Ida Vitale nació en Montevideo en 1923 y
actualmente reside en Austin, Texas. Entre sus libros de poemas se
cuentan La luz de esta memoria (La Galatea, Montevideo, 1949),
Oidor
andante: (Arca, Montevideo, 1972) y Sueños de la constancia (F.C.E.,
México, 1988).
—Su poesía, clara, concisa, pareciera brotar de una escucha del mundo, de
una necesidad de la realidad, para acabar sonando así: “somos nada, la
suma de la verdad posible”.
—Por lo pronto, más allá o más acá de esa relación poesía-mundo, cuyo
análisis requeriría mucho espacio, no puedo menos que detenerme ante esa
homologación de lo claro y lo conciso. La concisión, creo, por el hecho
de derrumbar los andamios de lo construido verbal, puede conspirar
contra esa claridad que la mayoría de los lectores busca, al no dejar
registro de las etapas intermedias que existen en potencia, aunque la
poesía, al nacer, se las saltee; etapas que muchas veces forman parte de
un proceso interior que no se le hace explícito al propio autor sino más
tarde, al llegar la necesaria revisión de la lógica -o ilógica- querida
del poema. No sé, entonces, si ese verso, final de uno de los últimos
textos de Oidor andante: (con esos dos puntos finales que suelen
escabullirse), es claro de veras. Corresponde a un momento bastante
reiterado de pérdida de confianza en la respuesta ética del hombre, por
lo cual llegaba a la abrumadora convicción de que éste no alcanza la
medida a la que quizás estuvo destinado: la suma de su verdad, belleza
incluida, es nada, frente al peso de la otra cara, invisible, terrible,
huracanada, de lo que no sabemos.
—¿Les ha dado el mismo tratamiento a todos sus poemas: correcciones,
forma, espacio, ritmo?
—Una de las cosas que aprendí de Juan Ramón Jiménez fue a dejar dormir
los poemas en un cajón. Los míos tuvieron siempre un despertar agitado.
Sólo los genios precoces no vacilan en sus comienzos. Pero se termina
por publicar el primer libro, aunque pronto se le vean las debilidades.
Somos el mismo y somos distintos, un año tras otro. Creo que algo así
ocurre con lo que escribimos.
Cambiaron y cambia el ritmo, pese a que quizás sea lo más inalterable.
Supongo que la variación es consecuencia del acendramiento tras el que
se anda. Pero eso lo registrará el lector, si alguno hay paciente, ese
fantasmal oidor andante para el que una, ilusa, escribe.
—¿Cómo ve la crítica literaria en su país? ¿Se hace en realidad crítica
literaria o simplemente de simpatía, como en muchos de nuestros países
hispanos?
—Sí, cómo no, pero con la advertencia de que estamos en plena petición
de principios. La crítica nacional, al menos la de poesía, no ha pasado
desde hace lustros de la mera gacetilla. Estas deben existir, como en
todas partes, pero no reemplazan el espacio coherente de la crítica
especializada. Además, un nacionalismo fervoroso llegó, tardío, a un
país que de eso, al menos, se había salvado. Contradictoriamente, esos
mismos focos de periodismo “cultural” se guían por pautas valorativas
que parecen orientadas, todas, por un polo magnético invariable. En
resumen, el hastío. ¿Quizás exijo demasiado? Como ante la poesía no
valen trampas, no hay que asombrarse de que ella haya sido siempre aquí
la Cenicienta antes del baile. Muchas veces considerados críticos
resumían sus angustias interpretativas en simples adjetivos: “terso”,
“auténtico”, “cuidado”. Integrantes de lo que se considera gran momento
de nuestra cultura, tenían la posibilidad de leer en otras lenguas y a
veces lo hacían, y hubieran debido crear conciencia de que no es un
genio todo lo que irrumpe en nuestras praderas. Durante el paréntesis
militar no estuve en el país y de él sólo tengo claro en esta materia la
mengua de esas páginas “culturales” hoy redundantes, el alejamiento sin
retomo de bastantes creadores. Hoy rige la simpatía o la antipatía
ideológicas y una gran regresión atribuible al desinterés de la derecha
que imperó y al interés utilitario de las izquierdas a la moda. El
resultado es el mismo: la poesía verdadera sale malparada. Quizás podría
hacer suyo aquel consejo de Almafuerte (ya sé que es más elegante citar
a Jauss): Sólo pide justicia. Pero mejor será que ni pidas nada.
—¿La mayoría de su poesía
ha sido escrita en el exilio, o los viajes y la memoria han emitido su
porción de realidad?
—Quizás, por Eva, todo sea exilio. Al menos, de Leopardi a Celan,
siempre he sentido muy cercanos a los que escriben desde él. Los viajes
y la memoria sirven para poner entre paréntesis la realidad, siempre más
difícil de sobrellevar. |