Antimilagro

El hombre en pena
Ian Welden

Yo soy el Padre Francis. Me muevo entre hombres que necesitan de mi ayuda. Son seres que por alguna razón u otra han tenido conflictos gravísimos con la ley y la sociedad y yo estoy aquí para escucharlos, ayudarlos y guiarlos.

 

Llevo en mi alma secretos horrendos. Crímenes bestiales que quisiera poder olvidar. No duermo por las noches y mis confesiones con mi superior, el Padre Johannes, no me ayudan. Llevo este bagaje de pecados mortales solo.

Mis relaciones con las autoridades de este recinto son cordiales pero estrictamente profesionales. Lo mismo con la policía. No puedo colaborar con ellos por razones obvias. Yo soy sacerdote y la información que llevo en mi no puedo entregárselas so pena de perder mi autoridad ante mis feligreses y violar mis juramentos de silencio.

 Medito mucho. Intento volver a mi niñez dónde todo era... inocente.

 

Ingenuo e inocente. La vida era un juego maravilloso. Jugaba a pretender. Pretendía que yo era el arcángel Gabriel y con mi espada de fuego eliminé al demonio enviado por Satanás a causar el caos en mi mundo perfecto. Y a mi víctima infame la enterré en el desierto que quedaba fuera de los límites del Paraíso.

 

Era un tiempo sin pecados; o a lo más, pequeños pecadillos veniales que a nadie hacían daño. Como en los juegos en el patio del colegio donde una pequeña zancadilla de adrede significaba solamente una visita a la oficina del inspector general y una reprimenda: "Francis, otra vez Usted?".

 

Yo tuve la mala suerte de haber nacido grande y torpe. Y con una fuerza desmesurada en mis manos. No podía cortar una flor sin desintegrarla ni tomarle la mano a una niña sin causarle daño. Mis compañeros y compañeras del colegio me apodaron con crueldad "El gigante feliz". Yo aprendí desde muy temprana edad a imponer mi voluntad porque me temían. No porque me respetaban o querían. Pero me sentía solo.

 

Un día la policía encontró a un niño muerto en el gran cerro de arena de un edificio en construcción al lado de nuestro colegio. Era Erik Skovgaard, nuestro compañero desaparecido. Fue asesinado con algún instrumento de fierro y enterrado en la arena. Nunca se descubrió al asesino. Pero yo sabía quien era. Yo lo sabia todo.

 

El Padre Johannes me despierta de mis recuerdos y ensueños. Quiere que me confiese. "Padre Johannes" le digo, "No tengo nada nuevo. Usted insiste en que me confiese y yo le insisto una vez más, cómo también le digo a la policía, que yo no voy a entregarle información que perjudique a esta pobre gente que confía en mi. Sus pecados los guardo bajo siete sellos. Le ruego que me deje en paz. Estoy orando..."

 

Una vez, en mi juventud, una mujer se enamoró de mi. Era hermosa y frágil me cuidaba y me decía "Te amaré por siempre..." Pero intruseaba y hurgaba cuando yo me encontraba en la oscuridad. Un día desapareció de mi vida.  Fué encontrada degollada en su casa. La policía dijo que había sido un ladrón. Pobre mujer. No recuerdo su nombre.

 

Tengo mi oficina en este recinto carcelario. Queda al lado de la del Padre Johannes. Me da cierta privacidad. Extraño mi casa si, porque ahí no van estos centenares de pobres diablos a contarme sus bestialidades. Ahí puedo ser yo mismo, libre, y puedo además jugar... iba a decir impunemente... tranquilamente a que soy el arcángel con mi espada de fuego.

 

Las filas de entes que vienen a confesarse me resultan casi transparentes, sin rostros. Monstruos anónimos que vomitan las mismas porquerías que conozco de memoria. Lo sé todo de antemano. Es como si esas fechorías las hubiera cometido yo. Las cometí yo. Yo soy ellos, y siendo ellos no recibo absolución. Tan solo una palmadita en un hombro, una sonrisa de compasión un ave maría o un padre nuestro hijo mío.

 

Quisiera dejarlo todo y arrancar. Pero no puedo.

 

Johannes es un padre autoritario, tiene una  fuerza que se le vé en los gestos y en los ojos. Muchas veces le he expresado mis ansias de volver a casa, ser libre, pero el me mira firmemente y comprendo. Es como si me preguntara "Has perdido la fe, Francis?".

 

Entonces debo seguir escuchando las voces y viendo las miradas de las víctimas de estos desalmados, niñitas violadas, mujeres degolladas y enterradas en un bosque, niños estrangulados tirados al mar... para que seguir Dios mío.

 

Hoy tengo un a reunión importantísima con la policía y el psiquiatra de la cárcel. También asistirá Johannes. La policía especialmente, necesita pruebas concretas y confesiones de los crímenes. Ellos, sabiendo que yo tengo esa información, me van a proponer un trato. Creo saber que es: Johannes, el muy infame, traidor, JUDAS! va a romper sus juramentos sagrados y va a revelar mis confesiones. La policía y el psiquiatra me propondrán decir la verdad, toda, y me ofrecerán la conmutación de la pena de muerte por cadena perpetua por razones de enfermedad mental.

Ian Welden
Valby, Copenhague
invierno 2009
Ilustró Maritza Alvarez
Villa Alemana, Chile

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