Ida Vítale

entrevista de Miguel Angel Zapata

Ida Vitale nació en Montevideo en 1923 y actualmente reside en Austin, Texas. Entre sus libros de poemas se cuentan La luz de esta memoria (La Galatea, Montevideo, 1949), Oidor andante: (Arca, Montevideo, 1972) y Sueños de la constancia (F.C.E., México, 1988).

—Su poesía, clara, concisa, pareciera brotar de una escucha del mundo, de una necesidad de la realidad, para acabar sonando así: “somos nada, la suma de la verdad posible”.
—Por lo pronto, más allá o más acá de esa relación poesía-mundo, cuyo análisis requeriría mucho espacio, no puedo menos que detenerme ante esa homologación de lo claro y lo conciso. La concisión, creo, por el hecho de derrumbar los andamios de lo construido verbal, puede conspirar contra esa claridad que la mayoría de los lectores busca, al no dejar registro de las etapas intermedias que existen en potencia, aunque la poesía, al nacer, se las saltee; etapas que muchas veces forman parte de un proceso interior que no se le hace explícito al propio autor sino más tarde, al llegar la necesaria revisión de la lógica -o ilógica- querida del poema. No sé, entonces, si ese verso, final de uno de los últimos textos de Oidor andante: (con esos dos puntos finales que suelen escabullirse), es claro de veras. Corresponde a un momento bastante reiterado de pérdida de confianza en la respuesta ética del hombre, por lo cual llegaba a la abrumadora convicción de que éste no alcanza la medida a la que quizás estuvo destinado: la suma de su verdad, belleza incluida, es nada, frente al peso de la otra cara, invisible, terrible, huracanada, de lo que no sabemos.

—¿Les ha dado el mismo tratamiento a todos sus poemas: correcciones, forma, espacio, ritmo?
—Una de las cosas que aprendí de Juan Ramón Jiménez fue a dejar dormir los poemas en un cajón. Los míos tuvieron siempre un despertar agitado. Sólo los genios precoces no vacilan en sus comienzos. Pero se termina por publicar el primer libro, aunque pronto se le vean las debilidades. Somos el mismo y somos distintos, un año tras otro. Creo que algo así ocurre con lo que escribimos.

Cambiaron y cambia el ritmo, pese a que quizás sea lo más inalterable. Supongo que la variación es consecuencia del acendramiento tras el que se anda. Pero eso lo registrará el lector, si alguno hay paciente, ese fantasmal oidor andante para el que una, ilusa, escribe.

—¿Cómo ve la crítica literaria en su país? ¿Se hace en realidad crítica literaria o simplemente de simpatía, como en muchos de nuestros países hispanos?
—Sí, cómo no, pero con la advertencia de que estamos en plena petición de principios. La crítica nacional, al menos la de poesía, no ha pasado desde hace lustros de la mera gacetilla. Estas deben existir, como en todas partes, pero no reemplazan el espacio coherente de la crítica especializada. Además, un nacionalismo fervoroso llegó, tardío, a un país que de eso, al menos, se había salvado. Contradictoriamente, esos mismos focos de periodismo “cultural” se guían por pautas valorativas que parecen orientadas, todas, por un polo magnético invariable. En resumen, el hastío. ¿Quizás exijo demasiado? Como ante la poesía no valen trampas, no hay que asombrarse de que ella haya sido siempre aquí la Cenicienta antes del baile. Muchas veces considerados críticos resumían sus angustias interpretativas en simples adjetivos: “terso”, “auténtico”, “cuidado”. Integrantes de lo que se considera gran momento de nuestra cultura, tenían la posibilidad de leer en otras lenguas y a veces lo hacían, y hubieran debido crear conciencia de que no es un genio todo lo que irrumpe en nuestras praderas. Durante el paréntesis militar no estuve en el país y de él sólo tengo claro en esta materia la mengua de esas páginas “culturales” hoy redundantes, el alejamiento sin retomo de bastantes creadores. Hoy rige la simpatía o la antipatía ideológicas y una gran regresión atribuible al desinterés de la derecha que imperó y al interés utilitario de las izquierdas a la moda. El resultado es el mismo: la poesía verdadera sale malparada. Quizás podría hacer suyo aquel consejo de Almafuerte (ya sé que es más elegante citar a Jauss): Sólo pide justicia. Pero mejor será que ni pidas nada.

—¿La mayoría de su poesía ha sido escrita en el exilio, o los viajes y la memoria han emitido su porción de realidad?
—Quizás, por Eva, todo sea exilio. Al menos, de Leopardi a Celan, siempre he sentido muy cercanos a los que escriben desde él. Los viajes y la memoria sirven para poner entre paréntesis la realidad, siempre más difícil de sobrellevar.

 

entrevista de Miguel Angel Zapata

 

Publicado, originalmente, en: Diario de Poesía Nº 57 Otoño de 2001. Periódico trimestral.

Link del texto: https://www.ahira.com.ar/ejemplares/diario-de-poesia-n-57/

Gentileza de Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas

 

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Ida Vítale en Letras Uruguay

 

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