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Perfil de Juan María Gutiérrez
por Gregorio Weinberg

 

Juan María Gutiérrez

Entre las figuras de primera magnitud de aquella brillante generación que Ricardo Rojas llamó de "los proscriptos'' es, indudablemente, la de Juan María Gutiérrez la menos conocida y la menos estudiada. Sus obras publicadas son escasas y en su mayor parte hoy inhallables las mismas. Los estudios en forma de libro a él dedicados pueden contarse con los dedos de las manos. Cierto es que su actividad como político no alcanzó a tener gravitación decisiva como la que tuvieron en su momento Sarmiento y Mitre; tampoco como escritor dejó obra orgánica de repercusión comparable a Facundo, el Dogma Socialista, las Historias de San Martín y Belgrano, o las Bases, aunque su labor, injustamente relegada al olvido, desperdigada en publicaciones periódicas, o todavía inédita, debe considerarse entre las más importantes, significativas y valiosas de nuestra tradición literaria. Hombre reposado y sereno, trabajó sin estridencias y con hondura en disciplinas entonces poco estimadas o en actividades fundamentales carentes de brillo exterior. No obstante su carácter y modalidades de estudioso, su personalidad está asociada — hecho paradójico— para el gran público a ciertas actitudes suyas que en su hora alcanzaron notable repercusión: su apasionada defensa de la libertad de cultos en la Asamblea Constituyente de 1853, reunida en Santa Fe, su rechazo del diploma de Miembro Correspondiente de la Academia Española, sus formidables polémicas en defensa de la política de Nicasio Oroño. Estas actitudes corresponden lógicamente a sus más intimas convicciones; el eco que despertaron debe atribuirse a las circunstancias y significado de su toma de posición.

Nació Juan María Gutiérrez en Buenos Aires el 6 de mayo de 1809; en su primera juventud estudió derecho y topografía. Manifestó temprana vocación por los quehaceres de la inteligencia, y desde entonces se acercó a los hombres que la historia conoce como la generación del 37. Su discurso Fisonomía del saber español: cual deba ser entre nosotros, en la sesión inaugural del Salón Literario —en cuyo transcurso también hablaron J. B. Alberdi y Marcos Sastre— preanuncia en cierto modo sus ideas cardinales, y cuál su posición como intelectual frente a los problemas fundamentales del país, su historia, su tradición y su porvenir. La maduración de su pensamiento, el progresivo ensanchamiento de su horizonte mental, la indudable influencia echeverriana, sus viajes y experiencias posteriores, no harían sino perfilar con mayor precisión su vigorosa concepción democrática y su consecuente liberalismo; sus ideas y su estilo estuvieron siempre impregnados de un ligero toque de volterianismo, corrosivo y constructivo a un tiempo. Demasiado conocidos son los lineamientos ideológicos de aquellos patriotas para que insistamos en caracterizarlos.

Colaboró Gutiérrez en La Moda y El Iniciador, y junto a Echeverría, el maestro, funda la Asociación de Mayo, cuyo lema es ya toda una definición: "Mayo, Progreso, Democracia"; conoce la cárcel y los grillos por "cajetilla" y "hablantin"; luego el exilio en Montevideo, donde participa en el hoy famoso Certamen Poético: A Mayo, la composición premiada revela sus dotes líricas y su inspiración ciudadana. Pero esos torneos no le hicieron olvidar sus obligaciones políticas y colabora en la defensa heroica de la Nueva Troya. Su pluma brillante en El Talismán, Tritio, Muera Rosas. Luego de un par de años de permanencia en la capital uruguaya, se dirige a Europa en compañía de Alberdi, con quien recorre varios países, para regresar al Nuevo Mundo antes de ocho meses de su alejamiento. Brasil, Chile y un rápido viaje a Ecuador, señalan el itinerario de un hombre proscripto de su tierra por la tiranía rosista. Por vocación y por necesidad de ganarse el sustento se dedica a la enseñanza (llegó a ser Director de la Escuela Náutica en Valparaíso); al periodismo (escribe en El Comercio, La Tribuna, La Crónica, estos dos últimos dirigidos por Sarmiento); y al estudio de la historia literaria del continente. Amigo íntimo del autor de las Bases y del de Recuerdos de Provincia forjan planes de recuperación para la patria entonces encadenada bajo un régimen de oprobio y de reacción política. En medio de todas sus tareas y obligaciones tiene tiempo suficiente para comenzar su América Poética, Colección escogida de composiciones en verso escrita por americanos en el presente siglo con noticias biográficas y juicios críticos, cuya primera entrega apareció en febrero de 1846. Veinte años después, sensiblemente ampliada, se publicaría en Buenos Aires. Es la primer antología americana; si su generosidad llevó a Gutiérrez a incluir en ella composiciones de escasos valores estéticos, lo hizo guiado por su afán de dar a conocer el mapa intelectual del continente, y no por amistad o espíritu sectario, razones éstas que hoy parecen ser decisivas en la confección de obras similares. Hay mucha generosidad y audacia en el intento y su realización; no son limitaciones, falta de espíritu crítico o estrechez de miras como mal puede creerse. Reeditó, entre otras varias obras, el Arauco Domado, de Pedro de Oña, libro desde hacía siglos olvidado en Chile, y que encabezó con un estudio preliminar que plagió Rivadeneira sin escrúpulos. Traducciones, ensayos, libros de texto completan su labor silenciosa y eficaz de sembrador de cultura allende los Andes.

Los ecos de Caseros son una clarinada. La Patria reclama y convoca a todos sus hijos dispersos por los países limítrofes. Gutiérrez, "el hombre de Mayo", como lo llamó con acierto Ernesto Morales, es uno de los primeros en regresar. Apenas han pasado siete días de su llegada a Buenos Aires, cuando las exigencias políticas de la grave hora que atravesaba el país —caído el tirano pero indeciso el rumbo de la organización — hacen que D. Vicente López lo nombre Ministro de Gobierno, en el ejercicio de cuyo cargo le corresponde defender el Tratado de San Nicolás, que encontró decidida oposición en la capital porteña. En medio de un clima cargado de inquietudes y dificultades, se aleja hacia Santa Fe, donde participa en calidad de diputado por Entre Ríos y miembro de la Comisión de Negocios Constitucionales, en la redacción de la Carta Magna, de cuyo anteproyecto es redactor principal junto con Gorostiaga. Indudablemente, fue uno de los hombres que más gravitaron en la discusión y aprobación definitiva; así lo atestiguan las actas y otros documentos contemporáneos. Además, publica El Nacional Argentino, en Paraná, uno de nuestros grandes periódicos doctrinarios.

En marzo de 1854 es nombrado Ministro de Relaciones Exteriores por Urquiza, entonces Presidente de la Confederación. El porteño desempeñóse con la altura que exigía la hora; ningún resentimiento puede percibirse en su conducta, sólo lo guía su probado patriotismo. Preparó desde Paraná las negociaciones previas que condujeron al reconocimiento de nuestra Independencia por parte de España, con lo que se cierra todo un ciclo histórico.

Alejado ya de las actividades políticas, regresa a su ciudad natal, donde trabaja siempre en actividades nobles y se prodiga en iniciativas de trascendencia, no siempre apreciadas. En 1861 es nombrado Rector de la Universidad de Buenos Aires, puesto que ocupa por más de 12 años, hasta su jubilación; desde ese cargo, fundamental entonces para la cultura argentina, realiza una labor sólo comparable a la de Bello en Chile. Nuestra máxima casa de estudios adquiere prestigio continental se modernizan los planes de enseñanza, se crea la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas.

Son esos años de magisterio los más fecundos de su labor escrita. Aparece en 1868 Noticias históricas sobre el origen y desarrollo de la enseñanza pública superior en Buenos Aires desde la época de la extinción de la Compañía de Jesús en el año 1767 hasta poco después de fondada la Universidad en 1821. Con notas, biografías, datos estadísticos y documentos curiosos inéditos o poco conocidos, obra fundamental para nuestra historia de la cultura, y contra cuya difusión ha conspirado indudablemente un título nada atractivo. Obra no superada aún por su aporte documental, y continuada con mayor rigor doctrinario por José Ingenieros en su Evolución de las ideas argentinas y Alejandro Korn en Influencias filosóficas en la evolución nacional. Al año siguiente pónese en venta el hermoso volumen de Poesía, que analizó con inteligencia y devoción Amaro Villanueva en su Crítica y Pico. En 1870 da principio a la publicación de las Obras Completas de su gran amigo Echeverría, la que encabeza con una magistral introducción; rescató así para la posteridad la dispersa labor escrita del autor del Dogma. Y en 1871 aparece su trabajo más orgánico como crítico: Estudio sobre las obras y la persona del literato y publicista argentino D. Juan de la Cruz Varela.

Valiosísimos y numerosos trabajos publicó, además, en la Revista del Río de la Plata, Revista de Buenos Aires, El Inválido Argentino, El Correo del Domingo. Estudioso, rescató importantes manuscritos; bibliófilo, formó una magnífica biblioteca, luego de su muerte saqueada sin escrúpulos. ¡Hasta algunos originales de Echeverría que estaban allí han desaparecido! Además de su labor de creación dedicó muchos esfuerzos a redactar textos, publicar obras de divulgación; confeccionar antologías y recopilaciones, recoger documentos y noticias.

Por consenso unánime se ha calificado a Gutiérrez como el primero y más eminente de nuestros críticos; no obstante estos generosos calificativos, gran parte de sus ensayos no han sido recogidos en libros, lo que los sustrae al conocimiento del público, aunque no al de los plagiarios que abundan y se nutren en ellos. Recordemos, por ejemplo, entre muchos otros, el estudio dedicado a Pedro de Peralta Barnuevo, el que por si solo constituye un denso volumen; es una magnífica monografía, ejemplar por la amplitud del enfoque, pues es un verdadero retrato del siglo XVIII en el Virreinato del Perú. No obstante el tiempo transcurrido no ha sido superado como visión de conjunto y pocos son los detalles que se le añadieron.

Murió Gutiérrez el 26 de febrero de 1878; sobre su mesa de trabajo quedó una carta inconclusa dirigida a Alberdi, a quien relataba las incidencias del día anterior, cuando Buenos Aires conmemoró de manera apoteótica el centenario del nacimiento de San Martín, actos a los cuales asistió fervoroso el anciano escritor.

Hasta la fecha no se inició la publicación de sus Obras Completas; seguimos careciendo de ediciones críticas de sus libros fundamentales. De lo que resta del "Archivo de Gutiérrez", hoy en el Congreso Nacional, hay millares de páginas que esperan ser estudiadas y publicadas: notas, cartas, apuntes, etc.

Tratando de caracterizar la labor de Gutiérrez ha escrito R. Rojas: "Gutiérrez ha sembrado, en los campos de la cultura superior, ideas cuya originalidad puede discutirse, pero cuya importancia no podría negarse. Tales son, por ejemplo, su defensa del idioma castellano como medio de expresión en América y su repudio de la cultura española, su respeto por la educación universitaria como complemento de la educación general; su atención, en la historia argentina, a los aspectos sociales y espirituales de la civilización que integran la historia militar y política; su simpatía por la tradición gaucha y por la leyenda indígena conciliada en el arte con los ideales más puros del progreso cosmopolita; su sentido de que la evolución argentina es una con la evolución prerrevolucionaria y continental de la colonia".

Innecesario habría sido trazar un bosquejo biográfico de Sarmiento o Echeverría: no lo es, en cambio, tratándose de Gutiérrez, pues aún los rasgos esenciales de su vida pública y actividades intelectuales poco y mal conocidos son de la nueva generación. Por ello hemos creído que, más útil que un juicio doctrinario sobre su personalidad y su obra, es ofrecer algunos datos para interesar y atraer sobre Gutiérrez la atención de las nuevas generaciones, que buena guía puede ser para hombres que no siempre atinan a encontrar un norte en estas horas conmovidas. Volver a Gutiérrez es no sólo acercarse a una existencia ejemplar, la de un intelectual arquetípico, modesto y patriota, sino también retornar a Mayo, su tradición democrática militante, su generoso liberalismo, su inquietud renovadora.

 

Gregorio Weinberg
Gaceta Literaria Nº 2 - marzo de 1956

Gentileza de Razón y Revolución - Centro de Estudios e Investigación en Ciencias Sociales
http://www.razonyrevolucion.org/ceics/GACETA1/gaceta/GL2.pdf (versión en .pdf)
Digitalizado como texto word, y procesado como htm, por el editor de Letras Uruguay

 

 

 

 

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