Prólogo a “Alberi sulla riva” (Árboles en la ribera) libro de poemas de Juan Baladán Gadea publicado en Brescia, Italia, febrero 2006.

Acaso prólogo
Por Alfredo Alzugarat

Ha dicho Octavio Paz que un paisaje no es la descripción, más o menos acertada, de lo que ven nuestros ojos sino la revelación de lo que está detrás de las apariencias visuales. Un paisaje nunca está referido a sí mismo sino a otra cosa, a un más allá.” En otras palabras, el paisaje existe sólo si el hombre le otorga un significado.

Sencilla hasta la transparencia, limpia, decantada, reducida a esencias, la poesía de Juan Baladán encuentra en la naturaleza y el cosmos la única gran metáfora capaz de vaciar su alma y abrirse al mundo. Como las pinturas de aquellos primeros impresionistas que montaban su caballete al aire libre, su verso se adentra en los paisajes de su entorno y en los de su recuerdo, ambos fundidos en su interior.

Su largo andar lo ha llevado por valles de sombra/ de muerte y por una comarca de lagos y montañas lejanas donde finalmente se ha detenido a reflexionar el paso del tiempo y el sendero recorrido. Allí los árboles inmóviles encuentran un espejo en el continuo andar del río y en ese contraste de quietud y movimiento, los recuerdos parecen quedar en suspenso. Es la búsqueda de la armonía, de la calma, del sosiego. Luego, en el pasar de los días, podrá abrirse la puerta cerrada de los sueños y aparecerá el “tú” del amor, fuente de inspiración y refugio al mismo tiempo.

Hay en el poeta una interioridad dolida, tensionada por fuerzas extremas, palabras que enmudecen o que duermen en silencios lejanos, tal vez sinfonía de sonidos en sordina, soledades y nostalgias que despiertan con los últimos rayos del sol, con los atardeceres que visten de azul el horizonte. Abismos, silencios, ansias de reencuentro. En lenta evolución, el poeta habla de pájaros que vuelven/ desde más allá del mar y luego de barcas  en las que algún día buscará puertos perdidos, islas sin nombre, el vórtice de su último naufragio. Manrique y los ríos que van a dar a la mar, Antonio Machado y los caminos que se hacen al andar, dan pábulo a esta poesía donde el hombre se aleja del fragor de las grandes ciudades, se despoja de artefactos y se hunde en lo prístino de la naturaleza para oír los balbuceos de su corazón. 

El último poema, “A mis amigos”, corona claroscuros y reencuentros.  El canto bucólico deja paso a la biografía de puertos perdidos: la casa paterna, las verdes riberas de dos ríos que compartieron su infancia: el Yerbal y el Olimar, la prisión, el amor, la familia, los amigos lejanos. El río de la vida transcurre en el tiempo. La definición no se hace esperar: Somos/ fragmentos de memoria,/ tierra que anda/ llevando sueños... Si Octavio Paz concluía en que el paisaje, convertido en signo para el hombre, es “una metafísica, una religión...” Baladán parece haber hallado, al observarlo y desmenuzarlo, la clave de su existencia, la explicación de su vida. Será por eso que sus versos, suaves y firmes al mismo tiempo, transmiten tanta paz al lector.

Alfredo Alzugarat

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