verdad que ‘nunca estuve más cerca de Latinoamérica que cuando vivía en París’”, afirmará luego Fernando Aínsa en su libro “Travesías”. (2000: 28) Su vocación por la identidad latinoamericana se reafirmará en 1977. Son los años en que escribe “La significación novelesca del espacio latinoamericano” y “Los buscadores del paraíso”, ejes de su obra Los buscadores de la Utopía. Se marca allí un punto de inflexión en su pensamiento.

La habilidad de Fernando Aínsa para insertar una escritura confesional o testimonial en su discurso crítico o en sus panorámicas socio - literarias permite dar una idea de las alternativas, giros o aún rectificaciones de su perspectiva. Así afirma en 1997: “Al abordar estos temas a lo largo de los años, tanto en ensayos sobre literatura uruguaya como en el más vasto de la latinoamericana, no he dejado de replantearme ’dudas cartesianas’ que ningún ’discurso del método’ crítico me ha resuelto. En los lejanos días en que empecé a trabajar sobre la obra de Juan Carlos Onetti, creía que la creación literaria debía ser analizada en forma autónoma, prescindiendo lo más posible de todo análisis contextual, lo que intenté reflejar en Las trampas de Onetti (1970). Hoy en día no estoy tan seguro de ello. En todo caso, tengo más dudas que entonces” (Aínsa 2002: 13 – 14)

En las entrelíneas de estas expresiones se oculta la vastedad de la literatura latinoamericana y el tema de la identidad como quehacer literario. Ambos conceptos lo convocan hasta volvérsele preferenciales e inevitables, casi una obsesión. Al respecto, la influencia de Leopoldo Zea parece haber sido decisiva. Dice Aínsa en su libro Pasarelas: “Zea es un Maestro, el indiscutido maestro de la historia de las ideas y del pensamiento latinoamericano contemporáneo. Un maestro cuyo nombre se pronuncia … con el afecto de cientos de discípulos y colegas del mundo entero que han aprendido con él a conocer, definir y pensar lo americano como una ‘identidad’ original y propia y sobre todo a ver la realidad del resto del mundo, incluida la europea, desde una perspectiva ‘excéntrica’…” (Aínsa 2002 a: 55 – 56)

Puede especularse con varios factores concomitantes precipitando la vocación crítica por la literatura latinoamericana y por el empeño identitario. Por un lado, la pertenencia a la generación de los 60 en Uruguay y su contexto histórico; por otro, las consecuencias del “boon”, que colocan a la narrativa latinoamericana en un sitial de privilegio para el lector europeo. Finalmente, la realidad latinoamericana entrevista definitivamente como una sola tras concluir, para bien o para mal, la excepcionalidad política, social y económica de un Uruguay que vivía a espaldas del resto del continente. Pero, por sobre todo, incide la realidad de su condición de exiliado o, en su caso tan particular, de re-exiliado. Según Lewis Edinger, los pensamientos y acciones del exiliado “permanecen orientadas hacia la tierra que continúa suya” y “sus raíces emocionales e intelectuales permanecen firmemente arraigadas en su pueblo”. (Edinger 1956: 33)¿Cuál es la tierra, el pueblo de Fernando Aínsa?  Pocas veces existe oportunidad de encontrar un caso tan flagrante de doble nacionalidad. Si “el lugar es elemento fundamental de la identidad”, como el propio Aínsa ha expresado, recordar a Uruguay es recordar por extensión a toda América y recordar a España.

La poética del espacio, de Gastón Bachelard, y en general, el espacialismo como perspectiva pluridisciplinaria presente en la antropología cultural, en las artes y en la literatura, es el último factor que se coadyuva a los demás. Todos serán firmemente imbricados en la visión global de la literatura latinoamericana y uruguaya que Aínsa irá tejiendo pacientemente a lo largo de más de tres décadas. Imposible será para él concebir la literatura latinoamericana sin las nociones de espacio - tiempo y espacio - identidad.

El “sistema de lugares” que Aínsa traza desde 1977 en adelante procura abarcar la literatura latinoamericana como interrogante y respuesta a la realidad de América desde el río Bravo hasta la Tierra de Fuego. La relación subjetiva que se establece entre el hombre y su alrededor implica necesariamente una representación del paisaje cargada de significado. Texto y contexto: la geografía se vuelve metáfora y todos los espacios, los reales y los imaginarios, los naturales y los creados por la mano del hombre, los colectivos y los íntimos, serán visitados por Aínsa: el “espacio de la selva” y el de las ciudades, las ínsulas y los ríos, el viaje y la búsqueda de la utopía, la casa, el jardín y la frontera, todos con su carácter ambivalente, con su ambigua sustancia de heroísmo y de extrañitud, de sueño y realidad, de separación y de encuentro o transgresión. Todo se incorpora, de manera flexible pero nunca forzada, a esta concepción sistémica de la literatura latinoamericana. Estacionado en ella es posible expandirse en todas direcciones y forjar panorámicas exhaustivas que   recorren diacrónicamente el imaginario latinoamericano, desde las Crónicas de Indias hasta la más reciente narrativa, en constante reactualización, reciclando una y otra vez la materia prima en el objetivo último del trazado de un canon siempre enriquecido. Conclusión inevitable de este desarrollo es la propuesta de una geopoética, campo abierto a la especulación y al descubrimiento, que explique y que describa el pasaje del “topos” al “logos” y las distintas instancias del paisaje conquistado por el hombre.

En la ensayística latinoamericana preceden y anuncian esta geopoética innumerables estudios  que apuntan en esa dirección, entre otros, de Carlos Fuentes, Fernando Alegría y Octavio Paz. Corresponde a Fernando Aínsa el mérito de una sistematización y aplicación práctica de la misma de minuciosa elaboración.

En la base de su complejo abordaje literario subyace la América mestiza,”mayoritaria y plural, la que mejor define esta identidad configurada día a día en un proceso de creación y recreación permanente”. Es el reconocido legado de Leopoldo Zea, que adjudica a América “un doble pasado o una doble herencia: la propia y la de Europa” (Aínsa 2002: 23), y dentro de esta, en primer lugar, la de España. 

Tercera etapa: Zaragoza - Oliete 

Oliete es un poblado de solo 700 habitantes situado en el municipio de Teruel, a más de 90 quilómetros de Zaragoza, a dos días y medio a pie de Barcelona, en una de las zonas más agrestes y frías de España.  Mientras la mayor parte de la humanidad celebraba con algarabía la entrada a un nuevo milenio, Fernando Aínsa halló la manera más singular de hacerlo instalándose en ese lejano pueblito de sus ancestros, exactamente en la reconstruida casa de campo de quien fuera su abuela paterna. Será la tercera provincia de su vida, al mismo tiempo punto de partida y punto de llegada.

Las propuestas de geopoética y los sucesivos topoanálisis que las componen siguen perfeccionándose en la escritura y el pensamiento de Aínsa hasta hallar su máxima expresión en Del topos al logos (2006), su obra más acabada. Poco nuevo podría señalarse en esta etapa, sin embargo, si no fuera por la especial atención dedicada a la literatura uruguaya. Es que la misma línea de interpretación realizada a escala del continente, el mismo proceder, las mismas metas, Aínsa lo aplica a nivel de su querido Uruguay. Así, a Nuevas fronteras de la narrativa uruguaya (1960 - 1993), le seguirán ahora dos nuevas obras, Del canon a la periferia. Encuentros y transgresiones en la literatura uruguaya (2002) y su más reciente Espacios de la memoria. Lugares y paisajes de la cultura uruguaya (2008).

Es en este último libro donde la veta testimonial aflora quizá con más frecuencia que en otra alguna. Los años sesentas, aquellos que lo vieron nacer  como escritor, años tan fascinantes como terribles, tan cercanos como polémicos, le exigen al autor la difícil tarea de “ser historiador de su tiempo”. “Para realizar este trabajo”, nos cuenta no sin emoción, “me sumergí en mi hemeroteca personal situada en una casa de campo perdida en la provincia de Teruel, la más despoblada, pobre y árida de España. Colecciones de los semanarios Reporter, Hechos y del diario Época, números sueltos de Marcha, recortes periodísticos variados, revistas literarias del período y olvidados folletos y libros de ensayos de tapas amarillentas, amontonados en esa casa del pueblo de Oliete, han sido releídos como si fuera un investigador becado por sí mismo en la soledad y el silencio de una tierra situada entre el pueblo natal de Buñuel, el de Goya y el de los antepasados de José Gervasio Artigas, la Puebla de Albortón. Claro que ha sido una curiosa experiencia intentar ser historiador de su tiempo, tratar de investigar los propios recuerdos, de objetivar la subjetividad”(Aínsa 2008: 118 – 119).

En la soledad y el silencio de Oliete Aínsa repasa su vida, sus expectativas, lo que se sabía y lo que no se sabía en aquellos años. Desde España se llama al lejano país de la juventud: la primera década del nuevo milenio convoca, con minucia de orfebre, símbolos y sucesos de cuarenta años antes. Un hombre, cargado de recuerdos, desde un perdido rincón de la campiña española, tiene un mundo por recrear. Una voz nostálgica, afilada por el paso de los años, subyace en su discurso crítico. El esfuerzo por superar la distancia del exilio lo lleva incluso a ubicar su actual lugar de residencia entre puntos cardinales que recuerdan al prócer de la patria lejana.

Ubicado ahora en su justo lugar, Aínsa reedita “La desembocadura literaria de los ríos inéditos”, antes publicado en Del topos al logos, donde inaugura la narrativa fluvial uruguaya, abordaje singular que establece una ruptura a la trillada dicotomía entre campo y ciudad. Pero, sin duda, las secciones más importantes del libro las constituyen “La invención literaria de Montevideo” y “Estética y melancolía del deterioro urbano”, ambiciosos esfuerzos de trazar un canon literario de la ciudad de su juventud. En ambos trabajos Aínsa persigue detenidamente la construcción del espacio capitalino en la literatura uruguaya desde mediados del siglo XIX hasta nuestros días y lo aborda desde los más variados ángulos, invitando a la reflexión pero también al recuerdo y la admiración. Detrás del rigor analítico y de la larga panorámica que recurre a todos los géneros y a decenas de autores y libros, se adivinan los rescoldos de la nostalgia.

Resulta sintomático al respecto, que Aínsa siga los pasos de Richard Lamb, el joven “alter ego” de Willian Henry Hudson en la novela La tierra purpúrea; lo acompañe hasta la cima del Cerro que domina a la ciudad y haga allí suyas las palabras de aquél: “ Hacia cualquier parte que me vuelva, veo ante mis ojos una de las más hermosas moradas que Dios hizo para el hombre; grandes llanuras sonriendo con eterna primavera, antiguos bosques, ríos rápidos y hermosos, filas de colinas azules que se alargan hasta el horizonte brumoso1”(Hudson 2001: 32). Es la visión idealizada de otro emigrado, que desde otro lugar de Europa y desde hace más de cien años, presta sus palabras al hombre que vive en Oliete, en su España, su exilio uruguayo.  
 
 
BIBLIOGRAFÍA CITADA 

Aínsa, Fernando – Con cierto asombro. Montevideo: 1969.

               Travesías. Juegos a la distancia. Málaga: 2000.

         Del canon a la periferia. Encuentros y transgresiones en la literatura uruguaya. Montevideo: 2002.

          Pasarelas. Letras entre dos mundos. París: 2002 a.

          Del topos al logos. Propuestas de geopoética. Frankfurt: 2006.

                         Espacios de la memoria. Lugares y paisajes de la cultura uruguaya. Montevideo: 2008.

Edinger, Lewis.     German Exile Politics: The Social Democratic

                         Executive Committee in The Nazi Era. Berkeley: 1956.

Hudson, W. H. La tierra purpúrea. Traducción de Idea Vilariño. Montevideo: 2001.

Ramírez de Rossiello, Mercedes. “Los nuevos narradores”, en Capítulo Oriental Nº 38. Montevideo: 1969.

por Lic. Alfredo Alzugarat , Montevideo, febrero de 2009 
(En recuerdo a una velada inolvidable con Fernando Aínsa, Jaime Monestier y Pablo Silva Olazábal, hacia fines de octubre de 2008, en el  “mítico” bar Los Yuyos, entre sabrosa gastronomía uruguaya.) 

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