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El Dibujo
Azucena Aldasoro

Fue el último día de clase. El bullicio de cuarenta chicos espantó a los gorriones, benteveos y cotorras; cotidianos habitantes de aquel parque.

Ya había caído la tarde, y en pequeños grupos fueron tomando rumbo a la ciudad. Joaquín, siempre solitario, permanecía sentado en el suelo y seguía dibujando.

Una mano fina, muy blanca, se extendió, invitándolo a levantarse. Antes de incorporarse arrancó del block la hoja dibujada, la dobló en cuatro y se la dio a esa mano que ya se había posado en su hombro. Sin saber cómo, se pusieron a caminar muy lentamente enlazados por la cintura. 

La noche encendió deseos y una mano ávida recorrió el tembloroso cuerpo virginal, luego del primer beso, la entrega fue total. Una roja amapola sobre el pasto marcó el instante vivido.

Desde hacía mucho tiempo, Joaquín, introvertido, quieto, solitario, estaba enamorado de Irving, especialmente le atraían sus "grenchas" rubias y soñaba con acariciar esa piel tan suave y blanca.

Irving, cuyo aspecto denunciaba su ascendente nórdico, hija de pastores finlandeses, también tenía problemas para comunicarse con sus compañeros; pero desde hacía tiempo notaba que a Joaquín no le resultaba indiferente.

Los padres de Irving se trasladaron a la misión de otro pueblo y la separación de los enamorados fue definitiva.

Pasado un tiempo Irving se casó. Su vida fue gris, monótona, difícil. Cuando se sentía triste buscaba un papel que guardaba celosamente, lo desdoblaba y mirando aquel dibujo tan conocido se decía: "Yo fui amada" Ese era su secreto, y el bálsamo le hacía sentir que aún era mujer.

El dibujo representaba un árbol solitario, recostado en un cielo enrojecido.

Transcurrieron muchos años, veinte, tal vez. El diario local anunció en grandes letras: "Visitará nuestra ciudad el gran artista distinguido, ya, en el mundo entero".

Irving, después de mucho dudar, decidió ir. Parecía que el corazón le iba a estallar, y de a ratos sentía que tocaba el cielo. En los cuadros expuestos vio, reiteradamente un árbol solitario recostado en un cielo de arrebol.

No perdió palabra de la brillante conferencia, sentada lejos, tratando de pasar desapercibida.

Alguien del público le preguntó a Joaquín, por qué se representaba un mismo atardecer. Contestó: -Sólo una mujer podría responder esa pregunta."

-¿Y cuál mujer? ¡Hay tantas!-

-No. Hay una sola, imaginada de cien modos distintos.-

Silenciosamente, una mujer abandonó la sala.

Al llegar a la calle habló con un chico y a cambio de unas monedas le pidió que entregara al señor que ocupaba el escritorio, un papel doblado en cuatro, que mostraba en sus bordes el deterioro de mil veces haberlo abierto.

El pintor no necesitó desdoblarlo, para saber lo que era. Miró ansiosamente la sala, pero no vio lo que buscaba, y como hablando para si mismo, determinó:

-Amar, es una vez y para siempre.-

Ella iba feliz.

-Todavía me ama.- Repetía. - No me olvidó.

Azucena Aldasoro
Taller de Escritura y Estilo "Atrapasueños" de la Biblioteca "Carlos Roxlo", barrio La Teja (Montevideo) Año 2006
Juan Ramón Cabrera - Coordinador

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