"Trincheras de papel"
Hugo Acevedo

* Durante la dictadura liberticida que asoló a nuestro Uruguay, la literatura no acalló su potente voz opositora, destinada a denunciar las incalificables violaciones a los derechos humanos. Esa clandestina épica del arte se transformó en implacable fiscal de la prepotencia autoritaria.

HUGO ACEVEDO

En "Trincheras de papel", Alfredo Alzugarat construye un revelador ensayo, que condensa y analiza la nutrida producción escrita gestada detrás de las rejas de la ignominia.

En este trabajo de recuperación de la memoria, el autor aborda un aspecto virtualmente inexplorado de los años más oscuros de la historia nacional de la segunda mitad del siglo XX.

Testigo y protagonista de ese pasado tortuoso, Alfredo Alzugarat recrea la más despiadada carnalidad de esos tiempos de represión y barbarie, para rescatar algunas de las más valiosas experiencias de resistencia al autoritarismo liberticida.

Ese sinuoso itinerario supuso todo un desafío, urgido, en este caso, por la emergencia de otorgar una justa visibilidad a los personajes y arquitectos de esa epopeya, algunos de ellos virtualmente desconocidos.

Conjugando el ensayo con el relato, Alzugarat transforma lo implícito en explícito, dando cuenta de la peripecia compartida de un grupo de uruguayos que construyó su creación desde el vientre mismo del enemigo.

Antes de ingresar de lleno en el análisis de estas experiencias engendradas en el despiadado paisaje del confinamiento, la tortura y la humillación, el investigador ensaya una profunda reflexión sobre la naturaleza de esas creaciones literarias.

Recogiendo los primeros testimonios que le permitieron otorgar voz y cuerpo a su trabajo, Alfredo Alzugarat da cuenta de las diversas estrategias empleadas por los presos políticos para plasmar su producción.

La obra corrobora que cualquier trozo de papel o cartón era aprovechado para plasmar esas cautivas emociones y sensaciones, desde una mera hojilla para armar cigarros hasta un prospecto de medicamento o un trozo de papel higiénico.

Las severas restricciones impedían normalmente el acceso al material de escritura, lo que abortaba todo eventual intento de comunicación.

El aislamiento era parte de una muy bien estudiada estrategia represiva, que apuntaba a anular la identidad del preso, destruir su vida de relación y quebrar su voluntad.

No obstante, el autor confirma que la correspondencia quincenal con los familiares ­que estaba naturalmente sometida a una estricta censura por parte de los carceleros­ operó como primordial vínculo con el exterior y la realidad.

En ese contexto, afloraron también las primeras expresiones literarias que normalmente asumían el formato y el lenguaje de la poesía, todo fuertemente condicionado por la conculcación de la libertad de expresión.

En condiciones de extremo confinamiento, además de la imaginación y la memoria, la principal fuente de inspiración de los presos fue la lectura, que, en el primer tramo de la dictadura, fue practicada con particular avidez y delectación.

Con el propósito de facilitar una mejor comprensión por parte del lector, el escritor reconstruye los escenarios donde transcurrió la experiencia de encierro de miles de prisioneros de conciencia.

En tal sentido, Alfredo Alzugarat dedica dos capítulos a la biblioteca del penal de Libertad, establecimiento militar que alojó a la gran mayoría de los reclusos.

El relato, que se nutre obviamente de múltiples testimonios, confirma que hasta mediados de la década del setenta, el acceso a la biblioteca, que llegó a contar en su mejor momento con más de doce mil volúmenes, fue bastante fluido.

Luego, el advenimiento de tiempos más represivos y restrictivos y la irracional quema de miles de libros considerados "subversivos" y aún de obras clásicas que los censores juzgaron comprometidas, limitó seriamente las posibilidades de leer material variado y de buena calidad.

Con esta actitud, el gobierno autoritario confirmó su visceral odio por la cultura, que siempre ha sido una suerte de bastión inexpugnable para las tiranías y un fuerte acicate a la rebeldía.

Pese a todo, la lectura siguió siendo una de las actividades más importantes de los presos hasta que el epílogo de la pesadilla y el osado ingenio logró rescatar algunos títulos prohibidos, que circularon clandestinamente entre los internos.

Esa actitud desafiante de parte de los presos conoció una expresión aún más importante, que constituye precisamente la materia prima de análisis de este esmerado trabajo de investigación.

A los efectos de favorecer una mejor visualización del tema, el autor analiza algunas de las tendencias en materia de lectura imperantes en el ámbito del penal militar.

En ese contexto, no es casual que el Quijote, el inmortal clásico de Cervantes, haya sido uno de los libros más requeridos por la población reclusa.

Aunque resulta redundante destacar las inconmensurables cualidades literarias de esta obra emblemática, lo sustancial, en este caso, es obviamente el mensaje en valores que sugiere y transmite ese caballero andante amante de la justicia y la libertad.

Este trabajo confirma que la lectura en situación de confinamiento trascendió al mero pasatiempo, transformándose, en muchos casos, en una auténtica disparadora de la imaginación y la creatividad.

Revelando las diversas facetas de este atípico fenómeno, Alzugarat ingresa en la materia sustantiva de este revelador ensayo, al reconstruir la peripecia literaria de los presos políticos, que se remonta a antes incluso del golpe de Estado.

El escritor sugiere y en buena medida lo demuestra, que la dictadura truncó un fermental movimiento literario en ciernes, que parecía claramente destinado a destronar a la emblemática generación del 45 de la escena cultural nacional.

En ese contexto, el autor analiza la producción de una vanguardia literaria radical, que encontró su envase expresivo particularmente en la poesía, transformada, a la sazón, en una suerte de trinchera.

Entre los creadores más conocidos que integraron esta eclosión rebelde, cabe mencionar a Carlos María Gutiérrez, Raúl Orestes Gadea, Lucía Fabbri, Miguel Angel Olivera, Daymán Cabrera, Jorge Torres y Francisco Lussich.

El investigador analiza la obra de cada autor en particular, confirmando la inequívoca potencia de los mensajes, el fuerte valor testimonial de la creación y el compromiso con la libertad y la denuncia de la barbarie que estaba padeciendo nuestro Uruguay.

Alzugarat se adentra en otros territorios de la palabra, recreando el teatro rebelde que también se engendró en el vientre del calabozo, realimentando la corriente independiente que cobró un particular auge en la década del sesenta.

En ese contexto, asume particular relevancia la figura del dramaturgo y ex guerrillero tupamaro Mauricio Rosencof, cuyos textos ya habían logrado visibilidad antes del período autoritario y recobraron todo su vigor luego de su liberación.

Hay nombres muy significativos que crearon en la inhóspita soledad de una celda, como Carlos Liscano, Hiber Conteris, Angel Turudi Cawen y Marcelo Estefanell, entre otros.

Casi todos ellos construyeron un sólido itinerario literario cuando recuperaron la libertad, transformándose en figuras relevantes de la producción artística nacional.

La indagación de Alfredo Alzugarat comprende otras facetas de esa escritura que rompió los barrotes del aislamiento, como la literatura dedicada a los niños que también fue cultivada por Rosencof, entre otros autores.

Uno de los ejemplos más singulares de la resistencia a través de la palabra es el de Nelson Marra, condenado a cuatro años de prisión, por "vilipendio a la moral de las Fuerzas Armadas".

El autor del polémico cuento "El guardaespaldas", publicado inicialmente en el semanario "Marcha" fue protagonista, en 1974, de una de los peores casos de censura dictatorial. El episodio derivó en la detención de Carlos Quijano, Hugo Alfaro, Juan Carlos Onetti y Mercedes Rein.

El libro aborda, asimismo, la literatura rebelde del exilio y la producción de la posdictadura, como expresiones un arte que nació de las entrañas mismas del sufrimiento.

Este trabajo analiza más de cuarenta obras y sesenta escritores, además de más de un centenar de libros escritos en libertad, que condensaron la peripecia carcelaria en toda su dimensión dramática.

"Trincheras de papel" es una panorámica historiográfica de alto valor testimonial, que no se limita naturalmente al análisis de la producción creada clandestinamente en prisión.

Este ensayo ­que es a nuestro juicio uno de los mejores títulos del año­ imbrica esa literatura cautiva con obras testimoniales escritas y publicadas luego de la recuperación democrática, que también marcaron un fuerte perfil de denuncia de las abominables violaciones a los derechos humanos perpetradas durante el período autoritario. *

(Edición de Trilce)

Hugo Acevedo
Diario "La República" 
Cultura p24 
Domingo, 12 de noviembre, 2007

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