Carlos Fuentes o el desafío contra el tiempo Jorge Volpi |
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RESUMEN En este artículo se sitúan La Celestina y el Quijote como los dos pilares sobre los que se asienta la monumental Terra Nostra de Carlos Fuentes. La novela va en este caso mucho más allá del mero entretenimiento o de la adaptación al medio que la permita sobrevivir, se vuelve exigente y se erige en arquitectura verbal que trata de levantar toda una idea de la realidad y la ficción. Se revisa la magna novela del mexicano Carlos Fuentes. La primera parte refleja la corte imperial española y a sus artistas: el Greco, Velázquez, Zurbarán, los personajes imaginarios como el Lazarillo de Tormes. La segunda relata la creación del nuevo mundo. La tercera parte es interpretada en el artículo como la creación de un nuevo orden resultante de la fusión entre los dos mundos precedentes. Palabras clave: literatura española, Siglo de Oro, Nuevo Mundo, fusión Carlos Fuentes or the Defiance of Time ABSTRACT According to this article, La Celestina and Don Quixote are the two columns which sustain Carlos Fuentes' monumental Terra Nostra. The novel goes far beyond mere entertainment or adaptation to the environment that allows it to survive; it becomes demanding and creates a verbal architecture which aims to offer an all-encompassing idea of reality and fiction. This rereading of the Mexican's vast novel studies the way the first part reflects the Spanish imperial court and its artists: El Greco, Velázquez, Zurbarán, as well as imaginary characters such as Lazarillo de Tormes. The second part of the novel focuses on the new world. The third part is interpreted as the creation of a new order, which arises from the fusion of the two earlier worlds. Key words: Spanish Literature, Siglo de Oro, New World, fusion Entre 1968 y 1974, Carlos Fuentes escribió Terra Nostra, su obra maestra: un vasto fresco sobre la colisión -que no encuentro- entre el Viejo y el Nuevo Mundo, una desbocada sucesión de historias y fantasmas, una reflexión sobre el poder y la utopía, un mosaico de amores, desamores, traiciones y villanías, un mural que condensa las grandes preocupaciones de la modernidad y, quizás por encima de todo, un desafío al tiempo: al tiempo narrativo y al tiempo humano. Terra Nostra es la summa novelística de Fuentes, el abismo donde conviven todas sus obsesiones, el agujero negro que devora al lector y lo transporta a un universo paralelo donde el tiempo no es lineal, como en el nuestro, sino circular, como en las mitologías antiguas. El mundo de Terra Nostra, sobre todo de su primera parte, es un mundo de espectros o más bien de claroscuros: sus figuras permanecen en la penumbra de Velázquez y Murillo, del Bosco, el Greco y Zurbarán y, adelantándose en el tiempo, presagian los grabados de Goya. Cada escena remite a la tradición pictórica flamenca y española, a esos personajes imposibles de definir, refugiados en la opacidad y puestos en evidencia por esa luz divina que apenas roza sus contornos. Alrededor de esa Corte de los Milagros que es la España de Carlos V y Felipe II, ese sinfín de personajes menores extraídos directamente de la picaresca, émulos y parientes del Lazarillo de Tormes: los hombres comunes que día a día, a fuerza de sentido común y de astucia, logran escapar de los caprichos de sus amos y de los caprichos de la Historia. Cosmos hecho con espejos, la España Imperial encuentra su otro rostro -su otra mitad, deforme y luminosa- al otro lado del Mar Océano, en ese otro universo que es América. Allí todas las reglas se invierten, la locura se torna cordura, y dioses y hombres conviven e intercambian sus papeles con un desenfado impropio de Occidente. La segunda parte de Terra Nostra relata la creación, más que el descubrimiento o la conquista, de ese nuevo mundo, de esa otra posibilidad de la existencia que se actualiza entre los mitos y el desconocimiento, en ese diálogo imposible entre Cortés y la Malinche, entre el pasado y el presente. América es, pues, la metáfora perfecta de Terra Nostra, no a la inversa: el lugar -o, más bien, el no-lugar, la utopía- donde convergen todos los sueños y todas las pesadillas. Es por ello que en la tercera parte de este libro infinito, el viejo y el nuevo mundo no sólo chocan y se encuentran, no sólo se descubren y se combaten, no sólo se inventan y se destruyen, sino que restituyen el orden perdido, unificando al fin esas dos mitades de la historia, esas dos verdades parciales, esa división platónica, concibiendo un ser distinto, ese tiempo renovado y ese espacio interminable del otro mundo. En esa restitución de la utopía, el mundo romano, morisco, judío, español e indígena alcanzan al fin una perversa armonía, la de la creación. No obstante, más allá de sus infinitas influencias -y confluencias-, Terra Nostra jamás habría podido existir sin dos precedentes esenciales, sin los dos pilares que la sostienen: La Celestina (1499) y el Quijote (1605). De hecho, sería posible aventurarse a leer Terra Nostra como una mutación de los dos libros que inauguran la modernidad en la literatura en lengua española: no meros precedentes, sino cuerpos vivos que siguen habitando sus páginas, criaturas que sobreviven en su interior. No es casual, pues, que de modo paralelo a esta gigantesca obra de ingeniería que es Terra Nostra, Carlos Fuentes se haya permitido trazar un complemento ensayístico, un pequeño texto teórico sobre sus intenciones, un plano o un mapa que no sólo le sirve para entender la España de Carlos V y de Felipe II, sino su propia y desmesurada creación. Pero Cervantes o la crítica de la lectura (1976) no sólo es una lúcida guía del Siglo de Oro, sino un fascinante tejido sobre el poder de la palabra, sobre las complejas relaciones entre la realidad y la ficción, sobre el conflicto entre el poder y la literatura y, en fin, sobre la capacidad de la palabra para transformar el mundo. Si bien Cervantes es la meta a la cual se dirigen las reflexiones de Carlos Fuentes en este opúsculo, el novelista prefiere aproximarse a él a través de círculos concéntricos, rodeándolo poco a poco a fin de situarlo en su época y poder destacar así su genio y su apabullante modernidad. Cervantes o la crítica de la lectura avanza con la misma morosidad a-histórica de Terra Nostra, prosigue con su mismo anhelo de escapar al tiempo y de mostrar de una sola vez, como en un mural renacentista, todos los elementos de la España medieval que hubieron de quebrarse o transformarse para dar lugar al milagro quijotesco. Imaginándose Vesalio, Fuentes hace la autopsia del tiempo medieval, de sus percepciones y sus mitos, de su imaginería y sus dogmas, de su brutalidad y su esplendor, a fin de comprender esa insólita patología -así debió ser vista entonces- que dará lugar al Renacimiento y al Siglo de Oro. Fuentes no mira con desprecio al mundo medieval, abrevadero de símbolos y sueños que perduran hasta nuestros días, pero se centra en La Celestina, que comienza a minar todos sus fundamentos, y en el Quijote que, sin escapar a sus últimos estertores, inaugura ya otro tiempo. Como Michel Foucault, Fuentes se halla convencido de que el Quijote inventa una nueva mirada, una nueva percepción -una nueva episteme-, y de que, acaso sin saberlo, Cervantes clausura con su personaje el medioevo y funda el orden moderno. Y es allí, en esta condición de puente o de trasvase donde se halla su mayor logro y su mayor afrenta. La riqueza de Don Quijote de la Mancha, nos dice Fuentes, se encuentra en su ambigüedad, en su condición híbrida, en su locura. Porque esa locura -esa imposibilidad de restaurar el tiempo anterior- proviene de su lectura escolástica, de su necio deseo de volver al pasado, de su incapacidad de comprender su época. Sólo después de un sinfín de contratiempos y peripecias, de ser golpeado y escarnecido, Don Quijote pasa a un segundo nivel de comprensión. Cuando el propio caballero andante se convierte en objeto de lectura en la segunda parte de la novela, Don Quijote triunfa. “Esa nueva lectura transforma al mundo”, escribe Fuentes en el capítulo IX de su estudio, acaso el más revelador y decisivo. Por desgracia para él, pero por suerte para nosotros, sus lectores contemporáneos, la aventura como lector de Don Quijote se resolverá en la más amarga desilusión: “Don Quijote recobra la razón y esto, para él, es la suprema locura: es el suicidio, pues la realidad, como a Hamlet, lo remite a la muerte”, concluye Fuentes. Pero esta muerte, este sacrificio, ha permitido que el mundo se convierta en un lugar distinto, que la literatura haya tenido la capacidad de modificarlo para siempre. Como Cervantes, Carlos Fuentes también ha querido trastocar su tiempo, modificarlo mediante su propia lectura del mundo. Terra Nostra no es, pues, una novela o un artificio, ni una simple ficción, sino una ficción capaz de alterar la realidad: una vez introducidos en ella, en sus paradojas y en su crítica esencial de la modernidad, ya no es posible volver la vista atrás. Terra Nostra también instaura otro orden, también se convierte en puente o trasvase, también funciona como nuestra propia máquina del tiempo. Y Cervantes o la crítica de la lectura es la llave que Fuentes nos ha entregado para ponerla en marcha. |
Jorge Volpi
Originalmente publicado en "Anales de Literatura Hispanoamericana", 2008, vol 37 75-77 de la Universidad Complutense de Madrid.
Link del texto: http://revistas.ucm.es/index.php/ALHI/article/view/ALHI0808110075A
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