Gonzalo Rojas: entre el murmullo y el estallido de la palabra

por Miguel Angel Zapata

Miguel Angel Zapata: Siempre he creído que la cuna del poeta, su paisaje, el aspecto geográfico, la esencia de la tierra son definitivos en la formación de esa bella manifestación que hemos llamado sensibilidad.

Gonzalo Rojas: Absolutamente. El impacto determinante de la tierra en que uno ha nacido, esa respiración telúrica o como quiera llamarse va y viene con uno, y no termina nunca. El paraje de mi niñez es el Golfo de Arauco, y ese pueblo minero carbonífero de Lebú. Maderas casi palpitantes, tablones de madera con las que se hacían esas casas, esos puentes encima de esos ríos y las grandes rocas contra el oleaje, todo eso lo veo, lo registro, lo huelo, lo mismo en Pekín que en Nueva York o en cualquier párrafo del planeta por donde uno anda. Pero no soy un telúrico telurizado, esto quiere decir, sometido al encantamiento de lo natural y a la nostalgia. No. Te estoy hablando de infancia-paraíso-remolino del Pacífico sur, minas de carbón debajo del mar. De ahí viene, creo, más que la velocidad, la vertiginosidad de mi palabra entre el murmullo y el estallido.

MAZ: ¿Cuál es entonces ese murmullo y ese estallido?

GR: Allí está el agua sonando suave, sigilosa, de la llovizna siempre visible, en ese paraje y simultánea el gran oleaje blanco frente al roquerío. Te estoy hablando de lo físico, y ahí mismo anda por dentro el otro murmullo, el de los matices, cierto aleteo en mi juego imaginario de niño, aleteo y balbuceo atado a esa tartamudez de que he hablado otras veces; y ahí está también por dentro lo tormentoso y cruel de las visiones que nacen con uno, y que en tanta medida registran esa vertiente abrupta más geológica que geográfica. Por ahí, entre esos dos tonos, se me dio la palabra.

MAZ: Eres paciente para las publicaciones, pero eres un animal creador y debes de tener muchos poemas inéditos que tal vez no los hayas querido publicar por diferentes razones, ¿no?

GR: Hay textos inéditos de mi primera juventud o de mi primera mocedad, cuyos borradores los registré en Cuadernos Secretos. No sé si alguna vez los entregue por entero. Hasta hoy sólo he rescatado textos como "Zángano" (De/ Relámpago). Lo que interesa es que ya en esos plazos iniciales se me dio un lenguaje plasmado. La conjetura es cómo puede un aprendiz llegar a cierto grado de plasmación en plena adolescencia. Respondo, mi doble trato poético, con los clásicos españoles por un lado, y con la poesía de la modernidad por la otra oreja, me dieron esta opción de algo parecido a una síntesis.

MAZ: Hay veces que Quevedo posee, ata, en tu caso pareciera que arrulla tus palabras.

GR: Todos los poetas hemos sido arrullados por ese loco, en todos nosotros desde Darío a hoy ha sonado y resonado. Pregúntale a Darío. Porque dijo lo que dijo en el prólogo de Prosas Profanas (1896). Pregúntale a Vallejo, a Neruda (Viaje al corazón de Quevedo| pregúntale a Borges que supo ver en él la trama viva de lo literario, el "homme de Lettres", o a Paz pregúntale su relación dialéctica con el gran maestro. Lo que te quiero decir es que Quevedo funciona acaso más que ninguno, aunque sea un barroco; su laberinto, su desmesura y su rigor, su preocupación por la temporalidad y la EXISTENCIA. Naturalmente no desamamos al gran Góngora: rigor, lujo, lucidez. Sobre él pregúntale a Lezama Lima.

MAZ: Gonzalo, tú escribiste un texto curioso, como para proponer el cruce de dos especies poéticas en el plano del lenguaje, la prosa a la que llamas Prorsa, y el verso, al que llamas Versa.

GR: Sí, se trata de dos serpientes que bailan simultáneas en la imaginación del poeta, como lo dice ese texto, entre fábula y enigma. ¿Quién no sabe que la prosa y el verso se intraalimentan, se nutren con mayor o menor voracidad, la una de la otra? Leo a Rulfo y me dicen que eso es prosa, pero nadie podrá negarme que la poesía va en ese ritmo y en ese despojo, en esa dinámica y hasta en ese secreto. Se habla mucho de antipoesía, como si eso no hubiera sido pensado hace siglos. Son los eternos originalistas que no han entrado nunca en la revisión de estos dos instrumentos, la prosa y el verso.

No quiero ir muy lejos pero ya Jules Laforgue fue capaz de ofrecer una poesía coloquial, fresca, en la que sin apaviento alguno cumplió el ejercicio dual, que tanto apasionó después a T. S. Eliot o al mismo Pound.

MAZ: ¿A quiénes admiras de los poetas vivos?

GR: ¡Pero no se ha muerto ninguno! (sonrisas), de los verdaderos poetas. En cuanto a los otros, ésos no han nacido.

MAZ: El verdadero poeta es el mejor de los críticos, ya que tiene la sartén por el mango: inspiración y reflexión: la vuelta entera de la lucidez.

GR: Eso es cierto. El verdadero crítico de la poesía es el poeta. Lo dijeron Baudelaire, Eliot y se seguirá diciendo.

Paul Celan

Si me preguntan quién fue Celan debo decir: yo soy Celan. Tanta es la identidad de dos que silabearon el Mundo en dos lenguas tan remotas, el alemán y el español. Judío él, cautivo en Auschwitz donde echaron al horno a sus padres, vivió en el mismísimo plazo de mi respiro. Cuando el 70 se arrojó al Sena pude haberlo hecho yo pero seguí aleteando en mi vuelo. Sólo vine a leerlo el 77, por ignorancia, y sólo entonces pude verme. ¿Zeitgeist, locura? No hay campos de concentración en las estrellas. La noche que llegué a Chile el 80 miró hacia arriba, lo vi en la fosa del amanecer.

                               Zung-guo

Lo liviano en Pekín son las bicicletas, esos millones

de alambre inmóvil tan veloz como la Tierra, sin un quejido

en su rotación, quimeras

exactas de la sabiduría más remota cuyo mito

es la risa fresca por cruel

que haya sido el infortunio. ¡Esquemas!

dirá usted que ya

se lo habrá leído todo como Mallarmó. De acuerdo, hay otros

ideogramas oscuros como por ejemplo ese pez de Pan-pó inscrito en

los vestigios polvorientos de Si-án que aún sangra, cuya

resurrección no se ha cumplido.

 

                   Visión de Gwen Kirpatrlck

Y qué decir este viernes santo de Gwen y su aura

irlandesa, la más azul

de las azules en San Francisco, pintada

en lo esbelto de sus sandalias entre las hélices

y las lilas de abril: ¿irá al

volante todavía la exhalación

rubia en esas ruedas del

aeropuerto al Golden Gate corriendo

sonámbula como la Magdalena sin su Cristo, buscándolo

entre los libertinos? ¿O el oleaje

habrá azotado sus sienes

contra el Embarcadero hasta hacerla

sangrar? ¿O el temblor

grado 5 del amanecer en la escala

de la Resurrección le habrá dicho: — Levántate,

paloma? ¿O

nada; o

todo habrá sido nada, un diálogo

de un loco con

una loca, un altísimo

libérrimo diálogo con revelación y enigma entre

sequoio y sequoia contra el cielo? Díganlo en

inglés estos dinosaurios arbóreos despiertos desde

la Creación, estos espléndidos

redwoods que en su arrullo

saben más.

 

                Cierta heridilla

Mientras me rasuro pasa por el espejo tu encanto:

entra y sale de él, espuma

y chispa de sangre. Me trizo,

me alitero maquinilla en mano contra

las olas.

 

También tú

te aliteras.

 

        Microfilm del abismo

¿Qué es el tiempo? Cuando no me lo preguntan

lo sé, pero cuando me lo preguntan ya no lo sé.

Agustín de Hipona

 

Como reír es además de reír purificar

sabiduría, me estoy yendo

desafinado de esta envoltura lujuriosa

de uñas y meses a otro número

del que empiezo a ser parte, un número

dijéramos menos abusivo sin tanta

farsa de inmortalidad, fresco el olor

 

abstracto a seso velocísimo, exactamente como el del río

cuya figura no es el agua; el engaño

es el agua; pero él

no es el agua; lo ilusorio

es la palabra agua. Exactamente

como el río, y

 

no voy a embotellarme en la vieja física

disparatada con sus trescientos mil

millones de estrellas

irreconciliables descontando las nebulosas que

andan por ahí sin haber

sido nunca, con

lo que cuesta no pensar, lo caro

que se paga. Ayuden

al pobre ciego

a hacer bien el cálculo, ¿cuánto

en minutos, y nada de años-luz, o pétalos

escasos?

 

Hoyo negro, ¿y a eso llaman constelación

de vivir?, ¿a esa ciencia

del desperdicio?, ¿a ese escurrimiento

de un viernes a las 3 a otro viernes

idéntico colgando

como Dios, del mismo palo? Rosas,

estoy hablando de rosas.

 

Porque lo irrisorio es el dato crudo, el

pronóstico cruel que uno por consuelo llama instante por

hablar conforme a lo geométrico del ojo

de los egipcios, hipopótamo

cortado por la

línea del agua cuando el animal

saca la cabeza del agua para dar el gran vistazo de

Einstein alrededor y parpadeando

vuelve al fondo.

 

            Llámandote aquí: cambio

Aclaro noticia, el que murió a las 7 fue el otro, no

el que dije, lo abrieron

en dos con M-corta, los tiros

quemaron de refilón al más

asustado, otra bala loca

enloqueció así.

 

Esto no parece Mundo, da risa

tanto tableteo; del

que no sé nada estos doce años es del

niño, ¿qué habrá sido del niño?

 

Hasta para mear cuentan todavía 10 como si

el 10 fuera lo único, el chorro

queda ahí, me interrumpo

para decirte que el libro sigue

intacto, abierto en

la página que voy, a un metro

de donde te violaron. Favor

leer en él al manantial.

 

                         Sebastián Acevedo

Sólo veo al inmolado de Concepción que hizo humo

de su carne y ardió por Chile entero en las gradas

de la catedral frente a la tropa sin

pestañear, sin llorar, encendido y

estallado por un grisú que no es de este Mundo: sólo

veo al inmolado.

 

Sólo veo ahí a Acevedo

por nosotros con decisión de varón, estricto

y justiciero, pino y

adobe, alumbrando el vuelo

de los desaparecidos a todo lo

aullante de la costa: sólo veo al inmolado.

 

Sólo veo la bandera alba de su camisa

arder hasta enrojecer las cuatro puntas

de la plaza, sólo a los tilos por

su ánima veo llorar un

nitrógeno áspero pidiendo a gritos al

cielo el rehallazgo de un toqui

que nos saque de esto: sólo veo al inmolado.

 

Sólo al Bío-Bío hondo, padre de las aguas, veo velar

al muerto: curandero

de nuestras heridas desde Arauco

a hoy, casi inmóvil en

su letargo ronco y

sagrado como el rehue acarrear

las mutaciones del remolino

de arena y sangre con cadáveres al

fondo, vaticinar

la resurrección: sólo veo al inmolado.

 

Sólo la mancha veo del amor que

nadie nunca podrá arrancar del cemento, lávenla o

no con aguarrás o soda

cáustica, escobíllenla

con puntas de acero, líjenla

con uñas y balas, despíntenla, desmiéntanla

por todas las pantallas de

la mentira de norte a sur: sólo veo al inmolado.

 

                                 Ningunos

Ningunos niños matarán ningunos pájaros, ningunos errores

errarán, ningunos cocodrilos

cocodrilearán a no ser que el juego

sea otro y Matta, Roberto

Matta que lo inventó, busque en el aire a

su hijito muerto por si lo halla a unos tres metros

del suelo elevándose:

yéndose de esta gravedad.

 

Ningunas nubes nublarán ningunas estrellas, ningunas

lluvias lloverán cuchillos, paciencias

ningunas de mujeres pacienciarán

en vano, con tal

que llegue esa carta piensa Hilda y el sello

diga Santiago, con tal que esa carta

sea de Santiago, y

 

el que la firme sea Alejandro y

diga: Aparecí. Firmado: Alejandro

Rodríguez; siempre y cuando

se aclare todo y ningunas

muertes sean muertes, ningunas

Cármenes sean sino Cármenes, alondras en

vuelo hacia sus Alejandros, mi Dios, y

los únicos ningunos de este juego cruel sean ellos, ¡ellos

por los que escribo esto con mi

sintaxis de niño contra el maleficio: los

mutilados, los

desaparecidos!

                                                                                                                 

                                                                                                                Memoria de Joan Crawford, poema de Gonzalo Rojas

 

por Miguel Angel Zapata
Publicado, originalmente, en Inti: Revista de literatura hispánica

Numéro 26-27 (Otoño 1987 - Primavera 1988)

Link de la publicación: https://digitalcommons.providence.edu/inti/vol1/iss26/1 

Providence College

 

Gonzalo Rojas en Letras Uruguay

 

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