Milagro

Un viernes cualquiera
Ian Welden

Me despierto metido en un viernes.

No sé si es un postre delicado que habré de comerme con fruición o una barra de plomo de una tonelada que tendré que cargar sobre mis frágiles hombros de viejito achaquiento.

Por mi ventana entra mi gato Jorge, fresco y ágil cuan mariposa y me dice "Tú decides pues, viejo querido..." y se va orgulloso hacia su plato de leche danesa.

Yo decidiré entonces.

El agua caliente de la ducha me relaja los músculos y el cepillo de dientes masajea mis débiles encías. Sangro un poquitito. Me pongo una camisa fresca y salgo a dar una vuelta por mi querida Calle Larga de Valby en busca del milagro que hará de este día un postre.

Está helado y un sol pequeñito como una moneda danesa no sabe si integrarse a este paisaje o huir y ocultarse tras las nubes aguadas.

Me encuentro con una pequeña multitud de milagreros. Y los transeúntes, los ingenieros con sus maletines brillantes, los escolares empujándose los unos a los otros, las mamás sentadas en la placita dándole pecho a sus guaguas y los viejitos de la mano, haciendo equilibrio entre esta mazamorra de seres vivos, -toda esta vida en movimiento- hace que mi viernes sea el viernes de siempre. Un viernes cualquiera.

Gerda, la Vikinga ciega me saluda con su "hej hej!" clasic mientras hace brotar serpentinas de cristal de su pezones. Las serpentinas son recogidas por niñitos que se han escapado de sus madres y y las guardan en bolsas plásticas con logos de YAHOO.

Per, el organillero sueco gira su manivela con la hidalguía de un molino de viento, y produce orgullosamente y como siempre (ya es tiempo de que haga un numerito nuevo) miles de sombras multicolores que luego salen a besar a los sorprendidos y halagados transeúntes. Se produce una ovación y Per hace una elegante venia.

Pedro Urdemales, alias El Vagabundo, alias Erwin el Desaparecido, reaparece de súbito en el centro de La Plaza de Valby y vomita larguísimos chorros de cerveza y orange crush, y adultos, jóvenes, viejos y niños se apresuran a beber. Los adultos y los jóvenes y los viejos se embriagan como trompos (yo no bebo) y corren por la plaza cuan gallinas descabezadas. Los niñitos y las guaguas ríen y Erwin agradece a la multitud y desaparece nuevamente entre las nubes cargadas de hielo.

Y nieva! Pero John el milagrero de Liverpool hace que cada copito de nieve tenga un color particular, rojos violentos, celestes celestiales, amarillos solares,... el espectáculo es espectacular y la ovación muy ovacional. Los niñitos corren por aquí y por allá llenándose los bolsillos con copitos de nieve multicolor. Los adultos ahora andan con la caña y se acuestan en los bancos de la plaza a dormir la mona.

El tímido solcito danés se atrevió a salir del todo y derrite la nieve. Ahora hay una masa de colores surtidos, como la paleta de pintor de Leiva Gallardo (encontrar en google) cubriendo con ternura toda la inmensidad de La Calle Larga de Valby. El pequeño solcito de invierno danés sonríe orgulloso y contento de su obra maestra.

La multitud ruge.

Me encuentro con Jacqueline! Me besa y me propone ir a caminar al Bosque de Søndermarken. 

Nos vamos lentamente de la mano hablando de la situación política del país. El Reino de Dinamarca tiene problemas serios con su jefa, la Unión Europea. Y la ministra de integración del Reino tambalea en su taburete. Ahora yo sé que esto no le interesa mucho a los lectores por lo que voy a cambiar de tema: entramos al Bosque y nos dirigimos hacia la Gran Fuente de Søndermarken, lugar en el que se reúnen los fantasmas de vikingos, los dioses y diosas griegos, los indios mapuches, y muchos seres más. Seres muertos que resucitan en las noches y hacen orgías de alcohol y sexo promiscuo en torno a la fuente y en La Bóveda bajo la fuente. La Bóveda, un espacio del tamaño de mil canchas de football, oscura y siniestra, llena de seres humanoides pequeñitos, la construyeron los vikingos en el año 0 bajo el mandato del primer rey danés Gorm el Magnífico.

(Dicen las malas lenguas que en la noches de luna la Reina actual de Dinamarca, Margrette II Ie pone somníferos en el cognac a su marido el Príncipe Henrik, y se arranca del Palacio Real, disfrazada de bruja, para dirigir la orgía con su batuta de oro).

El bosque está paradisíaco con sus pavos reales y sus hipopótamos. Leones y leonesas pasean lado a lado con gacelas y ciervos y todo es muy a la testigos de Jehová. Nos sentamos en el borde de la fuente para besarnos con más comodidad cuando de pronto cae Antoine de Saint Exupéry de un gigantesco bao bab y confuso murmura "El Principito... el Principito.... han visto a mi Principito?"
.
En ese mismo instante divisamos al Principito caminando lentamente hacia nosotros. Lo acompaña un zorro...

El animal se ve fiero pero muy manso. El príncipe le acaricia la cabeza. Me imagino que ya se habrán domesticado.

Jacqueline me dice "Ya hemos visto suficientes milagros, no crees ? Creo que es mejor que regresemos".

Ahora estamos en mi casa. Jacqueline me susurra insinuantemente en el oído "Todavía estamos en un viernes cualquiera. Podríamos hacerlo mejor aún. Te sirvo tu postre...?"

Ian Welden
invierno 2008
Valby, Copenhague.
ian.welden@mail.dk 

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