Explicación y excusa
"Mi mundo tal cual es"

por Hugo Alfaro

Con cierta vergüenza (no mucha, eh) emprendo este segundo viaje exploratorio en torno de mi mismo, es decir en torno de mi ombligo y sus alrededores. Una de las frases más reveladoras y amenazantes, que uno escucha en el habla cotidiana -"Como yo siempre digo..."-, supone no tener nada mejor para ofrecer a los demás que alguna ocurrencia propia, acaso de fácil olvido. Al reeditar "Mi mundo tal cual es" estoy como citándome. Pero, ¿qué hacer? Porque también hay algo de irremediable en este retorno a las fuentes. Más allá de todo narcisismo me explico por ellas, en ellas. No quedaron fijadas -estancadas- en la década del veinte y en el tránsito del Tala natal a la montevideana calle Justicia. Pretendo que al menos un hilo de agua sigue manando y nutriendo mi vida, ya en el umbral de la vejez (oh, no es tan grave; soy sólo del 17).

Pues ocurre que al releer la primera edición (1966, Arca) de este librito, para preparar la segunda que me piden los compañeros de Banda Oriental, no puedo no instalarme otra vez en el centro de operaciones de mi infancia (que no es sólo mío), revivir aquellos días dichosos, sin duda formativos, y verlos proyectados después, en crónicas de cine y otras crónicas, síntomas de una vocación que habla nacido como un juego más. Y que acaso sigue siendo un juego.

Ya no están Carlos Quijano ni Ángel Rama. Ellos me habían impulsado, hace veinte años, a reunir en volumen cierto tipo de notas mías publicadas en "Marcha". Y en el prólogo, limpio y generoso como todo lo suyo y como todo él, Ángel me exhortaba -me sigue exhortando- me instiga y me desafía a ser siempre yo. Nuevas aventuras, otros meandros de mi ser (no todos; pero no deben tomarse estas palabras como promesa o amenaza de una tercera edición) surgen de estas viejas, nuevas páginas. Reescribí, corregí, suprimí, agregué. Sobre todo agregué. El librito es el mismo, y es otro (igual que el autor). Un retrato que contiene un retrato, que contiene un retrato. El del tiempo evocado, el de la escritura, el de la reescritura.

Ojalá que la máscara -como Ángel dice, en el prólogo, que dijo Nietzsche- se parezca al rostro. Y no tape al ombligo.

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