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Ángeles apasionados, de Jaime Monestier. 
Editorial Cal y Canto, Montevideo, 1996, 336 páginas por Jorge Albistur

Una absolución llena de memoria

En las dos citas que, a modo de acápite, presiden el desarrollo del relato –una de d’Aubigné y la otra de El olvido está lleno de memoria- ha de buscarse el mensaje último de esta novela, que tiene que ver con la libertad del hombre frente a su pasado y las formas de ejercitar defensas ante la tiranía de los determinismos. A veces, estas estrategias se vuelven conscientes y se despliegan para neutralizar a la inquietud urgente y el recién insinuado desconcierto. Así, en el capítulo titulado “Cuando el tiempo cae sobre ellos”, se lee: “Sin saber cómo, por misteriosa asociación, y quizás por huir y aferrarse al presente, pensó en la computadora: ¿La habré apagado?”. El subterfugio, la fuga por debajo, conjura una emergente angustia.

La otra vía de ingreso a las significaciones esenciales de la historia aparece sobre el final de ella, si se tiene en cuenta que aparte de la explícita y sacramental, hay una confesión en las conductas y hasta en las simulaciones de cada hombre. Así dirá cierto personaje: “Todo se había escapado en un mágico torbellino irrecuperable, incinerada la memoria, extraviados los archivos. Sólo quedaba el perfume de aquella balsámica compasión absolutoria”. La novela procura revelar la inflexión que cada individuo inscribe en “la unidad de sus protagonistas”. En verdad, no hay uno sino muchos protagonistas en esta historia, que enlaza permanentemente a tiempos diferentes y proyecta a la aventura individual en la serie de los acontecimientos de significación colectiva. A veces, este encastre funciona a texto expreso, como ocurre cuando, en el capítulo gongorinamente titulado “Campo de plumas”, una escena de amor continúa a otra vivida muchos años atrás. Otras veces, un espíritu nace a la pasión mientras la muchedumbre entierra a Batlle, o un negocio inaugura el porvenir de un hombre cuando Brum se suicida.

Los movimientos de una mirada empeñada en así evaluar a lo individual en lo que afecta al colectivo, hacen de “Ángeles apasionados” una excelente y casi clásica novela histórica. El tiempo de hoy entreteje las raíces europeas de nuestra identidad –proverbialmente problemática- y en él desembocan asimismo ideologías y confesiones de trabajosa amalgama. Abate, el protagonista más aparente y ubicado en el presente absoluto de la novela, soporta sobre su alma el demasiado peso de tan compleja herencia.

El lugar central es alternativamente ocupado por los otros Abate –padre y abuelo-, por el amigo lúcido que descifra el Aleph y en cuya conciencia se juzga a la historia, y hasta por esa misteriosa Adela que al parecen luchó con Rivera y es testigo del hasta ahora último acto del drama.

La novela de Monestier está muy bien escrita y resuelve la tentación del humor en cuadros que inmovilizan a los seres en el grotesco. El autor conoce mucho mundo: así el exterior como el íntimo de los personajes. Ha leído a Umberto Eco, y le debe los más maravillosos enigmas policíacos, desafíos para la inteligencia. Acepta los recursos de la novelería –hoy televisiva- y juega con hermanos que se ignoran tales y más de un amorío furtivo. Pero, más allá de estas invenciones, el relato deja un fuerte sabor de vida real y verdadera.

Jorge Albistur
Brecha, 7 de abril 1997

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