Centenario de la publicación de Platero y yo,

de Juan Ramón Jiménez

por Alicia María Zorrilla

Te prefiero, Platero, para todos los días (¡te lo he dicho tanto!)

a cualquier otro amigo hombre. La mujer es diferente, incomparable, ya tú lo comprendes.

Te prefiero como a un niño. Porque tú, como tú, un niño, un perro también,

como Almirante, me das la compañía y no me quitas la soledad (esto que también te digo tanto)

y al revés, me consientes la soledad y no me dejas sin compañía.

                                                                      Juan Ramón Jiménez

Escribir un libro denota un diálogo íntimo entre las palabras aún sin cauce y el silencio de su autor; escribir el silencio de una soledad deseada —“Mi fuerza y mi valor están, como la fuerza de un río está en su fondo, en mi soledad”[1]— es emprender los caminos profundos del alma para entenderse, para saberse, para ser consigo mismo, para demostrar la total indiferencia hacia la vida y alimentar solo de belleza el corazón.

Platero y yo, la obra maestra de Juan Ramón Jiménez, corrobora esas palabras con la “firmeza aérea”[2],de su escritura, que no puede sustraerse a la contemplación para hacer eterno cada instante. La obra nace en 1906. El escritor la revisa entre 1912 y 1914[3], y, en diciembre de 1914, se publica una selección para niños. La edición completa data de 1917 (Editorial Calleja). Su autor la define así: “Aproveché el tema de Platero para escribir una historia anecdótica y lírica de mi infancia”[4]*, su isla, su refugio. Y cumple en ella su objetivo: .. en mi obra he procurado únicamente hacer jardín y hacer valle”[5], es decir, construir el cercado, que abrigue su melancolía, su niñez, y la llanura, remanso para el descanso de su espíritu, “inmenso paraíso llano del silencio”[6]. Paz y serenidad.

Sus 138 capítulos -190 en el deseo de Juan Ramón- son autobiográficos. Sabemos también que no empleó más de diez minutos para escribir cada uno de ellos y que quiso componer una continuación con el título de Otra vida de Platero, que no vio nunca la luz. Su Platero está ordenado de acuerdo con las estaciones; la narración dura un año: comienza en primavera y concluye al finalizar el invierno con la muerte del burrito. Nuestro interés reside en adentrarnos en esta “elejía andaluza” -del griego, ‘llanto’- e interpretar aquellas palabras que Juan Ramón escribió alguna vez:

¡Oh, la emoción! ¡un libro en donde todo -idea, sentimiento, ritmo, rima- sea .entrañable y tibio, sin más decoración que la necesaria, y sin palabrería! [...]. Que la frase esté tocada de alma, que evoque sangre, o lágrima, o sonrisa; que en el vocablo haya siempre un subvocablo, una sombra de palabra, secreta y temblorosa, un encanto de misterio, como el de las mujeres muertas o el de los niños dormidos...[7]

Dice con acierto Víctor García de la Concha que esta elegía, “sin perder la referencia implícita a un hecho doloroso o a una añoranza, enfatiza de manera positiva la comunión por el sentimiento con el espíritu trascendente que subyace en los seres”.[8]. Palpita en la obra el pensamiento mesurado de Francisco Giner de los Ríos (1839-1915), pedagogo y ensayista español, creador y director de la Institución Libre de Enseñanza, sobre la fusión de lo artístico (“la perfección estética”), lo religioso y la ética (“la perfección ética estética”[9]). Esa es la búsqueda constante de Juan Ramón en cada línea de su libro: armonizar lo bello con lo prosaico, la realidad con los valores espirituales, lo cotidiano con lo eterno, con las dos eternidades, “la grande” y “la pequeña en presente”[10].

Hay en el poeta algo del don Quijote profundo y en Platero, mucho de Rocinante, “que, melancólico y triste, con las orejas caídas, sostenía sin moverse a su estirado señor; y como en fin era de carne, aunque parecía de leño..."[11].

Como dijimos, Platero comienza en primavera, su idílica primavera moguereña de abril, y termina en febrero, en las postrimerías del invierno:

Los niños han ido con Platero al arroyo de los chopos, y ahora lo traen trotando, entre juegos sin razón y risas desproporcionadas, todo cargado de flores amarillas. Allá abajo les ha llovido —aquella nube fugaz que veló el prado verde con sus hilos de oro y plata, en los que tembló, como en una lira de llanto, el arco iris-. Y sobre la empapada lana del asnucho, las campanillas mojadas gotean todavia.[12].

El sentimiento del poeta ha modelado un Platero lírico y único. El “Platero” de Juan Ramón no puede compararse con aquellos burros del arenero; con los del Quemado, “lentos, caídos, con su picuda y roja carga de mojada arena, en la que llevan clavada, como en el corazón, la vara de acebuche verde con que les pegan.. .”[13]; o con los “de Lucena, de Albamonte, de Palos”[14]; o con el burro viejo, cuya seca miseria alunara el sol de invierno:

... tú no eres un burro en el sentido vulgar de la palabra, ni con arreglo a la definición del Diccionario de la Academia Española. Lo eres, sí, como yo lo sé y lo entiendo. Tú tienes tu idioma y no el mío, como no tengo yo el de la rosa ni ésta el del ruiseñor[15].

Platero, el burrito de plata, lleva otra carga, el alma de su poeta, y sueña que cada día es otro día. Hasta Moguer, “el mundo”[16], un pueblo nacido para la nostalgia, parece desear despojarse de su gente para que el burro goce a sus anchas de su andaluza gloria, de sus redondas mañanas de primavera, de sus serenas e inmóviles tardes de estío, de sus rosas y de sus grandes macetones azules, que derraman fragancias encendidas.

Avanzar en la lectura de esta obra, verdadero poema en prosa, poesía en la que al canto se une el cuento, significa ir descubriendo la definición de la “secreta y tranquila belleza”[17] y el retrato del poeta: “No pretendo que mi escritura se lea seguida, ni lo deseo. Mi gusto es hacerla biblia; digo libro donde, aquí y allá, encuentre siempre el que la lea al azar y como sorpresa contagiosa, líneas de belleza”[18]. Oculta en la palabra, en ese más allá de la palabra, Juan Ramón la trae a la luz y conforma con ella su elegía porque no solo mira las cosas, ve a través de ellas, trata de escribir lo indecible, aquello que pueda inquietar al lector. De ahí su poética sobre el sustantivo y el adjetivo:

El sustantivo es la virtud, el adjetivo el vicio. Como el vicio, el adjetivo nos atrae, sensual, chocante, femenino. ¡Y caemos en él tan a gusto, tan a gusto, tan a gusto!

Toda la obra está llena de adjetivos como la vida de caídas. Frente a la aurora, uno propone no caer, pero ¡quién puede libertarse de las redes de la siesta, del ocaso y de la noche! El sustantivo es la verdad propia, el amor completo. El adjetivo es lo otro, los otros, otro todo, todo, todo[19].

Si bien en la obra brilla el sustantivo, la adjetivación es espejo de su ser hipersensitivo:

¡Qué triste belleza, amarilla y descolorida, la del sol de la tarde, cuando me despierto bajo la higuera!

Una brisa seca, embalsamada de derretida jara, me acaricia el sudoroso despertar. Las grandes hojas, levemente movidas, del blando árbol viejo, me enlutan o me deslumbran. Parece que me mecieran suavemente en una cuna que fuese del sol a la sombra, de la sombra al sol[20].

Según Michael P. Predmore, se vale para ello de “largos períodos melódicos, abundantes en incisos y metáforas; modulación del ritmo de la oración con efectos deliberados (brevedad, rapidez, lentitud); gran libertad y flexibilidad en el manejo de la sintaxis; modo impresionista de narrar, en que se suprimen nexos causales y lógicos, enumerando y adjetivando con gran expresividad; y, sobre todo, primacía [...] en el cultivo de la imagen poética.. .”[21]:

El arroyo traía tanta agua, que los lirios amarillos, fírme gala de oro de sus márgenes en el estío, se ahogaban en aislada dispersión, donando a la corriente fugitiva, pétalo a pétalo, su belleza..[22]

Blanca siempre sobre el pinar siempre verde; rosa o azul, siendo blanca, en la aurora; de oro o malva en la tarde, siendo blanca; verde o celeste, siendo blanca, en la noche; la fuente vieja, Platero, donde tantas veces me has visto parado tanto tiempo, encierra en sí, como una clave o una tumba, toda la elegía del mundo, es decir, el sentimiento de la vida verdadera[23].

Platero y yo, con el que Juan Ramón culmina la obra en prosa de la primera época -Primeras prosas, Baladas para después-, es un libro de belleza y de soledad, que se encuentra entre la pintura y la literatura. La compañía del burrillo parece, a veces, solo un pretexto para que el poeta -no tan solo, pero solo al fin- pueda sentir el éxtasis de la vida, el latido de la buscada perfección de la realidad, la libertad interior: el “camino asaeteado de estrellas”[24] serenas, la luna hecha pedazos en el arroyo, las anchas hojas que atesoran “un ñno tejido de perlillas de rocío”[25], la nube rosa deshilachada por la lluvia, el naranjo “con su carga blanca de azahar”[26], los “álamos cantores”[27]:

... Delante está el campo, ya verde. Frente al cielo inmenso y puro, de un incendiado afiil, mis ojos -¡tan lejos de mis oídos!- se abren noblemente, recibiendo en su calma esa placidez sin nombre, esa serenidad armoniosa y divina que vive en el sinfín del horizonte...[28].

Entonces, el poeta, en su senda de descubrimientos -según él, mientras se vive hay que descifrar el mundo-, como el de aquel “palacio abandonado”[29] de su “Paisaje grana”, recrea la naturaleza en estado de gracia, se busca a sí mismo y se proyecta, al mismo tiempo, en ese animal que está junto a él incondicionalmente:

... Es, en el calor, un momento extraño de escalofrío -¿mío, de Platero?-...[30].

Platero y yo -lo vemos ya- es más que un libro poético, es mucho más que un relato de estilo impecable. Es el itinerario de una romántica búsqueda: la del yo del poeta en el otro Moguer del niño solitario y en este Moguer distinto, que acuna sus recuerdos. Platero y yo podría, tal vez, traducirse por “Yo y yo” o “Platero como yo” o “Yo como Platero” Lo mismo presentimos entre don Quijote y Rocinante: “Aún espero en Dios y en su bendita Madre, flor y espejo de los caballos, que presto nos hemos de ver los dos cual deseamos; tú, con tu señor a cuestas; y yo, encima de ti, ejercitando el oficio para que Dios me echó al mundo”[31].

El título de la obra no solo se refiere al pelaje gris plateado del burro -la plata simboliza dignidad, fortaleza, nobleza, valor, cualidades que Juan Ramón proyectaba en el animal-, sino también transmite la necesidad de un autoconocimiento, de una purificación, para llevar a cabo el acto de póiesis, el acto creativo. Más aún, revela que el secreto poco tratado de su tristeza solitaria es el dolor que le causa su España:

Parece, Platero, mientras suena el Angelus, que esta vida nuestra pierde su fuerza cotidiana, y que otra fuerza de adentro, más altiva, más constante y más pura, hace que todo, como en surtidores de gracia, suba a las estrellas, que se encienden ya entre las rosas...[32]

“Esta vida nuestra”, ha escrito Juan Ramón en ese aparente diálogo con su burro, en ese monólogo necesario para decir y decirse en voz alta porque no cabe en sí mismo.

Bajo el “infinito cielo de azul constante de Moguer”[33], Platero sabrá los versos que la soledad le traiga a su amo. Esa soledad buscada y comunicada para la resurrección de un ayer tan próximo en el corazón y tan lejano en la realidad: la casa que estaba frente a la que vivió en su niñez, la muerte del niño tonto y la de la pobre Anilla, los lirios amarillos, las mariposas blancas y las azucenas de cristal:

... los lirios que venían conmigo olían más en la frescura tibia de la noche que se entraba; olían con un olor más penetrante y, al mismo tiempo, más vago, que salía de la flor sin verse la flor, flor de olor sólo, que embriagaba el cuerpo y el alma desde la sombra solitaria.

-¡Alma mía, lirio en la sombra! -dije.

Y pensé, de pronto, en Platero, que, aunque iba debajo de mí, se me había, como si fuera mi cuerpo, olvidado[34].

¡La sombra solitaria!, su sombra, que vaga enamorada de ese instante purísimo en que se produce la fusión de lo real con lo que crea su emoción de poeta:

¡Qué mágico embeleso ver, tras el cuadro de hierros de la veija, el paisaje y el cielo mismos que fuera de ella se veían! Era como si una techumbre y una pared de ilusión quitaran de lo demás el espectáculo, para dejarlo solo a través de la verja cerrada... ..].

En mis sueños, con las equivocaciones del pensamiento sin cauce, la veija daba a los más prodigiosos jardines, a los campos más maravillosos. .. Y así como una vez intenté, fiado en mi pesadilla, bajar volando la escalera de mármol, fui, mil veces, con la mañana, a la veija, seguro de hallar tras ella lo que mi fantasía mezclaba, no sé si queriendo o sin querer, a la realidad...“"[35].

Poco a poco, con la misma lentitud del caminante que busca el ayer en cada tramo del hoy con el “maravilloso compás del “mientras tanto”[36], Juan Ramón va desnudando su alma. Se detiene, entonces, ante un remanso que no ve hace muchos años:

Este remanso, Platero, era mi corazón antes. Así me lo sentía, bellamente envenenado, en su soledad, de prodigiosas exuberancias detenidas... Cuando el amor humano lo hirió, abriéndole su dique, corrió la sangre corrompida, hasta dejarlo puro, limpio y fácil, como el arroyo de los Llanos, Platero, en la más abierta, dorada y caliente hora de abril.

A veces, sin embargo, una pálida mano antigua me lo trae a su remanso de antes, verde y solitario, y allí lo deja encantado, fuera de él, respondiendo a las llamadas claras, “por endulzar su pena”, como

Hylas a Alcides en el idilio de Chénier, que ya te he leído, con una voz “desentendida y vana”[37]..

Y en una tarde de su preferido abril, ebrio de flores amarillas, de sus también predilectas flores amarillas, exclama con verdaderas ansias, aunque vencido por las limitaciones humanas:

¡Quién, como tú, Platero, pudiera comer flores... y que no le hicieran daño![38].

“Comer flores” para acercarse más al secreto de la belleza, para desentrañar el sabor rudo de la tierra en la sensible caricia de sus aromas, para ser más real y, al mismo tiempo, más esencial.

¡Afán de esteta! para acercar siempre la palabra a la verdad, para decir con más transparencia “los mares difíciles”[39] de su sueño ilimitado, que tiende a la “eternidad interna”[40].

Soledad deslumbradora, soledad buscada, ansiada y padecida en cada recodo del camino, en cada callejón, en el pino de la Corona, en la cuesta roja, en el prado, en la colina, en la fuente vieja, en el río, en el mar.

Platero, casi otro hombre, la sigue, la persigue y, aunque es menos inteligente de lo que el poeta se figura, traba con ella -soledad de soledades- íntima amistad:

Es tan igual a mí, tan diferente a los demás, que he llegado a creer que sueña mis propios sueños. [...]. Sé que soy su felicidad. Hasta huye de los burros y de los hombres...[41].

“Ilusión de soledad musical”[42] en sublime comunión con una naturaleza humilde, campesina, que se entrega dócil a su corazón de poeta para nacer nueva de sus ojos y de su voz, y que, al mismo tiempo, le permite pensarse y sentirse:

Esta flor vivirá pocos días, Platero, aunque su recuerdo podrá ser eterno. Será su vivir como un día de tu primavera, como una primavera de mi vida... ¿Qué le diera yo al otoño, Platero, a cambio de esta flor divina, para que ella fuese, diariamente, el ejemplo sencillo y sin término de la nuestra?[43].

Dice Juan Ramón que describir a su Platero sería componer un “cuento de primavera”[44].  Y lo define “tan intelectual, amigo del viejo y del niño, del arroyo y de la mariposa, del sol y del perro, de la flor y de la luna, paciente y reflexivo, melancólico y amable, Marco Aurelio de los prados.. .”[45].

El tono nostálgico de la obra se conjuga con esa vivencia de una primavera perenne. No son las estridencias del verano ni los rigores del invierno. La edad de oro de la primavera -la de los niños-, “isla espiritual caída del cielo”[46]. El poeta “se encuentra allí tan a su gusto que su mejor deseo sería no tener que abandonarla nunca”[47] porque es, como su caminar, “un día suave e indefenso, en medio de la vida múltiple”48].

Con los ojos en humilde arrobamiento goza del cielo azul, de las fachadas encaladas de las casas moguereñas, del “trigo amarillo y ondeante, goteado todo de sangre de amapolas”[49]:

Yo leo, o canto, o digo versos al cielo. Platero mordisquea la yerba escasa de los vallados en sombra, la flor empolvada de las malvas, las vinagreras amarillas. Está parado más tiempo que andando. Yo lo dejo...[50]

Los pájaros alientan sus ansias de real libertad. Los llama, con espíritu franciscano, “mis hermanos, mis dulces hermanos”[51]; se detiene a observar poéticamente cómo beben “un poquito de cielo en un charquillo del brocal del pozo”[52] y cómo abren sus alas “para conseguir la felicidad”5[53].

Soledad, primavera, libertad, felicidad. Está en Moguer, pero vive lejos de Moguer, en el otro Moguer, el de sus sueños:

Era el descubrimiento de una parte nueva del pueblo que no era la mía, en su plena poesía diaria[54].

Siempre parte del pueblo amado y regresa a él cuando los demás no están visibles. “Estoy conmigo”[55], “escucho mi hondo corazón sin par”5[56], nos dirá. Y estas oraciones perdidas en su libro son, tal vez, la clave de su contenido. Juan Ramón no reniega del resto del mundo, pero su extrema sensibilidad de “niño fantástico”, su anhelo de penetrar la belleza lo toman diferente de otros hombres:

Un rebuzno de Platero, allá abajo, en el corral me trae a la realidad... [57]

Vive, pues, inmerso en “las imaginaciones de la niñez”[58], poesía “del alma iluminada”[59].

Es la soledad como un gran pensamiento de luz[60].

¡Qué hermoso el campo en estos días de fiesta en que todos lo abandonan! [...]. Y el alma, Platero, se siente reina verdadera de lo que posee por virtud de su sentimiento, del cuerpo grande y sano de la Naturaleza, que, respetado, da a quien lo merece el espectáculo sumiso de su hermosura resplandeciente y eterna[61].

Juan Ramón nos permite también participar de su yo, de su intimidad única. La lectura evoca el estremecimiento de sus horas junto a los tranquilos pinos en sombra, junto a la grata sombra de las acacias, envuelto en “la tibia fragancia de los heliotropos”[62]. Nada es trivial a su paso, nada es pequeño, todo tiene su porqué. Poema en prosa y poesía en cada palabra. Amor y poesía cada día:

Ya en la puerta, y cuando voy a entrar en El Vergel, me dice el hombre azul que lo guarda con su caña amarilla y su gran reloj de plata:

-Er burro no pué’entrá, zeñó.

-¿El burro? ¿Qué burro? -le digo yo, mirando más allá de Platero, olvidado, naturalmente, de su forma animal.

-¡Qué burro ha de zé, zeñó; qué burro ha de zéee...!

Entonces, ya en la realidad, como Platero no puede entrar por ser burro, yo, por ser hombre, no quiero entrar, y me voy de nuevo con él, verja arriba, acariciándolo y hablándole de otra cosa...[63].

Y así continúan su camino, “con una blanda nostalgia infinita”[64], “huyendo de los hombres”[65] para desentrañar mejor la vida, para soñar la vida sin mácula, pura como en la primera hora de la Creación, hacia “la labor alegre de la paz”[66].

¡Qué bello está el cielo esta tarde, Platero, con su metálica luz de otoño, como una ancha espada de oro limpio! Me gusta venir por aquí, porque desde esta cuesta en soledad se ve bien el ponerse del sol y nadie nos estorba, ni nosotros inquietamos a nadie...[67].

“La belleza hace eterno el momento fugaz...”[68], y, en su libro, sucesión de momentos fugaces, trata de eternizar la belleza. Y es tal el grado de su natural intención que hasta oímos el caminar impulsivo del burrito junto a las tumbas del cementerio viejo.

Moguer, su campo, “tú y yo”, Platero, cuatro soledades, cuatro silencios, una sola soledad, un solo silencio, el del poeta. Belleza de la soledad y del silencio. Silencio solitario de la belleza:

¿Era este el balcón desde donde yo vi una vez el paisaje más claro de mi vida, en una arrobadora música de sol?[69]

Pero también llega el invierno.

Vive tranquilo, Platero. Yo te enterraré al pie del pino grande y redondo del huerto de la Pifia, que a ti tanto te gusta. Estarás al lado de la vida alegre y serena. Los niños jugarán y coserán las niñas en sus sillitas bajas a tu lado. Oirás cantar a las muchachas cuando laven en el naranjal, y el ruido de la noria será gozo y frescura de tu paz eterna. Y, todo el año, los jilgueros, los chamarices y los verderones te pondrán, en la salud perenne de la copa, un breve techo de música entre tu sueño tranquilo y el infinito cielo de azul constante de Moguer[70].

En 1907 él enterró un Platero real bajo ese pino. ¡El pino de la Corona! también llama a descansar al poeta, “como el término verdadero y eterno”[71] de su viaje por la vida.

Cerramos el libro y nos queda su emoción, su soledad creadora, su nostalgia, y añoramos -¿por qué no decirlo?- sus silencios, esos fecundos silencios que presentimos a cada instante y que traspasaron su alma para encender con su color esa elevada visión de la realidad que Dios le da a los poetas como un don altísimo que continúa Su obra.

Poema en prosa, prosa poética, relato poético, elegía, Platero y yo es la confesión y la crítica de un hombre ávido de verdad y, al mismo tiempo, el recuerdo de una niñez y de una adolescencia melancólicas por los siempre melancólicos caminos de Moguer, pueblo de marineros y de labradores, pueblo de doliente poesía, esa poesía que no se puede explicar, pues -como lo afirma Juan Ramón- lo que dice:

De vez en cuando, Platero deja de comer, y me mira... Yo, de vez en cuando, dejo de leer, y miro a Platero..[72].

Notas:

[1] Juan Ramón Jiménez, Ideolojia (1897-1957). Metamórfosis, IV, Barcelona, Anthropos, 1990, p. 291.
 

[2] Ibidem, p. 554.

 

[3] Escribe Juan Ramón: “Al correjir nuestra escritura, basta con que le encontremos un sentido, cualquiera de los innumerables que puede tener, aunque sea otro, o un matiz distinto de otro de los que creímos que tenia cuando fue creada”, Ibidem, p. 284.

 

[4] Citado en Juan Cobos Wilkins, “Platero sin yo”, Mercurio [en línea], enero de 2014. <https://www.revistamercurio.es/temas/platero-sin-yo/> [Consulta: 4 de febrero de 2014].
 

[5] “Autocrítica”, Madrid, Renacimiento, Vol. V, julio de 1907, p. 426.

 

[6] Juan Ramón Jiménez, Ideolojia (1897-1957), ed. cit., p. 344.

 

[7] Ibídem.

 

[8] Platero y yo, un libro krausista”, Historia y crítica de la literatura española, Vol. VII, Época contemporánea. 1914-1939 (coord. Víctor García de la Concha), Barcelona, Crítica, 1984, p. 187.

 

[9] Juan Ramón Jiménez, Ideolojia (1897-1957), ed. cit., p. 288

 

[10] Ibidem, p. 284.

 

[11] Miguel de Cervantes Saavedra, “Primera Parte, Capítulo XLIII”, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española, Edición del IV Centenario, Madrid, Santillana Ediciones Generales, 2004, p. 456.
 

[12] Juan Ramón Jiménez "Idilio de abril", Platero y yo (Elejla andaluza), 24ª edición, Madrid, Cátedra, 2007 (Letras Hispánicas), p. 124.
 

[13] “Los burros del arenero”, Ibídem, p. 242.

 

[14] “Vendimia”, Ibidem, p. 177.

 

[15] Jiménez, Juan Ramón. “Ellos”. En Ellos. Santiago de Compostela: Ediciones Linteo, 2006, p. 47. -

 

[16] “El castillo”, Ibidem, p. 200.

 

[17] Juan Ramón Jiménez, Ideolojia (1897-1957), ed. cit., p. 286.

 

[18] Ibidem, p. 285.

 

[19] Ibidem, ed. cit., p. 283.

 

[20] "Última siesta", Platero y yo, ed. cit., p. 181

 

[21] "Última siesta", Platero y yo, ed. cit., p. 18i.

 

[22] "Antonia",lbldem, p. 197.

 

[23] “La fuente vieja”, Ibidem, p. 213.

 

[24]  “Escalofrío”, Ibidem, p. 95.

 

[25] “El loco”, Ibidem, p. 98.

 

[26]  “Los gallos”, Ibidem, p. 161.

 

[27] “El arroyo”, Ibidem, p. 172.

 

[28] “El loco”, Ibídem, p. 98.

 

[29]  “Paisaje grana”, Ibidem, p. 112.

 

[30] “El demonio”, Ibidem, p. 126.

 

[31] Miguel de Cervantes Saavedra, “Primera Parte, Capítulo XLIX”, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, ed. cit., p. 503.

 

[32] "¡Angelus!”, Ibídem, p. 101.

 

[33] “El moridera”, Ibídem, p. 102.

 

[34] "Retorno", Ibldem, p. 116.

 

[35]  "La verja cerrada", Ibldem, p. 117.

 

[36] Juan Ramón Jiménez, Ideolojia (1897-1957), ed. cit., p. 302.////////

[37] “Remanso”, Ibídem, pp. 122-123. Según Juan Ramón Jiménez, este capitulo bien podría ser el prólogo de su obra.
 

[38] «“Idilio de abril”, Ibídem, p. 124.

 

[39] ”“E1 pino de la Corona”, Ibídem, p. 136.

 

[40] Juan Ramón Jiménez, Ideolojia (1897-1957), ed. cit, p. 309.

 

[41] “Amistad”, Ibídem, p. 139.

 

[42] “El árbol del corral”, Ibídem, p. 141.

 

[43]  “La flor del camino”, Ibídem, p. 148.

 

[44]  “Asnografla”, Ibídem, p. 156.

 

[45]  Ibídem.

 

[46] Advertencia a los hombres que lean este libro para niños”, Ibídem, p. 89.

 

[47]  Ibídem.

 

[48] “Paseo”, Ibídem, p. 159.

 

[49] “Ella y nosotros”, Ibídem, p. 166.

 

[50] “Paseo”, Ibídem, p. 159.

 

[51] “Gorriones”, Ibídem, p. 167.

 

[52] Ibídem.

 

[53] Ibídem.

 

[54] "La granada"  Ibídem., p. 205

 

[55] "Fuego en los montes", Ibidem, p. 170.

 

[56] "Nocturno", Ibldem, p. 179.

 

[57] "Fuego en los montes", Ibldem, p. 170.

 

[58] "El arroyo", Ibldem, p. 172.

 

[59] Ibídem.

 

[60] “Domingo”, Ibidem, p. 173.

 

[61] “Los toros”, Ibidem, p. 175.

 

[62] “La luna”, Ibídem, p. 184.

 

[63] “El vergel”, Ibídem, p. 183.

 

[64] “Pasan los patos”, Ibídem, p. 186.

 

[65] “La niña chica”, Ibídem, p. 187.

 

[66] “El otoño”, Ibídem, p. 192.

 

[67] “El castillo”, Ibídem, p. 208.

 

[68] "El perro atado”, Ibídem, p. 193.

 

[69] El molino de viento”, Ibidem, p. 240.

 

[70]  “El moridero”, Ibidem, p. 102.

 

[71]  “El pino de la Corona”, Ibidem, p. 136.

 

[72]  “Domingo”, Platero y yo, ed. cit., p. 173.

 

por Alicia María Zorrilla

 

Publicado, originalmente, en: Boletín de la Academia Argentina de Letras. Tomo LXXIX, enero-junio de 2014, N* 329-330

Boletín de la Academia Argentina de Letras es una publicación editada por la Biblioteca Jorge Luis Borges de la Academia Argentina de Letras

 

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