Una sombra llamada Garbo

por Hugo Alfaro

Era habitual, en el Montevideo cultural de los años treinta, discutir sobre la capacidad histriónica de Greta Garbo. ¿Era una gran actriz o “sólo” una gran personalidad? Arturo Despouey, en su estilo elegante, informado y sensible, sostenía desde Cine-Radio-Actualidad que la Garbo no era una intérprete de fuste, como sí io eran Bette Davis y Katharine Hepburn; según él, la actriz sueca se valía de la aureola de mujer enigmática que siempre la rodeó (y que ella misma fomentaba), y le tomaba suavemente el pelo por aquello de “I want to be alone ” (“Quiero estar sola”), su sonsonete preferido. “¡Y quién iba a querer estar con esa f-f-flaca!”, tartamudeaba alegremente Despouey.

Pero luego se estrenaron La dama de las camelias y Ninochtka y el enjundioso crítico de Cine-Radio, que además era capaz de rectificarse generosamente, colmó de elogios a la Garbo porque allí sí, según él, se sacudió la persistente niebla que la aislaba, para encarnar con autoridad, en el filme de George Cukor un papel dramático y en el de Emst Lubitsch una hilarante funcionaría soviética.

Yo la recuerdo en María Walewska como una actriz absolutamente seductora. Era la amante polaca de Napoleón, y el corso, en una tregua de su expedición a la Rusia invernal y a la derrota, tiene un encuentro fugaz con ella en la engañosa paz de una noche hogareña. Mientras Napoleón (un sanguíneo Charles Boyer) devora la cena, bien regada, y dice sus sueños de conquista, Greta Garbo parece protegerlo con una sonrisa a la que ponen un signo interrogativo sus cejas arqueadas. La camaradería, la ternura, el oscuro temor de esa mujer que ve partir a su hombre hacia un destino incierto, están allí, en ella, dejando ver lo vulnerable del poder, lo vulnerable del amor.

Fascinante en su carrera de actriz -con puntos altos en Reina Cristina, Anna Karenina y Demonio y carne- no lo es menos en su retiro. Distancia que empieza en Hollywood y que pocos pudieron zanjar. ¿Arrogancia, timidez? Y luego sí, el retiro obstinado. No el que supone la idea de abandono sino el otro, el militante, asistido por una voluntad necesariamente férrea, gracias al cual, ¡durante cincuenta años y en Nueva York!, Garbo quiso estar sola y logró estar sola. Se !a sospechaba, se la intuía, se rastreaba la huella de su posible perfume, pero ella se esfumaba entre la multitud. Ni la prensa especializada ni la sensacionalista, para la cual no hay fronteras, pudo acercársele. La mejor noticia, la más digna de su leyenda, era seguir ignorándolo todo.

¿Leería Greta Garbo?, ¿qué leería?, ¿escucharía radio, miraría televisión? Al cine, sin duda, no iba, ¿o sí, al amparo de las sombras, su medio natural? Dicen que miraba -perfeccionista, obsesiva-, una y mil veces, sus propias películas... ¿Le importaron las guerras, las grandes desgracias públicas o las alegrías? En su intimidad, tenazmente defendida, quizás riera como antaño -la risa como una forma de la hermosura-, ¿pero a quién, con quién? Nada se supo a ciencia cierta. La mujer creó al mito y el mito devoró a la mujer. Todo resulta misterioso, dramático, ligeramente anacrónico e inquietante. Una ráfaga de poesía insana, de belleza neurótica. ¿Egoísmo monstruoso?, ¿o altanero ejercicio del derecho a no ser un objeto, del derecho a ser diferente? Una mujer alta y flaca, de gafas oscuras, sueca, soltera y 84 años de edad, inaccesible, se desmorona y muere en medio del silencio que tanto amó.

20 de abril de 1990

por Hugo Alfaro
"Alfarerías"
Imprenta Rosgal S. A. octubre de 1995 Montevideo, Uruguay

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

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                      Hugo Alfaro en Letras Uruguay

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