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Prólogo a "Cuentos completos" de Francisco Espínola

Alcides Abella

Cuando se habla de Francisco Espínola hay que deslindar, sabiamente si es posible, la imagen del hombre -—profesor, charlista—- de lo que tiene que ver con su tarea estrictamente literaria como creador. Por un lado la imagen de Paco es evocadora, para muchos, de todo un cálido ámbito donde vive —sobrevive— el conferencista sensible, inteligente, que discurría sobre temas tan diversos como lo pueden ser "La Creación literaria" o "Carlos Gardel"; " .. su obra de maestro fue desarrollada en inmensas, incansables, innumerables charlas llenas de humor apasionado y en cientos de clases del más alto nivel cuya riqueza de imaginación y

afinamiento eran tales, que podía detenerse preciosamente —dos años y sin repetirse— en el análisis estilístico del "Canto Quinto de la Odisea". Así lo recuerda Carlos Maggi. Espínola se ganó en este terreno un afecto que hoy, a siete anos de su muerte, vive en el cálido recuerdo de muchos que le conocieron. Incidentalmente hay que señalar también sus preocupaciones respecto a temas fundamentales del país, una preocupación que, en lo estrictamente político, lo llevó a participar directamente en episodios como Paso Morlán, en 1934.

Pero el propósito de estas líneas es centrarnos fundamentalmente en su tarea literaria y, especialmente, en sus cuentos. La obra edita de Espínola, aunque desarrollada a lo largo de muchos años, es escasa: dos libros de cuentos ("Raza Ciega", 1926; "El Rapto y otros cuentos", 1950); una novela ("Sombras sobre la tierra", 1933); una obra teatral ("La fuga en el espejo", 1937) y un ensayo sobre temas de estética ("Milón o el ser del circo", 1954). En este resumen no hay que dejar de citar "Saltoncito", obra destinada a los niños, y el inconcluso:—aunque se han editado varios capítulos— "Don Juan el Zorro".

Un orbe literario con altibajos, por supuesto. Tanto su obra teatral como su ensayo sobre estética no parecen tener el valor que, en su momento, señaló alguna crítica. Por el contrario, su obra narrativa tiene no solo vigencia sino un lugar a llenar en el panorama de las letras uruguayas; quizás su única novela, "Sombras sobré la Tierra"—a pesar de los hallazgos en la recreación de ambientes (los prostíbulos del interior) y en la formulación de personajes y situaciones— se nos hace hoy un tanto reiterativa, algo desprolija, y débil en la intención de crear un orbe metafísico en torno del personaje central. De todas maneras esta novela, editada en 1933 —el autor tenía sólo treinta años—, ocupa un lugar destacado en la evolución del género en nuestra literatura.

* * *

En una valoración global de la narrativa de Espínola la elaboración estilística tiene un lugar clave: quizás aquí estriba uno de sus aportes fundamentales. Espínola posee un estilo nítido, preciso; sus relatos están siempre cuidadosamente elaborados, nada sobra ni está puesto porque sí. El autor sabe siempre a donde quiere ir. Un trabajo calculado, consciente, de un narrador al cual el relato nunca se le va de las manos. "Cuando escribía los cuentos de Raza Ciega, después componiendo Saltoncito o algunas otras cosas, yo mantenía una actitud vigilante respecto a las técnicas, o los procedimientos de realización, cuyos problemas íbanse presentando y debía, en la ocasión, resolver como podía (. ....) Y era este un honrado afán. Porque en arte el deseo de dominar en lo posible una técnica no nace del propósito de aderezar, de hacer que las cosas sean mas lindas, sino para que ellas puedan pasar al receptor, al lector, tal como son, tal como están en uno, lo mas fielmente posible". Así lo definía el propio Espínola. Un dominio del oficio narrativo, de sus técnicas, que le permite —por el claro dibujo del relato, por la precisa arquitectura de la narración— resolver positivamente cuentos que, en algún caso, atendiendo a otros aspectos, podrían parecer de tono menor.

Pero lo realmente importante, como lo verá el lector en varios de los cuentos aquí reunidos, es notar cómo esa preocupación estilística —un trabajo de orfebre casi— no sale a la superficie, no se exterioriza. Por el contrario, el relato fluye fresca y naturalmente; aunque si miramos atentamente, se nota algo así como una "tensión interior" que vertebra muchos de sus cuentos: el juego de los diálogos, el uso del "tiempo" narrativo", la forma como recurre a palabras e imágenes, sabedor del poder evocador de cada una de ellas, revelan al narrador atento al uso de todos los recursos literarios. Pero, importa reiterarlo, esto no sale primariamente a luz; el lector no queda con la sensación de artificiosidad que, ante tanta preocupación formal, podría suponerse. ;

Este dominio del arte narrativo se hace deslumbrante en "Don Juan el Zorro"; un libro inconcluso, inédito en su mayor parte, pero que muestra al escritor maduro que cuenta, fresca y gozosamente, las peripecias dé este personaje creado a partir del meollo mismo de las tradiciones populares. Las comparaciones, las minuciosas descripciones de ambientes, el humor que irrumpe —sabiamente convocado— en medio de las situaciones más dramáticas o solemnes, van estructurando un relato, a medio camino entre lo real y lo maravilloso, ejemplar en la literatura uruguaya, lo formal, como dice Maggi, es tan importante o más, que el propio contenido argumental de la narración. Inconcluso, "Don Juan el Zorro" es, atendiendo especialmente a los procedimientos técnicos, la culminación de la narrativa de Francisco Espínola.

Es ese mismo dominio de su oficio el que le permite, volviendo a sus cuentos, crear relatos como "Yerra" ó "Visita de duelo"; cuentos breves y sin excesivas pretensiones que, sin embargo, son excelentes testimonios de una capacidad para crear una atmósfera (situaciones, anécdotas, personajes) a través de rápidos pincelazos. En "Yerra", por ejemplo, el relato surge pleno de fuerza y color: en medio de un clima poblado de gestos, ademanes y gritos, la anécdota se desarrolla viva, nerviosamente; incluso el enfrentamiento de los dos hombres tiene, a pesar de la leve aura de humor que tiñe el cuento, gran fuerza dramática. Lo mismo cabe decir de cuentos como "El Angelito", "El hombre pálido", "los Cinco" y, por supuesto, esas dos obras maestras del relato breve que son "¡Qué lástima!" y "Rodríguez".

En la cuentística de Espínola importa destacar también el conocimiento que tiene el escritor maragato del mundo que quiere recrear, sea éste urbano, suburbano, o decididamente rural. Precisamente a este ámbito, el rural, pertenecen la mayoría de sus cuentos; temas, situaciones, incluso tradiciones populares (el velorio de los angelitos, por ejemplo), son reelaborados literariamente. Los personajes de este mundo son, inmersos en su entorno, seres primarios, arraigados y confundidos en la vida elemental del campo.

Importa destacar especialmente que el autor no se limita a una simple copia de la realidad; por el contrario Paco descubre en estos despojados seres nuevas posibilidades: la ternura, la solidaridad, la compasión a veces, los dimensiona de manera distinta. "A mi no me gustaba la literatura gauchesca—dice el autor— yo quería algo mas delicado". Delicado es en Espínola, en medio de una narrativa afincada en el realismo, esa búsqueda de matices interiores, ese intento de ampliar el diapasón para recrear, contando, las peripecias humanas. De ahí que en "El hombre pálido" o "Cosas de la vida" los maleantes que llegan hasta los ranchos a robar se sientan oscuramente tocados y desistan; la piedad, la solidaridad, sutilmente elaboradas, surgen de improviso en estos hombres decididos a todo. Otras veces, como en "¡Qué lástima!", es la ternura, sugerida por gestos o palabras, lo que atraviesa al sesgo a los dos paisanos que beben desoladamente en un perdido boliche de campaña. Todo queda allí temblando en un sutilísimo ámbito a medio camino entre el humor y la tristeza, hasta que una cálida ternura envuelve a los personajes "como bajo una caricia", según dice Espínola en otro de sus cuentos. Se trata sin duda, de un relato ejemplar que bien podría tener como acápite la cita de Cervantes que encabeza "Don Juan el Zorro": "... y tiene aquel tono triste con que alegrarnos solemos".

Otras veces esta función catalizadora tiene como vehículo el humor que, viva o soterradamente, recorre muchos de sus mejores cuentos. En "Los Cinco" el humor se hace grotesco, supera la realidad y trastoca todos los planos; hasta que de golpe, cuando acaba, quedamos sumidos en una delicada sensación de melancolía. En el caso de "Rodríguez" el humor sirve para ir jugando sabiamente el enfrentamiento entre aquella artera, mágica, figura que espera en el bajo, y ese Rodríguez que, ajeno a todo, mansamente, trota en su zaino. Un relato magistral por el afinado juego de lo real y lo sobrenatural, por la economía de recursos, por la brevedad; una brevedad que no le impide crear personajes y situaciones —tiene hasta; un cierto "crescendo" dramático— de impecable nitidez. Un cuento donde, como bien lo define Visca, lo mágico y lo real "se fusionan sin solución de continuidad, creando un clima poético en cuya elaboración son factores esenciales el humor y la gracia".

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La crítica ha insistido mucho en esta capacidad de Espínola para redimir, salvándolos, a estos seres elementales. Un proceso que, como vimos, se realiza tomando la ternura, la compasión, la solidaridad o simplemente el humor, como vehículo catalizador. Pero se ha insistido también en señalar cómo logra Espínola instaurar en tales ambientes un clima ético, metafísico o existencial, de múltiples posibilidades y resonancias. Hombres primitivos en cuyo interior luchan agónicamente fuerzas (el bien, el mal, la pureza) que dan proyección universal a sus conflictos; "almas de dimensión trágica" definen Visca, Zum Felde y Esther de Cáceres.

Hasta aquí la crítica. Creemos que esto debe ser reexaminado con la cautela y la perspectiva que el tiempo necesariamente permite. En "Sombras sobre la tierra", por ejemplo, las referencias metafísicas y cristianas nos parecen extemporáneas, agregadas a personajes que no tienen la estatura suficiente como para hacerlas creíbles. Y pensamos que este "clima ético que busca Espínola (incluso ea su obra de teatro) no es la vertiente de sus mejores logros. Es probable que si el lector centra su atención en esta zona, algunos de los cuentos le resulten desvaídos, pobres: a medio camino entre la intención y lo realmente realizado.

Subyace en toda la literatura de Espínola una particularísima y coherente forma de concebir los aconteceres humanos; el autor tiene, frente a lo que quiere contar, una mirada. eminentemente cordial que él mismo describe así: Gorki (...) me infundió creo, el modo, la actitud tan francamente respetuosa —reverencial, mejor— y tierna de recibir en el alma al personaje que se está creando; en la necesidad de descubrirlo, más para admirarlo y amarlo desde una intensa soledad íntima, que para ponerlo, en escritura...". Una actitud de abierta simpatía que va ganando terreno paso a paso. ("Hay que ir entrando sin apuro, como quien no quiere la cosa, en el ánimo del que pretendemos que se nos entregue ..." dice el cantor en "Don Juan el Zorro"), que va creciendo y buscando aprehender los matices sicológicos, el entramado mismo de estos hombres.

Pero Espínola apunta más alto. Baste en todos sus cuentos: una deliberada búsqueda de seres humildes, un universo poblado de hombres y mujeres marginados, fronterizos vivientes en dramáticas situaciones, que configura una de las facetas claves de estos cuentos. Es un aspecto que conviene subrayar, en la medida que pone de manifiesto las convicciones sociales y existenciales del autor.

***

El lector queda frente a un escritor de indiscutible importancia; un narrador que nos ha dado dejado una obra literaria que aunque ambientada en lo rural, recorre un camino absolutamente original que lo diferencia de todos los creadores nacionales. En suma: un estilo cuidado, preciso –deslumbrante muchas veces-; paisajes, temas y personajes reales, verosímiles, verosímiles, incluso cuando los atraviesa y los transforma la compasión, el humor o la ternura. Un conjunto de elementos que se conjugan para que el lector acceda a un universo narrativo, por muchas razones, clave en la literatura uruguaya.

 

Gonzalo Abella
"Cuentos completos" - Francisco Espínola
Lectores de la Banda Oriental - abril de 1980

 

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