Fútbol S. A.
Javier Viveros

A mi hermano Milciades y mis otros compañeros
de los partidos sabatinos en la plaza de Luque.

I

 

Entre semana, el preparador físico nos hacía trotar desde las siete de la mañana, les ordenaba que trotaran unas veinte vueltas en torno a la cancha de Luqueño, nos movíamos como autómatas, se desplazaban lentos y contagiados de sueño, bostezábamos algunos y ese bostezo se multiplicaba en casi todo el plantel de jugadores, también nos hacía bostezar a algunos miembros del cuerpo técnico.

Vamos que sólo faltan catorce vueltas, nos gritaba el preparador físico. Dale, que en diez vueltas más estarán respirando y distendiendo los músculos, les decía para darles ánimo. Mientras trotaba en la última fila, yo miraba a los compañeros que tenía adelante, los veía más bien de perfil, y podía notar en todas o en casi todas las caras que dos o tres horas más de sueño hubieran sido un santo remedio.

Al cerrar el círculo gritábamos la cifra, el número de vueltas que iban completando; «nueve», exclamamos sin muchas ganas y para darles aliento también yo me puse a correr, se puso a trotar con ellos las pocas vueltas que nos restaban para que alcanzaran la cifra programada, para que completáramos la rutina. Pero como máximo le metía tres vueltas. Yo trotaba con ellos y se movía rápido, encabezando la fila, ejemplar el hombre, me ponía en la punta pero a medida que se iba cansando iba perdiendo posiciones y suelo terminar casi siempre último, lo hacía nada más para demostrar espíritu de cuerpo, como en la milicia, no es algo imprescindible pero yo lo hago, los jugadores veíamos con buenos ojos esa actitud de nuestro preparador físico, pero el volante de creación (Acosta) «me importa un pepino que trote con nosotros» y Acevedo (puntero derecho) «a mí realmente me molesta que nos acompañe».

Desde la distancia, el ojo atento del entrenador nos miraba dar vueltas en torno a la cancha, solía observarlos con atención para ir armando mentalmente el equipo, el domingo pasado sentí una molestia en el muslo derecho y estoy conciente de que el entrenador mira cómo me desplazo, quizá Aguilera no podrá salir de titular el domingo, ¿usted qué opina, doctor?, recién estamos en martes, entrenador, hay que dejar correr los días. Estoy seguro de que podré recuperarme, de que es tan sólo una molestia. Veo que trata de moverse, trato de desplazarme con normalidad como si no le doliera nada, quiero jugar siempre, creo que se repondrá, entrenador, sí, también lo creo, el tiempo es la panacea universal.

Los lunes teníamos libre, era el día del jugador, hay gente que dice que habría que eliminar ese día porque en él se emborrachan y dicen que echamos a perder toda una semana de entrenamiento, la mayoría reposa nada más, otros íbamos a los prostíbulos o salen de parranda y dicen que me bebo hasta el agua de colonia de su hermana. Los martes los iniciábamos con el trote, les doy ejercicios livianos para empezar a entrar en calor, para que nuestros músculos comiencen a prepararse para lo más duro, que sus músculos dejen el relajamiento y se pongan a punto. Después ya entrábamos con los ejercicios calisténicos, en grupos de tres, hacían saltos de costado, nos hacía saltar cinco veces cada lado, el que está en el medio trabajará, luego cambiábamos de posición, equilibrio, hacían el salto mortal, «¡salto de pescado!» nos ordenaba, chocábamos nuestros pechos y luego les pedía enrollamiento progresivo, metían lagartijas, muévanse muchachos, trabajamos nuestras piernas, sudaban con los abdominales, «¡el avionazo!» nos gritaba. Luego, acabada la batalla, hacíamos estiramientos y respiraban profundamente.

Los martes y miércoles trabajamos fuertemente con el preparador físico. Los jueves y viernes tenían siempre el trote, nos daban ejercicios más livianos, les hacemos trabajar menos tiempo con las gimnasias, hacemos fútbol y nos suelen hacer practicar con algunos artilugios, esquivaban obstáculos a la carrera, vamos driblando unos conos que más parecen unas balizas, patearé tiros libres contra una barrera de madera, solíamos adiestrarlos para sacar provecho de una pelota parada, cabeceamos los tiros de esquina lanzados por Acosta, «ese maldito es el dueño de las pelotas quietas», tiene un buen pie derecho por eso lo dejo patear siempre, le doy bien con la cara interna del botín y también con el empeine.

El entrenador nos hace practicar movimientos tácticos, yo solía reunirlos ante mi pizarra de hierro y va moviendo unos imanes coloreados tratando de explicarles su idea para encarar al equipo rival del domingo, jugadas que reproduciríamos sobre el césped cuando enfrenten al enemigo, vos vas a asfixiarlo al lateral derecho porque por allí tienen su salida, sí señor, como usted diga (Arévalos habla), Abente, quiero que vos siempre te anticipes a éste (y el imán se despegaba de la pizarra y volvía a pegársele), recuperes la pelota (como si fuera tan sencillo), toques en corto y te desmarques para pasar al ataque, y Abente «como usted mande, entrenador». Yo codiciaba la cinta de capitán pero me guardé de decirlo, juega muy bien pero no tiene dotes de líder por eso no le otorgo la capitanía.

A veces íbamos al gimnasio del club, yo hacía mi rutina de abdominales, levantaban pesas, necesitamos muchas más pesas, usted es el presidente del club, debería poder hacer algo, veremos, no se apresure, veremos entrenador, déjelo a mi cargo. Los sábados nos concentrábamos en las instalaciones del club, el Sportivo Luqueño tiene la infraestructura para albergar cómodamente (ni tanto) a más de un plantel de jugadores (mentira), era la víspera del partido y solía ser un día muy aburrido (cierto), se les notaba el tedio por todos los costados, Aranda leía unas revistas, creo que eran Vanitas,  leeré mis Caretas Magazine, otros jugadores veían la tele (Cinecanal), extrañábamos el alcohol, oír una música (cumbia villera) que venía de las afueras del estadio les daba cierta envidia de libertad, pero el tiempo pasaba, lento como en los minutos faltantes para sumar una victoria, pero pasaba.

Los domingos tocaba jugar. Como todo en la vida a veces ganábamos y a veces pierden. Las ocasiones en que perdíamos el público me silbaba, en la hinchada entonamos cánticos contra ese pecho frío, en la prensa lo hostigábamos por mi poca pericia para manejar el equipo, por su planificación deficiente, por nuestro juego desordenado y deslucido. En algunas temporadas cosechábamos más victorias que derrotas y terminábamos entre los cinco primeros y eran los héroes, casi nunca ganaban el campeonato, estos jugadores son unos peseteros, hacemos lo que podemos, necesito un volante de creación con llegada. En otras temporadas el número de derrotas era superior al de victorias y rubricábamos numerosos empates y entonces terminaban entre los últimos puestos y pierdo mi cargo de entrenador, se va, me voy; señores: les presento a su nuevo entrenador. Recibían un premio en metálico (mosca) por cada partido ganado, nos pagaban la mitad por cada empate y se sorbían los mocos con cada derrota. Pero a pesar de la irregularidad de nuestras campañas no descendíamos, Arturo, al parecer los luqueños mantendrán una vez más la categoría, a veces terminan en mitad de tabla y a veces cerca de la cola, pero seguimos vivos en la primera división. Así transcurría la vida del plantel, ésta  era su rutina cíclica, hasta que de golpe todo cambió.

           

II

 

Palabra clave: gerenciamiento. Se había puesto de moda el tema en el continente. El Racing Club de Avellaneda fue gerenciado y ganó el campeonato argentino. Gestionar al equipo de fútbol como una empresa comercial. En Paraguay, el Club Libertad fue gerenciado y ganó al hilo dos campeonatos locales y disputó inclusive las semifinales de la Copa Libertadores, perdiendo con el que sería a la postre el campeón.

«O Rei» Sports, la empresa de Pelé estaba gerenciando varios clubes de Sudamérica y al Sportivo Luqueño le tocó en suerte ser uno de ellos. Los del plantel quedamos un tanto desconfiados en un principio, estábamos con la incertidumbre, queríamos ver lo que pasaría. Pero contra todo pronóstico la cosa fue muy bien, al menos al principio. Cobrábamos siempre a fin de mes, recibíamos los premios y las primas con una puntualidad que desconocíamos.

De Pelé muchos dicen que fue el mejor jugador del mundo. Mi viejo era uno de los que lo afirmaban. Yo, para contrariarle, adhería a la corriente que otorga a Maradona ese título.

––Pelé jugó cuando los defensores no tenían idea de nada. Cuando jugaba Maradona los zagueros ya estaban más despiertos, había evolucionado el fútbol, se había profesionalizado. Además, Maradona jugó en Italia, donde a uno lo descomponen a patadas.

Eso solía decirle y el viejo me recordaba ––invariablemente–– cosas acerca de más de mil goles, y tres campeonatos mundiales ganados. También me hablaba de una jugada magistral hilada contra el arquero uruguayo Ladislao Mazurkiewicz y un gran gol ––previo sombrerito al defensor sueco–– en alguna lejana final de campeonato mundial. Yo le escuchaba, tranquilo. Y después arremetía con furia hablándole de la mojada de oreja que significó aquel gol con la mano que hizo a los ingleses en México ‘86 y luego aquella verdadera joya que fue su segundo gol en ese mismo partido, donde barrió él solito desde el círculo central a la mitad del equipo de la reina.

Nunca llegábamos a un acuerdo al respecto. Lo único cierto y real era que la empresa de Pelé estaba gerenciando al club cuyos colores nos tocaba defender a mis compañeros y a mí. Él era nuestro jefe. Ahora éramos empleados de una empresa, éramos casi oficinistas (marcábamos entrada y salida pero no debíamos llevar corbata). Era raro aquello de ser empleado del que muchos consideran el mejor jugador que dio el fútbol.

Pelé jamás apareció por Luque. Comandaba la empresa un hombre designado por él, un brasileño llamado Lucio Viega. Era a la vez el presidente de la empresa y el director técnico del club. Era un individuo entrado en carnes y en años, pero que manejaba un despampanante Porsche. Debe ser el único Porsche que llegó a transitar por los baches y sintió el roce de las legendarias e incisivas lomadas luqueñas. Lucio Viega hablaba un portugués levemente infectado de español.

Poco a poco empezaron a aparecer los cambios en la empresa, en el club. El primer cambio tenía que ver con la imagen, unas mujeres contratadas para cada partido nos maquillaban antes de salir al campo de juego. La estética ante todo, parecía ser la consigna. Nada de camisetas sobre el short, ni medias desajustadas. Todo tenía que estar en orden, debíamos mostrar una homogeneidad sin mácula.

Luego vino lo de las coreografías ensayadas. El primero al que adoctrinaron fue el centro-delantero titular. Cada vez que marcaba un gol iba a lanzarse cerca del letrero de uno de los auspiciantes. Tenía  que ir ––apenas logrado el gol–– a abrazarse al cartel, pero sin cubrir sus letras, de modo que la cámara pudiera tomarlo en su totalidad. Ese gol recorrería luego los noticiarios deportivos del continente y la publicidad del sponsor sería vista entonces a nivel continental y si el gol era realmente bonito seguramente lo mostrarían los noticiarios deportivos de todo el planeta.

Fue nada más el principio. Luego cada uno fue recibiendo su rutina. Yo jugaba de segundo marcador central y casi no marcaba goles. Pero en caso de que pudiera carroñear alguna pelota que lloviera de un mal despeje o que pudiera conectar el balón de un tiro de esquina mi misión era la de ir ante la cámara, unir los dedos pulgar e índice y cruzarlos ante mi boca, así como lo hacía el protagonista de la publicidad de uno de nuestros auspiciantes, una pasta dental. Entre las celebraciones que teníamos destinadas había de todo. Y la mayoría de ellas apuntaban al campo publicitario. Nada parecido a los festejos de antes. Nada de inhalar la línea del área grande a la manera de Fowler. Ni de dar un salto atlético y levantar el puño o el hamacar al bebé de Bebeto. Lo de treparse a la alambrada para festejar con la hinchada o ponerse una máscara eran parte de la historia.

Todo, absolutamente todo estaba pensado. La idea era hacer un espectáculo del equipo. Todo estaba guionado por ellos. Teníamos coreografías grupales. En una, si el gol era el empate de dos a dos de visitantes teníamos que ponernos en fila india y arrojarnos al unísono sobre el círculo central. Algunos de los festejos eran francamente delirantes. Si alguien metía un gol de apertura del marcador en calidad de visitante teníamos que acudir rápidamente a la banca, ponernos unas capas y representar una escena donde el que metió el gol se viste de príncipe y conversa con dos de los que construyeron la jugada, disfrazados éstos de enterradores con todo y palas. Si alguien marcaba un gol que era su hat-trick, su tripleta, teníamos que ir los once a juntarnos con los del banco y aplaudir a la hinchada. Si uno de los muchachos marcaba un gol olímpico debíamos organizar en el área rival una pequeña vuelta olímpica.

De locales teníamos que ir a hacer coreografías individuales o grupales frente al cartel del sponsor. De visitantes, como no era seguro que hubiera carteles de nuestros auspiciantes, la onda era ir frente a la cámara y hacer algún gesto que recordara a algún comercial de nuestros patrocinadores.

Hasta la hinchada había entrado en el juego. La empresa había organizado una reunión con los jefes de la barra brava. Y llegaron a un acuerdo (bondades de las entradas gratis y la provisión de bomba y alcohol a cacharratas). Entonces, cada domingo, se tenían cantos personalizados para dar aliento a cada jugador. Era lo máximo escuchar a la mitad del estadio corear tu nombre, hablar de tu mágica derecha o de la entrega de gladiador o que pidieran para vos la selección nacional. Y nos provocaba un sentimiento extraño saber que los que ahora cantaban para apoyarnos eran los que en varias ocasiones nos habían insultado por los malos resultados, los mismos que alguna vez visitaron el vestuario con fines poco amistosos, los mismos que rompían los parabrisas y sacaban el aire de las cubiertas de nuestros autos. Pero era así, a todo uno se acostumbra.

Todos, de repente, empezamos a tener motes o marcantes. Yo era «El escudo». A otro compañero le decían «El elefante blanco», él siempre imaginó que ello se debía a que era un baluarte defensivo, un muro frente al arquero. Los animales abundaban. El dueño de la punta derecha era «Anguila Acevedo». Al volante de creación, Acosta, le decían «El dragón de Laurelty». «Felino Aranda» era otro.

Los periodistas habían sido comprados para la labor de propagación. Mi viejo me grababa siempre los partidos y al verlos yo podía comprobar que los relatores repetían religiosamente nuestros motes. Además empezaban los comentaristas a ver en nosotros cualidades que ni sabíamos que teníamos. De ser bastante malo en el juego aéreo, mi compañero de zaga empezó a ser a ojos de los periodistas un bastión inexpugnable, una batería antiaérea que ya hubiera querido tener Sadam en lugar de sus misiles tierra-aire, esos que llaman SAM.

Aranda, que era zurdo y tenía la pierna derecha sólo por una cuestión de simetría, pasó a ser para la prensa deportiva paraguaya el ambidextro por antonomasia, «un jugador con amplio desarrollo de los dos hemisferios cerebrales que marca la diferencia con ambas piernas, un exquisito del control de balón». El público presta demasiado crédito a las palabras que salen de un altavoz o que están salpicadas de tinta.

           

III

 

–Buenas tardes señoras y señores, amable audiencia seguidora de Radio «Catorce de Marzo». Nos encontramos en el Mbusu Stadium prestos para iniciar la transmisión del partido entre el Sportivo Luqueño y el Deportivo Mbusu en esta penúltima fecha del Campeonato Clausura. El ambiente es de pura fiesta, Beatricio.

–Muy buenas tardes, Arturo y por tu intermedio a la ínclita audiencia que nos acompaña siempre a través de las ondas hertzianas que atraviesan el éter. Sí, un ambiente de júbilo. Intuyo que este será un partidazo por la ubicación de ambos equipos en la tabla de posiciones. Imagino que los jugadores del Deportivo Mbusu saldrán como pitbulls rabiosos a hacer frente al adversario de la vecina ciudad de Luque.

–Todo está preparado para vivir un encuentro emocionante. El árbitro ya realiza el sorteo. Lo gana el capitán del equipo local, que escoge el arco donde se encuentra su arquero. Esto va a dar inicio, señores.

(...)

–Los jugadores del Deportivo Mbusu están en plan ofensivo. Leite golpea la pelota y su pase se cuela como una cuchillada en las espaldas de la línea defensiva luqueña, entra Caldera para rematar, un zaguero lo traba de atrás y esto es penal, Beatricio, penal para el Deportivo.

–Así es, Arturo. Se durmió por un segundo la esforzada defensa luqueña, salió el pase con precisión de cirujano, se inmiscuyó el jugador en el área, lo rozaron y en una de fregar cayó Caldera.

–Leite se dispone a rematar. El árbitro amonesta verbalmente a unos jugadores luqueños que estaban intentando perpetrar la invasión de área. Suena el silbato y... ataja el arquero. Leite se acomoda las medias y pisa el pasto del punto penal, Beatricio.

–Ha perdonado, Leite ha desperdiciado una ocasión inmejorable. Si bien fue un remate deficiente del jugador del Deportivo, también hay que darle mérito al arquero, que intuyó la dirección del balón y se arrojó para embolsarla sin complicaciones. Este arquero que desde hace un buen tiempo viene demostrando su alto nivel y la utilización de la Navaja de Occam y cuando digo Occam no me refiero al alemán O. Kahn, al arquero Oliver Kahn sino a la navaja del fraile franciscano Guillermo  de Occam, la que permite cortar siempre las cosas y escoger la salida más sencilla, tomar la salida más fácil sin multiplicar las entidades ni los problemas. Eso es lo que ha hecho aquí el magnífico golero auriazul.

(...)

–Vamos pisando los quince minutos de esta primera etapa con el marcador en blanco, Acosta, ‘El dragón de Laurelty’ se mueve sobre la zona medular, es la manija, el verdadero motor del equipo luqueño, acelera, pone caja quinta, se muestra Núñez para marcarlo, Acosta aplica el freno, se hace un auto-pase y el jugador rival lo golpea abajo y luego le tira el camión encima. Falta para Luqueño, Beatricio.

–Sabemos que «El dragón de Laurelty» es un futbolista que se come la cancha, un todo-terreno con una entrega de soldado espartano, también sabemos que es un jugador de una hermenéutica precisa, que marca el ritmo y cuya acertada lectura del juego es uno de los puntos altos de este equipo. Y aquí el jugador del Deportivo tuvo que recurrir a una entrada fortísima, una violenta acción que amerita no una tarjeta amarilla sino una anaranjada.

–Se prepara para cobrar la falta el jugador luqueño, el portador de la camiseta número diez. Pelota al área, la peina Andrade, la recibe «La Cobra» Alvarenga en soledad y saca un remate débil directamente a las manos del arquero. Un regalito, Beatricio.

–Estupenda la jugada luqueña, la peinada atrás como lo establece el manual, pero «La Cobra» Alvarenga no picó, el jugador de Luque saca un remate tibio, ni platónico ni aristotélico, muy malo lo suyo, ni cóncavo ni convexo, ni centro ni remate al arco, se la regaló al cancerbero. Un arquero muy atento que la atrapó con seguridad, sin permitir segundas pelotas, sin manotearla al corner, la atenazó hasta que el esférico no fue más que un ligero ronroneo entre sus guantes, Arturo.

(...)

–Acosta se puso el equipo al hombro, de tres dedos mete un cambio de frente elevado, la mata con el pecho su compañero Arévalos que es habilidoso y puede pegarle con las dos piernas, se hamaca en la zona de los dieciséis cincuenta, amaga un pase, le quiebra la cintura a su marcador y remata con la pierna cambiada, la coloca como con la mano a un costado del arquero. ¡Gooooool! ¡Gooooooooool! Luque. Luque. Luque. Gooooool de Sportivo Luqueño.

–Un espléndido gol de los luqueños, que la armaron muy bien, primero con «El dragón de Laurelty» y su guante blanco que coloca la pelota en la medallita que porta su compañero Arévalos, y éste que frota la lámpara, se arma una bonita jugada y saca un remate lento como Balzac pero que traspone la línea de sentencia y se convierte en el gol que rompe la paridad a favor del equipo de la ciudad de Luque.

–¿Pero qué es esto, Beatricio? ¿Qué es esa ropa de palacio que usan para celebrar?  Están representando una escena teatral. ¿Y eso que lleva Arévalos en la mano? Parece un cráneo de los que tienen los estudiantes de Medicina. Es la belleza y la locura del fútbol. ¡Deportivo Mbusu 0, Sportivo Luqueño 1!

(...)

–Vamos por la mitad del primer tiempo, los jugadores locales se mueven, tocan y avanzan hacia el arco contrario, Núñez contempla el horizonte ofensivo, lanza un pase en medio de un bosque de piernas, la pelota es controlada por Noguera, hace la pared con un compañero, gira, caño, ¡qué jugada!, peligro de gol… pelota afuera. Beatricio.

–Estuvo muy cerca del empate el Deportivo Mbusu. Noguera entró al área chica, recibió la pared de su compañero, le hizo el túnel al marcador central y ante el arquero giró en una baldosa, quebrando así el muro defensivo pero define con la del pirata, con la pata de palo y su remate se pierde a un costado del poste derecho. Una verdadera lástima que esta jugada de treinta y ocho quilates no haya terminado en gol. Una jugada de otro partido.

(...)

–Se produce un cambio en el Deportivo Mbusu. Se retira Leite en medio de una silbatina generalizada y toma su lugar Otazú, joven jugador de la cantera. ¿Qué le puede dar al equipo esta variante, Beatricio?

–Ésa es todavía una incógnita casi algebraica. Es la segunda vez que ingresa Otazú al campo de juego en un partido de la división de honor, porque el partido pasado, el empate de visitante, fue el de su debut. Allí pudimos ver que tiene condiciones, es un jugador joven pero de una gran técnica y temible especialmente en el mano a mano donde exhibe unas gambetas endiabladas capaces de enloquecer a cualquier defensa. El público silba a Leite por su trabajo insuficiente, éste se dirige directo a las duchas, no sabemos si molesto por el cambio, por el resultado del encuentro, por la reacción del público o por todo eso junto.

(...)

–El partido parece haber caído en un pozo. Los delanteros están absorbidos por la marca. Avanza el Deportivo Mbusu, Otazú la lleva, dribla, la tiene atada, engancha, parece llevarla cosida al botín izquierdo. Llega a la cabecera del área, dispara, la pelota impacta en un zaguero luqueño, el rebote lo toma un jugador del Deportivo, remata de nuevo, el arquero despeja al medio, Otazú toma el rebote y le entra con furia. ¡Gooooool! ¿Qué digo gol? Gooo-laaaa-zo de media distancia. Otazú empareja el encuentro. Deportivo 1, Luqueño 1.

–Notable la reacción del Deportivo, rompieron de repente la modorra del statu quo, al ritmo de Otazú, el recién ingresado, el chiquilín, el cara sucia a quien no le pesó la camiseta, sí señores, fue desparramando rivales en el césped y a su ritmo se deshicieron de la legaña tediosa que los envolvía, buscaron la portería y tras una serie de rebotes Otazú tomó la pelota y definió con clase, como los dioses, con un inapelable zapatazo desde fuera del área.

(...)

–Es el minuto final, para mantener el resultado los luqueños montan una jaula de pájaro en el mediocampo, la meten en el refrigerador. Y el árbitro marca el final del primer tiempo del cotejo. Los jugadores se dirigen a los vestuarios para oír la charla técnica. Durante la mayor parte del partido, el cuadro luqueño ha dominado las acciones, jugando como si estuviera en su estadio, en el Feliciano Cáceres.

–Efectivamente, lo veo muy mal al Deportivo Mbusu. Rifan la pelota, están allí colgados del travesaño, se mueven con parsimonia, pasan el balón con displicencia, llevan las luces apagadas. Se los ve cansados a los jugadores, parecen tener un solo pulmón como M. Merlo. Aparte del gol de la paridad no han dado absolutamente nada. El equipo no es tal, es más bien una sombra, para graficar el concepto diría que se muestra como un montón de voluntades inconexas. A este ritmo y con este empate transitorio, Arturo, los luqueños seguirán formando parte de la máxima categoría del fútbol paraguayo.

 

IV

 

Futbolísticamente no nos iba demasiado bien. Pero los resultados parecían no importar, al menos de las paredes del club para adentro. Nosotros cobrábamos siempre a fin de mes y la empresa facturaba muchísimo en publicidad.

Yo había podido comprarme una Nissan Terrano y empecé a salir con una de las modelos que hacía más ruido. Muchos de los otros componentes del plantel también empezaron a salir con modelos. Los que eran casados no salían con ellas, simplemente las alquilaban por una noche.

Varios jugadores se vieron obligados a firmar su renuncia, recibieron su liquidación correspondiente, «por no estar en la línea estética de lo que pretende la empresa». Empezaron a traer algunos jugadores extranjeros. La mayoría de ellos eran futbolistas que habían brillado en otra época, pero ahora estaban ya viejos. Se convirtió nuestro club en un verdadero cementerio de elefantes, donde venían los grandes a enterrar su carrera deportiva. Eso era algo nuevo para nosotros, que trajeran jugadores buenos, lo usual era que vendieran al primero que levantara la cabeza medio milímetro por encima de los demás, que lo vendieran rápidamente, al mejor postor. Eso era lo normal, porque el mismo presidente del club era dueño de la ficha de muchos jugadores y había empresarios-buitres observando cada entrenamiento.

Los recién llegados eran jugadores viejos pero de gran técnica y experiencia. Uno de los que trajeron fue un número diez zurdo, Reconto, un jugador uruguayo que en otra época fue uno de los mejores del planeta. Tenía un control de balón verdaderamente envidiable. Y un cabezazo por demás terrible. Con el ejército de extranjeros capitaneados por Reconto, más la legión de jugadores locales, nuestro equipo empezó a ganar los partidos.

Habíamos vuelto a enamorar a la afición deportiva luqueña. El merchandising era abrumador. Se vendían lapiceras auriazules, tazas, brújulas, camisetas, mochilas, llaveros con fotos de los jugadores, termómetros. Inclusive se comercializaban bonsais tatuados con el escudo de la institución. Pero duró poco tiempo el romance, en dos meses el aluvión de extranjeros se marchó tan rápidamente como llegó, habían sido contratados por sesenta días nada más. Sólo quedaron unos pocos jugadores brasileños en el plantel.

Al parecer la FIFA había visto el video de varias de nuestras celebraciones de gol y por ello sacó su Circular Nº 579 donde ordenaba a los árbitros impedir los festejos grupales ensayados. «No están permitidas las celebraciones coreografiadas que ocasionen una pérdida de tiempo excesiva», decía el documento publicado. Por ello tuvimos que aprendernos nuevos festejos individuales para reemplazar a los colectivos.

Entre semana solíamos ver por la oficina de nuestro DT/Presidente Lucas a directivos de los otros clubes de la primera división. A veces inclusive con el maletín en la mano. Se estaban una hora encerrados conversando (negociando) y luego salían, y me era imposible evitar mirar esa sonrisa desdeñosa que lanzaba el directivo visitante cuando veía nuestro entrenamiento, una sonrisa de burla como diciendo «vamos, troten, troten muchachos, sigan entrenando, todo es  en vano porque ya el resultado del partido acabamos de fijarlo».

Eso me enervaba y me ponía a correr como loco, despertando en algunos de mis compañeros cierto fervor de batalla. Otros, en cambio, levantaban el dedo índice y lo hacían orbitar en torno a la oreja derecha, indicando mi escasa salud mental.

 

V

 

Transmisión en vivo en la página web del Deportivo Mbusu:

http://www.deportivombusu.com.py/online.php

 

Está por iniciar el segundo tiempo. Este empate en uno no nos favorece en lo absoluto. Tenemos fe en que se podrán marcar más goles, hay equipo y tiempo de sobra para ello. La hinchada no para de alentar.

 

45': Empieza la segunda mitad.

46': En una jugada desafortunada, al sacar los luqueños, Acosta marca el gol que los pone arriba en el marcador. Para celebrar su tanto Acosta hace ante la cámara el conocido ‘saludo-pulgar’ de la compañía celular «Hablana». Luqueño nos gana por 2 a 1. Pero queda todavía mucha tela por cortar, esto recién inicia.

48': Ocasión desaprovechada por Otazú tras una gran jugada individual, asistido por Núñez.

50': Los nuestros presionan en todos los sectores del campo. Los luqueños están arrinconados y la arrojan a cualquier parte. La pelota les quema los botines.

51': Falta sobre Acosta por empujón de Otazú. Tiro libre para la visita.

52': Folha seca de Acosta que lame el travesaño.

55': Saca el arquero y en tres toques llegamos al área rival. Remata Mendoza por línea de fondo.

57': Mendoza está enchufado. Baila solito a toda la defensa y termina rematando por encima del larguero. Se salva Luqueño.

59': Arranca Otazú en velocidad por el andarivel derecho, se mete al área, lo barre un defensa y el juez nada cobra. Otazú se queda en el piso reclamando penal. El árbitro nos está perjudicando.

62': Infantil error de Núñez en el mediocampo y se viene Luqueño en contragolpe con Acosta que la lleva por el medio, remata desde unos veintitantos metros y nos salvamos: el balón pasa cerquita del poste derecho.

65': Cambio en Luqueño.

Entra: Jorge Aranda.

Sale: Reinaldo Arévalos.

66': Arévalos sale diciéndole algunas cosas a su entrenador y le arroja la camiseta.

67': Metimos dos centros al área pero el arquero del equipo visitante estuvo acertadísimo en sus rechazos.

68': Nuestro D. T. cambia.

Entra: Antonio Rodríguez.

Sale: Roberto Núñez.

69': Tarjeta amarilla para Acosta, por falta sobre Rodríguez.

71': Aranda se metió una galopada al área pero nuestra zaga estuvo muy coordinada para aplicar la trampa del off-side.

73': Empieza a hacerse notar el nerviosismo en ambos conjuntos. Pero más en los luqueños que reparten patadas y codazos a granel. ¿El árbitro? Con lentes de sol.

75': Error en la zaga visitante y la pelota es recuperada por Fante, se mete al área, va a patear y oportunamente aparece Aguilera para barrer y enviarla fuera del campo de juego.

76': Cambio en Luqueño.

Entra: Joao Acevedo.

Sale: Tadrio Aguilera.

77': Finta Fante y marca un precioso gol de cucharita pero recibió el balón en posición prohibida, a medio cuerpo nada más del último hombre de la zaga luqueña. Habrá que ver la repetición, porque evidentemente jugamos contra más de once hombres.

78': Tarjeta amarilla para Acevedo, por reclamar una falta inexistente.

80': Se viene el equipo visitante de contragolpe, tres contra tres, la pelota la lleva Acosta, engancha hacia adentro, quiere habilitar a Aranda y afortunadamente equivoca el pase.

81': El central luqueño se despachó con una entrada realmente sucia sobre Fante. Acosta lanza la pelota afuera para que lo atiendan. El juez del encuentro no amonesta ni siquiera verbalmente al infractor. Es una vergüenza la actuación del conjunto arbitral.

82': Fante está siendo atendido fuera del campo.

84': Se reincorpora Fante. Otazú devuelve la gentileza a los luqueños. El estadio aplaude el fair play de nuestro equipo.

86': Tarjeta amarilla para Aranda por ir con excesiva brutalidad a una pelota dividida.

87': Entró el delantero auriazul a nuestra área, lo marcó Rodríguez y el luqueño se arrojó a la pileta. El juez debería mostrarle la amarilla por simular.

89': El árbitro indica dos minutos de adición, iremos hasta los 92. Otazú mete el amague y recibe una tremenda plancha del jugador luqueño que termina viendo la tarjeta roja, ahora somos once contra diez en el terreno. Aunque quizá sea ya muy tarde para reaccionar, no hay tiempo para más.

90': Aún así, nuestros muchachos lo intentan vía el movedizo Otazú que encara, aguanta la marca, hace el giro y la toca para Fante que le pega y la pelota es contenida en dos tiempos por el guardameta auriazul.

92': Todo ha terminado. Encajamos una derrota más de locales. Nuestros hombres lo dejaron todo sobre el campo de juego pero no pudo ser, no se puede contra el árbitro. Se despiden los jugadores en el centro del campo y también nosotros nos vamos. Cerramos la transmisión, no sin antes agradecer su compañía. Buenas noches y hasta la próxima.

 

VI

 

Radio «Catorce de Marzo». Entrevista con Bernardo Acosta, el crack de la casaca número diez del Sportivo Luqueño, «el jugador del partido».

Me hallo porque me eligieron la figura. Sí, fue un partido muy difícil. Pero gracias a Dios y La Virgen pudimos encontrar la victoria con un gol de vestuario. Apenas tocamos la pelota en el segundo tiempo y con toda la confianza que El Profe depositó en mí pude ñapytirle un derechazo, rematé fuerte y tomé de sorpresa a la defensa del Deportivo. Sabíamos que iba a ser un partido complicado porque ellos tienen buenos jugadores y son siempre muy fuertes jugando en su casa, pero nosotros también teníamos lo nuestro y por suerte para nosotros ellos no pudieron empatar después de mi gol y nos vamos muy contentos llevando los tres puntos de visitantes.

 

VII

 

Me parecía poder entender el funcionamiento de la mente de nuestro DT, Lucio Viega.  El era nada más que un empleado de una empresa poderosa, tenía su maestría en administración de empresas y había hecho el curso de entrenador, y la unión de esos dos títulos lo convirtió automáticamente en un candidato potable para trabajar para «O Rei» Sports. Era un individuo solitario, que actuaba y se movía como si estuviera en campo enemigo, parecía desconfiar de todo y de todos. Cuando daba las órdenes había un dejo de inseguridad en su voz. Yo había trazado ya su perfil psicológico. Era un individuo aclimatado a las derrotas, acostumbrado a los naufragios, alguien que apostaba siempre por los caballos perdedores y para él era algo raro su presente de éxito laboral y económico. Le parecía un truco del destino, un engaño, un castillo de arena que el viento o algún gracioso derribaría de repente de un puntapié.

Una vez lo encontré en un karaoke. Estaba bebiendo y probablemente ebrio, al menos eso podía pensarse al observar la cantidad de botellas en su solitaria mesa. Lo vi primero desde la distancia, sin que el se percatara de mi presencia. Pidió el micrófono y cantó Um dia de domingo con la voz más triste y el portugués más cercano al francés que escuché en mi vida. Cuando terminó fui a saludarlo:

–¿Qué tal, entrenador?

Me estrechó la mano y conversamos un rato. Siempre me gustó la Psicología, durante mi casi concluido bachillerato fue la materia que llegó a desagradarme menos. Luego de la conversación que mantuve con el entrenador pude darme cuenta de que conspiraba contra sí mismo, de manera inconsciente se saboteaba y por eso los repetidos fracasos. Y también pude concluir que esta era una tregua nada más, las multiplicadas derrotas le daban un respiro, o él mismo se estaba dando un respiro ahora. Pero eso pronto iba a cambiar, así lo pude intuir esa noche.

Por mi parte, yo me estaba cansando de ser un producto y perder con tanta asiduidad. Acumulábamos siete derrotas, dos victorias y cinco empates. A ese ritmo terminábamos últimos en la tabla. Los partidos estaban casi siempre arreglados, porque la estrategia que nos daba el entrenador era a veces francamente perdedora. En ocasiones, casualmente contra algunos equipos más chicos, la táctica era como para salir a aplastarlos. Era evidente que se vendían nuestros partidos y los equipos grandes podían comprarlos, no así los clubes más pequeños. Un día decidí azuzar a mis compañeros, nos reunimos y les comenté mis ideas.  El equipo que enfrentaríamos era un equipo que en el torneo interno arrasaba, tenía ganados numerosos campeonatos locales. Rugía como el motor de un Fórmula Uno en el certamen casero pero en el ámbito internacional se convertía en una miga de pan. El equipo se llamaba «Real Ambere» y padecía una suerte de pánico escénico o tal vez una forma malentendida de patriotismo (jugaba bien solamente en Paraguay) o por otro lado quizá fuera malinchismo, mirando de rodillas a los equipos extranjeros y viéndolos como si fueran gigantes.

La estrategia que nos trazó el director técnico consistía en tener seis defensores y cuatro medios. Era francamente defensiva y jugar a perder. Hablé con los muchachos la noche de la concentración antes del partido. Me sentí poseído por otra lengua. Les hablé de gloria deportiva, de triunfo, de esfuerzo, de las esperanzas de una ciudad que se depositaban en nosotros como una olla al final del arco iris.

Llegó el sábado, jugamos el partido contra los amberetistas. Les llenamos la canasta. Joao convirtió un bonito gol. La pelota curvó dos veces su dirección como si tuviera vida  propia y fue a estrellarse no en el ángulo, hay que decir la verdad, se clavó más o menos a la altura de la cintura del golero y hasta por el golpe y la fuerza que llevaba echó al suelo la toalla que estaba colgada de la red. Fue el gol que abrió el marcador. No hicimos caso del planteamiento táctico y fuimos para el frente. De un tiro de esquina nuestro defensor central aprovechó y remató a placer. Y el último tanto fue de tiro penal. El ejecutor estuvo a punto de correr hacia la cámara para festejar su gol con la coreografía aprendida pero dos jugadores lo agarramos de la camiseta y fuimos caminando con él hasta el mediocampo. El entrenador estaba furioso, nos insultaba en un portugués cerradísimo, gesticulaba como un epiléptico, hizo los tres cambios, pero aun así seguimos dominando el partido y nos alzamos con la victoria.

Todo el plantel recibió una sanción. Económica, por supuesto. Por haber sido el cabecilla de la rebelión yo fui separado del club, me mostraron el memorando que venía de Río de Janeiro con firma y sello real. No me pagaron nada por mi salida pero ahora soy dueño de mi pase. Si bien es cierto que estoy ya algo viejo, aún puedo fichar por otro equipo. Quizá todavía incluso llegue a marcar un gol. Si se me llega a dar el gol me abrazaré con el compañero más cercano luego de gritarlo con toda mi alma y dedicárselo a la hinchada. 

Javier Viveros

De "Ingenierías del Insomnio"
jviveros@gmail.com

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