Concluye la Guerra Grande
Urquiza pide a los jefes de Oribe que adhieran a su cruzada

por Eduardo Acevedo

Peso del Sitio acuñado en el Montevideo sitiado

Una vez resuelto a ponerse al frente de la guerra contra Rosas se dirigió Urquiza a los principales jefes de Oribe, entre ellos los generales Ignacio Oribe y Servando Gómez y coroneles Lucas Moreno, Diego Lamas y Bernardino Olid, para anunciarles sus planes y pedirles su concurso. Los jefes invitados, ignorando las verdaderas proporciones del movimiento .que se incubaba, se limitaron a trasmitir al cuartel general del ejército sitiador las comunicaciones «del traidor salvaje unitario Justo José de Urquiza». Era ese el calificativo obligado: todo el que se erguía contra Rosas debía ser fustigado como traidor y como salvaje unitario.

El general Garzón es nombrado jefe del ejército oriental.

El general Eugenio Garzón que estaba en Entre Ríos incorporado al cuartel general de Urquiza, se dirigió a su vez al Gobierno de la Defensa para ofrecerle sus servicios militares en la nueva campaña que se abría contra Rosas y contra Oribe.

«Obedeciendo, decía en su nota al Ministro de Gobierno, al sufragio de mi propia conciencia, y a las leyes de la naturaleza, como ciudadano y general oriental es mi deber declarar por intermedio de V. E. al Supremo Gobierno de la República que yo le reconozco como el único legítimo, porque es el que ha encaminado los negocios políticos, la guerra y sus constantes afanes hacia el fin a que aspiran todos los buenos orientales para salvar la independencia de la patria, sus glorias y sus pasadas tradiciones, cuya existencia vacilaba a no ser por los esfuerzos extraordinarios que han venido a operarse en su apoyo.»

Mediante esta nota de acatamiento, escrita en la víspera de la celebración del tratado de alianza entre los gobiernos de Montevideo, Entre Ríos y el Brasil, colocábase el general Garzón en situación de ser nombrado jefe del ejército oriental, y el Gobierno de la Defensa, de acuerdo con una de las cláusulas de ese tratado, extendió en el acto el nombramiento.

Por la elevación de sus ideas, por su absoluto alejamiento del teatro de la lucha y su larga y brillante foja de servicios a la patria, apenas sombreada por el motín militar de junio de 1832, parte integrante de la revolución de Lavalleja contra Rivera, era el general Garzón el más indicado, el único indicado más bien dicho para asumir ía jefatura de los ejércitos orientales. Había peleado al lado de Artigas, de San Martín, de Bolívar y de Alvear, y en las tareas administrativas se había destacado como Ministro de la Guerra durante el Gobierno de Rondeau. Cuando Oribe cruzó el Uruguay a raíz de la batalla del Arroyo Grande para poner sitio a Montevideo, el general Garzón que formaba parte del ejército victorioso, se dirigió al cuartel general de Urquiza y allí continuó al servicio del Gobernador de Entre Ríos durante todo el curso de la Guerra Grande. Dando la razón de ese alejamiento, decía en 1851 a don Manuel Herrera y Obes:

«Sólo con los orientales que lo acompañaban yo me habría obligado a seguirlo en su invasión a este Estado. Con un ejército extranjero y sirviendo una política extranjera consideré que era un acto de la más criminal traición. Así se lo dije, y' eso hubo de costarme la vida según es de notoriedad.»

Uno de los diarios de Montevideo, «El Comercio del Plata», al dar la noticia de su ofrecimiento de servicios al Gobierno de la Defensa, decía que el general Garzón se preparaba «a cooperar a la grande obra de reunir a los orientales bajo una bandera de conciliación, bajo la cual no haya vencedores ni vencidos».

Era la fórmula feliz que don Andrés Lamas había lanzado desde Río de Janeiro y que recogía para darle ejecución el hombre que contaba con la confianza ilimitada de Urquiza y la simpatía de los sitiados y de los sitiadores, a cuya contienda se había sustraído por motivos que unos y otros tenían que reputar altamente honrosos y patrióticos.

Urquiza y Garzón cruzan el Uruguay.

El 18 de julio de 1851, aniversario de la Jura de la Constitución, la guarnición oriental de Martín García hizo una salva de 21 cañonazos que fue contestada por los barcos de guerra franceses y brasileños destacados allí. Era la señal del rompimiento de las hostilidades.

Al día siguiente empezó el pasaje del río Uruguay a la altura de Paysandú por las fuerzas de Urquiza, a la del Hervidero por las fuerzas de Garzón y a la del Salto por las fuerzas de Yirasoro.

En sus proclamas decía Urquiza a los entrerrianos:

«Nuestros hermanos del oriente invocan el auxilio de vuestras lanzas para arrojar del nativo suelo al bárbaro que quiere devorar hasta las ruinas de una antigua gloria nacional comprada con la sangre de republicanos ilustres ... He tenido la dicha de conduciros sin interrupción a la victoria, y con vuestro vaior indomable cuento ahora para llenar el grato compromiso que nuestra patria acaba de contraer ante la civilización del mundo.»

Y a los orientales:    '

«Torno a pisar vuestro suelo hollado hace nueve años por un hijo desnaturalizado que ha vendido vuestra heroica nacionalidad a la insaciable ambición del tirano de Buenos Aires. Teníais leyes, Oribe las ha relegado al desprecio; instituciones, las ha derribado con su mano sacrílega; libertad, la ha encadenado al ominoso carro del Nerón argentino; orden, lo ha suplantado con el caos; riqueza, la ha entregado al pillaje de los bandidos; sangre, la ha vertido inhumano, en medio de furores frenéticos; independencia, la ha ofrecido en holocausto a los usurpadores de dos Repúblicas.»

Garzón proclamó también a los orientales.

«En momentos tan solemnes, les decía, los ciudadanos y el ejército deben componer una sola masa y expresar en todos los ángulos de la República un solo sentimiento nacional»... Es necesario «arrancar de raíz esa aborrecible dictadura representada por el desmedido escándalo que ofrecen los déspotas Rosas y Oribe», que devora la riqueza de la República, «que hace imposible la reunión de sus hijos entre quienes levantaron un muro para dividirlos y evitar se den el fraternal abrazo que anhelan los orientales».

Oribe contestó con otra proclama en que fustigaba así a Urquiza:

«Un desertor de la sagrada causa que defienden las Repúblicas del Plata amenaza nuestra libertad e independencia... Degradado hasta el extremo de convertirse en vil juguete de los que antes trató como a mortales enemigos, vuelve ahora las armas contra sus hermanos y compañeros existiendo aún los intereses ,y las necesidades que fundaron esa misma causa y el sagrado compromiso que lo ligaba a ella.»

Los orientales del ejército de Oribe se pliegan a Urquiza y a Garzón.

Las fuerzas de Oribe qué guarnecían las costas del Uruguay' se plegaron a Urquiza y a Garzón sin disparar un solo tiro. Las de Paysandú, compuestas de 1,500 hombres al mando del general Servando Gómez y de los coroneles Quincoces, González y Neira, fueron las primeras en dar la señal con todos sus jefes a la cabeza; y su ejemplo fué seguido por el coronel Lucas Píriz y toda la guarnición del Salto que estaba bajo sus órdenes.

El ejército del general Ignacio Oribe, que iba en marcha con rumbo al Norte del río Negro para presentar batalla a Urquiza, se fue disolviendo también sin combatir. De los 5,500 hombres que lo componían sólo quedaban ya una columna de 1,300 al mando inmediato del jefe principal y otra de 400 al mando del coronel Granada cuando llegaron órdenes de retrogradar para impedir el desbande total.

Las fuerzas de Tacuarembó que mandaba el coronel Barbat y las divisiones de los coroneles Lavalleja, Peñarol y Villaurreta se incorporaron al general Garzón, quedando con ello todo el Norte del río Negro y una parte del Sur en poder de Urquiza sin una sola gota de sangre derramada.

Quince días después de haber tocado tierra uruguaya, ya tenía Urquiza su cuartel general en el Paso de los Toros, y de allí se trasladaba al Durazno para recibir nuevas y valiosas adhesiones, como la de Dionisio Coronel con toda la división de Cerro Largo que operaba bajo sus órdenes.

Las crónicas de la época apenas mencionan un incidente desgraciado en el curso de este enorme movimiento de disgregación de los ejércitos de Oribe y de reconcentración en torno del porta estandarte de la concordia nacional. Fue en la ciudad de la Colonia. Había empezado a retirarse la guarnición y en la creencia de que ya no volvería varios jóvenes tomaron la iniciativa de un pronunciamiento contra Oribe. Algunos de los soldados retrocedieron entonces y lancearon a los promotores del movimiento. Fue esa la única sangre derramada.

El general Garzón, que había recibido, del Gobierno de la Defensa facultades para organizar los departamentos que fueran abandonados por las fuerzas de Oribe, confió la jefatura del Salto a don Tomás Gomensoro a base de un pliego de instrucciones revelador de la política de confraternidad que ya alboreaba.

«Sin tocar los acontecimientos privados — le decía — sin recordar ninguna de las opiniones que hayan podido dominar a los individuos de ese departamento, es preciso dedicar el más exquisito celo para reunir la opinión pública, sofocar las pasiones que han desunido a los orientales y poner término a todo el mal que han traído aquellos desvíos.»

Prevenía a la vez el general Garzón que la escarapela nacional era el único distintivo de guerra que podía llevarse en el sombrero.

El Gobierno oriental ha declarado ante la faz del mundo, escribía «La Defensa» a mediados de agosto, que «no quiere vencedores ni vencidos cuando tiene el poder de vencer; quiere el olvido del pasado, la libertad y la seguridad de todos para las personas y propiedades, y la libre concurrencia de todas las opiniones para la elección de los representantes del pueblo que han de constituir la Asamblea General».

La plaza de Montevideo reabre hostilidades después de largo armisticio.

Cuando Urquiza avanzaba en esa forma hacia el centro de la campaña, todavía regía entre la plaza de Montevideo y el ejército sitiador el armisticio pactado a fines de mayo de 1849 como consecuencia de las negociaciones del almirante Le Predour no liquidadas todavía.    .

Había que salir de ese estado de cosas. Era absurdo que al mismo tiempo que la campaña entera se alzaba en favor de Urquiza y de Garzón continuara la guarnición de Montevideo absolutamente inactiva en vez de atacar ella también al enemigo que estaba a su frente.

A principios de agosto resolvió, pues, el Gobierno de la Defensa reabrir las hostilidades y así lo hizo saber al almirante de la escuadra francesa.

Hacía dos años y tres meses que los sitiados y los sitiadores se miraban impasibles, sin cruzar un solo tiro, a la espera del voto de la Asamblea Nacional de Francia acerca del tratado Le Predour!

Avanza Oribe sobre Urquiza, pero sus soldados se niegan a pelear.

Pocos días antes de esa ruptura de las hostilidades entre la plaza y la línea sitiadora, se había puesto en marcha Oribe al frente de 5,000 hombres. Su plan consistía en situarse en el Durazno y detener allí al ejército de Urquiza. Pero ante la disolución de las fuerzas destacadas al Norte del río Negro se vió precisado a retroceder hasta el arroyo de la Virgen donde instaló su cuartel general a mediados de septiembre.

Urquiza se dirigió a su encuentro y al quedar en contacto los dos ejércitos estalló la crisis final.

Las guerrillas de Urquiza al mando del comandanta Marcos Neira hicieron fuego sobre las de Oribe que se retiraron sin contestar. Neira, que sólo tenía 300 hombres, cargó entonces a toda la división oribista que estaba a su frente compuesta de 1,000 hombres. Pero los atacados, lejos de realizar acto de hostilidad empezaron a gritarle que no hiciera fuego «que estaban resueltos a no pelear».

Ante ese espectáculo asombroso que amenazaba extenderse a todo el campamento corrió el coronel Lucas Moreno a la tienda de Oribe para decirle que puesto que los soldados no querían batirse era necesario que se entendiera con Urquiza.

Oribe aceptó el consejo de su jefe de vanguardia y el propio coronel Moreno partió en seguida bajo bandera de parlamento con bases para la negociación de un acuerdo salvador.

Oribe propone el reembarco de sus tropas para Buenos Aires:

Proponía Oribe el reembarco con rumbo a Buenos Aires de las tropas argentinas y de las fuerzas orientales que quisieran acompañarlas; la revalidación de sus actos durante la guerra; y la convocatoria a comicios generales bajo la garantía de la Inglaterra y de la Francia.

No eran las condiciones que podía pedir un ejército que estaba en tren de rapidísima disolución. El embarco de las tropas argentinas daba al vacilante poder de Rosas un formidable punto de apoyo y a la vez quitaba a Urquiza la infantería que necesitaba para atacar al dictador en sus atrincheramientos y vencerlo. La revalidación de los actos de Oribe legalizaba las confiscaciones y sobre dicho punto tampoco podían ponerse de acuerdo los contendientes. Quedaban los comicios generales como fórmula de paz, pero esa misma base no estaba libre de riesgo para el Gobierno de la Defensa dada la marcada inclinación de la diplomacia franco - inglesa a favor de Rosas y de Oribe en los finales de la Guerra Grande.

Urquiza rechazó, pues, las bases propuestas, y Oribe resolvió volver a su cuartel general del Cerrito al frente de 3,500 hombres, únicos ciue le quedaban de los 5,000 con que había salido al anunciarse la invasión de Urquiza.

Al retroceder a la línea sitiadora se proponía Oribe tentar un acuerdo con los representantes de las potencias interventoras que le permitiera realizar el reembarco del ejército argentino a que se había negado Urquiza.

Ya desde fines de agosto, con ánimo sin duda de propender a ese resultado, había pedido por intermedio del doctor Villademoros al almirante Le Predour un armisticio de tres días, que el Gobierno de Suárez otorgó en cuanto a las operaciones del frente de Montevideo. Por efecto de esa limitación, que dejaba en libertad al ejército de Urquiza o por otras circunstancias, el doctor Villademoros volvió sobre sus pasos y comunicó a Le Predour que nuevas órdenes de Oribe «le impedían entrar en negociación directa con las autoridades de Montevideo».

Tal consistencia llegaron a adquirir en esa oportunidad los rumores sobre reembarco del ejército de Oribe que la Cancillería de Montevideo se creyó autorizada para dirigirse a los encargados de negocios de Francia y de Inglaterra en demanda de explicaciones.

El Gobierno oriental — decía el Ministro Herrera y Obes en una nota de principios de septiembre — está informado de que los encargados de negocios de ambos países han resuelto proteger el embarco y fuga del ejército sitiador en el caso de que Oribe resuelva tomar esa medida. Pero sería una protección violatoria de los deberes de neutralidad. El Gobierno está interesado en el aniquilamiento de ese ejército por cuanto una vez pacificado el territorio nacional se iniciará la acción militar contra Rosas, y hay positiva necesidad entonces de que las tropas de Oribe no vayan a reforzar las de la otra margen del Plata.

Gracias a esta contundente nota los diplomáticos interpelados contestaron eh la forma satisfactoria que deseaba el Gobierno. El señor Gore, Encargado de Negocios de Inglaterra, dijo «que si tal resolución hubiera sido tomada», él se habría apresurado a comunicarlo al Gobierno. El almirante Le Predour respondió en forma mucho más categórica. «Nada parecido, dijo, tendrá lugar mientras las naciones con las cuales estamos en contacto respeten tan escrupulosamente como lo hace la Francia el derecho de gentes y los intereses de la humanidad».

Había sido sin embargo muy oportuno el pedido de explicaciones de la Cancillería de Montevideo, porque las negociaciones de Oribe estaban realmente entabladas y contaban ya con la decidida cooperación de los agentes interpelados.

Cuatro días después de ese pedido de explicaciones, que Le Predour calificó de «amenazante», Oribe decía al Encargado de Negocios de la Gran Bretaña señor Gore:

«La gravedad de la situación en que se halla el país en consecuencia de los sucesos que han tenido lugar en estos tres meses y el deseo de evitar a mi patria la efusión de sangre, me han decidido a adoptar la resolución de retirarme del país con las tropas argentinas y las orientales que quieran acompañarme, cesando de este modo la causa ostensiva de la guerra y sus consiguientes desastres... Con este propósito autoricé al señor Ministro de Negocios Extranjeros doctor Carlos Villademoros para que solicitase de V. E. una garantía de las fuerzas navales de Su Majestad Británica y conformándome con las promesas del señor contraalmirante Reynolds y del señor contraalmirante Le Predour de apoyar moralmente mi resolución con su valiosa influencia.»

Pero descubierta la trama las escuadras no podían ayudar a Rosas en forma tan abierta y las gestiones de Oribe cayeron en el vacío.

Nuevas bases de capitulación que propone Oribe.

Oribe regresó al Cerrito el 1.° de octubre, seguido de las caballerías de Urquiza que acamparon en el pueblo de Las Piedras.

Sus soldados, que no querían combatir, continuaban el movimiento que ya le había hecho perder el dominio de toda la campaña, incluso la Colonia cuya guarnición entera con el coronel Lucas Moreno a la cabeza acababa de ponerse a las órdenes del general Garzón.

Apremiado por las circunstancias comisionó a don Juan Francisco Giró para reanudar las negociaciones de paz sobre nuevas bases.

Urquiza se limitó a ofrecer pasaportes a favor de los jefes que quisieran salir del país, base extrema que no aceptó Oribe, reanudándose las hostilidades bajo forma de pequeños combates que eran contemplados por la población de Montevideo desde las azoteas de las casas.

El 4 de octubre avanzó hasta las faldas del Cerro la división del coronel Venancio Flores, conduciendo una fuerte provisión de ganado para la plaza.

Pocas horas después Urquiza instalaba su cuartel general en el Peñarol, llegando sus tropas hasta las márgenes del Miguelete y a su turno la guarnición de Montevideo realizaba un movimiento de avance desde las Tres Cruces hasta el Buceo sin encontrar resistencia.

El ejército de Oribe reducido desde ese momento al campo que materialmente ocupaba no tenía ninguna puerta de escape, y la guarnición de la plaza resolvió atacarlo en combinación con las fuerzas de Urquiza que operaban por el lado del Cerro.

Pero Oribe detuvo ese golpe de maza mediante una tregua que le fué concedida, durante la cual propuso la siguiente fórmula de arreglo:

«Se reconoce que la resistencia que han hecho los militares y ciudadanos a la intervención anglo - francesa ha sido con la idea de defender la independencia de la República.

«Se declaran legales todos los actos gubernativos y judiciales que en conformidad a las leyes de la República, y a su Constitución se han ejercido en el territorio que han ocupado las armas del general Manuel Oribe.

«Se reconoce entre todos los ciudadanos orientales de las diferentes opiniones en que está dividida la República, iguales derechos, iguales servicios y méritos y opción a los empleos políticos en conformidad a la Constitución.

«Se reconoce por la Nación Oriental las cantidades que ha quedado adeudando el Gobierno del general don Manuel Oribe, cuya deuda provenga de desembolsos hechos por particulares en conformidad a la Constitución.

«El ejército oriental que obedece a las órdenes del general Oribe quedará interinamente al mando del mismo, que reconocerá y obedecerá las órdenes del General en Jefe del ejército oriental general don Eugenio Garzón, hasta la elección constitucional de Presidente de la República.

«Se procederá oportunamente y en conformidad a la Constitución a la elección de senadores y representantes en todos los departamentos, los cuales nombrarán el Presidente de la República.    i

«Se declara que entre las diferentes opiniones en que han estado divididos los orientales no habrá vencidos ni vencedores, pues todos deben reunirse bajo el estandarte nacional para el bien de la patria y para defender sus leyes y su independencia.»

En definitiva, Oribe capitulába con condiciones: había que reconocer la legitimidad de su campaña contra la intervención anglo - francesa que amenazaba la independencia del país; había que reconocer la legitimidad de los actos gubernativos, judiciales y financieros de las autoridades sitiadoras sin hacerse expresa exclusión de las confiscaciones; los batallones orientales del ejército sitiador quedarían bajo la jefatura de Oribe, hasta la elección de legisladores y de Presidente de la República con la sola limitación de que el jefe recibiría a su vez órdenes del general Garzón; la frase programa lanzada desde Río de Janeiro por don Andrés Lamas, «ni vencidos ni vencedores», agruparía a blancos y colorados a la sombra de la bandera nacional.

La fórmula definitiva. Levantamiento del sitio.

Esas bases fueron entregadas a Urquiza el 7 de octubre por intermedio de una Comisión de ciudadanos.

Un día después los batallones orientales del ejército sitiador se presentaban en el campamento del general Garzón en Las Piedras a recibir órdenes, y las tropas argentinas comparecían ante Urquiza en el Peñarol con igual objeto, desprovistas de algunos de sus jefes que como los coroneles Maza y Costa habían buscado asilo la noche antes a bordo de la escuadra franco-inglesa.

Urquiza comunicó ambos sucesos al Gobierno de Suárez y éste tiró un decreto declarando feriados los días 8 a 13 de octubre en homenaje a la conclusión absoluta de la guerra.

¿En qué forma habían sido aceptadas las bases propuestas por Oribe?

Urquiza recién lo hizo saber al Gobierno el 12 de octubre. Las bases que adjuntaba aparecían firmadas el 10, o sea dos días después de consumada la capitulación del ejército sitiador.

Todas las informaciones de la época están contestes en que hubo dos convenios de paz: uno de ellos suscrito el 7 de octubre que fue rechazado por el Gobierno de Suárez, según la categórica afirmación del Ministro Herrera y Obes en su correspondencia diplomática; y el otro del 10 del mismo mes que fué aceptado por las autoridades de Montevideo.

Faltan datos acerca del primero. Sólo sabemos que Urquiza introdujo algunas modificaciones en la fórmula propuesta por Oribe al Gobierno de Montevideo y que éste no encontró suficientemente amplias.

He aquí el segundo con su fórmula definitiva de paz tal como fue firmado después de la capitulación efectiva de Oribe y de la solemnización del levantamiento del sitio:

«Se reconoce que la resistencia que han hecho los militares y ciudadanos a la intervención anglo - francesa ha sido en la creencia de que con ella defendían la independencia de la República.    '

«Se reconoce entre todos los ciudadanos orientales de las diferentes opiniones en que ha estado dividida la República, iguales derechos, iguales servicios y méritos y opción a los empleos públicos, en conformidad a la Constitución.

«La República reconocerá como deuda nacional aquella que haya contraído el general Oribe con arreglo a lo que para tales casos estatuye el derecho público.

«Se procederá oportunamente y en conformidad a la Constitución a la elección de senadores y representantes en todos los departamentos, los cuales nombrarán el Presidente de la República.    '

«Se declara que entre las diferentes opiniones en que han estado divididos los orientales, no habrá vencidos ni vencedores, pues todos deben reunirse bajo el estandarte nacional para el bien de la patria y para defender sus leyes e independencia.

«El general Oribe, como todos los demás ciudadanos de la República, queda sometido a las autoridades constituidas del Estado.

«En conformidad con lo que dispone el artículo anterior, el general Oribe podrá disponer libremente de su persona.»

Habíanse hecho, pues, alteraciones fundamentales en el pliego de Oribe. En vez de la legitimación lisa y llana de la guerra como acto de defensa de la independencia nacional atacada por la intervención franco - inglesa, se declaraba que los sitiadores habían actuado «en la creencia de que defendían la independencia». Tampoco se reconocía la legitimidad de los actos gubernativos y judiciales de las autoridades del Cerrito, con lo sola excepción de la deuda. Oribe quedaba separado del mando del ejército y obtenía garantías para salir del país.

Es interesante agregar, acerca de este último punto, que el mismo día de la capitulación efectiva del ejército un grupo de ciudadanos encabezado por don Juan Francisco Giró, don Francisco Solano de Antuña, don Manuel Errasquin y don Atanasio Aguirre se dirigió al campamento de Urquiza en demanda de garantías para Oribe, «a quien sus amigos, decían, y numerosos respetables le instan con empeño que no salga del país, para que, corriéndose un velo sobre lo pasado, pueda permanecer tranquilo y respetado en el seno de su familia».

Urquiza contestó a sus visitantes que siendo sus sentimientos propios «y los de los gobiernos aliados reconciliar todas la opiniones, uniformar todos los sentimientos y conciliar todos los intereses, podía el brigadier general don Manuel Oribe permanecer en el seno de su familia, en la seguridad de que sería respetado debidamente».

Y de acuerdo con esa respuesta Oribe quedó en su quinta del Paso del Molino, sin que nadie le molestara a pesar de todos los odios que habla provocado en el curso de la larga guerra que acababa de terminar.

¿Pudo y debió Urquiza extremar las condiciones?

Al transmitir las bases definitivas de paz decía Urquiza al Gobierno de la Defensa que en el campamento de Oribe había todavía ocho mil quinientos soldados y que en la alternativa de atacar o de arreglar había optado por lo último.

Con esa advertencia quería sin duda alguna contestar a los elementos radicales de la plaza, que seguían censurando la negociación, aún después del repaso final; a los que habrían deseado que nada se dijera acerca del concepto que tenían los sitiadores de la intervención franco - inglesa como base de legitimación de la guerra, ni acerca de la oportunidad de la declaratoria de que no había vencidos ni vencedores, ni acerca de las garantías acordadas a Oribe.

Pudo exigir Urquiza, ciertamente la rendición sin condiciones, desde que los orientales de Oribe no querían pelear y se habrían desbandado al primer amago de ataque. Pero Urquiza, que había estado vinculado políticamente a Oribe durante largos años; que llegaba a Montevideo simplemente de paso para recoger las tropas argentinas y llevarlas contra Rosas; que deseaba fundar una situación estable bajo la Presidencia de Garzón, ídolo de blancos y colorados, prefirió actuar como pacificador sabiendo que el país entero habría de acompañarlo en su noble decisión.

«No sólo ha vencido, escribía «El Comercio del Plata», interpretando el sentimiento general, sino que con sus consejos ha promovido el olvido de los pasados extravíos, de los rencores políticos, de los odios y del desorden que había sembrado Rosas a manos llenas.»

Se retira Urquiza con las tropas argentinas de Oribe.

La campaña contra Oribe habla durado desde el 19 de julio hasta el 8 de octubre: 80 días simplemente.

Dos semanas después ya estaba pronto Urquiza para volver a Entre Ríos a fin de organizar allí la campaña contra Rosas.

Al tiempo de embarcarse dirigió una proclama a los orientales.

«Seréis libres, les decía, obedeciendo a los mandatos del ciudadano a quien la ley y el sufragio constitucional lleven al asiento de la primera magistratura... Seréis independientes viviendo unidos alrededor de la gloriosa bandera que es el símbolo de vuestra nacionalidad... En la unión está la fuerza, en la paz la prosperidad de vuestra patria y la felicidad de vuestros hijos; en el olvido de los rencores civiles y en el ejercicio de las virtudes republicanas, la consolidación de vuestras instituciones nacionales.»

Eran las ideas del ambiente y el Presidente Suárez pudo responderle en la proclama que a su turno dirigió:

«Gloria y gratitud al general Urquiza que al pisar nuestro territorio ha hecho flamear su bandera, proclamando principios de orden y de reconciliación. Sea la nuestra también la bandera de la reconciliación y a la sombra de los principios que hemos sostenido más pronto y con más seguridad ella nos conducirá al triunfo, a la gloria y al engrandecimiento de la patria.»

De las crónicas de la época resulta que Urquiza tenía en esos momentos ocho mil soldados argentinos: 5,000 que procedían de Entre Ríos y 3,000 que procedían del ejército de Oribe.

Dejando a los primeros acampados en las faldas del Cerro a la espera de nuevos buques, Urquiza se embarcó con los batallones de Oribe, sin otra escolta que su ayudante y su ordenanza. Muchos censuraron ese rasgo de audacia por el que se ponía el jefe de la cruzada en manos de sus adversarios de la víspera al emprender un viaje de ochenta leguas durante el cual podían producirse veleidades de motín a favor de Rosas. Pero Urquiza no podía temer a esos soldados, porque sabía que ellos también deseaban la caída del tirano, de quien jamás habían recibido un solo mes de sueldo, ni una sola licencia que les permitiera regresar a sus hogares en los doce años de guerra transcurridos desde la salida de Buenos Aires en 1840!

La alianza contra Rosas. La victoria de Caseros.

Luego de embarcado el ejército de Urquiza se firmó en Montevideo un nuevo tratado de alianza entre el Uruguay, el Brasil, Entre Ríos y Corrientes contra Rosas. Entre Ríos y Corrientes constituían la parte principal y dirigente de la campaña. El Brasil se comprometía a suministrar una división de 4,000 hombres y un subsidio de cien mil patacones mensuales durante cuatro meses y el Uruguay a concurrir con otra división de 2,000 hombres. Los gobiernos de Corrientes y Entre Ríos obligábanse a gestionar la libre navegación del Paraná y demás afluentes del Río de la Plata a favor de los países aliados y ribereños.

La división oriental al mando del coronel César Díaz y la división brasileña al mando del general Márquez de Souza se embarcaron en la Colonia con rumbo a Entre Ríos a mediados de diciembre.

El conde de Caxías proclamó a sus tropas antes del viaje. Era este el comienzo de la campaña para les brasileños. Pero el conde de Caxías no lo juzgaba así.

«Soldados, les decía, mucho habéis conseguido ya; pero todavía no lo habéis hecho todo. Un nuevo campo de gloria se os presenta en que podéis hacer brillar vuestras virtudes de soldados y de ciudadanos.»

En la división oriental iban cuatro batallones de línea y un escuadrón de artillería ligera constituidos por soldados que habían actuado unos en defensa de la plaza y otros en las filas del ejército sitiador, marchando así unidos como lo observaba un diario de la época, colorados y blancos, unitarios y federales, para voltear al mismo gobernante que los había desunido y hecho pelear durante tantos años; y eso sin que ocurriera incidente alguno que revelara falta de homogeneidad, salvo algunas deserciones que dieron lugar a que el Gobierno autorizara al coronel César Díaz para aplicar la pena de muerte con toda la latitud que correspondería al General en Jefe de un ejército en campaña.

Al finalizar el mes de diciembre de 1851 ya estaba pronto el ejército expedicionario contra Rosas con los siguientes efectivos: tropas entrerrianas 10,350 hombres, tropas de Corrientes 5,260, tropas de Buenos Aires 4,249, tropas brasileñas 4,020, tropas orientales 1,970, parque y maestranza 2,000. En conjunto más de 28,000 hombres.

Días antes de ponerse en marcha el ejército con rumbo a Buenos Aires empezó el desmoronamiento del andamiaje militar de Rosas: la división del coronel González encargada de obstaculizar el pasaje del Paraná resolvió plegarse al ejército de Urquiza y toda la provincia de Santa Fe siguió su ejemplo.

Hubo en cambio en el ejército expedicionario una tentativa de reacción a favor de Rosas. La división de caballería del coronel Aguirre, compuesta de 500 soldados argentinos que habían formado parte del ejército de Oribe, asesinó a su jefe y trató de pasarse al campamento enemigo. Pero fue perseguida, disuelta y castigada con arreglo a las ordenanzas militares. Ningún otro alzamiento se produjo.

A mediados de enero de 1852 cruzó Urquiza el arroyo que sirve de límite entre las provincias de Santa Fe y Buenos Aires. Empezaba realmente desde ese momento la campaña militar contra el dictador argentino y. ella resultó más breve todavía que la emprendida contra Oribe.

E'l 3 de febrero quedó aniquilado el ejército de Rosas en la batalla de Caseros y el dictador huyó al extranjero, confiándose entonces el Gobierno de Buenos Aires al doctor Vicente López, autor del himno nacional argentino y Presidente de la Cámara de Justicia de la administración derrumbada.

Hizo constar Urquiza en uno de sús boletines oficiales que el coronel César Díaz, jefe del ala izquierda y encargado de forzar la posición más fuerte de Rosas, había justificado en el desempeño de esa tarea la elección hecha en su persona.

Al emprender el viaje de regreso, agregó en su proclama:

«Nobles émulos de vuestros gloriosos antepasados: si ellos fundaron la República Oriental, vosotros defendisteis con gloria su independencia, reconquistasteis su libertad y contribuisteis, en la ribera occidental del Plata, a la humillación del tirano... Hermanos orientales; bravos de la coalición libertadora: Llenasteis con honor las grandiosas esperanzas de los aliados y merecisteis bien de la patria en grado heroico.»

El Gobierno de Suárez se apresuró a premiar a los jefes y oficiales que en tal forma habían honrado al país allende el Plata. Confió el empleo de general al coronel César Díaz y acordó a los jefes, oficiales y soldados una medalla de . honor con el lema «Al vencedor en los Santos Lugares».

Uno de los primeros actos de la nueva situación argentina fue entregar a los tribunales para su enjuiciamiento y castigo a los promotores y autores de los degüellos de 1840 y 1842, actitud que señalaba una diferencia notable con la que había hecho prevalecer Urquiza aquende el Plata mediante la sanción del lema de don Andrés Lamas: «Ni vencidos ni vencedores».

La isla de Martín García.

Una semana después de la caída de Rosas y plenamente pacificado ya el Río de la Plata se dirigió el almirante Le Predour a la Cancillería uruguaya para comunicarle que había resuelto retirar del fondeadero de Martín García el barco de guerra de la escuadrilla francesa que estaba de estación allí, y pasó una copia de su nota a la Cancillería de Buenos Aires invocando «que la suerte de esa isla debía depender de los arreglos que se hicieran entre el Gobierno de la Confederación Argentina y el de la República del Uruguay».

La Cancillería argentina rechazó los términos de la segunda comunicación, a título de que la suerte de la isla no dependía de arreglos entre los gobiernos del Plata sino de arreglos entre el Gobierno argentino y el Gobierno francés. En su concepto era necesario que el almirante Le Predour expidiera órdenes directas para que ella fuera entregada inmediatamente a la Confederación.

«La isla de Martín García, decía, propiedad territorial de la Confederación Argentina, fue militarmente ocupada por las fuerzas navales francesas y británicas al principio de su disidencia con la anterior administración, al establecerse el bloqueo del puerto de Buenos Aires.»

Era inexacto el fundamento como se apresuró a manifestarlo el almirante Le Predour, en una nueva nota con la que puso término al incidente. «La isla de Martín García, dijo, en modo alguno ha sido ocupada militarmente por los franceses, atendido a que jamás han desembarcado un solo hombre».

En marzo de 1850, durante la dominación de Rosas, la «Gaceta de Buenos Airees» publicó una nota del Ministro Southern en la que se decía que e! almirante Reynolds había cumplido la orden de evacuar la isla de Martín García de conformidad al tratado de noviembre de 1849 entre el Gobierno británico y el Gobierno de Buenos Aires.

Y «El Comercio del Plata», dirigido por un argentino eminente, se encargó de probar que la orden de desocupación que aparecía cumplida, no había podido dictarse sencillamente porque el único barco inglés puesto allí en 1845, había sido retirado tres años después al levantarse el bloqueo de la escuadra inglesa.

Aprovechó esa oportunidad «El Comercio del Plata» para recordar que la isla había sido ocupada militarmente en septiembre de 1845 por la escuadrilla oriental a cargo de Garibaldi, en combinación con la escuadra anglo-francesa y que el Gobierno de Montevideo había colocado allí una comandancia. Los buques franco - ingleses habían facilitado sin duda la ocupación, pero la ocupación correspondía a los orientales.

Tal era la tesis de los estadistas argentinos cuando Rosas gobernaba en Buenos Aires, diametralmente opuesta, como se ve, a la que proclamaban después de la victoria de Caseros.

No habiendo podido convencer al almirante Le Predour, resolvió la Cancillería argentina exigir al Gobierno oriental la entrega de la isla, o más bien dicho, anunciarle la toma violenta de posesión.

En su nota de fines de febrero de 1852 decía que la ocupación de la isla «por fuerzas extranjeras» constituía un acto de hostilidad que ya no tenía razón de ser; agregaba que el Gobierno argentino había resuelto «entrar en posesión de esa isla, que es parte de su territorio»; y prevenía «que del 10 al 15 del mes de marzo partiría una fuerza suficiente para tomar posesión».

Acababa de terminar la Guerra Grande; continuaban en plena ebullición los partidos que se habían despedazado durante ocho años de lucha; estaba pendiente la elección de Presidente de la República; y promover en esos momentos un conflicto equivalía a reanudar la guerra entre los países del Plata.

Optó, pues, el Gobierno oriental por contestar que se darían las órdenes necesarias para que las fuerzas argentinas tomaran posesión de la isla, pero con la reserva de que quedaban a salvo «todos y cualesquiera derechos que la República pudiera hacer valer sobre ella».

A mediados de marzo desembarcó en la isla una fuerza argentina y en los mismos buques que la habían conducido salió con destino a la Colonia la guarnición oriental que allí existía.

La cuestión relativa a la propiedad de la isla quedaba entonces aplazada, aún cuando la Cancillería argentina se apresuró a contestar que no aceptaba las reservas del Gobierno oriental.

Varias veces en el curso de la Guerra Grande surgió la isla de Martín García como base de combinaciones internacionales.

A fines de 1847 el Ministro oriental en Río de Janeiro don Francisco Magariños habló de convertirla en una isla común, bajo la garantía de todos los países interesados en la navegación de los ríos que desaguan en el Plata. La idea fue lanzada en un memorándum a la Cancillería brasileña, como consecuencia del acuerdo redactado por el Gobierno de la Defensa al abandonar la intervención franco - inglesa y buscar la alianza de Entre Ríos y de Corrientes contra Rosas.

Poco después, en febrero de 1848, el Ministro de Relaciones Exteriores don Manuel Herrera y Obes ampliaba el plan a don Andrés Lamas, sucesor de Magariños en la Legación de Río de Janeiro.

Si el Brasil, le decía, se presta a nuestros proyectos, trate de que el Gobierno imperial asuma la iniciativa de que «el Paraná sea el límite de la República Argentina». Urquiza acepta esa idea «que era la base del tratado de Alcaraz» entre las provincias de Corrientes y Entre Ríos. «Doy tanta importancia a este pensamiento que de el hago depender todo el porvenir de estos países... Habrá equilibrio de Estados, garantías de orden y tranquilidad para todos».

Un destino todavía más alto, asignaba Sarmiento a la isla en las postrimerías de la Guerra Grande: Martín García bajo el nombre de Argirópolis, «ciudad del Plata», debía ser la capital de una nueva República, «los Estados Unidos de la América del Sur», constituidos por el Paraguay, la República Oriental y las provincias argentinas.

La parte del Brasil en la conclusión de la guerra.

Hasta ahora no hemos hablado de la acción militar del Brasil en el levantamiento del sitio. Es que efectivamente el ejército brasileño llegó recién al centro de nuestro territorio cuando la contienda estaba absolutamente terminada.

La cruzada de Urquiza y de Garzón debía producirse y se produjo a mediados de julio, y en esa oportunidad debía el ejército brasileño atravesar también la frontera.

En junio fue nombrado el conde de Caxías Presidente de Río Grande y General en Jefe del ejército brasileño. Pocos días después la Legación del Brasil en Montevideo manifestaba al Gobierno de Suárez que el plenipotenciario oriental en Río de Janeiro había dado su consentimiento para que el ejército imperial pudiera penetrar en territorio uruguayo de acuerdo con el tratado de alianza ya celebrado, pero que asimismo el Imperio deseaba obtener una autorización directa en la campaña que se proponía emprender no contra la independencia uruguaya sino contra Oribe. El Gobierno contestó naturalmente concediendo la autorización pedida.

El 28 de agosto el conde de Caxías, en una orden del día datada en Santa Ana do Livramento, distribuyó sus fuerzas en 14 brigadas y se dispuso a emprender la marcha.

El 4 de septiembre, finalmente, el ejército cruzó la línea en 4 divisiones a cargo del mariscal Bentos Manuel, del brigadier Cadwell, del brigadier Fernández y del coronel Canavarró, con un efectivo de 7,000 hombres de infantería, 9,000 hombres de caballería y 19 piezas de artillería. Bajo el mando del conde de Caxías marchaban también algunos escuadrones de emigrados orientales a cargo del coronel Brígido Silveira y de otros jefes que habían tenido que refugiarse en territorio brasileño.

Ya los departamentos del Norte estaban libres de enemigos. Todas las fuerzas de Oribe se habían plegado a Urquiza y a Garzón. Y sin embargo ese formidable ejército que no tenía contra quien combatir recién llegó el 30 de septiembre al río Negro y el 12 de octubre a Santa Lucía, cuando ya las tropas de la línea sitiadora que habían capitulado maniobraban bajo las órdenes de Urquiza y de Garzón.

El mismo día que el conde de Caxías acampaba en las márgenes del Santa Lucía eran firmados en Río de Janeiro los cinco tratados de que antes hemos hablado, entre ellos el de límites que traspasaba al Imperio enormes y valiosos territorios como precio de la alianza contra Rosas. Es que con toda probabilidad la lentitud de la marcha militar respondía al plan de arrancar previamente los tratados, no contando seguramente la diplomacia imperial con la disolución sin lucha de los ejércitos de Oribe, con una disolución sin lucha que habría de destacar ante propios y extraños el formidable contraste entre la magnitud del precio exigido por la alianza y la exigüidad del concurso militar efectivo para obtener el levantamiento del sitio.

Si no hubiera sido por la escuadra, ese concurso militar habría sido absolutamente negativo. Pero la escuadra se encargó de salvar a la diplomacia imperial del desastre moral que ella misma se había preparado en su ciego empeño de sacar grandes resultados de la alianza.

A principios de mayo, cuando ya el Imperio estaba resuelto a intervenir y se preparaban las bases de la alianza, llegó al puerto de Montevideo la flota brasileña a cargo del almirante Grenfell, quedando así constituidas las estaciones navales extranjeras en el Río de la Plata:

En Montevideo: buques brasileños 8, franceses 7, norteamericanos 3, ingleses 2, sardos 1. En Buenos Aires: brasileños 1, franceses 1, norteamericanos 1. En conjunto: 21 barcos de guerra en Montevideo y 3 en Buenos Aires.

El almirante Grenfell traía una compañía de artilleros de plaza y un batallón de cazadores que a principios de septiembre fueron desembarcados y conducidos a la fortaleza del Cerro, en reemplazo de las fuerzas nacionales que allí había y cuyos servicios eran necesarios en la plaza para apresurar las operaciones que se proyectaban contra la línea sitiadora.    .

Algunas fuertes críticas debió provocar la lentitud de las marchas del ejército de tierra. El hecho es que el plenipotenciario oriental don Andrés Lamas, de acuerdo sin duda con insinuaciones de la Cancillería brasileña, se creyó en el caso de pedir audiencia al Emperador a principios de noviembre, para expresarle que el concurso del Brasil en la pacificación uruguaya había sido muy importante por los auxilios oportunamente prestados a la plaza, por la presencia de la escuadra^ que había impedido que Oribe embarcara sus tropas para Buenos Aires y *por el mismo ejército del conde de Caxías: que había hecho perder a Oribe toda esperanza de salvación.

Es conveniente agregar que el ejército brasileño, que tanta pereza había revelado en su avance sobre Montevideo, una vez que llegó a su destino allí quedó como garantía eficaz de la ratificación de los tratados. A mediados de diciembre la división del coronel Canavarro compuesta de 1,500 hombres que se había detenido en Canelones, avanzó hasta colocarse a espaldas del Cerrito, para estar más próximo al escenario en que pronto tendrían que repercutir los tratados de octubre.

Después del levantamiento del sitio. Actos de concordia encaminados a cicatrizar las heridas de la guerra.

Describiendo el movimiento que se produjo a uno y otro lado de los muros de la plaza el día 8 de octubre, a raíz de la noticia de que los batallones de Oribe marchaban a ponerse bajo las órdenes de Urquiza y de Garzón, escribía Fermín Ferreira en la prensa de la época:

- «Apenas fue conocido por el pueblo de Montevideo que el sitio se había levantado y que estaba franca la comunicación con el campo sitiador, fue inmenso el gentío que se dirigió fuera de la ciudad, del mismo modo que el que entraba a ella. ¡Ah! era un espectáculo sublime el ver cómo en una hora se habían olvidado todas las desgracias e infortunios de nueve años, cómo en una hora habían desaparecido todas las rivalidades de partido, todas las ofensas personales ante una idea santa: somos todos orientales; seamos, pues, hermanos. Por todas partes no se veían sino abrazos y lágrimas de placer, porque por todas partes no se encontraban sino parientes y amigos de la infancia que la guerra había separado por tantos años.»

Durante los seis días de festejos decretados por el Gobierno de la Defensa, no hubo, según «El Comercio del Plata», «una sola violencia, un insulto, un grito de provocación o que hiciera renacer los antiguos rencores o prevenciones», y por lo tanto la Policía no tuvo necesidad «de hacerse sentir para reprimir desórdenes o violencias».

Al día siguiente de la paz, decía «La Constitución» al solemnizar el primer aniversario, nada habría hecho suponer, aparte de las ruinas que se descubrían aquí y allá, que los hijos de esta tierra salían de una larga guerra. Tanto en la ciudad como en la campaña eran respetadas las personas y" las propiedades y cualquiera podía recorrer de un extremo a otro el territorio sin riesgo alguno.

Lavalleja, el jefe de los Treinta y Tres que había vivido semiolvidado en el campo de Oribe durante todo el curso de la guerra, dirigió un Mensaje de felicitación a la Asamblea el 15 de febrero de 1852, en que exteriorizaba así la razón determinante de ese vigoroso movimiento de fraternización:

«Fue bastante que cuatro mil valientes hicieran contrapeso al ejército con que el general Rosas sofocaba la opinión de los naturales, para que todos los "orientales corrieran a apoyarse en el brazo del magnánimo general Urquiza y se pronunciaran por la paz, por la unión y por la Constitución.»

El Gobierno de Suárez concurría a manos llenas a esa obra de pacificación.

«La guerra, decía en su Mensaje a la Asamblea de Notables, ha terminado y la República está en pacífica posesión de su independencia. La emoción que experimento al participaros tan plausible acontecimiento sólo es comparable con el sufrimiento de mi espíritu en los largos años de penalidades y desgracias que han afligido al país y que he tenido el deber de presenciar con impasibilidad... Un olvido completo de todos los errores pasados; las más amplias garantías; la fraternización amplia y sincera entre todos los orientales, como símbolo de la nueva época que se abre a los destinos de nuestra patria y expresión de sus primeras necesidades, ha sido el acto con que el Gobierno ha cerrado el período glorioso del sitio de esta plaza.»   

Por un decreto de los mismos días dividió la campaña en cuatro grandes comandancias militares, dos de las cuales fueron confiadas a jefes del partido blanco, los generales Juan Antonio Lavalleja y Servando Gómez.

Y al instruir a esas comandancias de los fines de su instituto, decía el Ministro de la Guerra general Batlle:

La más urgente de las tareas es la de asegurar el orden y la libertad interior de la campaña, para que renazca la confianza y puedan afluir allí las personas y los capitales. Con este fin las comandancias deben prestar una cooperación inmediata a las resoluciones de la autoridad civil. Es necesario organizar en cada departamento una partida de 50 hombres elegidos entre los soldados de línea por sus condiciones de valor, moralidad y actividad y dotarlos de buenas caballadas para que puedan ocurrir donde sean necesarios. Las comandancias deben dar el ejemplo del respeto a la propiedad particular, mediante el pago de todos sus consumos; deben perseguir a los vagos y cuatreros; deben estimular el establecimiento de familias nacionales y extranjeras; deben propender a que encuentren ocupación los hombres que vuelven a sus hogares.

«El Gobierno desea, por último, que uno de los bienes que el país reporte del término de la guerra sea el olvido absoluto de las opiniones anteriores y la unión de todos sus hijos; y recomienda a V. S. por los medios que le aconseje su prudencia, propenda a alejar de los ánimos cualesquiera rencores que hayan podido dejar las pasadas desavenencias y a hacer sentir la necesidad de conservar y de estrechar la armonía que es la base del bien común y de la prosperidad pública.»

Por otro decreto refrendado por el mismo general Batlle quedó prohibido «el uso de las divisas colorada y blanca» y se declaró que la escarapela nacional era el único distintivo político que los ciudadanos podían llevar, todo ello, decía el Gobierno, con el fin de «hacer desaparecer las opiniones y signos que separaban los unos de los otros a los hijos del pueblo oriental». En el campo sitiador se había fundado un pueblo con el nombre de «Restauración», y ese nombre fue reemplazado por el de villa de la Unión que todavía conserva, «con el interés, decía el decreto, de perpetuar en la memoria de los pueblos el recuerdo de la feliz terminación de la época calamitosa que la República acaba de atravesar y de borrar hasta donde sea posible los vestigios de la dominación extranjera».

También fueron disueltas las legiones extranjeras, que eran tres en ese momento: la francesa, denominada segunda legión de guardias nacionales, el regimiento de cazadores vascos y la legión italiana, todas ellas muy reducidas con relación a los efectivos iniciales de 1843, por efecto de la constante emigración de sus componentes a Buenos Aires.

Al transmitir el decreto de disolución decía el general Batlle a los respectivos comandantes:

«Triunfante ya la causa santa de la humanidad y de los principios que regulan las autoridades bien constituidas, vuelta la República a su orden normal y habiéndose entendido todos sus hijos que por una fatalidad y para desgracia común se vieron un día divididos, los objetos del armamento cesaron y el Gobierno cumple la grata satisfacción de poder devolver a los legionarios al seno de sus familias y hogares y a las labores pacíficas y remunerativas que en otro tiempo hacían su felicidad y propendían a la prosperidad de la República.»

Aprovechaba la oportunidad el general Batlle para prevenir a los legionarios que el Gobierno había adoptado «una política elevada» representativa «de los intereses de la Nación y no los de ninguna fracción»; que dentro de las nuevas exigencias era conveniente que ellos se abstuvieran «de mezclarse en las complicaciones internas» y que en cambio sería muy bueno que consagraran «toda su actividad y vigor a la explotación 'de las riquezas con que nuestro suelo virgen brinda al trabajador honrado».

Otra fuente de odios más intensos procuró cegar el Gobierno de Suárez: la de las confiscaciones. Decretó la inmediata restitución a sus dueños de los bienes que las autoridades de Montevideo habían puesto bajo la administración del Estado al iniciarse la guerra en febrero del 1843 y ordenó también que los jefes políticos o los alcaldes ordinarios devolvieran las propiedades confiscadas por Oribe.

Las dificultades o conflictos a que dieran origen estas últimas por concepto de procreos, venta de ganados, etc., deberían someterse al fallo de un jurado compuesto del Jefe Político donde lo hubiera y en su defecto del Alcalde Ordinario y de cuatro vecinos propietarios y de respetabilidad. El juicio sería verbal y sumario. Los fallos deberían ejecutarse de inmediato, sin perjuicio de su apelación ante el Gobierno. Una vez instaladas las Juntas Económico - Administrativas, ellas reemplazarían a los jefes políticos y alcaldes ordinarios en todos los cometidos que les señalaba el decreto.

Era tan intensa la aspiración a la paz que desde el día mismo del levantamiento del sitio empezó un trabajo activo a favor de la fusión de los colorados y de los blancos, de acuerdo con esta fórmula del doctor Cándido Juanicó:

«Extinción absoluta de los partidos personales. Fusión completa de todos los orientales bajo los colores y para los intereses únicos de la patria, con arreglo y en exacto cumplimiento de los principios consignados en la Constitución.»

La reconciliación alcanza al general Rivera.

Rivera vivía en el Brasil desde el decreto de destierro dictado por el Gobierno de la Defensa en octubre de 1847 a raíz de sus desastres militares en el litoral uruguayo y de su actitud subversiva en Maldonado.

Más de una vez había tenido que sufrir las persecuciones de la policía brasileña. En febrero de 1851, cuando empezaba el Gobierno imperial a dirigir la proa contra Rosas, fue encerrado en la fortaleza de Santa Cruz, por efecto de reclamos de la Legación uruguaya fundados en trabajos políticos que tenían por teatro la frontera de Río Grande. En julio del mismo año, ya en plena marcha la coalición contra Rosas, todavía escribía la Cancillería de Montevideo al doctor Lamas que el Gobierno no se opondría a que Rivera fuera puesto en libertad a condición de que se adoptaran las medidas necesarias para impedir que hiciera «una de las suyas».

Una vez levantado el sitio y bajo la presión del movimiento de concordia que envolvía al país entero el Gobierno de Suárez se acordó de Rivera y por decreto de 30 de octubre levantó el destierro dictado cuatro años antes. Pero el arresto que le había impuesto el Gobierno imperial se prolongó por algunos meses todavía y recién en febrero de 1852 recuperó el ex Presidente su libertad.

La muerte del general Garzón.

Todo este hermoso movimiento de pacificación quedó detenido por la brusca muerte del general Garzón, ocurrida en diciembre de 1851.

Era el general Garzón el candidato único e insustituible de todos los orientales a la Presidencia constitucional de la República, el único hombre que en esos momentos reunía las condiciones necesarias para asegurar la estabilidad de la paz e inaugurar una época de grandes progresos institucionales y económicos.

«Depositario de la confianza de los unos y de los otros, había dicho ante la proclamación de su candidatura presidencial, colocado a su cabeza por los sucesos, yo estoy en una situación especial que me autoriza para creer que podré realizar mi propósito o que me impone el deber de intentarlo por lo menos. Es el país quien eso me exige, porque de otro modo, continuando esa profunda división de nuestra población nacional, con todos sus odios actuales, sabe Dios qué será de nuestra pobre patria... ¡Cómo! ¿se unen los caudillos, los estafadores de los destinos del país, los que no hacen de él sino un vasto cementerio con sus interminables guerras personales, a título de dueños únicos de la tierra que los vio nacer, y no se unirán los hombres honrados, inteligentes y patriotas, en un interés diametralmente opuesto, en el interés de acabar con aquella usurpadora dominación y dar a todos sus derechos y a los de la Nación las garantías únicas de la ley y del ejercicio de sus instituciones?»

La muerte del general Garzón produjo una emoción tan formidable que el Gobierno se creyó obligado a dirigirse al Consejo de Higiene para preguntarle si el médico de cabecera doctor Pedro Capdehourat habría agotado todos los recursos de la ciencia en la lucha contra la enfermedad. Respondiendo a ese llamado se reunió el Consejo de Higiene bajo la presidencia del doctor Fermín Ferreira y resolvió integrarse para estudiar el punto con los demás médicos que trabajaban en Montevideo, algunos de ellos de ilustre prosapia científica como el doctor Martín de Moussy. Ante este jurado compareció el doctor Clapdehourat y tras un largo interrogatorio acerca del tratamiento, seguido de la autopsia, resolvió el Consejo de Higiene en uso de sus facultades suspender a dicho facultativo en su profesión y retirarle el título que le habilitaba para el ejercicio de la medicina por haber equivocado el diagnóstico.

Al inhumarse los restos del general Garzón en el cementerio hizo uso de la palabra en nombre del Gobierno el Ministro de la Guerra general Lorenzo Batlle.

«La pérdida, dijo, que hemos sufrido es irreparable y nunca, de tantas ocasiones en que nos hemos reunido en este mismo recinto para lamentar pérdidas muy sensibles también, jamás un dolor más intenso ha embargado nuestros corazones. Y es que con la desaparición del hombre eminentemente noble, patriota y lleno de bellas cualidades, se obscurece la esperanza mejor fundada en la dicha próxima de la patria. Se presentaba a la esperanza de todos los buenos orientales como el centro de la reconciliación, base única que puede cimentar la felicidad de la patria... Él recibe ya la merecida recompensa que alcanzan los justos; nosotros le lloramos y le lloraremos quizá sin consuelo.»    '

No había exageración en el elogio. Se trataba efectivamente de una desgracia irreparable, según lo veremos en los capítulos subsiguientes.

 

por Eduardo Acevedo
Anales Históricos del Uruguay TOMO II

Casa A. Barreiro y Ramos

Montevideo, 1933

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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