Novelas, virus y medios

Jorge Volpi

Para Edmundo Paz Soldán

1 El origen de las novelas

En 1859, Charles Darwin publicó uno de los libros más influyentes y controvertidos de los últimos siglos: El origen de las especies. Al lado de las intuiciones de Newton y Einstein, las teorías del naturalista inglés han modificado para siempre nuestra percepción del mundo. Según el filósofo Daniel Dennett, la evolución darwiniana es una "idea peligrosa" que corroe todo lo que toca, como si fuera un ácido universal: se trata de la única herramienta inventada por el ser humano capaz de ofrecer una explicación racional de toda clase de fenómenos, biológicos, políticos, sociales o culturales, incluyendo nuestra presencia sobre la Tierra, sin necesidad de recurrir a un Creador o a la fe. En pocas palabras, la evolución demuestra que lo complejo surge naturalmente de lo simple, que el caos engendra orden y este orden, con el paso del tiempo, da lugar a proyectos en apariencia tan imposibles como la vida o la conciencia.

Aunque las teorías de Darwin han sido extrapoladas a numerosos campos del conocimiento —a veces por medio de groseras simplificaciones—, su vinculación con la literatura, y en especial con la novela, apenas ha sido desarrollada. Dejando a un lado la lingüística y la narratología, ha sido gracias al zoólogo británico Richard Dawkins que la teoría de la evolución se ha incrustado de plano en el mundo de la cultura. En su célebre El gen egoísta (1976), Dawkins sugiere un paralelo entre el comportamiento de los genes y el de las ideas, a las cuales él denomina "memes". Al igual que los primeros, las ideas también buscan permanecer y reproducirse, sometidas siempre a las leyes de la selección natural: mientras algunas logran adaptarse y sobrevivir durante milenios, otras terminan por extinguirse sin remedio.                                     

Dennett ha reformulado la teoría darwiniana de la siguiente manera: "Dadme orden y tiempo y os entregaré un proyecto". Esta definición se ajusta a la perfección al arte y, en particular, a la novela. La mente del novelista trabaja como la Naturaleza: poco a poco ordena las distintas ideas que se le van ocurriendo hasta construir una obra. Como cualquier fruto de la imaginación humana, la novela también es un producto de la evolución: un avance tecnológico que ha acentuado el desarrollo de nuestra especie y que, gracias a su enorme capacidad de adaptación, se ha convertido en uno de los elementos esenciales de nuestra cultura.

2 Genealogía de la ficción

¿Qué diablos es una novela? Al igual que sus hermanos de sangre, como el relato, el cuento, el teatro o el cine, la novela es una especie particular de la ficción. Por ello, antes de enumerar sus características —de someterla a nuestra tabla de disección— vale la pena ocuparse del phylum literario en el que se encuentra inscrita. ¿Qué es, entonces, la ficción? Intentemos una respuesta instintiva: lo contrario de la realidad. Pero precisemos: como escribió el novelista argentino Juan José Saer, si bien la verdad es lo contrario de la mentira, la ficción no es lo contrario de la verdad. Por más que esté construida como una mentira intencional, la ficción no busca perseverar en el engaño, sino construir una verdad distinta, autónoma y coherente con sus propias reglas. De allí que, con su afán pragmático de siempre, los anglosajones prefieran decir que lo contrario de la ficción es, simplemente, la no-ficción.

Obviando las disputas epistemológicas que constituyen el núcleo de la filosofía occidental, puede decirse que una narración es ficticia cuando su vínculo con el pasado es muy difícil —mas no imposible— de establecer. La frontera entre ficción y realidad no es unívoca, sino tenue y permeable: depende de la creencia, no de los hechos. La ficción aparece cuando un autor o un lector así lo decide; un texto puede ser considerado como no-ficción por quien lo escribe y como ficción por quien lo lee, y viceversa. Uno puede leer a Freud o a Marx como si fueran novelistas.

Parodiando a Nietzsche, imaginemos una genealogía de la novela. Sin duda, los relatos de las tribus primitivas siempre estuvieron plagados de mentiras —de deformaciones y falsedades—, pero para los oyentes se trataba de verdades cuyo vínculo con lo real era evidente. De pronto, alguno de aquellos primitivos contadores de historias debió darse cuenta de que podía fantasear sin que ello disminuyese la atención de sus oyentes. Estableció así un contrato tácito con su público: podía contar historias falsas siempre y cuando pareciesen verdaderas. Los seres humanos descubrieron así una forma de transmitir sus conocimientos con un éxito evolutivo que sólo puede parangonarse con el de sus creadores. A diferencia de los relatos verídicos, la ficción no estaba sujeta a limites rigurosos y podía alimentarse de una infinita variedad de ideas.                 ^H

Como la criatura del doctor Frankenstein, a partir de entonces la ficción adquirió vida propia, transformándose en un organismo capaz de reproducirse a una velocidad inusitada; al cabo de un tiempo, tuvo la fuerza suficiente para apoderarse de las mentes de sus creadores. Su capacidad de adaptación fue tan sólida su fitness tan elevada, para usar otro término darwiniano— que desde entonces ha logrado sobrevivir a un sinfín de peripecias e incluso a descarados intentos de exterminio, como él tramado por Platón en su República. Acaso algunos animales sean capaces de mentir, pero sólo el homo sapiens puede tramar mentiras verosímiles y luego disfrutar, aprender e incluso sufrir gracias a ellas.

3 Novelas y parásitos

La novela es una de las mutaciones de la ficción. Al igual que las demás especies pertenecientes a este phylum, como el cuento y el relato, la poesía épica, las películas, los programas radiofónicos y televisivos y, a últimas fechas, algunos productos multimedia, toda novela debe contener: a) una historia; y b) uno o más personajes; pero, además, debe: c) transmitirse por escrito; y d) ser más o menos extensa.

En términos evolutivos, una novela es un conjunto de ideas —de memes— capaz de transmitirse de una mente a otra por medio de la lectura. Una novela no es, por tanto, un libro ni los caracteres escritos sobre el papel, ni tampoco los meros significados de esos signos; una novela sólo se completa cuando sus ideas infectan la mente del lector. En otro sentido, las novelas son algoritmos —procesos que llevan ciegamente de un origen a un resultado—, una variedad de "máquinas ciegas" que, gracias a la lectura, se tornan capaces de "hacer cosas por sí mismas".

En resumen, las novelas se asemejan a los parásitos: al igual que éstos, persiguen un sólo objetivo, introducirse en el mayor número posible de mentes, provocando numerosos trastornos —que van del simple malestar a la enfermedad crónica—, a fin de poder multiplicarse una y otra vez gracias a los pensamientos, las palabras, las opiniones o los escritos producidos por sus víctimas. La relación entre un lector y una novela se parece a la que surge entre dos simbiontes, esos organismos que extraen beneficios de explotarse mutuamente. De hecho, no sería difícil medir la eficacia de una novela —su fitness—: mientras algunas novelas logran incrustarse en la mente de numerosos lectores, reproduciéndose sin fin, otras se comportan como parásitos inocuos que mueren a las pocas horas de haber infectado a sus anfitriones, como todas esas novelas light que sólo sirven para entretener y luego se olvidan sin remedio.

4 La vida sexual de las novelas

Como es obvio, las novelas no surgen por generación espontánea. Aunque en teoría todas las novelas podrían ser escritas por un simio eterno que teclease una máquina de escribir, la posibilidad de que una novela surja por azar es muy cercana al cero. Por ello, cuando alguien decide escribir una novela, no tiene más remedio que acudir a su "biblioteca personal", rastreando las ideas que surgen precipitadamente de su mente y que conforman su propia historia. Siempre existen una o dos ideas motrices que animan a alguien a escribir; son los memes que han alcanzando un índice de supervivencia mayor que el de sus competidores hasta convertirse en las "obsesiones del escritor".

Una vez estas ideas originarias se han apoderado de su voluntad, el autor se convierte en su esclavo y entonces se ve obligado a ayudarlas a multiplicarse por medio de asociaciones de todo tipo; al cabo, cientos de ideas secundarias, terciarias o cuaternarias dan origen a una especie de colonia de parásitos incrustada en la mente del autor. Cuando la invasión alcanza su punto crítico, éste se lanza a la escritura, planeando las estrategias narrativas que le permitirán adaptarse a ese medio imaginario que él mismo construye. El novelista, como escribe Dennett en La idea peligrosa de Darwin (1995), construye su obra a través de "minúsculas transiciones mecánicas entre estados mentales", generando y verificando, eliminando y corrigiendo, y volviendo a verificar de nuevo. Su cerebro se comporta como un programa heurístico que elige las mejores respuestas para cada desafío. Por fin, el autor considera que su novela está terminada cuando le parece que las decisiones tomadas en cada fase de su escritura fueron las mejores posibles.

5 Guerras novelísticas

¿Y cómo surgió la novela como especie? Al menos en Occidente, se considera que el Quijote, cuya primera parte fue publicada por Cervantes en 1605, es la "primera novela moderna". Desde luego, muchos libros anteriores podrían reivindicar esta condición, pero lo cierto es que, en la ecología de la novela, el Quijote ha logrado sobrevivir por encima de todas sus competidoras. Este ejemplo resume bastante bien la formidable lucha por la supervivencia que mantienen las novelas entre sí. Como hemos dicho antes, el objetivo de toda novela es que sus memes sé transmitan al mayor número posible de personas: por ello constituye una falsedad y una inmodestia cuando un escritor sostiene que escribe novelas "para sí mismo".

Cada novela se halla en una lucha permanente contra todas las demás. Al ser limitado el tiempo de lectura del que dispone una persona —o una sociedad—, la batalla no ofrece tregua. No obstante, todo indica, asimismo, que esta guerra es natural y saludable para nosotros: en contra de las predicciones de iconoclastas y pesimistas, la novela no se halla en vías de extinción; por el contrario, su enorme capacidad para adaptarse y replicarse demuestra que aún le queda una larga vida por delante.

6 Lecturas infecciosas

Románticos y pragmáticos afirman que, como todo arte, la novela no sirve para nada. O bien piensan que se trata de obras emanadas del espíritu y, por tanto, superiores a las demás creaciones humanas, o bien las consideran meras diversiones para ociosos. Ambos criterios resultan erróneos: la novela no fue creada de modo gratuito y, en contra de la opinión general, sirve para algo. De hecho, sirve para muchas cosas. La novela es —insisto— un vehículo para la transmisión de ideas y emociones, reconvertidas en historias. Acaso a los críticos puristas les parezca una herejía reconocer que las novelas cumplen una función práctica, pero ello no disminuye su grandeza. Por el contrario, si las novelas nos parecen tan importantes es porque nos permiten pensar que observamos lo invisible, escuchamos lo inaudible, percibimos lo ignoto y comprendemos lo arcano.

Para enfrentarse a la realidad, la mente emplea dos estrategias básicas: la previsión y la retroacción. La previsión representa la capacidad de almacenar información sobre el pasado para predecir el futuro (y, de paso, comprender el universo y a nosotros mismos). Esto es justamente lo que hacen las novelas: son modelos, planes o mapas cuya función consiste en transmitir ideas que permiten entrever los motivos de los otros. Como cada uno de nosotros sabe que está solo y que no puede acceder de manera directa a las mentes de los demás, las novelas nos permiten albergar la ilusión de que nos introducimos en sus pensamientos. La novela se convierte, así, en una fuente de información sobre la mente de otra persona; cuando entramos en ella —cuando la leemos— hacemos a un lado el mundo real y nos comportamos como si esa realidad inventada también nos perteneciera.

La segunda característica esencial de los sistemas complejos es la retroacción, es decir, la capacidad de reaccionar frente al medio, ensayando distintas respuestas a los desafíos que se presentan y corrigiendo, poco a poco, su comportamiento de acuerdo con los resultados obtenidos. La novela también es un instrumento ideal de retroacción: en vez de enfrentarse a situaciones reales potencialmente peligrosas, la novela arroja al lector en ambientes imaginarios en los cuales puede ensayar distintas respuestas sin demasiado riesgo. La novela es una forma de aprendizaje, no muy distinta de un simulador de vuelo o un videojuegp. Al igual que la ciencia, la filosofía o las ciencias sociales, la novela es antes que nada una forma de conocimiento. El ser humano es el único animal que ha convertido sus obras —su cultura— en su principal garantía de supervivencia. Y la novela ocupa un lugar fundamental en este esquema: a diferencia de otras disciplinas, es el único instrumento que le permite indagar de modo directo en la mente de sus semejantes.

7 La lucha por la existencia

Desde la publicación de la primera parte del Quijote en 1605, la novela ha atravesado un largo camino evolutivo. Confirmando las previsiones de la entomología, la aparición de la especie "novela moderna" sólo pudo ser vista a posteriori: en su momento, la obra maestra de Cervantes no fue considerada tal, sino vista como un nuevo ejemplo —en este caso paródico— de novela de caballería. Por razones obvias, esta mutación decisiva para el arte de la novela no pudo ser distinguida por sus contemporáneos —y ni siquiera por su autor—, pues no poseían otros parámetros con los cuales compararla (del mismo modo que el resto de los homínidos tampoco distinguió la sutil mutación que dio lugar al Homo sapiens).

No obstante, a partir de ese momento comenzó a dibujarse una nueva rama en el árbol de la literatura —y de la cultura en general—, capaz de multiplicarse y expandirse a lo largo de cinco siglos. Sin duda, uno de los motivos centrales del éxito de la novela moderna como especie se debe a su capacidad de adaptación, acoplándose a los gustos y obsesiones de cada época. A diferencia de otras especies como las novelas de caballería, las novelas bizantinas, las hagiografías o los poemas épicos, la novela moderna posee una forma capaz de contener casi cualquier tipo de memes. Se trata, pues, de un vehículo de supervivencia ideal.

A lo largo de este tiempo, algunas subespecies de la ficción han surgido y se han extinguido rápidamente, sin apenas dejar huella, como la novela realista socialista, la novela indigenista, la novela cristera o el noveau roman, mientras que otras no han cesado de multiplicarse, en proporciones alarmantes, como la novela policíaca, la novela negra, la novela de ciencia-ficción, la novela sentimental, la novela histórica y, de modo particularmente virulento, el folletín. Tal vez podría decirse, incluso, que cuando una novela se inscribe en lo que se conoce como "de género", en realidad se vale de una herramienta adaptativa de primer orden capaz de asegurarle una legión de ávidos consumidores.

Como ocurre con las especies animales, a veces la selección natural no hace que sobrevivan las especies más valiosas, sino las más aptas; por ello, a veces novelas estéticamente más arriesgadas terminan extinguiéndose, frente a novelas cuyo único mérito es su enorme capacidad de reproducción. En nuestros días, a fin de sobrevivir al menos unos meses, una novela debe superar numerosos obstáculos: en primer lugar, a las otras novelas. La fortuna de las novelas "de género" ha sido tal que nos hallamos frente a una verdadera superpoblación. El número de novedades en las librerías es tan grande que la posibilidad de sobrevivir de cada una en ellas deviene muy escasa. Para que esto ocurra, la novela necesita emplear mecanismos alternativos como la publicidad, la crítica, la academia y ese extraño fenómeno de autoorganización conocido como "boca a boca".

De todas ellas, la publicidad es el método de reforzamiento más recurrido. Hoy en día, los editores de una novela no tienen más remedio que resumir su contenido en uno o dos nemes —su título, una somera descripción de su argumento o la personalidad de su autor— y hacer cuanto está en sus manos para reproducirlos de manera artificial. Durante semanas, los responsables de promoción de las editoriales luchan férreamente contra sus competidores para obtener el favor de la prensa y así amplificar las posibilidades de éxito de un libro.

De las miles de novelas que se publican cada año, sólo unas pocas rebasan el umbral crítico —las crestas descritas por la Teoría de las catástrofes—que puede permitirles convertirse en best-sellers. Cuando ello ocurre, la resonancia de sus memos se expande como una plaga, independientemente de su valor artístico. Este proceso ha dado vida a obras relevantes como El nombre de la rosa o Harry Potter —el best-seller supremo—, así como a engaños de la magnitud de El códice Da Vinci. Desde luego, las razones que hacen que una novela alcance un éxito semejante son muy variadas —el mercado es un sistema no-lineal y por lo tanto imprevisible—, lo cual vuelve imposibles las formulas garantizadas.

Por fortuna, el ecosistema literario es muy amplio, y a veces da lugar a pequeñas comunidades más o menos autosuficierites que escapan a las tendencias de moda sin extinguirse. Se trata de micro-ecosistemas, como la academia o diversos grupos de lectores especializados que permiten la existencia de ejemplares novelísticos raros, asegurando su supervivencia al menos por unas cuantas generaciones, en espera de que un cambio en el ambiente o un efecto caótico cambie su suerte y les atraiga la atención que a su parecer merecen. Esto es lo que ha ocurrido con novelas "de culto" que de pronto son redescubiertas después de haber sido despreciadas en su momento, como La conjura de los necios de John Kennedy Toole.

La crítica literaria funciona de manera parecida. En el fondo, un crítico literario no es sino un lector que, gracias a la amplificación que le otorga su prestigio o el medio en el que trabaja, es capaz de transmitir sus ideas con altas probabilidades de que se reproduzcan. Cuando un crítico literario valora una novela, lo único que le importa es defender sus propias ideas y tratar de que el mayor número posible de personas las comparta. Si su prestigio o su medio se hallan suficientemente extendidos, puede contribuir, en buena medida, al triunfo o a la ruina de una novela, a su supervivencia o a su extinción. Desde luego, este argumento no implica que los fundamentos estéticos no existan o que resulten imposibles de valorar: en un marco estético determinado, estos parámetros pueden ser más o menos claros y un crítico puede basarse en ellos para ofrecer sus dictados, pero el margen de referencia no deja de estar sometido a sus propias opiniones. En cualquier caso, resulta mucho mejor una crítica negativa que el silencio. Quien ataca una novela puede contribuir, involuntariamente, a la difusión y extensión de sus memos. Sólo la indiferencia es mortal.

8 Control de plagas

En ocasiones una novela alcanza un éxito tan grande que puede convertirse en una auténtica plaga, amenazando el equilibrio de todo un sistema literario. Un caso reciente es El código Da Vinci de Dan Brown. Desde hace meses, este libro se encuentra en el número uno de las listas de best sellers del New York Times —uno de los principales reforzadores del planeta— y sólo en Estados Unidos ha vendido ya varios millones de copias. Por contaminación directa o indirecta, su fama ya se ha extendido por todo el orbe. No obstante, El código Da Vinci, como muchas obras semejantes, apenas puede ser considerada una auténtica novela: aunque sea vendida como tal, la pobreza de sus memes es tan grande que apenas puede ser considerada como un organismo completo. Más que comportarse como un transmisor de ideas, la obra de Dan Brown se parece más bien a un virus: se trata de una estructura que, robando descaradamente memes de obras mucho más sólidas, ha alcanzado una capacidad de duplicación y multiplicación sin precedentes, amenazando con convertirse en una pandemia o un cáncer generalizado.

En este mismo momento, millones de personas en todo el mundo están leyendo precisamente esta novela. Durante años. Dan Brown parásito ideas provenientes tanto de la novela histórica como de la policíaca, luego las mezcló con la estructura de El péndulo de Foucault de Umberto Eco, y por fin tramó un artefacto cuyo único interés radica en su insólita capacidad para replicarse. Si uno analiza este best seller con detenimiento, comprobará que su "material genético" es casi nulo, pero su capacidad de infectar es, por el contrario, elevadísima.

Poco importa que, en comparación con otros organismos más evolucionados, su esqueleto no parezca raquítico: como todo virus, su único objetivo consiste en contaminar al mayor número posible de lectores. Quizás sólo debamos regocijarnos de que el virus Da Vinci sea casi inocuo: a fin de cuentas sus ideas resultan tan endebles que el único daño que causa es la pérdida de tiempo de sus lectores. No obstante, lo ocurrido con esta novela es lo mismo que ha sucedido con parásitos mucho más dañinos e igualmente contagiosos, como Mein Kampf o Los protocolos de los Sabios de Sión.

9 Caos y complejidad

 

Uno de los mayores avances registrados por la ciencia en las últimas décadas ha sido el descubrimiento de los sistemas complejos adaptativos. Su origen fue observado de manera paralela por matemáticos, físicos, biólogos, científicos cognitivos, especialistas en informática y meteorólogos a partir de los años cincuenta, gracias a la aparición de las primeras computadoras. Hasta entonces, el análisis newtoniano sólo podía estudiar sistemas en equilibrio, mientras que resultaba del todo inútil al tratar de prever el comportamiento de sistemas con tres o más agentes interactuando entre si. En estos sistemas, uno no puede predecir las perturbaciones o singularidades que se presentarán en el futuro, dando lugar a fenómenos emergentes, como la autoorganización.

 

El pensamiento humano, la bolsa de valores o el desarrollo del embrión se comportan como sistemas complejos adaptativos, regidos por la interacción de una enorme cantidad de fuerzas: las redes neuronales, los agentes económicos o las células. Las novelas también pertenecen a esta categoría, pues su escritura no se lleva a cabo mediante procesos lineales, sino en paralelo: de otra manera sería imposible conjuntar todos sus elementos de modo coherente.

 

No obstante, pocas veces se ha reconocido que las novelas también pueden reflejar esta complejidad. ¿Cómo? Apartándose de los modelos lineales consabidos: es decir, de las historias simples que tienen un solo principio y un final, que involucran pocos memes distintos y que se conforman con detallar, de manera obvia y reduccionista, un desarrollo predecible. Cuando un autor sabe de antemano cómo serán sus personajes, cuál será su evolución y cuáles serán las ideas involucradas en ella, pudiendo adivinar incluso cómo va a concluir su novela, suscribe una novela lineal. En cambio, si el autor sé limita a concebir la novela como el espacio mental en el que un número muy amplio de agentes interactúan entre sí, sin que sea posible adivinar cuál será el resultado definitivo, entonces dicho autor intenta tramar una novela compleja.

 

Numerosos escritores han bosquejado ya novelas o cuentos complejos: tres ejemplos supremos serían La guerra y la paz, En busca del tiempo perdido y La montaña mágica, y en el ámbito latinoamericano: Tres tristes tigres, Paradiso, Terra Nostra, La guerra del fin del mundo, Rayuela y Cien años de soledad. Por desgracia, estos modelos resultan cada vez menos frecuentes ante la proliferación de esas historias sencillas, lineales, fáciles de leer, que proliferan como hongos.

 

10 El fin y los media

Una y otra vez, a lo largo de su dilatada historia, se ha hablado del inminente fin de la novela. Los agoreros de la catástrofe narrativa han ofrecido diversas causas para sustentar su escatología: unas veces han esgrimido argumentos políticos o sociales, otras motivos estéticos y, sobre todo, a partir de la segunda mitad del siglo, razones tecnológicas. Las primeras, directamente involucradas con las tensiones de la primera mitad del siglo xx, han sido suficientemente desmentidas como para considerarlas de nuevo. Por más que haya evolucionado la sociedad y el arte, la novela se ha mantenido, en contra de las opiniones de sus críticos, como un elemento vivo de la cultura humana y su decadencia, precedida por cuestiones ideológicas, no ha sido más que una de tantas ilusiones frustradas del idealismo decimonónico. Independientemente de si se considera a la narrativa como un medio de expresión realista o como el espacio para la imaginación fantástica, no cabe duda de que millones de lectores avalan suficientemente su permanencia y sus posibilidades venideras.

Por su relativa novedad, quizás valga la pena considerar con más detenimiento las críticas de quienes consideran que la evolución de los medios electrónicos y audiovisuales es el mayor peligro que enfrenta la novela en nuestros días. Quiénes piensan así, caen en un error de principio que es necesario desmentir desde ahora. Sólo puede creerse que ésta desaparecerá debido al desarrollo de los medios audiovisuales, si se asume de antemano que la novela no es un fin en sí mismo, sino apenas una escala en la evolución de la ficción narrativa. En este esquema, no habría más remedio que convenir en que la única función de la novela es la de satisfacer la necesidad de narrar historias y aceptar con resignación que, al menos en este papel, el cine y la televisión y las nuevas tecnologías son capaces de cumplir esta tarea con tan altas o incluso mejores credenciales que los libros. En efecto, si lo único que uno quiere es ver y escuchar —es decir: revivir— una historia ajena, la novela no tiene mucho más que ofrecer. Es cierto que, a diferencia de lo que sucede con el espectador de una película, permite al lector una mayor libertad para imaginar y recrear situaciones y personajes, pero esta sola defensa no parece suficiente para asegurarle una larga vida. El argumento está equivocado de principio: la novela no es un paso intermedio que puede ser superado gracias a la tecnología y, por lo tanto, tampoco resiente su competencia; por el contrario, la novela posee el mayor grado de perfeccionamiento posible dentro de su propio ámbito. Es una de las mejores y más cuidadosas invenciones humanas.

La pregunta crucial es, entonces: ¿cuál es la característica esencial de la novela que la distingue de cualquier otro medio? ¿Qué la hace tan particular y que asegura, por tanto, su supervivencia? Para responder a estas interrogantes, quizás haya que deslindar algunas de las funciones que cumple la novela. Nadie pone en duda que su origen épico subyace en la necesidad de contar historias que, gracias a la imaginación de sus autores, entraban en el terreno de la ficción. Gracias a ellas, los seres humanos fueron capaces de conocer directamente el pensamiento de otros seres humanos, de vivir existencias ajenas, de interpretar la realidad con distintas perspectivas. Además, la novela se volvió una fuente de entretenimiento: una forma de llenar las horas y de escapar, por unos instantes, de la monotonía o el horror del mundo. Y Cervantes, por su parte, le incorporó un elemento indispensable: no sólo el humor, ya presente en las narraciones anteriores, sino la capacidad de criticar y cuestionar no sólo el sentido de la realidad, sino el de la propia literatura. De este modo, la novela cumple con tres cometidos básicos: intercambiar historias, divertir y y provocar la reflexión.

Los críticos de la novela se han dado cuenta de que cada una de estas funciones básicas, sin embargo, puede ser realizada de otras formas. La posibilidad de conocer y revivir historias ajenas es llevada a la práctica con idénticos resultados por medio del cine y la televisión; el entretenimiento lo logran estos medios en igual medida, lo mismo que los deportes, los juegos y, desde luego, internet; por último, la capacidad de analizar y conocer, a fondo, diversos temas se produce naturalmente en él campo de la investigación científica, de la academia y del periodismo. De hecho, resulta que el cine es mucho mejor que la novela para resucitar historias; los videojuegos y la televisión divierten mucho más que la narración más amena; y la ciencia, la filosofía o la sicología resultan siempre mucho más profundas que la más sesuda de las novelas de ideas a la hora de describir y analizar un momento histórico, el destino de la humanidad o el carácter de una persona. Si es así, ¿para qué sirve la novela actualmente?

11 El futuro de la novela

Lo cierto es que la novela no necesita defensa alguna. Pese a la furia de sus detractores, está ahí, presente, y en realidad nadie, en su sano juicio, puede afirmar que está en vías de extinción. Por ello, lo único que vale la pena es resaltar sus virtudes, las claves que han mantenido vigente el arte de la novela como una de las creaciones esenciales del último milenio. Y éstas radican, justamente, en la libertad de acción que permite y que la hace única y, por tanto, irremplazable. Al igual que el cine, la televisión y los demás medios electrónicos, la novela tiene la capacidad de contar historias, de modelar personajes, de divertir y de entretener. Así ha sido desde siempre y así continuara siendo. No hay nada de malo en ello. Solo que, si sólo nos atuviésemos a esta condición, no cabe duda de que la novela pronto terminaría por ser desplazada por los otros medios o, peor aún, se banalizaría tanto como ellos. De hecho, esto es lo que ocurre con los llamados best-sellers, cuya única intención es la de competir, en este nivel, con sus parientes tecnológicos. Pero resulta que la novela, además, posee una característica propia que le permite algo que ni las películas ni los programas multimedia pueden tener: un espacio natural para la reflexión, para la crítica, para la investigación.

De Cervantes a Joyce y de Rabelais a Mann, la novela también es —como la ciencia—; un vehículo de conocimiento. Una forma de explorar el mundo y, en especial, a nosotros mismos. Debido a que utiliza historias y las convierte en ficción, y a que puede atrapar al lector desde el inicio y llevarlo por el largo viaje de sus páginas, la novela tiene el poder, asimismo, de cuestionar la realidad, de variarla y transformarla. Los medios electrónicos, debido a su mayor interés por las imágenes, nunca serán capaces de proponer una reflexión suficientemente densa sobre los problemas que trata; la ciencia y la filosofía, por su parte, están demasiado constreñidas a su rigor técnico como para permitirse imaginar o jugar con sus posibles conclusiones. La novela, como género, es la única que puede combinar adecuadamente estos principios y llevarlos a sus últimas consecuencias. Nada la supera en este sentido. Y por ello, siempre y cuando se mantenga fiel a su naturaleza múltiple, nada permite adivinar su fin.

Como hemos visto, el futuro de la novela parece asegurado: a pesar de las crisis y de las profecías recurrentes, la industria editorial obtiene millones de dólares al año. En cambio, la novela como forma de arte sí parece al borde de la extinción. El problema, lo hemos visto, no radica en su supervivencia como especie, sino en el potencial triunfo de sus variedades más inocuas, de esas plagas o infecciones que terminarán por esterilizarla, convirtiéndola en un simple pretexto para la diversión.

Si la novela-plaga continua desarrollándose como hasta ahora, devorándolo todo a su paso, en algún momento terminará por sucumbir ante la sobrepoblación y la falta de lectores. No obstante, aun sí esto ocurre, es probable que la novela-arte permanezca con vida en los márgenes. Quienes creemos que la novela es una herramienta indispensable para la humanidad, podemos contribuir a que no muera. ¿Cómo? Utilizando las mismas armas de nuestros adversarios: tramando un antivirus: una comunidad de autores y lectores dispuestos a defender la complejidad —la profundidad, el riesgo— a toda costa.

La novela es una máquina de supervivencia. La mejor forma que ha encontrado nuestra especie para rescatar la memoria del pasado y aventurarse en el futuro. Un instrumento que permite reflexionar profundamente sobre nosotros mismos y sobre los grandes misterios de la condición humana y del universo. Siempre que existan novelistas y lectores dispuestos a preservar esta tradición o, mejor aún, a impulsarla y a defenderla en la guerra que se libra a diario contra los adeptos de la novela-entretenimiento, existirán posibilidades de que continúe con vida durante muchos siglos más. La única manera de lograrlo es no bajar la guardia: debemos seguir leyendo estas novelas, comentándolas, criticándolas, variándolas, deformándolas, adaptándolas y reescribiéndolas sin cesar.

En medio de la desaforada plaga de novelas banales que nos invade todos los días, es necesario seguir combatiendo por la novela compleja, por aquella que no se rinde a la simple imitación, por aquella que desafía las convenciones, por aquella que busca superarse a sí misma. Nietzsche escribió que sólo valían la pena los libros que han sido escritos con sangre; en el mismo sentido, ahora sólo vale la pena escribir novelas que se adentren en nuevos caminos, acaso para dar lugar, en el futuro, a nuevas especies o subespecies de la ficción. A lo largo de los siglos, en situaciones tan complicadas como ésta, el arte de la novela ha sido una de las mayores fuentes del conocimiento humano: nos corresponde a nosotros mantenerlo con vida.   

Jorge Volpi

Boletín Literario
Centro de literatura boliviana
Centro pedagógico y cultural Simón I. Patiño

Marzo, 2005
Año 3, número 6-7 Edición Especial

 

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