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El mestizaje americano
(en homenaje a Arturo Uslar Pietri)

Enrique Viloria Vera

irapavilo@hotmail.com

                                  la América Hispana es tal vez la única gran zona abierta

                                                  en el mundo actual al proceso del mestizaje cultural creador.

                                                  En lugar de mirar esa característica extraordinaria como una

                                                  marca de atraso o de inferioridad, hay que considerarla como

                                                  la más afortunada y favorable circunstancia para que se

                                                  afirme y  se extienda la vocación de Nuevo Mundo que ha

                                                   estado asociada desde el inicio al destino americano.

                                                                                                                       Arturo Uslar Pietri.

                                      

 

CONTENIDO

Un comentario inicial

        Introducción

 

I. El mestizaje sanguíneo

   1. Los blancos

   2.  Los indios

   3.  Los negros

 

II. El mestizaje cultural

    1. El barroco americano

      A. El barroco arquitectónico

      B. El barroco literario

       C. El barroco musical

    2. El modernismo latinoamericano

    3. El realismo mágico y lo real maravilloso

    4. El sincretismo religioso

    5. Los mitos americanos

        A. La Edad de Oro

        B. Las Siete Ciudades de Cíbola

        C. Las Amazonas

        D. El mito de El Dorado

    6. La gastronomía americana

Conclusión

Citas y notas

Bibliografía General

Un comentario inicial

 

                         nosotros somos un pequeño género humano; poseemos un mundo aparte,

                                  cercado por dilatados mares, nuevo en casi todas las artes y ciencias,

                                              aunque, en cierto modo, viejo en los usos de la sociedad civil.

                                                                                                                                  Simón Bolívar

                                                                                     Comentario de un Americano Meridional

                                                                            a un caballero de esta isla (Carta de Jamaica)

 

¿Qué somos? ¿Cuál es nuestra identidad como latinoamericanos? ¿Qué significa ser venezolano? Investigar y recuperar nuestros orígenes híbridos otorga pistas y derroteros para responder a las preguntas fundamentales atinentes a nuestra idiosincrasia. Arturo Uslar Pietri, nuestro humanista por excelencia, dedicó gran parte de su vida y de su obra a la comprensión de los asuntos más pertinentes de nuestra esencia mestiza. En este ensayo, al momento de conmemorarse el primer centenario de su nacimiento, lo acompañamos en sus indagaciones y privilegiamos sus pedagógicos criterios, con la expectativa de que sus hallazgos y conclusiones nos ayuden, a cada uno de nosotros y a Venezuela como un todo, a entender más y mejor lo que somos, lo que muchas veces no sabemos que fuimos.

 

Enrique Viloria Vera

 

Introducción

                                                                

                                                                          Se hace más servicio a Dios en hacer mestizos

                                                                          que el pecado que con ello se hace.

                                                                          Proceso Inquisitorial de Francisco de Aguirre,

                                                                                                             Gobernador de Tucumán.

 

Si algún tema convoca la atención reiterada, la indagación febril, la prosa característica y una pasión inocultable en el pensamiento de Arturo Uslar Pietri es el mestizaje americano. Para el autor, este fenómeno se encuentra en el origen del nacimiento de un Nuevo Mundo, en el que "ni el europeo, ni el indígena, ni el africano pudieron seguir siendo los mismos… Lo que surgió no era ni podía ser europeo, como tampoco pudo ser indígena o africano.”[1]

 

El escritor, en muy diversos ensayos y artículos, y desde diferentes perspectivas, aborda el tema del mestizaje americano para insistir en él, una y otra vez, a objeto de explicarlo en sus variadas manifestaciones, y, muy especialmente, en la cultural. Recuerda Uslar que este fenómeno, si bien no es propio ni exclusivo del nuevo continente encontrado, es, en el caso de América Latina, lo suficientemente particular, específico y, sobre todo rico, desde el punto de vista civilizatorio, y de la historia y conformación de la humanidad, puesto que en palabras del escritor: “es sobre la base de este mestizaje fecundo y poderoso donde puede afirmarse la personalidad de la América hispana, su originalidad y su tarea creadora. Con todo lo que le llega del pasado y del presente, puede la América hispana definir un nuevo tiempo, un nuevo rumbo y un nuevo lenguaje para la expresión del hombre, sin adulterar lo más constante y valioso de su ser colectivo, que es su aptitud para el mestizaje viviente y creador.”[2]

 

Reconoce Uslar Pietri que “en cierto modo, la historia de las civilizaciones es la historia de los encuentros”, y que estos grandes encuentros de pueblos diferentes por los más variados motivos fueron “los que han ocasionado los cambios, los avances creadores, los difíciles acomodamientos, las nuevas combinaciones, de los cuales ha surgido el proceso histórico de todas las civilizaciones”.

 

 En coherencia con la precedente afirmación, nuestro escritor realiza una revisión del mestizaje a lo largo de la historia del mundo y del acontecer de la humanidad. Confirma que Mesopotamia, todo el Mediterráneo oriental, Creta y Grecia fueron, en su época, en los momentos cruciales de la conformación de la humanidad, zonas de encrucijadas y de encuentros para erigirse “en los grandes centros creadores e irradiadores de civilización”. Enfatiza Uslar que el mayor impacto, el hecho significativo de estos encuentros de razas, lenguas, estilos de vida, dioses, concepciones del mundo y maneras de entender al semejante y de hacer las cosas, fue el mestizaje cultural. Estas civilizaciones “convivieron en pugna, resistencia y sumisión, y mezclaron las creencias, las lenguas, las visiones y las técnicas. El mestizaje penetró el Olimpo”.

 

Roma tampoco escapa a esta circunstancia: “todas las culturas del mundo conocido trajeron su aporte a ella”. En efecto, para el escritor la historia de Occidente es el más vivo muestrario, el repertorio dicente, la vitrina sinigual, en los que un mestizaje aluvional  dio origen a una cultura y a una civilización asentada en la diferencia, en la disimilitud que pugna y se enfrenta para, al fin, encontrarse. Con el objetivo de encarnar el mestizaje cultural de la Europa de aquellos tiempos, de darle músculos y huesos, fisonomías reconocibles, evidencias humanas, Uslar afirma que “grandes creadores del mestizaje cultural fueron Federico II Hohenstaufen, Alfonso X de Castilla, los arquitectos del románico, los escultores del gótico, Dante, Cervantes, Shakespeare.”[3] No deja de lado el escritor la saga de Carlomagno, “ese ensayo de injerto en la vida germánica de la romanidad cristiana”, para ahora de manera visual ilustrarnos este mestizaje físico y cultural que se dio en la historia de Occidente, y que encuentra su mayor simbolismo paradójico cuando miramos. “…al caudillo bárbaro, con su lengua no reducida a letra, con su cohorte de jefes primitivos, coronarse emperador romano entre los latines del papa y las fórmulas palatinas del difunto imperio.”.[4]

 

España, como ningún otro espacio físico y humano, experimenta también el embate de esa fuerza implícita en el mestizaje. No escapa la Península Ibérica a los afanes de dominación, sojuzgamiento, conquista y colonización que desde los más tempranos tiempos personificaron guerreros, administradores, sacerdotes, comerciantes, en fin, hombres y mujeres provenientes de los más distintos y remotos orígenes. “Indígenas, ibéricos, cartagineses, romanos, godos, cristianos, francos, moros, judíos, contribuyeron a crear la extraordinaria personalidad de su alma compleja y poderosa”[5], expresa Uslar al referirse a los elementos étnicos y culturales que, a lo largo de la historia del  hombre, se entreveraron en un espacio físico que más tarde, luego de muchas batallas y armisticios, de años de tinta y sangre, de amores impuestos y lechos consentidos, de historias propias y ajenas, pasó a llamarse España, cuyos hombres ya mezclados, tanto en genes como en creencias, fueron protagonistas y actores de reparto de una de las más esplendorosas y significativas aventuras de la historia reciente del hombre: la creación de la América Mestiza.

 

En apoyo a esta realidad de la mixtura étnica que se engendró y alimentó durante largos siglos en la España contemporánea, José Maria Carandell confirma que: “Pocos países hay en el mundo, tal vez ninguno, que en poca superficie reúnan una tan gran diversidad de climas, aspectos geográficos y tipos humanos, como la múltiple y hasta el siglo pasado diferente España. Aquí imprimieron su huella fenicios, griegos y cartagineses atraídos por la fabulosa riqueza de la mítica Tartesos, uno de los grandes misterios antiguos que están aún por desvelar. Después la Roma imperial, símbolo de civilización, de cultura y de normas de derecho, romanizando a Hispania, le dio su lengua y sus costumbres, su modo casi definitivo de pensar y de existir. Más tarde, cuando la decadencia del Imperio, los bárbaros del Norte, en briosa galopada, procedente de las selvas de Germania, irrumpieron en las fértiles campiñas ibéricas clavando los pendones de sus nobles y sus reyes, sembrándolas de godas dinastías, tronco genealógico de monarcas, raíz de Iberia, de la España por venir. Pero la civilización que más honda huella dejó fue la árabe. En España  alcanzó su máximo esplendor. Córdoba con su califato, fue uno de los centros esplendorosos de la cultura europea. Y los judíos, que dejaron aquí de ser errantes, para convertirse en españoles distinguidos en todas las ramas de la cultura, de la economía, del saber. España, al alcanzar su plenitud, toda esta riqueza étnica la volcó en Hispanoamérica. “[6]    

 

I.   El mestizaje sanguíneo

 

                                               Hobo, y yo vi, un lugar o villa que se llamó de la Vera – Paz,

                                              de setenta vecinos españoles, los más de ellos hidalgos,

                                              casados con mujeres indias de aquella tierra, que no se

                                              podían desear persona que más hermosa fuese; y este don de

                                              Dios, como dije, muy común y general en todas las de esta isla.

                                              Referencia a Xaraguá en el interior de la isla de Santo Domingo. 

                                                                                                        Fray Bartolomé de Las Casas  

 

Enfáticamente Uslar Pietri afirma que “lo verdaderamente importante y significativo fue el encuentro de hombres de distintas culturas en el sorprendente escenario de la América. Este y no otro es el hecho definidor del Nuevo Mundo.”[7]. Esta insistencia del escritor no implica, sin embargo, el desconocimiento u omisión del hecho sanguíneo, es decir, el mestizaje entre seres humanos provenientes de etnias diferentes: la indígena con marcados rasgos de tipo mongoloide, que era la originaría de las tierras encontradas; la caucásica que vino de Europa y la negroide que – forzada - provino del África.

 

De estos encuentros interraciales surge, en su momento, el término mestizo para nominar a los primeros vástagos provenientes del cruce entre blancos y aborígenes. Según la opinión de Gracilaso, el Inca: “A los hijos de español y de india, o de indio y española, nos llaman mestizos, por decir que somos mezclados de ambas naciones; fue impuesto por los primeros españoles que tuvieron hijos en indias, y por ser nombres impuestos por nuestros padres y por su significación, me llamo yo a boca llena y me honro con él.”

 

El término mestizo es acogido, en su acepción actual, por el primer Diccionario de la Academia Española de la Lengua publicado en 1734, conocido como Diccionario de Autoridades. En efecto, en el mismo se lee: “Adj. que se aplica al animal de padre y madre de diferentes castas. Viene del latín Mixtus.” Sin embargo, en criterio de Juan Bautista Olaechea, la etimología de mestizo debe buscarse más bien en el término latino tardío Mixticius. El historiador español sustenta que el término ya aparecía en los textos de San Jerónimo y de San Isidoro, y que, en francés, el vocablo métis tiene la misma connotación que en castellano.

 

El mestizaje como hecho extendido e incontrolable en la América Española, llevó al mismo rey Fernando el Católico a promulgar, el 14 de Enero de 1514, la siguiente disposición: “Es nuestra voluntad que los indios e indias tengan, como deben, entera libertad para casarse con quien quisieren, así con indios como con naturales destos reinos o con españoles nacidos en las Indias, y que en esto no se les ponga impedimento. Y mandamos que ninguna orden nuestra que se hubiese dado o nos fuere dada para impedir ni impida el matrimonio entre los indios e indias con españoles o españolas, y que todos tengan entera libertad de casarse con quien quisieren, y nuestra Audiencias procuren que así se guarde y cumpla.”        

 

De esta extendida mezcla étnica emerge, desde los mismos albores de la América Hispana, una sociedad multirracial, una miscegenación que dependiendo de las circunstancias de espacio y tiempo de la conquista y la colonización, estuvo determinada por factores de diversa naturaleza y envergadura: densidad demográfica de la población indígena, estructura social aborigen, sistemas de explotación colonial más o menos desarrollados, entre otros.

 

Este mestizaje sanguíneo, en criterio de Uslar Pietri, “tiene su innegable importancia desde el punto de vista antropológico y muy favorables aspectos desde el punto de vista político,”[8] aunque tajante insiste en que: “el gran proceso creador del mestizaje americano no pudo ni puede estar limitado al mero mestizaje sanguíneo. “[9]

 

Este mestizaje étnico tuvo como elementos conformadores las razas o etnias ya comentadas: la blanca, la india y la negra.

 

1.    Los blancos

Recordemos que la discusión sobre la denominada raza blanca, sobre el llamado  hombre blanco es, al decir de Luís Moreno Gómez,  “tan genérica como la que se produce alrededor de cualquier otro color para denominar a los seres humanos.” En efecto, esta denominación, hace ya un tiempo dejada de lado por antropólogos y etnólogos continúa, sin embargo, siendo utilizada por aquellos que buscan establecer una diferenciación entre seres humanos de origen caucásico y de origen negro – africano.  

 

En el caso de la Conquista y Colonización de América, teniendo en consideración los comentarios efectuados con anterioridad acerca del mestizaje ibérico, la raza blanca estuvo representada, en primer término, por españoles - originarios fundamentalmente de Al – Andalus y de Extremadura - que salieron durante los primeros años de la Empresa de Indias por los puertos de Cádiz y Sevilla, en búsqueda de una nueva ruta para dirigirse a las Indias, y se toparon súbitamente con este nuevo, desconocido y desconcertante continente, ampliando así  la visión del ecumene que para chinos, árabes y europeos estaba representada exclusivamente por el viejo mundo, al que ahora habría que incorporar este Nuevo Mundo inédito, ignoto y sin nomenclatura, producto del encuentro fortuito entre dos razas, dos civilizaciones, la blanca y la indígena, a la que más tarde se añadiría la africana.

 

A la saga de conquista y colonización española se sumó la portuguesa y, más tarde, con el propósito de ampliar los respectivos imperios, se incorporarían ingleses y holandeses a esa aventura inconmensurable que significó la conquista de América, el real deslumbramiento (léase descubrimiento) ante un verdadero Nuevo Mundo rico en sorpresas que alimentaron, por igual, la realidad y la fantasía.

 

En este sentido, es inevitable concluir que la historia blanca de América comienza con la propia llegada de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo; si bien es cierto, de acuerdo con las evidencias históricas registradas en las sagas vikingas y las arqueológicas más recientes, que hacia la parte norte del continente llegaron viajeros provenientes de la actual Escandinavia, éstos no llegaron, sin embargo, a  asentarse de manera definitiva con el fin de extender o crear una nueva civilización.

 

En el caso de Venezuela, podemos afirmar entonces que nuestra historia blanca comienza en 1494, cuando en su tercer viaje a las Indias Occidentales, Colón se encuentra con la entonces denominada Tierra de Gracia.

 

2.  Los indios

 

A los blancos inevitablemente se unieron, en ese indetenible proceso de entrevero racial, los habitantes originales de América, los indígenas amerindios, quienes, en pasadas épocas, llegaron al continente americano provenientes del Asia y de las Islas del Pacífico, tal como lo evidencian las investigaciones históricas, y en especial las genéticas, como la desarrollada por el Dr. Tulio Arends, quien denominó Diego a un factor sanguíneo encontrado tanto en la sangre de los indios venezolanos como en otros contingentes humanos de diversos países asiáticos.  

 

 Los aborígenes del Nuevo Mundo  pertenecían a muy variadas y diversas etnias que, en algunos casos, como ocurrió básicamente con los incas y los aztecas, eran dueños de verdaderos imperios, de imponentes civilizaciones, que podían competir en pie de igualdad, en términos de organización social y política, de construcciones e infraestructura, de protocolos y riquezas, de gastronomía, con las de los europeos que contaban, empero, con una mejor preparación para la guerra, y con mejores instrumentos para el combate y la exterminación de sus semejantes.

 

En efecto, como lo asevera la antropóloga Erika Wagner “la extraordinaria diversidad de las culturas americanas es algo ignorado por la mayoría de la población contemporánea de América y del resto del mundo. Los nuevos pobladores que llegaron de Europa a finales del Siglo XV se encontraron con una pluralidad de organizaciones sociales, económicas y políticas, que oscilaban entre bandas de cazadores y recolectores, cazadores de enormes mamíferos, tribus costeras que subsistían de la pesca y de mamíferos marinos, sociedades tribales igualitarias, cacicazgos sofisticados, reinos e imperios. Muchas sociedades aborígenes americanas (sobre todo aquellas de la América tropical) se basaban en las nociones de comunidad, ayuda mutua y reciprocidad, y en fuertes lazos de parentesco. Eran sociedades con creencias religiosas complejas, con visiones del mundo simbólico, radicalmente distintas a las de los europeos. Y, en este sentido, estaban mal preparados para resistir el embate de una civilización altamente individualista y con una tecnología bélica superior.”[10]

 

Recordemos entonces que a lo largo de la conquista de América, los españoles se encontraron con tres grandes áreas o civilizaciones de distinto nivel de desarrollo desde el punto de vista artístico, cultural, organizativo, urbano y científico, a saber: Área mesoamericana: comprendía gran parte del actual México, Guatemala, Honduras y parte de Nicaragua. En todas estas regiones existieron rasgos comunes y manifestaciones culturales parecidas. Entre ellos se encuentran: las pirámides escalonadas; los patios recubiertos de estuco; los juegos de pelota; el sistema numérico vigésimal y los meses de veinte días; el doble calendario solar y litúrgico (el tonalpuhalli): los ciclos de 52 años; el cultivo del cacao en casi toda el área y también del maguey con el que fabricaban papel, y una escritura jeroglífica. Área circuncaribe: su centro de actividad estaba situado en las tierras del Caribe, las Antillas, los países meridionales de Mezo América y costas del Caribe de Colombia y Venezuela. Los principales elementos culturales de esta área eran: el trabajo del oro y la tumbaga; el cultivo de la mandioca; una común ausencia de construcciones de piedra y el trabajo artesanal de la madera. Eran altamente guerreros y de carácter nómada. Área andina: se extendió a lo largo de la Cordillera de los Andes, desde Colombia hasta el Norte de Chile y Argentina. En toda la región se practicó el culto a los muertos y la conservación de cadáveres en envoltorios y las tumbas en pozos; trabajan el cobre y el bronce; su sistema numérico se asentaba en un conjunto de nudos, el quipo, dispuesto de acuerdo con reglas precisas. Cultivaban la coca, la papa, el maíz.[11]

 

En Venezuela, como acertadamente lo recuerda Moreno Gómez: “(…) contrariamente a lo que sucedió en Perú y en México, no hubo un imperio incaico ni azteca (…) Lo cierto es que el indio venezolano está allí desde el Génesis y toma sus diferentes nombres según sus tribus u organizaciones primitivas, organizaciones ad hoc para su entorno, sus necesidades, sus aspiraciones y su comprensión del mundo y del universo al cual pertenecen. Hablan su propio idioma, que no es siempre el mismo entre todos los grupos según las regiones donde están establecidos. Tienen sus nombres propios, los cuales resultaron ser castellanizados…”[12]    

 

3.  Los negros

 

En lo concerniente al aporte sanguíneo africano al mestizaje americano, es conveniente recordar que en los tiempos de la colonización «al indígena americano casi se le exterminó porque “su pereza, su resistencia soberbia y su pensamiento profano” no producían beneficios importantes para Europa: como consecuencia de ello se recurrió al negro africano para explotar al máximo “su fortaleza animal y su escaso valor cívico”…»[13]

 

Por estas razones, vino a dar a América un importante contingente de negros que, en calidad de esclavos, llegaron al Nuevo Mundo para contribuir también, con su sangre primero y con su concepción del mundo después, a conformar el mestizaje americano. En este sentido, es conveniente recordar que las dos grandes procedencias del negro que llegó a América en condición de esclavo, se ubican en las regiones Sudán, al noroeste de África, y Bantú, al suroeste del mismo continente, de donde vendrían, respectivamente, los genéricamente denominados mandinga y  angola. 

 

España entra en el comercio esclavista en los tiempos de la conquista y colonización del Nuevo Mundo con el deseo de aumentar sus ingresos, participando en las ganancias que deparaba la trata de negros iniciada por los navegantes portugueses, quienes trajeron, primero a Lisboa, la metrópolis, y luego a América, esclavos provenientes de las famosas Costas de Guinea, Costa de Marfil, de Malagueta, de Oro, de los esclavos, y de una que fue menos conocida: la Costa de las Buenas Gentes, cuyos habitantes “parecen haber sido los únicos que se negaron a practicar el tráfico de esclavos.”[14]

 

En 1505, el Rey Fernando envió un pequeño número de esclavos negros a trabajar en las Minas de la Española, quienes respondieron muy bien a las exigencias de las fatigosas tareas, propiciando que, en 1510, se le encomendara a la Casa de Contratación de Sevilla el traslado de 200 nuevos negros con el objetivo de aliviarle el trabajo a los indígenas e incrementar las ganancias de la actividad minera para beneficio de la Corona Española. Después de esa fecha, sea a través de la figura de las Reales Cédulas Especiales o del Asiento de Negros, los españoles trajeron innumerables esclavos provenientes del África que se constituyeron en verdaderas Piezas de Indias.

 

Para que un negro del África fuese considerado Pieza de Indias y pudiese venir a América en calidad de esclavo, según el Archivo de Indias requería tener: “siete cuartas de alto, así fuesen ciegos, tuertos o tuviesen otros defectos que aminoren el valor de dichas piezas. Los negros o negras, o muchachos que no llegasen a la altura de siete cuartas, se han de medir, y reducirlo a ellas, para que esa medida se compute como Pieza de indias; de modo, que tantas piezas de indias harán cuantas siete cuartas montar en su altura”. Estas Piezas de Indias, provenientes especialmente del África Occidental, se mezclaron con el propio colonizador y con los indígenas para convertirse en uno de los componentes sanguíneos de esa trilogía que dio origen al mestizaje americano.

 

De conformidad con estos criterios fenotípicos pasaron al Nuevo Mundo más de once millones de esclavos provenientes de diversos confines del África Negra que, en la opinión de los viejos cronistas, viajeros, negreros y religiosos, tenían las siguientes características en atención a su proveniencia étnica:

 

«Los Congos propiamente dichos, son negros magníficos, robustos, duros a la fatiga y, sin contradicción, son los mejores de nuestras colonias.

 

Los Ashanti no son propensos al trabajo de la tierra, pero son excelentes para el trabajo doméstico, fieles a sus amos.

 

Los Arara (Ewe), fuertes, acostumbrados al trabajo y a las grandes fatigas. Aceptaban de buena gana la esclavitud, pues habían nacido en ella.

 

Los Ibos, propensos al suicidio al menor castigo.

 

Los Lucumies (yoruba), son un pueblo orgulloso y guerrero, al principio de su esclavitud son difíciles de manejar, pero después ceden a ella.

 

Los Carabelies (Efis) son perezosos y descuidados.

 

Los Angolas, dóciles y alegres, capaces de aprender oficios mecánicos.»[15]

 

De acuerdo con la investigación realizada por Jesús García[16], “en Venezuela la introducción de esclavos negros mediante licencias, asientos y otras formas legales comenzó alrededor de 1530. En 1543 se menciona la introducción por el Cabo de la Vela y desde 1561 hasta 1565 por las costas Borburata. En la Guaira desembarcaron esclavos a partir de 1580 y desde allí fueron distribuidos a diversas regiones del país principalmente a la provincia de Caracas, donde se concentró gran parte de la población negra llegada a Venezuela. Igualmente, hubo una alta entrada y concentración de esclavos negros en las ciudades de San Felipe, Coro y las Costas Orientales. En la provincia de Caracas, una numerosa población de negros esclavos fue instalada en la región de Barlovento para explotar el cultivo de cacao.”

 

Con la finalidad de aclarar con mayor precisión y en términos más contemporáneos, la relación entre sitio y etnia en el África actual, nos parece conveniente reproducir el cuadro comparativo que Jesús García ofrece en su ya citada obra África en Venezuela. Pieza de Indias.[17]

 

Lista de Topónimos y Etnónimos Africanos

 

 

 

Topónimos-región de África

 

Etnónimos

Angola – Angola

Mbundu, Imbangla, Congo

Mina – Ghana – Togo

Ashanti

Lucumí – Nigeria

Yoruba

Loango – Congo

Bavili

Tari – Togo

Ewe

Arara – Dahomey  (Benín)

Ewe – Fon

Gelofe – Senegal

Wolof

Nakenba – Cabinda – Angola

Bayombe

Cabinda – Angola

Bayombe – Bavili – Congo

Carabalí – Nigeria

Efik – Ibibio

Congo – Congo

Congo

Matamba – Angola

Mbundu – Imbangala

Enbuyla – Congo

Congo

Nago – Nigeria

Yoruba

 

Esa inconmensurable e indetenible mezcla de indios, blancos y negros dio origen a veintidós castas diferentes, embriones de nuevas e infinitas mixturas, de acuerdo con uno de los cronistas del Nuevo Mundo:

 

 

De español e india, mestizo.

De mestizo y español, castizo.

De castiza y español, español.

De española y negro, mulato.

De español y mulato, morisco.

De español y morisca, albino.

De español y albino, torna atrás.

De indio y torna atrás, lobo.

De lobo e india, zambayo.

De zambayo e india, cambujo.

De cambujo y mulata, albarazado.

De albarazado y mulata, barcino.

De barcino y mulata, coyote.

De coyote e india, chamizo.

De chamizo y mestiza, coyote mestizo.

De coyote y mestizo, allí te estás.

De lobo y china, jíbaro.

De cambujo e india, zambayo.

De zambayo y loba, calpamulato.

De calpamulato y cambuja, tente en el aire.

De tente en el aire y mulata, no te entiendo.

De no te entiendo e india, torna atrás.

 

En referencia a las voces o denominaciones de esta prolija y particular diferenciación étnica que se derivó del entrevero racial en la América Española, Juan Bautista Olaechea señala algunas características que merecen ser tomadas en consideración, y que a continuación citamos:

  Son voces derivadas y adaptadas en sentido traslaticio de raíces hispanas y en algunos casos de raíces indígenas, a veces de procedencia del reino animal.

 Son denominaciones surgidas de un origen popular, no científico. Nadie pensó en raíces griegas o latinas para expresar las diferentes categorías de mezclas y precisamente por ello se advierte la falta de coincidencia morfológica confusionismo semántico.

 La tercera característica es la copiosidad. Las posibilidades de mezcla conjugando las tres razas, india, europea y africana, son realmente amplias, y aún sin agotar del todo dichas posibilidades, se llegó a una minuciosidad analítica sorprendente.[18]

 

Para continuar abundando en voces y diferenciaciones, José Gumilla, por su parte, identifica, en su momento, las cuatro generaciones principales de mestizos: «de europeo e india sale mestiza (dos cuartos de cada parte), de europeo y mestiza sale cuarterona (cuarta parte de india), de cuarterona y europeo sale ochavona (octava parte de india) y de europeo y ochavona sale puchuela (enteramente blanca)…si la mestiza se casa con mestizo, la prole se llama vulgarmente “tente en el aire”, porque no es ni más ni menos que sus padres, y si la mestiza se casa con indio la prole se llama “salto atrás” porque en lugar de adelantar algo, se atrasa o vuelve atrás. »[19]

 

Igualmente, el historiador sueco Magnus Morner da cuenta del mestizaje sanguíneo americano, traduciéndolo en castas y diferenciando: españoles, criollos, mestizos legitimados, indios, mestizos no legitimados, mulatos, negros liberados, negros esclavos, y un sinnúmero de grupos étnicos abigarrados, difíciles de ubicar en una jerarquía social que en la etapa colonial se rigidizó, contrariando la natural inclinación al encuentro y al entrevero racial que la conquista española desde sus inicios, había generado.

 

Para 1567, es tan significativo el mestizaje, la indetenible miscegenación, en estas tierras de menos de un siglo de descubiertas, que el Licenciado Castro, desde Las Indias, le dirige una Carta al Rey, en la que expresa el temor que le invade por este  hecho racial que desbordó voluntades, prejuicios y preceptos: “Hay tantos mestizos en estos reinos, y nacen cada hora, que es menester que Vuestra Majestad mande enviar cédula que ningún mestizo ni mulato pueda traer arma alguna ni tener arcabuz en su poder, so pena de muerte, porque ésta es una gente que andando el tiempo ha de ser muy peligrosa y muy perniciosa en esta tierra…”

 

En el caso particular de nuestro país, en el ya citado Diccionario de Historia de Venezuela, en su Tomo 3, p.152, se constata que: “la rapidez y amplitud en la formación de la población mestiza se explican, por un lado, porque entre los españoles no existían trabas étnicas para cohabitar con personas de cualquier grupo racial y por otro, porque la conquista fue una empresa masculina en la que escasearon, por consiguiente, las mujeres blancas. El amancebamiento entre españoles e indias tuvo que ser frecuente, y de él surgieron los más importantes núcleos de mestizos venezolanos durante los siglos XVI y XVII. Este hecho comunicó a esa población la situación incómoda de un origen ilegítimo…”

 

Conviene recordar que nuestro mestizo por antonomasia, nuestro Garcilaso, el Inca, fue el conquistador Francisco Fajardo, hijo del español del mismo nombre y de Isabel, cacica guaiqeurí. Este mestizo hispanizado, producto del cruce de español con india, quien, además del idioma español dominaba varias lenguas amerindias, fue, a mediados del siglo XVI, uno de los protagonistas y artífices de la conquista de la zona norcentral de Venezuela.     

 

Para la época de la independencia de España, de acuerdo con datos suministrados por Eduardo Arcila Farias, en la Provincia de Caracas el 37.8 % de la población estaba constituida por pardos, término genérico utilizado para denominar el producto racial de la mezcla de negro con blanco, mientras que los blancos, incluyendo como blancos a los mestizos hispanizados, alcanzaban sólo

un cuarto de la población, el 25.6 %, el resto eran negros e indios.  

 

    II.      El mestizaje cultural

 

                                                            son los hijos de indios y blancos,

                                                             tan aptos o los han graduado por blancos,

                                                             o por muy cerca de esta clase.

                                                                                                  Francisco de Ibarra. 

                                                                                 Arzobispo de Caracas en 1805.

 

 

La especificidad de la América Hispana proviene del mestizaje y, en especial, del cultural, enfatiza una otra y vez Uslar Pietri. En efecto, para nuestro escritor: “el hecho cultural básico de la existencia de la América Latina es la confluencia, a partir del siglo XVI, de las tres corrientes de cultura, extrañas entre sí, que allí convergen para iniciar un complejo proceso de interpretación, mezcla y adaptación. Tres corrientes de distinto volumen, fuerza y extensión. La española que es la dominante y que establece la lengua, la creencia, el tono, la dirección superior y el modelo, y luego, en grado variable según las horas y los lugares, la india y la negra.”[20]

 

Este mestizaje, como lo hemos analizado, es el producto inicial y continuado de la mezcla de genes distintos, de las sangres diversas del blanco, del indio y del negro, pero es sobre todo, el resultado de la continua y variada fusión de “las tres culturas fundadoras que se han mezclado y se mezclan en todas las formas imaginables, desde el lenguaje y la alimentación, hasta el folklore y la creación artística. No escapa ni siquiera la religión; el catolicismo de las Indias nunca fue un mero transplante del español; en ceremonias, invocaciones y en la superstición popular se tiñó de la herencia de las otras dos culturas.”[21]

 

Cada cultura protagónica realizó su aporte a este entrevero americano, a este mestizaje cultural. El español trajo su particular visión de un mundo en tránsito, signado por la convivencia de concepciones propias del medioevo con las frescas y renovadas ideas del Renacimiento, y también por un catolicismo fanático y militante que marcó la vida de estos hombres, dándole un sello particular de culpa, pecado, penitencia e indulgencia. Ese español era aquel viejo católico de Castilla “heredero de una larga historia del encuentro de cristianos, moros y judíos.”

 

Aquel español que abruptamente se topa con un nuevo mundo desconocido y sin referencias, traía, sin embargo, muy dentro de sí, un cometido básico, una misión fundamental: reproducir una nueva España en las Indias que se tradujo en la creación de Nuevas Andalucías, Castillas, Cádiz, Toledos, Segovias, Extremaduras, al modo y usanza que le era propio.

 

En cumplimiento de este mandato inmanente, el español que llega a América intenta transplantar lo que conocía y lo que sabía hacer, arriba “con una estructura social y una concepción del mundo que venía de las más viejas fuentes del Mediterráneo. La ciudad, la casa, la familia (…) Todo lo más vetusto de Occidente llegó con ellos. Lo primero que hacían era aplicar una institución romana: establecer un cabildo, y dar un nombre del santoral católico a las nuevas tierras y las fundaciones.”[22]

 

Al igual que los españoles, los indígenas americanos, al momento de la conquista, tuvieron también un objetivo explícito, un propósito fundamental. En efecto, aquellas razas o etnias que habían alcanzado un grado de civilización elevado, intentaron preservar sus costumbres, recuperar su autonomía, defender su existencia como pueblo, lo que suponía, inevitablemente, expulsar al conquistador español, y mantener sin alteraciones el orden social, político y económico que les era propio, antes de la llegada de esos hombres barbudos y verriondos, que, a lomo de caballo y con la palabra última de la espada y el arcabuz, intentaron a toda costa cumplir, a su vez, con su propósito conquistador: transformar a la tierra descubierta y sin nombre en una Nueva España, y a sus indios en cristianos de Castilla, en labriegos del viejo continente, totalmente incorporados a las creencias, lengua, formas de hacer las cosas y concepciones de la vida de aquella España que quedó atrás, del otro lado de la mar océano. Como bien lo expresa Uslar: “la crónica de la población recoge los fallidos esfuerzos, los desesperados fracasos de esa tentativa imposible.”  

 

El propósito indígena de volver a ser libres, de recuperar la autonomía perdida y el señorío de su destino, ahora en manos de hombres blancos, del color del sol, venidos de allende los mares, se expresa con toda intensidad y emoción en un par de textos que, desde la perspectiva de las dos mayores civilizaciones aborígenes, concretaron la frustración por la conquista y la impotencia para recuperar su espacio, su futuro, su cultura, sus creencias.

 

En la tragedia del Fin de Atahualpa, constatamos este dolor de los vencidos:  

“Único señor, Atau Walpa;

         Inca mío,

el barbudo enemigo te encadena,

para acabar con tu existencia,

para usuparte tus dominios

         Inca mío,

El barbudo enemigo tiene

el corazón ansioso de oro y plata,

         Inca mío…

Tocó a su fin nuestra ventura,

la desdicha está con nosotros,

se ha ensombrecido nuestro día,

no hay más que llanto en nuestros ojos.

En adelante sólo la tristeza

se impondrá en nuestros corazones

y en medio de un desierto

nuestra existencia languidecerá…”  

Por su parte, en el Libro de los libros de Chilam Balam leemos:  

“Llegaron los dzules los extranjeros…

Los barbudos…los hijos del sol…

¡Ay! entristezcámonos porque llegaron!

Este “Dios Verdadero” que viene del cielo,

sólo de pecado hablará,

sólo de pecado será su enseñanza  

Inhumanos serán sus soldados, crueles sus mastínes, bravos.

¿Cuál será el…Profeta que entienda lo que ha de ocurrir a los pueblos de Mayapán?…”  

Se empeñan los conquistadores en convertir a los indios en labriegos de Castilla, sin tomar en cuenta el poder inmanente que también tenían las culturas aborígenes que, al igual que la española, poseían, en algunos casos, como la inca y la azteca, un alto nivel de desarrollo civilizatorio que en materia de arquitectura, danzas, artes, técnicas y de la propia organización del Estado era, en opinión del propio Uslar, “más eficaz, en muchos aspectos, que las guerreras e inestables monarquías europeas.”

 

Por más que lo intentaron, los españoles tampoco pudieron someter a los indios antillanos a una dinámica laboral absolutamente ajena a su idiosincrasia, transformándolos, de un día para el otro, en trabajadores, en campesinos o labriegos a la usanza europea. Nuestros aborígenes “literalmente pertenecían a otro mundo donde no había moneda, ni salario, ni capital, ni diferencia entre ocio y labor. Eran cazadores, recolectores, cultivadores de conuco, sin faena ni horario, sin sentido de acumulación ni de ahorro.”[23]

 

Españoles e indios se encuentran en un espacio que no era tierra baldía ni exclusivo ámbito físico deshabitado, sin contenido civilizatorio ni referencias culturales propias y  diferenciadoras.

 

Comienza desde el momento mismo del descubrimiento de América un proceso de intercambio y de fusiones que busca, de lado y lado, entender realidades ignotas, inéditas. Se descubren ambas civilizaciones, y de ese descubrimiento mutuo surgen las diferencias, aunque también los encuentros, “el mestizaje comenzó de inmediato por la lengua, por la cocina, por las costumbres. Entraron las nuevas palabras, los nuevos alimentos, los nuevos usos”, comenta nuestro escritor. En fin, como bien lo presume Uslar: “al día siguiente del descubrimiento, irremediablemente, el español no pudo seguir siendo el mismo que era, pero el indio americano tampoco. No hubo regreso para ninguno de los dos, se marcaron, se influyeron, se desnaturalizaron de un modo profundo. Este hecho ya por sí solo debía introducir un elemento de novedad y de cambio con respecto a lo que era el mundo español o a lo que había sido el mundo indígena antes de la llegada del español.”[24]

 

Constatación contundente de esta nueva manera de ser, de ese cambio inevitable que sufre el español al encontrarse con el indio y la civilización americana, lo constituye el surgimiento, ya no de una casta o mezcla sanguínea, sino de un nuevo prototipo de ser humano, de una nueva entidad socio-cultural: el Indiano. Denominación identificadora de ese hombre que por su encuentro con la América indígena “cambió de inmediato y tan cambió que comenzó por no ser semejante a los españoles que habían quedado en España.”[25]

 

Con la finalidad  de hacer más visible esta diferencia entre el indiano, es decir, el español radicado y proveniente de América, de los españoles de la Península, Uslar señala que éstos últimos “…veían con curiosa y no pocas veces burlona extrañeza los cambios de costumbres, carácter, maneras y hasta modos de hablar de los españoles que habían vivido en América o que habían nacido en América. Surgió la imagen, no pocas veces caricatural, del Antón Pirulero, del indiano, del criollo, con sus guacamayas y sus servidores indios y negros, con su arcaica y recargada manera de hablar, con su dispendiosidad y ostentación, con su tendencia al ocio y la divagación.”[26]

 

Indiano, pirulero, criollo, pasó entonces a llamarse ese español radicado o nacido en América, y en correspondencia, en el Nuevo Mundo se llamó chapetón, gachupín, a aquel otro español, ya no al indiano sino a aquel que venía a las tierras conquistadas por primera vez. Uno y otro eran españoles, pero, por efecto del mestizaje, no lo siguieron siendo.

 

Uslar Pietri insiste en que no sólo los españoles cambiaron, “los indios dejaron de ser lo que habían sido para entrar en un juego de valores distintos, con grandes dificultades de asimilación que abarcaban desde la lengua española y la religión hasta un nuevo concepto de la sociedad. Los negros, a su vez, que, después de los indígenas, constituyeron el más numeroso aflujo poblacional, trajeron con el aporte de su fuerza de trabajo muchas formas vivientes de culturas africanas, que penetraron y se extendieron con mucha fuerza y permanencia en el nuevo hecho americano.“[27] Por estas razones, nuestro escritor concluye que no se trata  como oficialmente se sostiene del encuentro de dos mundos, sino del “encuentro de tres situaciones humanas y culturales distintas a la de los españoles, la de los indígenas, que fue variando en la medida en que se entró en contacto con las grandes civilizaciones americanas, y la de la africana, que fue numerosa, continua y de inmensa influencia en el proceso de mestizaje cultural.”[28]

 

Este mestizaje dual, primario, del blanco con el indio, al que después vendría a sumarse el componente africano, es ilustrado por Uslar, recurriendo, en muy diversas ocasiones, a la figura del Inca Garcilaso, y más específicamente, nuestro escritor reconstruye como ha podido ser  la dinámica familiar en la casa del pequeño Gracilaso, hijo del capitán español Gracilaso de la Vega y de la princesa inca Isabel Chimpu Oello, ejemplo vivo de ese mestizaje sanguíneo que muy pronto, y en este caso, por efecto de la obra literaria del Inca Garcilaso, devino en cultural. Pero, dejemos que Uslar Pietri nos conduzca por la casa de los padres del mestizo americano por antonomasia, en aquel Cuzco conquistado por los españoles: “En un ala de la edificación estaba el capitán con sus compañeros, con sus frailes y sus escribanos, metidos en el viejo y agrietado pellejo de lo hispánico, y en la otra, opuesta, estaba la ñusta Isabel, con sus parientes incaicos, comentando en quechua el perdido esplendor de los viejos tiempos. El niño que iba a ser el Inca Garcilaso iba y venía de una a otra ala como la devanera que tejía la tela del nuevo destino.” Prosigue Uslar: “Los Comentarios Reales son el conmovedor esfuerzo de toma de conciencia del hombre nuevo en la nueva situación de América (…) Un libro semejante no lo podía escribir ni un castellano puro, ni un indio puro.”[29]

 

Parafraseando a Uslar, podríamos entonces decir que así como Dante, Cervantes o Shakespeare fueron la encarnación del mestizaje europeo, el Inca Garcilaso lo es del americano, como también lo confirma Luis Navarrete Orta, cuando sostiene que la concepción cosmogónica vertida en los Comentarios Reales  “…autoriza a considerar al  Inca Garcilaso no sólo como el prototipo del escritor representativo del mestizaje cultural y literario americano, sino como el autor de uno de los discursos impugnadores de mayor trascendencia y repercusión social en la cultura continental.”[30]

 

En lo concerniente a las manifestaciones del mestizaje cultural americano, además de la referencia al carácter dual de la escritura del Inca Garcilaso, quien “cuando viaja a España y viejo escribe sus Comentarios Reales, también los compone en dos partes superadas, la de los incas y la de los españoles, y las reúne en la dedicatoria a su madre, la princesa inca bautizada en la Iglesia”[31], Uslar identifica y analiza también otras expresiones ejemplificadoras y dicentes de ese fenómeno americano incontestable que examinaremos a continuación.

 

1.      El barroco americano

 

En América Latina el Barroco originario de Europa, a lo largo del proceso de afianzamiento cultural del continente fue adquiriendo expresiones propias y particulares tanto en el ámbito físico como en el literario. En efecto, las expresiones del Barroco americano, del Barroco de indias son originales,  innovadoras e identificatorias de nuestro mestizaje cultural, tal como lo veremos a continuación.

 

A. El barroco arquitectónico

 

En este orden de ideas, nuestro escritor argumenta que "todo el llamado barroco de indias no es sino el reflejo de ese mestizaje cultural que se hace por flujo aluvional y por lento acomodamiento en tres largos siglos. Se combinaron reminiscencias y rasgos del gótico, del románico y del plateresco, dentro de la gran capacidad de absorción del barroco.”[32]. En total coincidencia con esta apreciación de Uslar Pietri, el Marqués de Losaya expresa: “en el barroco, la América Virreinal encuentra su más adecuada expresión arquitectónica y crea tipos de poderosa originalidad y singular belleza, que no solamente superan a lo europeo contemporáneo, sino que a veces se proyectan sobre ello para reavivar la tradición fatigada y enriquecerla con nuevas aportaciones.”[33]

 

Recordemos que durante el Siglo XVI, comienzan a manifestarse en la arquitectura hispanoamericana características propias derivadas de la influencia de los frailes arquitectos y de la mano de obra indígena, que van distanciándola de las tendencias imperantes en la Península.

 

Como consecuencia de este proceso de hibridación y amalgama cultural, ya en el Siglo XVII la América Hispana había construido su propia concepción barroca, fruto del mestizaje, que acentuó lo típicamente americano, es decir, tanto lo criollo como lo prehispánico.

 

Excelentes representaciones del barroco americano y, en especial, de su arquitectura, elemento indiscutible de convergencia donde artistas (pintores, escultores, arquitectos) y artesanos (carpinteros, yeseros, albañiles, orfebres y decoradores, en general) concretaron esa particular visión de entender el arte y la vida que tenemos en toda la América Latina.

 

En México, contamos con magnificas edificaciones que encarnan esa expresión particular de nuestro mestizaje: La Catedral de México y, en especial, su portada, algunos de los Conventos de Monjas como los de San Agustín de México o el de Santa Teresa la nueva, cuyas portadas también son un ejemplo vivo del barroco de la América Hispana, la Iglesia de la Profesa de la Compañía de Jesús, Puebla de los Ángeles, las yeserias de Santo Domingo de Puebla y de Santo Domingo de Oaxaca. Todas estas obras datan del Siglo XVII, sin embargo, es durante el siglo siguiente, el XVIII, cuando se desarrolla el barroco mexicano con toda su fastuosidad para tomar el nombre de churrigueresco, derivado del apellido del arquitecto español don José de Churriguera. Este arte churrigueresco mexicano, en opinión de los estudiosos del arte hispánico como el sacerdote jesuita  Fernando Arellano “refleja el ambiente total de una época y se extiende a todas las formas de la vida, a la religiosidad, a las costumbres, al vestido, a la música, a la literatura, etc.…aunque es verdad que se vincula a las manifestaciones artísticas.”[34] Expresiones de este barroco renovado y enriquecido lo constituyen entre otras: La Basílica de Guadalupe, La Profesa de la Compañía de Jesús, La Iglesia de Taxco, El Sagrario de México.

 

En Guatemala, y particularmente, en La Antigua, considerada por el historiador Angulo[35] como la cuna de todo el arte centroamericano, ya que su historia monumental vale tanto para él como la de Florencia o Roma para el del Renacimiento, tenemos: La tercera Catedral, la Iglesia de la Merced, la Iglesia de San Francisco, el Colegio de Cristo crucificado de la Recolección, el Convento de la Concepción y la Universidad.

 

En Colombia, por su parte, se desarrolla también el llamado barroco neogranadino que se caracteriza a diferencia del mexicano, valga la contradicción, por su sencillez y mesura. Manifestaciones de este mestizaje en la arquitectura del Virreinato de Nueva Granada fueron El Convento de San Francisco, La Capilla del Rosario en Boyacá, Santa Clara de Tunja, La Iglesia de San Pedro en Cartagena de Indias y la Iglesia de la Compañía en Popayán.

 

Quito, en el actual Ecuador, tampoco escapa al barroco americano y su mejor representación, es sin duda, la Iglesia de la Compañía de Jesús, aunque también destacan otras iglesias y conventos. En el Perú, por su parte, se cuenta con el Convento de Santo Domingo, la Iglesia de San Francisco y el Convento e Iglesia de San Agustín con su célebre portada; la Iglesia de la Compañía de Jesús y de la Merced en el Cuzco, y algunas otras iglesias como la de Santo Domingo de Pomata en el Collao.

 

En lo concerniente a Venezuela, el barroco no afloró en toda su magnitud con obras relevantes como fue el caso de los grandes Virreinatos de Nueva España y Perú, y, en menor medida, en el de Nueva Granada. El sacerdote jesuita Arellano concluye que “Venezuela no pudo ofrecer entonces a los colonizadores las inmensas riquezas celosamente guardadas por la naturaleza para mejores tiempos. Un país aparentemente pobre no ofrecía tampoco un cuadro tan brillante y próspero como el de México y Lima. En Venezuela no abundaron las familias pudientes y linajudas capaces de levantar a sus expensas grandes iglesias y conventos. La misma Iglesia, los obispos y las órdenes religiosas, no disponían de medios suficientes para ponerse a la altura de los grandes edificios de México, Perú, Guatemala, Ecuador y Colombia. El mismo medio social, económico y religioso, hacía innecesario tamaños dispendios constructivos.”[35]

 

Estos hechos societales fundamentales e innegables, unidos al efecto devastador de los terremotos, a las demoliciones, y a la rapiña efectuada en nuestras iglesias por expertos en el arte colonial y por otros pillos ignorantes, incidieron en que, con una que otra excepción, sólo se conserven ciertos elementos de nuestra arquitectura criolla (más que barroca) en algunas iglesias de Caracas (La Candelaria, Altagracia, Las Mercedes) y del interior del país (La Concepción del Tocuyo), y en ciertas fachadas de templos como la Catedral de Caracas.

 

En fin, citando una vez más a Uslar Pietri en relación con el barroco americano, con esa manifestación arquitectónica de nuestro ser híbrido: “se podría hacer el largo y ejemplar itinerario de los monumentos plásticos del mestizaje: desde la iglesia de San Vicente del Cuzco hasta el santuario de Ocotlán en México, pasando por las viejas casas de Buenos Aires, por las capillas de Ouro Preto, por las espadañas de las iglesias de aldea en Chillán, en Arequipa, en Popayán, o en Antigua (…)Todo un mundo de superstición terrígena convivía con el escueto catecismo de los misioneros.”[36]

 

B. El barroco literario

 

Pero el barroco americano no tuvo su expresión exclusivamente en el ámbito arquitectónico, constructivo o decorativo, la literatura del continente, las letras americanas más contemporáneas, también han tenido una expresión del mismo signo hibrido que se concretó y desarrolló siglos atrás en catedrales, iglesias y templos a lo ancho y lo largo de la América Hispana. En efecto, de acuerdo con la opinión del investigador Alfredo Canedo recogida en artículo publicado en la WEB www.google.com: “En el bajo siglo XIX la literatura hispanoamericana, intercalada con personajes y situaciones de la Europa culta, esbozaba cierto desinterés en cuestiones sociales. Pero así como ninguna literatura se encuentra petrificada en el tiempo, el paso siguiente fue por medios barrocos de imponerse temarios sobre las ‘savias locales’, circunstancias étnicas, sociales, económicas y climatológicas en prosa imaginaria, mítica e irónica, mezcla de pasado y presente con futuro, razón con sinrazón, fantasía con realidad, locura con lógica, mito con historia y vigilia con sueño. Así, innovadora, desafiante y desatadamente orgullosa de misterios, mitos y símbolos hispanoamericanos, estéticamente adornada con agradables metáforas, sobreabundancia de erotismo y ofuscantes signos esotéricos a fin de traer a primer plano bellas ilusiones e ironías en objetos y paisajes. Barroco en cuidado de lo hispano indígena e hispanonegroide, del mundo físico con imágenes pomposas y visuales, que en muchas ocasiones ha servido para la flexibilidad y soltura de la lengua castellana; innato carácter orgullosamente abierto a toda contaminación beneficiosa y con las mismas cualidades del discurso poético, que por no entendido así fue causa de discusión y hasta de rechazo en ámbitos de la ‘literatura de nuestros días. “

 

De esta forma, asistimos, lenta y progresivamente, a la emergencia de una literatura barroca latinoamericana, cuya máxima expresión la encontramos en la obra del escritor cubano Alejo Carpentier, quien nació en La Habana el 26 de diciembre de 1904, hijo de un arquitecto francés y de una cubana de refinada educación. Estudió los primeros años en La Habana y a la edad de doce años, se trasladó con su familia a París durante varios años, donde se inició en los estudios musicales con su madre, desarrollando una intensa vocación musical. De regreso a Cuba, comenzó a estudiar arquitectura, pero no culminó la carrera. Empezó a trabajar como periodista y a militar en movimientos políticos de izquierda. Fue encarcelado y a su salida de prisión se exilió en Francia. Volvió luego a Cuba donde trabajó en la radio y llevó a cabo importantes investigaciones sobre la música popular cubana. Viajó por México y Haití donde se interesó por las revueltas de los esclavos del siglo XVIII.  En 1945 se traslado a Caracas y no volvió a Cuba hasta 1956, año en el que se produjo el triunfo de la Revolución encabezada por Fidel Castro. Desempeñó diversos cargos diplomáticos para el gobierno revolucionario cubano, murió en 1980 en París, donde era para el momento embajador de Cuba.

 

La obra narrativa de Alejo Carpentier se encuentra muy influenciada por dos elementos característicos: la historia – a pesar de que sus novelas no son históricas en el sentido estricto del término – y su conocimiento y pasión por la música. De acuerdo con el crítico Joaquín Marco: "el autor cubano construye sus relatos como una búsqueda del sentido de la historia. “ Esta búsqueda se manifiesta de manera diversa y significativa en las siguientes novelas de Carpentier:  

  El reino de este mundo (1949), en la que el escritor se vale de los hechos y acontecimientos acontecidos en Francia antes y después de la Revolución Francesa. La trama se desarrolla en Haití y se basa en el conflicto por la libertad entre blancos y negros, entre opresores y oprimidos.

  El siglo de las luces (1962), considerada su mejor novela, se sustenta en la biografía del revolucionario francés Víctor Hugues, quien trajo a la Guadalupe francesa las ideas de libertad, igualdad y fraternidad así como el instrumento para hacerla posible: la guillotina.

  Los pasos perdidos (1953), en la que Carpentier narra la historia de un personaje masculino que abandona a su esposa y a su amante para internarse en la selva en busca de la primera mujer.

  El recurso del método (1974), novela en la cual el escritor cubano se suma a otros novelistas del continente - Roa Bastos, García Márquez,  Vargas Llosa después - para darnos su peculiar visión de un ilustrado dictador latinoamericano.

  La consagración de la primavera (1978), es un intento literario de reconstrucción histórica que tiene su inicio en medio del fragor de la Guerra Civil española y concluye con la frustrada intervención americana en  Bahía de Cochinos, en Cuba.

C. El barroco musical

La música colonial americana comprende el período artístico que se desarrolló  entre los siglos XVI y XIX. Musicalmente corresponde a la finalización del Renacimiento y, principalmente, al Barroco europeo. De acuerdo con los comentarios de los críticos y estudiosos de este periodo musical, muchos fueron los músicos que vinieron de Europa para instalarse en las capitales de los virreinatos españoles en América.  Progresivamente se agrandó la brecha cultural existente entre los dos continentes, y, muy temprano, comenzaron a destacarse músicos americanos, criollos y aborígenes, cuyas composiciones musicales fueron escritas en sus idiomas amerindios originales, en especial en quechua y en náhuatl.

Innumerables partituras de este singular periodo musical americano se perdieron a partir de 1567, por efecto de la expulsión de los sacerdotes jesuitas del continente americano bajo dominio español.  Si a este hecho,  ya de por si significativo,  añadimos la orden emitida para la anulación de la Compañía de Jesús en Italia por el Papa Clemente XVI, cinco años después de su expulsión de la América Española, podremos apreciar la magnitud del daño causado al patrimonio barroco americano.

El proceso de independencia de América del imperio español también tuvo su influencia negativa en la música barroca americana, en la medida en que la libertad americana se acompañó de una negación de lo ibérico y sus expresiones en América y de un acercamiento a las culturas y formas de pensar de los nuevos países hegemónicos, en especial, Francia e Inglaterra.

Solamente, muchas décadas después, luego de la Segunda Guerra Mundial fue que se comenzaron a estudiar e interpretar obras musicales de nuestro período barroco americano. De esta forma, lentamente fueron descubiertas y reestrenadas las excelentes producciones de Juan de Araujo, de Domenico Zipoli, José Antonio Nunes Garcia y tantos otros compositores barrocos de la América hispana sumidos en el olvido.

Recordemos que, en general, en toda la América española los músicos eclesiásticos se subordinaron a los obispados. Sin embargo, en América del Sur, y más específicamente en el norte argentino y en los países limítrofes (Brasil, Paraguay y Bolivia), los sacerdotes jesuitas fundaron las reducciones, donde además de  los oficios y destrezas artesanales, también  transmitieron  la cultura europea a los nativos americanos. En estas reducciones jesuitas  había tal cantidad y calidad de expresiones culturales que los historiadores de la época las comparaban con las mejores del mundo europeo.

De esta forma, el Barroco americano con sus decididas y particulares expresiones en la arquitectura, la literatura, la música, en la imaginería y en las llamadas artes menores, pasa a constituirse en el producto más dicente y significativo de nuestro mestizaje cultural, a tal punto que uno de sus más destacados estudiosos, Bernardino Bravo Lira, afirma que el Barroco es para Hispanoamérica lo que el Románico fue para Europa.

 

En esclarecedoras palabras del citado autor: " En la época del Barroco culmina, por así decirlo, la empresa fundacional iniciada por la conquista. En una primera fase, la conquista sentó los fundamentos de las principales nacionalidades indianas. En una segunda fase, la organización gubernativa y eclesiástica trazó los marcos territoriales e institucionales dentro de los cuales se forjó cada una de estas nacionalidades. Hasta que finalmente este proceso de surgimiento de nuevas nacionalidades alcanzó su plenitud en una tercera fase, con el despuntar de la personalidad colectiva a través de las grandes creaciones del Barroco (…) Por eso los autores y artistas de esta época son y deben ser mirados como los iniciadores de la literatura y el arte hispanoamericano.”[37] 

 

2. El modernismo latinoamericano

 

Para Uslar Pietri, el modernismo latinoamericano es la más visible muestra de combinación e impureza que caracteriza a nuestro mestizaje cultural. En efecto, según nuestro ensayista, “los hombres que dieron el paso inicial para romper con el pasado y la tradición literaria: Darío, Silva, Gutiérrez Nájera, Casal, Herrera y Reisig, Lugones, etc, pretendían romper amarras con lo hispanoamericano para incorporarse en cuerpo y alma a una cierta zona y hora de la literatura de Europa. Habían recibido noticia de los decadentistas, de los parnasianos y simbolistas franceses… Todo el decorado, todas las innovaciones métricas vinieron en ellos a yuxtaponerse sobre su impuro romanticismo americanizado, sobre sus reliquias y atisbos de la vieja poesía castellana…”[38]

 

Los responsables y las fechas acerca del nacimiento del modernismo varían de acuerdo con el criterio de la crítica. Para algunos, como Silva Castro, este movimiento literario se inicia con la publicación de Azul de Rubén Darío en 1886. Para otros, como Iván Schulman, el modernismo es un poco anterior al propio Rubén Darío, y se inicia alrededor de 1875 con una primera generación modernista compuesta por autores fundamentalmente prosistas, entre los que incluye a Martí, a Gutiérrez Nájera, a José Asunción Silva y a Julián del Casal.

 

La prosa que da inicio al modernismo se caracteriza “por un peculiar cuidado del ritmo y la musicalidad del lenguaje. Por voluntad artística se aproximará a la poesía. Por ello se cultivará, durante el período modernista, el poema en prosa o la prosa poética.”[39]

 

La poesía modernista, por su parte, muestra los siguientes rasgos distintivos “renovación métrica, renovación en el vocabulario poético, esteticismo, exotismo, idealización del siglo XVIII, introducción de un nuevo tipo femenino, epicureismo, exaltación de la Grecia Clásica.”[40]

 

En general, los autores y críticos coinciden en que el Modernismo, como movimiento literario, se caracterizó de acuerdo con los siguientes elementos o rasgos diferenciadores:

 

Amplia libertad creadora.

Sentido aristocrático del arte: rechazo de la vulgaridad.

Perfección formal.

Cosmopolitismo: el poeta se considera como ciudadano del mundo, está por encima de la realidad cotidiana.

Disposición intelectual hacia  todo lo nuevo.

Correlación con otras manifestaciones artísticas y expresiones de la creación humana (aproximación de la literatura a la pintura, la música, la escultura).

Gusto por los temas exquisitos,  pintorescos, decorativos y exóticos: la mitología, la Grecia antigua, el Lejano Oriente, la Edad Media, entre otros.

Práctica del impresionismo descriptivo (descripción de las impresiones o emociones que causan las cosas y no las cosas en sí mismas).

Renovación de los recursos expresivos: supresión de vocablos gastados por el uso; inclusión de vocablos musicales y de uso poco frecuente; simplificación de la sintaxis; aprovechamiento y primacía de las imágenes visuales.

Renovación de la versificación; se le otorgó mayor flexibilidad al soneto. Se dio preferencia a la versificación irregular, el verso libre y a la libertad estrófica que dieron a la poesía variedades y expresiones desconocidas

 

Rubén Darío, seudónimo de Félix Rubén García Sarmiento (1867 – 1916), originario de Nicaragua, se erige en el escritor modernista por antonomasia; su influencia en las letras hispanas y universales es ampliamente reconocida entre otros por Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado. El poeta promueve una estética ácrata que debe traducirse en un modus vivendi, en una nueva forma de vida, expresada en un “idealismo literario, en el papel aristocrático que otorgan a las tareas intelectuales –y especialmente a las artísticas–, en su bohemia más o menos manifiesta y en la preocupación por la obra bien hecha.”[41]

 

El carácter aluvional del mestizaje cultural americano y su capacidad para renovarse e integrar nuevas dimensiones, puede ser apreciado en toda su intensidad en la obra de Rubén Darío, quien en el prólogo a su libro Prosas Profanas, lega una excelente reflexión acerca de sus orígenes diversos y su formación plural que es la esencia su innovadora y desconcertante poesía, para influenciar significativamente el quehacer literario de comienzos del Siglo XX. El poeta se interroga y se responde acerca de su carácter mestizo y sobre sus influencias: « ¿Hay en mí sangre alguna gota de sangre de África, o de indio Chorotega o Neogranadino? Pudiere ser, a despecho de mis manos de marqués (…) El abuelo español de barba blanca me señala una serie de retratos ilustres: “Este  -me dice- es el gran Don Miguel de Cervantes Saavedra, genio y manco; éste es Lope de Vega, éste Gracilaso, éste Quintana”.  Yo le pregunto por el noble Gracián, por Teresa la Santa, por el bravo Góngora y, el más fuerte de todos, don Francisco de Quevedo y Villegas. Después exclamo: “¡Shakespeare! ¡Hugo…!” ( en mi interior: “¡Verlaine”! Luego, al despedirme: Abuelo, preciso es decírselo: mi esposa es de mi tierra, mi querida, de París».

 

Mucha razón tiene Uslar Pietri cuando afirma que “el modernismo no es un episodio aislado, su voluntad de mezcla y de incorporación aluvional sigue activa en el desarrollo de la literatura de la América Hispana”. En efecto, años más tarde, Nicolás Guillén, otro poeta, bien lejos y alejado del modernismo, también expresa en su poema El apellido ese mestizaje constitutivo y fundamental al que también se refirió Darío: “Desde la escuela / y aún antes (…) Desde el alba, cuando apenas /  era una brizna, yo de sueño y llanto, / desde entonces, / me dijeron mi nombre. Un santo y seña / para poder hablar con las estrellas. / Tu té llamas, te llamarás…/ Y luego me entregaron / esto que veis escrito en mi tarjeta, / esto que pongo al pie de mis poemas: / las  trece letras / que llevo a cuestas por la calle, / que siempre van conmigo a todas partes. / ¿Es mi nombre, estáis ciertos? / ¿Tenéis todas mis señas? / (…) / ¿Toda mi piel (debí decir), / toda mi piel viene de aquella estatua / de mármol español? (…) / ¿Estáis seguros? / ¿No hay nada más que eso que habéis escrito? / eso que habéis sellado / con un sello de cólera? / (¡OH, debí haber preguntado!) / y bien, ahora os pregunto: / ¿No veis tambores en mis ojos? / ¿No veis estos tambores densos y golpeados / con dos lágrimas secas? / ¿No tengo acaso / un abuelo nocturno / con una gran marca negra /  (más negra todavía que la piel), / una gran marca hecha de un latigazo? / ¿No tengo pues / un abuelo mandinga, congo, dahomeyano?/…”

 

Uslar nos recuerda que este mestizaje cultural aluvional y extendido también se encuentra presente en muchos otros autores de nuestra literatura: en Gallegos, Guiraldes, Rivera, Azuela; en la poesía de Gabriela Mistral, “trémula confluencia de tiempos y modos”; en el barroquismo americano de Carpentier y Asturias que se alimenta “con elementos románticos, con sabiduría surrealista y con la atracción por la magia de los pueblos primitivos”. La voracidad transformadora y caótica de Neruda tiene también sus raíces en nuestro entrevero civilizatorio, al igual que Jorge Luis Borges, quien en opinión de nuestro escritor, “es el más refinado manipulador de la vocación y de los elementos de nuestro mestizaje cultural.”

 

3. El realismo mágico y lo real maravilloso

 

Sumido en las añoranzas de una juventud privilegiada, vivida en Paris en compañía de entrañables amigos como lo fueron Miguel Ángel Asturias y Alejo Carpentier, Uslar Pietri rememora el origen del término realismo mágico aplicado a la narrativa latinoamericana, esa otra manifestación de nuestro mestizaje cultural. Sin embargo, para entender mejor lo que implica esta denominación, es menester recorrer y recordar con nuestro escritor la sorpresa que significó para el conquistador español la desmesura, la irrealidad, la fantasía implícita en esas Indias Occidentales, en este Nuevo Mundo, que, por accidente, azar, fortunas, vinieron a trastocar el imago mundi de unos europeos que tenían una concepción firme y sin sorpresas del ecumene: “América fue un hecho de extraordinaria novedad. Para advertirlo, basta leer el incrédulo asombro de los antiguos cronistas ante la desproporcionada magnitud del escenario geográfico. Frente aquel inmenso rebaño de cordilleras nevadas, ante los enormes ríos que les parecieron mares de agua dulce, ante las ilimitadas llanuras que hacían horizonte como el océano, en las impenetrables densidades selváticas en las que cabían todos los reinos de la cristiandad, se sintieron en presencia de otro mundo para el que no tenían parangón.”[42]

 

Esta cita puede permitirnos entender con mayor propiedad el término realismo mágico, que, al decir del propio Uslar, fue acuñado por él mismo, rescatándolo “del oscuro caldo del subconsciente. Por el final de los años veinte yo había leído un breve estudio del crítico de arte alemán Franz Roh sobre la pintura postexpresionista europea, que llevaba el titulo de Realismo Mágico. Ya no me acordaba del lejano libro, pero algún oscuro mecanismo de la mente me lo hizo surgir espontáneamente en el momento en que trataba de buscar un nombre para aquella nueva forma de narrativa.”[43]

 

De esta forma, el término realismo mágico comienza a ser utilizado por la crítica literaria para denominar una manera de narrar, una forma de transmitir una realidad real, valga la redundancia, que es en sí misma percibida, contada como si fuera mágica. Uslar asevera que en la narrativa latinoamericana, el realismo mágico “no es una fantasía superpuesta a la realidad, o sustituta de la realidad: (…) En los latinoamericanos se trataba de un realismo peculiar, no se abandonaba la realidad, no se prescindía de ella, no se la mezclaba con hechos y personificaciones mágicas, sino que se pretendía reflejar un fenómeno existente pero extraordinario…” [44]

 

Realismo mágico, fiel expresión de un mestizaje cultural que como se narra en  la novela Cien Años de Soledad, es el producto de “un acertado empleo de diversos recursos de la literatura culta y popular y de un lenguaje intuitivo y evocador”, en la opinión del ya citado Joaquín Marco.

 

Disfrutemos de esta expresión del mestizaje cultural en la imaginación del propio García Márquez, quien incorpora a sus Cien Años de Soledad, imágenes y parajes de una América que sorprendería por igual a los españoles de la conquista y a nuestros contemporáneos: “…Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas difusas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombres, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo…”

 

Con acertada razón, Uslar Pietri insiste y confirma estas imágenes de García Márquez, en las que “el mundo criollo está lleno de magia en el sentido de lo inhabitual y lo extraño. La recuperación plena de esa realidad fue el hecho fundamental que le ha dado a la literatura hispanoamericana su originalidad y el reconocimiento mundial. Por mucho tiempo no hubo nombre para designar esa nueva manera creadora, se trató, no pocas veces, de asimilarla a alguna tendencia francesa o inglesa, pero, evidentemente, era otra cosa” (el surrealismo, acotamos nosotros).

 

En efecto, lo que pretendieron los escritores latinoamericanos con el realismo mágico “…era completamente distinto. No querían hacer juegos insólitos con los objetos y las palabras de la tribu, sino, por el contrario, revelar, descubrir, expresar en toda su plenitud inusitada esa realidad casi desconocida y casi alucinatoria que era la de América Latina para penetrar el gran misterio creador del mestizaje cultural.”[45]

 

En lo que se refiere a lo Real Maravilloso, la crítica literaria reconoce al escritor cubano Alejo Carpentier como el responsable de la autoría del término, el propio novelista lo expresa diafanamente en uno de sus ensayos: “Esto se me hizo particularmente evidente durante mi permanencia en Haití, al hallarme en contacto cotidiano con algo que podríamos llamar lo real maravilloso. Pisa­ba yo una tierra donde millares de hombres ansiosos de libertad creyeron en los poderes licantrópicos de Mackan­dal, a punto de que esa fe colectiva produjera un milagro el día de su ejecución. Conocía ya la historia prodigiosa de Bouckman, el iniciado jamaiquino. Había estado en la Ciudadela La Ferrière, obra sin antecedentes arquitectó­nicos, únicamente anunciada por las Prisiones imagina­rias del Piranesi. Había respirado la atmósfera creada por Henri Cristophe, monarca de increíbles empeños, mu­cho más sorprendente que todos los reyes crueles inven­tados por los surrealistas, muy afectos a tiranías imagi­narias, aunque no padecidas. A cada paso hallaba lo real maravilloso. Pero pensaba, además, que esa presencia y vigencia de lo real maravilloso no era privilegio único do Haití, sino patrimonio de la América entera, donde to­davía no se ha terminado de establecer, por ejemplo, un recuento de cosmogonías. Lo real maravilloso se encuen­tra a cada paso en las vidas de hombres que inscribieron fechas en la historia del continente y dejaron apellidos aún llevados: desde los buscadores de la fuente de la eterna juventud, de la áurea ciudad de Manoa, hasta ciertos re­beldes de la primera hora o ciertos héroes modernos de nuestras guerras de independencia de tan mitológica traza como la coronel Juana de Azurduy. Siempre me ha parecido significativo el hecho de que, en 1780, unos cuerdos españoles, salidos de Angostura, se lanzaron to­davía a la busca de El Dorado, y que en días de la Re­volución Francesa —¡vivan la Razón y el Ser Supremo!—, el compostelano Francisco Menéndez anduviera por tierras de Patagonia buscando la ciudad encantada de los Césares. Enfocando otro aspecto de la cuestión, veríamos que, así como en Europa occidental el folklore danzario, por ejemplo, ha perdido todo carácter mágico o invocatorio, rara es la danza colectiva, en América, que no encierre un hondo sentido ritual, creándose en torno a él todo un proceso inicíaco: tal los bailes de la santería cu­bana, o la prodigiosa versión negroide de la fiesta del Cor­pus, que aún puede verse en el pueblo de San Francisco de Yare, en Venezuela…”[46]

 

En una selecta y bien documentada selección de textos sobre lo real maravilloso en América, Mario Germán Romero confirma la plural y múltiple sorpresa que experimentaron los nuevos y en especial los viejos escritores , y concluye que: "entre los que vinieron a descubrir un mundo nuevo, no faltaron letrados que conocían algo de la literatura clásica, de la novela medieval (…) Creen haber visto hombres con pie de cabra, con cola, con un solo ojo en la frente (…) Sí el paisaje es edénico, la fauna y la flora guardan la debida proporción con el medio ambiente: Animales con rostro de hombre, sapos del tamaño de una silla, gotas de agua que crían sapos y que en otras partes se convierten en pulgas; árboles que también son animales: hojas que caminan, flores que se transforman en mariposas, son apenas una muestra de ese mundo maravilloso que no acaban de admirar. “[47]

 

En fin, no creemos que en relación con este inagotable tema del realismo mágico o de lo real maravilloso haya algo más que decir en adición a los hechos y realidades que otros hombres de diferentes siglos y circunstancias escribieron, narraron y contaron, creyendo haberlos visto con ojos distintos a los de la imaginación.   

 

4. El sincretismo religioso  

 

A ese inmenso, complejo e indetenible crisol en el que se fraguó el mestizaje latinoamericano, cada raza además de aportar su fenotipia, sus genes, su sangre, incorporó también su particular cosmogonía, su especial cosmovisión, sus peculiares creencias y expresiones religiosas, las que mezcladas, produjeron renovadas concepciones religiosas, nuevas visiones para entender al mundo, a Dios y a los semejantes. De esta forma, el sincretismo religioso imperante en América Latina, es decir, el producto de la mezcla, de la combinación de religiones precedentes, puede también ser considerado como una de las manifestaciones relevantes de nuestro mestizaje cultural.

 

Este sincretismo religioso comienza a gestarse desde el mismo momento de la conquista, cuando unos hombres que traían a su Dios en sus convicciones  y en cuatro carabelas, se encontraron con otros dioses distintos, profanos y con una religiosidad aborigen que no tenía nada que ver con los ritos, iconos, símbolos y creencias de una cristiandad que tanto había costado consolidar, y que ahora, frente a estos infieles ignorantes, desasistidos, relegados, ignorados, había que defender, difundir y catequizar. Como lo expresa el propio Uslar: “más allá de las realidades físicas, de las armas, de los caballos, el arte de la guerra y la viruela, estaba el choque de los espíritus. Lo que se abre de inmediato es el conflicto religioso que todo lo va a dominar y determinar. No la guerra de los hombres, que podía encontrar muchas formas de acomodo, sino la guerra de los dioses que no admite tregua.”[48]

 

Comienza entonces un largo proceso de transculturación religiosa; los españoles se encuentran convencidos de que deben realizar una labor no sólo de conquista, sino también de evangelización, debían catequizar a los infieles del Nuevo Mundo, imponerles las creencias y enseñarles a adorar un mismo Dios, aquel, Cristo el Redentor, que los conquistadores trajeron en sus navíos, pero sobre todo, en sus corazones. La Iglesia se suma a este proceso; a los soldados españoles les corresponde la conquista territorial, a los frailes la espiritual.

 

En efecto, como bien lo subraya Uslar, refiriéndose a la conquista de México: “apenas asegurada la dominación militar llega la otra expedición, la más ambiciosa y temeraria, la de los doce frailes franciscanos que van acometer la impensable tarea de hacer cristiano el imperio de Moctezuma. Los atónitos aztecas vieron a Cortés, en medio de todo su aparato conquistador victorioso, ponerse de rodillas para recibir a los doce pobrecitos de Cristo.”[49]

 

Mientras los soldados conquistadores derribaban los templos paganos, y se procedía a construir sobre sus bases y paredes las primeras Iglesias del Nuevo Mundo, los frailes se dedicaban a efectuar la tarea evangelizadora. Pedro Borges realizó una sistematización de los procedimientos misionales utilizados en el Nuevo Mundo, distinguiendo: “1) los métodos propedéuticos, tendentes a preparar al futuro cristiano para la asimilación de los contenidos doctrinales. Aquí, el misionero partía de un estudio de la cultura y la psicología de los hombres a evangelizar con el fin de seleccionar los métodos. Paralelamente se trataba de conquistar su benevolencia (…) El siguiente paso solía consistir en una presentación del cristianismo como religión de elevado contenido moral y de ritual fastuoso o pleno de sentido, aprovechando en esta tarea la similitud con las propias creencias autóctonas. Esta fase implicaba una modelación individual y familiar del indio y facilitaba la integración en los esquemas sociales impuestos por los españoles. 2) los métodos persuasivos atacaban frontalmente, desde el punto de vista doctrinal las idolatrías y aludían ya al cristianismo como religión salvífica. El misionero solía ayudarse de procedimientos verticales o de autoridad que comenzaban por su propio ejemplo de vida y concluía en un cuidado extremo en el adoctrinamiento de los caciques y sus familias. “[50]

 

Así, en lo que concierne a los indios, el sincretismo religioso permitió que los ídolos autóctonos (las fuentes, los árboles, las piedras sagradas, los astros) se sumarán también al estructurado y riguroso compendio y repertorio de vírgenes, santos, preceptos, ritos y de tres personas en un mismo Dios, que los frailes y misioneros españoles se encargaron de difundir, de catequizar, sin que pudiesen impedir que todas sus enseñanzas se fusionaran con las creencias propias y ancestrales de los aborígenes para producir un cristianismo particular. Como lo aprecia Uslar: “desde ese momento quedaba abierto el camino para que Juan Diego tropezará un día con la Virgen de Guadalupe, con aquella María Tonantzin que reunía en su seno la fuerza creadora de las viejas creencias para servir de base a una nueva realidad espiritual. “[51] Recordemos que en la cultura azteca existía una estrechísima relación entre las diosas madres. La deidad femenina Tonantzin designaba a la gran diosa Madre-Tierra: Coatlicue o Cihuacóatl. Esta diosa autóctona era venerada en un santuario ubicado en Tepayac, al norte de ciudad de México. Muy pronto, los franciscanos decidieron suplantar ese santuario pagano por una ermita cristiana, dedicada ahora a la adoración de una virgen católica, la de Guadalupe de Extremadura, en cuya devoción militaba el propio Hernán Cortés. Virgen de Guadalupe que, sin embargo, lo que hizo fue complementar el arraigado y no extinto culto indígena a la madre tierra: Tonantzin, generando, en una ignorada complicidad, una religiosidad mixta, híbrida, sincrética.

 

Este sincretismo religioso se enriquece y se complejiza con la introducción de los negros provenientes del África, quienes llegaron para trabajar como esclavos en las nuevas tierras conquistadas por los españoles. Uslar confirma que “en menos de un siglo los españoles, los indígenas y los africanos se hacen hermanos en Cristo y descendientes espirituales, de Abraham, de Moisés y de los Padres de la Iglesia”.

 

Los africanos también realizan su aporte a este proceso sincrético que produjo una religiosidad peculiar, con usanzas, simbologías, ritos, similitudes y analogías entre los santos y vírgenes cristianos  y los orishas que estos esclavos africanos trajeron bien dentro de sí, en sus almas, en aquello que va más del cuerpo, para protegerlos del látigo del amo blanco y de la palabra catequizadora de los misioneros católicos. Estos africanos y, muy especialmente los del país Yoruba, practicaban ritos ancestrales y tenían una religiosidad mucho más acendrada, interiorizada, que las demás etnias que vinieron del África a América.

 

Sobre la base de las creencias religiosas aportadas por estos africanos, en la América Latina y caribeña, se produce un sincretismo de analogías y semejanzas entre dioses de distinto cuño y proveniencia que luego tendrán una misma y única significación. En este sentido, Jesús García[52] nos recuerda que “en América, Shangó legitimó su jerarquía en las diferentes regiones donde fue introducido. Lo mismo harían Ochum, Ochosi, Yemayá, Obatalá, y otros Orishas que llegaron dispersos desde los diferentes pueblos yoruba y aquí en América lograrían articularse y ganar esa coherencia jerárquica con las mismas características ancestrales”. García nos ofrece, igualmente, un cuadro comparativo que muestra como en tres países de América (Brasil, Cuba y Trinidad), lograron sobrevivir y permanecer algunos de los orishas que los africanos trajeron consigo para concretar su aporte indiscutible al sincretismo religioso americano.  

 

Países

 

 Nombre de

 los  Orishas

 

 Características del Orisha

Brasil

Cuba

Trinidad

 

Shangó

 

Dios del trueno,

los tambores y la sexualidad

Brasil

Cuba

Trinidad

 

Oshum

 

Divinidad de las aguas dulces

Brasil

Cuba

Trinidad

 

Ogum

 

Hermano de Shangó, dios del hierro y de la guerra

 

Brasil

Cuba

Trinidad

 

Obatalá

 

Dios de los cielos

 

Brasil

Cuba

Trinidad

 

Yemayá

 

Divinidad del mar

 

Brasil

Cuba

Trinidad

 

Ochosi

 

Dios de la cacería

 

 

Estos orishas habitaron junto con sus adoradores africanos en las cofradías, cabildos y sociedades de ayuda mutua que existían en las grandes plantaciones de caña de azúcar, especialmente en Cuba y Brasil. De conformidad con Tabaré Güerere: “estas agrupaciones servían para mantener los ritos, los cantos y danzas que desde antaño implicaban sus creencias religiosas. Estos cabildos mantenían una organización social parecida a la de la corona, con un rey, una reina y toda una corte donde se incluían a los ahijados de los dueños de casa. Con la llegada del nuevo orden, producto de la independencia, los negros terminaron agrupándose en “Casas de Santo”…En estas “Casas de Santo” mantenían un altar con los santos católicos representativos de las deidades africanas, adornado con flores y con vasijas hechas de arcilla, donde colocaban los objetos y figuras que pudieran tener algún significado para los dioses africanos, hecho necesario debido a la prohibición expresa de practicar ritos religiosos diferentes a los cristianos.”[53]

 

Como expresión de este sincretismo se produce una asimilación entre vírgenes y santos, dioses y provenientes de uno y otro lado del mundo: de la España católica y del África pagana. En Cuba: Yemayá, es la Virgen de regla, patrona de la ciudad de La Habana; Changó, Santa Bárbara; Ochún, la Virgen de la Caridad del Cobre; Obatalá, la Virgen de las Mercedes.

 

Fruto de estas contribuciones africanas, y muy especialmente de las yorubas, en América se construyeron manifestaciones religiosas sincréticas de extendido alcance y renovado vigor como lo son: la Santería afrocubana, la Macumba también denominada Camdomblé afobrasileña, el Vudú haitiano y otras expresiones de menor impacto que se practican en diferentes países del continente y del caribe.

 

En lo concerniente a la realidad venezolana, Juan Liscano confirma que “en Venezuela tampoco se constituyeron sistemas religiosos comparables a los de Haití, Cuba y Brasil. En primer, lugar conviene señalar que nuestro país no recibió emigración yorubana, pues cuando ésta empezó a efectuarse, ya Venezuela había abolido el comercio de esclavos. Los rasgos culturales más evidentes son bantúes, con islotes de supervivencia dahomeyanas y de la Costa de Oro.”[54]

 

Sincretismo religioso peculiar, deslumbrante, sorprendente, sin igual, manifestación privilegiada de un mestizaje latinoamericano que tampoco escapó, que no pudo escapar, del más terrible y genuino de los conflictos desarrollados por el hombre: el de sus dioses.

 

5. Los mitos americanos

 

El descubrimiento de América, el encuentro entre hombres y civilizaciones disímiles que se mezclaron física y culturalmente en el espacio geográfico del Nuevo Mundo, replanteó mitos preexistentes en el imaginario de unos hombres renacentistas que vieron a América “más con la imaginación que con los ojos, y aún más que ver, lo que hicieron fue proyectar las visiones que llevaban dentro de ellos, heredadas de una historia en la que no existía América. “[55]

 

A.  La Edad de Oro

 

Durante muchos siglos, el mito de la Edad de Oro estuvo presente, y sigue estando, en la imaginación de aquellos soñadores – pensadores y políticos, incluyendo a más de un presidente latinoamericano - que pretenden volver a una época de bonanza, inocencia, desprendimiento, de abundancia, de ocio, de convivencia pura en el seno de una naturaleza exuberante y al alcance de la mano.

 

Edad de Oro contrapuesta la Edad de Hierro, en la que el hombre, según el poeta griego Hesíodo, vive en medio de trabajos, miserias y amarguras que le prodigan los dioses. Por el contrario, de acuerdo con el poeta, en la incomparable Edad de Oro, bajo el reinado de Cronos, los hombres “vivían como dioses, libre el corazón de cuidados. No conocían el trabajo ni el dolor ni la cruel vejez. Juveniles de cuerpo, se solazaban en festines, lejos de todo mal, y morían como se duerme. Poseían todos los bienes. La tierra fecunda producía por sí sola abundantes, generosas cosechas, y ellos, jubilosos y pacíficos, vivían en sus campos en medio de bienes sin cuento.”[56]

 

La misma fascinación expresa el poeta latino Ovidio en relación con la Edad de Oro, cuando escribe que en ella “reinaba una eterna primavera, el céfiro apacible acariciaba con tibio aliento a las flores nacidas sin necesidad de semilla…corrían ríos de leche, ríos de néctar o de rubia miel caída, gota a gota, de la verde encina.”.[57]

 

La carta que Cristóbal Colón envía a Luis de Santángel  aviva, sin ninguna duda, el mito  de la Edad de Oro, y remueve la imaginación de unos europeos que se enfrentan, con el descubrimiento de América, a una realidad que dista muy poco de la contada y cantada por los poetas de la antigüedad clásica. Refiriéndose a la isla que el propio Colón denominó La Española, éste le cuenta a Santángel que esta ínsula “…es maravilla; las sierras y montañas y las vegas y las campiñas y las sierras tan fermosas y gruesas para plantar y sembrar, para criar ganados de todas suertes, para edificios de villas y lugares. Los puertos de la mar, aquí no habría creencia sin vista, y de los ríos muchos y grandes y buenas aguas y yerbas hay grandes diferencias de aquellas de la Juana, en esta hay muchas especerías y grandes minas de oro y otros metales…”

 

Y por si fueran pocas ya la sorpresa y la estupefacción narradas en la carta comentada, Colón se presenta ante sus majestades los Reyes Católicos con “riquezas y hombres de nueva forma” al decir del historiador de las Indias Francisco López de Gómara. El Almirante, recién desembarcado en el Puerto de Palos, de regreso de ese viaje que cambió el imago mundi dominante y la visión que se tenía de la humanidad, le lleva entonces como presentes a sus majestades, gentes, animales, verduras, frutos, desconocidos y sin nomenclatura. De esta forma, “presentó a los Reyes el oro y cosas que traían del otro mundo; y ellos y cuantos estaban delante se maravillaron mucho de ver que todo aquello, excepto el oro, era nuevo como la tierra donde nacía. Elogiaron los papagayos por ser de muy hermosos colores: unos, muy verdes, otros muy colorados, otros amarillos, con treinta pintas de diversos colores; y pocos de ellos se parecían a los que de otras partes se traen. Las hutías o conejos eran pequeñitos, con orejas y cola de ratón, y de color gris. Probaron el ají, especia de los indios, que les quemó la lengua, y las batatas que son raíces dulces, y los gallipavos, que son mejores que pavos y gallinas. Se maravillaron de que no había trigo allá, sino que todos comiesen pan de aquel maíz. Lo que más miraron que los hombres que llevaban zarcillos de oro en las orejas y en la nariz, y que no fuesen blancos, ni negros, ni morenos, sino ictericiados o membrillos cocidos…Estuvieron los reyes muy atentos a la relación que de palabra hizo Cristóbal Colón, maravillándose de oír que los indios no tenían vestidos, ni letras, ni moneda, ni trigo, ni vino, ni animal ninguno mayor que el perro, ni navíos grandes, sino canoas, que son una especie de artesas, hechas de una pieza…”[58]

 

La Edad de Oro es la referencia, mítica y ancestral, interiorizada y entronizada en la imaginación de los hombres de la época del descubrimiento de América, que inmediatamente le viene a la mente a los cronistas y comentadores de la hazaña de Colón. Pedro Mártir de Anglería escribe, sobre la base de las experiencias vividas y las referencias contadas por el almirante genovés, sus célebres Décadas del Nuevo Mundo, donde además de acuñar el término Nuevo Mundo para estas tierras inéditas e ignotas, cuando se refiere a los indígenas «le viene espontáneamente la metáfora humanística: “para ellos es la Edad de Oro”. Se ha encontrado “margarita, aromas y oro”. Así se conforma la primera imagen de tierras nunca vistas, gentes que viven en la Edad de Oro y sus inmensas riquezas.»[59]

 

El mito de la Edad de Oro se vio  complementado en la concepción de la vida, en la cosmovisión que se tenía del mundo y de la humanidad para el momento del descubrimiento de América con otro mito: el milenarismo, que vino también a reforzar esta visión idílica, de un mundo feliz y sin complicaciones, de un paraíso en la tierra, que el propio mito de la Edad de Oro había legado desde la antigüedad clásica. El milenarismo, conocido también como quiliasmo o quiliasta, difundido desde los inicios mismos del cristianismo, sostenía que Cristo Redentor estaba próximo a regresar – la segunda venida, la llamada parusía - para liberar definitivamente al hombre del pecado y, en recompensa a la lealtad y devoción de sus fieles, ofrecerles la inmortalidad y la gloria eterna.

 

El milenarismo se alimentó fundamentalmente de las profecías de los apóstoles y, en especial de la contenida en el Apocalipsis (20, 4-6): “Vi también las almas de los que fueron decapitados por el testimonio de Jesús y la Palabra de Dios, y a todos los que no adoraron a la Bestia ni a su imagen, y no aceptaron la marca en su frente o en su mano: revivieron y reinaron con Cristo mil años. Es la primera resurrección… Dichoso y santo el que participa en la primera resurrección… serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con él mil años”.

 

El mito milenarista vino a sumarse al ancestral anhelo del hombre “por alcanzar la felicidad, y regadas por las más floridas fantasías y los más variados caprichos se ha alimentado el sueño milenarista desde los comienzos del cristianismo hasta nuestros días.”[60]

 

Uslar Pietri está convencido de que esta visión paradisíaca que los europeos tuvieron de los parajes y de los pobladores de América, de su idiosincrasia y modus vivendi, de una Edad de Oro confirmable, de un milenarismo en ejecución, influyó de manera decisiva en la creación de la utopía. Podríamos decir entonces que la utopía es también americana. Nuestro escritor afirma que con la llegada de Colón a América y con la descripción de lo que para su sorpresa vio y encontró: “es la primera vez que aparece la idea de felicidad asociada a la sociedad humana. ¿No pensaban los europeos que el fin del hombre en la tierra era la felicidad? La Iglesia les había enseñado, desde muchos siglos, que esto era el valle de lágrimas. Por lo tanto, aquí no había que esperar felicidad alguna; la felicidad estaba en el otro mundo.  Pero esa visión de que había felicidad aquí en la tierra, esa visión la da la Carta de Colón; y esa carta de Colón no cae en oídos sordos. Esa carta de Colón la recoge Tomás Moro y fabrica la Utopía.”[61]

 

El libro De la mejor condición de una República y de la nueva isla de Utopía, Verdadero librillo de oro, tan provechoso como entretenido, que después vendría a conocerse simple y llanamente como Utopía, fue escrito por Tomás Moro, abogado, Canciller de Inglaterra, mártir y santo de la Iglesia Católica, en 1516, en latín y fue impreso en Lovaina. Utopía, es decir, no hay tal lugar, era una isla gobernada por una república honesta, sin vicios, respetuosa de los derechos de los habitantes y muy próspera. Moro juega con los nombres de los sitios y los personajes de su isla, y los denomina con términos que significan todo lo contrario. Así si Utopía es no hay tal lugar, su capital es Amauroto, ciudad entre nieblas, ubicada a orillas del Río Anidro, río sin agua, gobernada por Ademo, príncipe sin pueblo, y las maravillas y bondades de esta República utópica son narradas prolijamente por un viajero incansable llamado Hitlodeo, un profesor en tonterías, un experto en necedades.

 

La Utopía de Moro es la concreción de un mundo ideal y feliz, es una crítica a los desmanes de los gobernantes y los poderosos, pero, sobre todo, es una visión plausible de lo posible, de una sociedad sin egoísmos ni mezquindades, de hombres puros, francos y generosos como los que Colón encontró y describió: “son tanto sin engaño, y tan liberales de lo que tienen que no lo creería sino el que lo viera”, es decir, buenos salvajes.

 

Uslar Pietri afirma que así como la utopía es originaria de América, y forma parte de una visión idílica de la sociedad que desciende directamente de la Edad de Oro, del Paraíso Terrenal, del Reino Mesiánico, del Reino Milenario y de la República de Platón, el mito del buen salvaje también es del Nuevo Mundo. En efecto, nuestro escritor sostiene que el mito del buen salvaje es americano, y “de ese mito nace todo el pensamiento revolucionario europeo, porque de inmediato, de esa actitud crítica que parte de la utopía de Moro, del pensamiento de Montaigne, van a tomar los pensadores racionalistas del siglo XVIII una idea de la injusticia de la sociedad europea, del estado natural del hombre que es un estado de bondad…”[62]

 

Pero así como el encuentro entre dos mundos ayuda en un primer momento a reforzar, reformular, remozar y hacer surgir nuevos mitos, cosmogonías e ideologías en el viejo continente, el mestizaje cultural también genera luego mitos específicos, mitos propios, americanos, que nacen, esta vez, del encuentro de dos mundos, de dos civilizaciones que se entrecruzan y se recrean.

 

En este sentido, y para entender mejor el carácter movilizador y energizante de los mitos que surgen del contacto entre indios y españoles, de dos cosmovisiones que fueron capaces de hacer emerger una nueva mitología, es conveniente recordar que las motivaciones de los conquistadores de América, segundones de la nobleza, hidalgos y hombres del común, a pesar de ser variadas (ideología caballeresca, fama, oro, conquista espiritual y aventura), privilegiaban, sin embargo, en un grado sumo, la riqueza que alimentaba y sustentaba la fama individual, tan requerida y necesitada por efectos de la concepción de éxito personal, propia de la ideología caballeresca de la baja Edad Media. Además, esta riqueza “no suponía sólo oro, sino en mucho mayor grado, posesión de tierras y de brazos para trabajarlas.”.[63]

 

Nutridos por esta necesidad de riquezas, expresada no sólo en términos de la tierra y sus labriegos, sino también en los nuevos valores de una emergente sociedad mercantilista: el oro, la plata y las piedras preciosas, los españoles hacen muy pronto suyas leyendas, narraciones y fábulas de los indios del Nuevo Mundo y las transforman rápidamente, y en toda la expresión de la palabra, en verdaderos mitos americanos.

 

De esta forma, nacen, crecen, se consolidan, se convierten en espuelas de la voluntad y la imaginación de los conquistadores españoles mitos como: las siete ciudades de Cibola, Las Amazonas o el Dorado. Diferentes cronistas e historiadoras de Indias los recogen, demostrando la vigencia, el poder y la influencia que estos mitos tuvieron y representaron en el imaginario que el mestizaje cultural propició y conformó.

 

B.  Las Siete Ciudades de Cíbola

 

Francisco López de Gómara en su Historia General de las Indias, refiriéndose al mito de las Siete Ciudades de Cibola  narra que “Fray Marcos de Niza é otro fraile franciscano entraron por Culhuacán el año de 38. Fray Marcos solamente, ca enfermó su compañero, siguió con guías y lenguas el camino del sol, por más calor y no alejarse de la mar, y anduvo en muchos días trescientas leguas de tierra, hasta llegar á Sibola. Volvió diciendo maravillas de siete ciudades de Sibola, y que no tenía cabo aquella tierra, y que cuanto más al poniente se extendía, tanto más poblada y rica de oro, turquesa, y ganados de lana era…”[64]

 

C.  Las Amazonas

 

El ancestral mito de Las Amazonas cobra también nueva vigencia en tierras americanas. Recordemos que en la novela de caballería Sergas del Esplandían, el hijo del Amadis de Gaula intenta conquistar el reino de las amazonas que se encontraba ubicado en una isla sin parangón; la reina se llamaba Calafia y el país que gobernaba esta majestad guerrera se denominaba California.

 

Esta referencia fuertemente arraigada en la cosmovisión que poseían los españoles que vinieron al Nuevo Mundo, se ve reforzada por los comentarios y narraciones de los indios, quienes, tal como lo recoge Agustín de Zarate en su Historia y Descubrimiento del Perú.[65] “…dijeron a los españoles que cincuenta leguas más adelante hay entre dos ríos una gran provincia poblada de mujeres, que no consienten hombres consigo más del tiempo conveniente a la generación. La Reina dellas se llama Gabolmilla, que en su lengua quiere decir cielo de oro, porque en aquella tierra diz que se cría gran cantidad de oro.”

 

Refiriéndose a la obsesión que tuvieron los españoles por conquistar esta isla y las amazonas y adueñarse de su oro, Uslar sostiene que: “ya Colón creyó haber pasado cerca de su isla en alguna de las Antillas menores, Pedro Mártir hace referencia a ella en sus Décadas. Más tarde, según el testimonio de Pigaferra, Magallanes buscó su isla en la inmensidad del Pacífico. Probablemente es Cortés el primero que concibe seriamente, como lo confirman sus Cartas de Relación, la posibilidad de hallar la fabulosa isla en alguna parte de la costa occidental de México. Basta leer a Bernal Díaz para advertir la constante presencia de la mitología caballeresca en la imaginación…Más tarde enviará un destacamento a buscar en el confín occidental del nuevo país la legendaria isla. Cuando su capitán, Juan Rodríguez Carrillo, avizora por primera vez la costa de lo que hoy llamamos Baja California y la toma por una isla, la nombra naturalmente California.”[66]

 

Recordemos las palabras de Colón sobre Las Amazonas, en su Diario del primer viaje: “Estos son aquellos que tratan con las mugeres de Martinino, que es la primera isla partiendo de España para las Indias que se falla, en la cual no ay hombre ninguno. Ellas no usan exercisio femenil, salvo arcos y frechas, como los sobredichos de cañas, y se arman y cobigan con launes de alambre, de que tienen mucho. “    

 

Otra repercusión del mito de las amazonas en tierras americanas, lo constituye la aventura de Orellana, quien desatendiendo las órdenes de Pizarro se aventuró por su cuenta a recorrer, sin destino conocido, el que ahora sabemos es el más grande río del planeta. Orellana navega dos mil leguas a través de selvas vírgenes, para al final llegar a la costa opuesta, al Océano, y embarcarse para España. Temeroso de las represalias a que pudiese hacerse acreedor por su decisión inconsulta y por su desobediencia, Orellana adorna, con elementos reales y con muchos otros que guardaba en su imaginación caballeresca, el mito de las amazonas. Así cuenta que en su travesía fluvial se topó con un ejército de jóvenes vírgenes desnudas, combatiéndolas tal como tiempo atrás lo hicieron Hércules, Aquiles y Teseo. Fruto de esta desobediencia y de la imaginación de Orellana, el gran río, ese inmenso mar de agua dulce que atravesó de costa a costa, se conoce con el nombre de Amazonas.

 

D.  El mito de El Dorado

 

Pero ningún mito despierta tanto la imaginación, moviliza la voluntad y enciende la codicia por el oro del conquistador español como El Dorado. En efecto, a partir de 1540 comienza a difundirse entre los españoles de América una leyenda, según la cual en algún lugar del Nuevo Mundo existía un país llamado Manoa, la arena, los caminos  y los techos de sus casas eran de oro y de piedras preciosas. El propio rey, en lugar de usar otro tipo de vestidura cubría su cuerpo diariamente con fino polvo de oro.

 

Manoa era el Cipango, la otra ciudad de oro que Marco Polo narró en sus memorias y que Cristóbal Colón salió a buscar por una ruta, distinta a la utilizada por el mercader por excelencia, encontrándose con unas Indias que no eran las que buscaba, aunque creyó ciertamente haberse topado con ellas. López de Gómara recoge la alegría de Colón, quien cuando llega por primera vez al Nuevo Mundo preguntando si estaban en Cipango, recibe la confirmación por parte de los aborígenes isleños que le dijeron que sí que estaba en Cibao, cuya similitud fonética ayudó aún más a convencer al almirante de que había efectivamente llegado a Cipango, a las Indias, por una ruta totalmente novedosa.

 

Los indios con sus leyendas y los cronistas de Indias con sus narraciones ayudan a darle forma a este nuevo mito americano. Fray Pedro Simón en sus Noticias Historiales[67] da cuenta, refiriéndose a lo que ocurría en el Perú, que “luego que el Zipa moría, los jeques le sacaban las entrañas y llenaban las cavidades con resina derretida; introducían después el cadáver en grueso tronco de palma hueca, forrado en planchas de oro por adentro y por fuera y lo llevaban secretamente a sepultar…”, estas prácticas rituales han despertado. “…la codicia de nuestros españoles, hallando donde nunca se imaginará, grandes y crecidos tesoros en estas sepulturas…”

 

Durante la conquista del Perú, al lugarteniente de Pizarro, Sebastián Belalcázar, un indio le confía que a 500 o 600 leguas al norte, existe una ciudad llamada Quito, llena de riquezas sin comparación, un verdadero Dorado donde el oro y las piedras preciosas brillaban por doquier y un cacique  bañado en oro las arrojaba una vez al año a una laguna sagrada. Aprovechando que Pizarro marchaba sobre el Cuzco, Belalcázar se dirige al norte, llega a Quito sin conseguir el ansiado Dorado y continúa su marcha más hacia el Norte, para toparse, increíblemente, en la sabana de Bogotá con otras dos expediciones organizadas por otros buscadores del mito de El Dorado: la que venía del norte con Jiménez de Quezada al frente, y la que provenía del noreste con el gobernador alemán Ambrosio Alfínger.

 

Durante más de tres siglos, la búsqueda de El Dorado ocupó la atención y movilizó el esfuerzo de miles de seres deseosos de alcanzar aquel país que sólo existía en la imaginación de unos hombres que entremezclaron cuerpos y leyendas, genes y fábulas, para realizar su aporte al repertorio de mitos, de países legendario de la humanidad. Estos recreados y nuevos mitos son, en opinión de Uslar Pietri: “toda una secuencia de imágenes inverosímiles que deforman una realidad y se superponen a ella, mezclándose y combinándose de las más inesperadas maneras. Desde las imágenes del Génesis y de Hesíodo, desde la fuente de la juventud y las amazonas hasta la visión de la utopía.”[68]

 

6. La gastronomía americana

 

Con particular agudeza Uslar Pietri afirma que “ese significado histórico de lo que se come no ha desaparecido de nuestras modernas cocinas: Junto a los relucientes aparatos andan los invisibles ángeles del pasado. En la comida de un día en cualquier casa de Caracas es posible hallar concentrada la historia de varios siglos.”[69] En efecto, para el escritor, una de las mejores formas de apreciar el mestizaje cultural es nuestra comida, esa gastronomía híbrida, esos platillos que surgieron del cruce de ingredientes, sazones, aromas, sabores, en los que se mezcló “la expansión del Islam, la romanización de Europa, el descubrimiento de América”.

 

La sorpresa de los españoles al toparse fortuitamente con el Nuevo Mundo se manifestó de maneras diversas, pero en especial, se expresó en el verdadero descubrimiento de inusitados tubérculos, de desconocidos frutos, de inéditos ingredientes, de insospechados animales, utilizados por nuestros indígenas para satisfacer sus necesidades alimenticias, y que distaban mucho de parecerse a  aquellos que le daban forma y definición a las viandas y platos que los españoles estaban acostumbrados a degustar.

 

Para esos españoles del descubrimiento, asombrados, desconcertados, estupefactos ante el hallazgo de este Nuevo Mundo, como bien lo expresa Uslar: “la sensibilidad para lo americano, acaso, empezó a hacerse por la boca”.

 

Los tradicionales cocidos, el cordero asado, las costillas de cerdo, la gallina guisada, los filetes de ternera, el besugo, las judías, el pan de trigo, se ven ahora, acompañados, cuando no sustituidos, por el casabe, la arepa, la papa, la batata, el chocolate, el tomate, por los, como ratones, conejos americanos, por peces de inédito sabor y desconocido nombre: lisa, pargo, jurel. Pero muy pronto, lo que fue suma, añadido, sustitución, incorporación, importación, se mezcló, se hibridizó para dar origen a platillos que ya no son más de uno y otro gusto y sabor, sino de uno específicamente americano.

 

Uslar Pietri sostiene que para cualquier arqueólogo que quiera redescubrir la realidad americana, la cocina, la gastronomía, lo que se servía en las mesas, puede ser tan útil y relevante como una medalla enterrada o el fragmento de fuste de una columna. Y para ilustrar lo que, en su criterio, considera el epítome del pasado híbrido americano, pone como ejemplo dicente y sintetizador a la hayaca: “En su cubierta está la hoja del plátano. El plátano africano y americano en que el negro y el indio parecen abrir el cortejo de sabores. Luego está la luciente masa de maíz. El maíz del tamal, de la tortilla y de la chicha, que es tal vez la más americana de las plantas…En la carne de gallina, las aceitunas y las pasas está España con su historia ibérica, romana, griega y cartaginesa…Toda la tremenda empresa de la conquista está como sintetizada en la reunión, por medio de sus frutos, de las gentes del maíz con las de la viña y los olivos. Pero también en el azafrán que colorea la masa y en las almendras que adornan el guiso están los siete siglos de invasión musulmana… Y la larga búsqueda de las rutas de las caravanas de la Europa medieval hacia el oriente fabuloso de riquezas y refinamientos está en la punzante y concentrada brevedad del clavo de olor.”[70]

 

A la hayaca navideña podemos sumar también nuestros tradicionales hervidos de todos los días que combinan, de muy variadas maneras, las verduras y las raíces alimenticias originarias del Nuevo Mundo con otras verduras, animales y condimentos traídos por los españoles. Hayaca y hervidos son fiel reflejo, original producto del mestizaje americano. En fin, “…preparaciones culinarias localistas; condumios que vienen de la colonia; viandas de procedencia exótica que se aclimataron en el medio; extrañas  confecciones fogoneras de estirpe indígena y otras cuyos heterogéneos componentes demuestran, con rústica ingenuidad, los diferentes factores raciales que integran el pueblo de Venezuela… son platos mestizos.”.[71]

 

En fin, siempre con Uslar Pietri, hay muchas maneras de estudiar la historia, la comida, la gastronomía es una de ellas: “en lo que el hombre come, y en la sazón en que lo come, está la obra de los siglos en un compendio que sabe despertar lo mismo el gusto por la carne que el gusto del espíritu:”[72]  

 

Conclusión

 

Mestizos somos y así lo confirmamos luego de haber transitado con Uslar Pietri sus múltiples e infatigables horas de reflexión dedicadas al análisis del mestizaje americano y, en especial, a los efectos disímiles, ricos y plurales de esa miscegenación que de sanguínea se trocó en cultural para producir una América peculiar, única, que recibió de las razas y las culturas que se integraron en su espacio físico, sangres y creencias que conformaron una cosmovisión que no es ni española, ni indígena, ni africana, y que todavía amerita de mayores reflexiones y estudios con el fin de entender en todas sus dimensiones a nuestra América Mestiza, tal como durante muchos años de tinta e ideas lo hizo Arturo Uslar Pietri.  

 

CITAS Y NOTAS

 

[1] Uslar Pietri, Arturo en La Invención de América Mestiza (Compilación y Presentación de Gustavo Luis Carrera). Fondo de Cultura Económica. México. Primera Edición, 1996, p. 207.  

[2] Idem, p. 261.

[3] Idem, p.254

 

[4] Ibidem

 

[5] Ibidem

                   

[6] Carandell, José María. España, Viaje por su vida y su belleza. Ediciones Castel, Barcelona, 1984, p. 25

 

[7] Uslar Pietri. op.cit. p. 255. En este mismo sentido, vale la pena recoger los comentarios de Luis Moreno Gómez, quien, en su muy documentado libro País Pardo. Edición Privada, Caracas, 1987, p.p. 228 y sig. Expresa lo siguiente a propósito de la importancia del mestizaje cultural: “Así como un factor sanguíneo puede ser constante en la herencia suponemos que del mismo modo otros factores lo hacen en la cadena genética y no solamente los atribuibles a la cuestión meramente morfológica, sino también a lo cultural. El cerebro humano – y esto queda a los científicos demostrarlo – trabaja a base de información acumulada y transmitida en paquetes por generaciones con su multiplicidad de combinaciones que hacen posible, además de la educación, que un individuo tome un camino u otro en la selección de sus gustos y preferencia en la oferta que le hace el planeta. En otras más simples palabras, la persona no puede escapar tan simplemente de la herencia intelectual, de la herencia cultural que da forma a su concepción abstracta.”     

 

[8] Ibidem

 

[9] Ibidem.

 

[10] Wagner Erika. Más de quinientos años de legado americano al mundo. Cuadernos Lagoven. Caracas, 1991, p. 7

 

[11] En el caso específico de Venezuela, recordemos que al momento del encuentro de esos dos mundos, existía un conjunto de etnias indígenas que pertenecía a las familias Arahuac, caribe y chibcha con una menor representación de la familia tupí-guaraní. En la actualidad, persisten aproximadamente treinta etnias indígenas, a saber:

 

Acahuayo: también llamados akawaio o waika de la familia lingüística Caribe. Están ubicados en la frontera del estado Bolívar con la Guayana y de características culturales semejantes a los Pemones.

 

Arachuac del Delta Amacuro: de la familia Arawak. Se trata de un grupo muy aculturado, que vive en la frontera de Delta Amacuro con la Guayana.

 

Arahuac del Río Negro: conocidos también como baniva, baré, guarequena, curripaco y piapoco, de la familia Arawak. Son un grupo muy aculturado e integrados en una economía basada en la explotación del chiquichique, (un tipo de fibra) y el pendare (tipo de goma), en el cual obtienen salarios irrisorios. Viven en la frontera del Territorio Amazonas con Colombia.

 

Arutani: también Anaké. Es un grupo casi extinto de filiación desconocida, ubicados en el Alto Paragua, estado Bolívar.

 

Bari: también conocidos como motilones bravos, su familia lingüística es la chibcha. Es un grupo poco aculturado, situado en la Sierra de Perijá, estado Zulia, cerca de la frontera entre Colombia y Venezuela. Excelentes agricultores, portadores de la cultura bastante integrada. Sus contactos con el elemento criollo fueron violentos hasta el año 1960. Desde entonces ha tenido lugar un pequeño incremento demográfico, inclusive en Colombia.

 

Cariña: viven en pequeños enclaves en el centro y sur del estado Anzoátegui y norte del estado Bolívar. Se trata de grupos agrícolas muy aculturados, provistos de una buena organización social, pero sin una capa dirigente propiamente dicha.

 

Guajibo: llamados igualmente guahibo, chiricoa, cuiva son independientes de otras familias. Se localizan al sur del estado Apure y al noroeste del Territorio Amazonas (sin contar la región del Meta y del Vichada en Colombia). En Apure, también se les conoce con el nombre de Chiricoas y Cuibas. Se trata de un grupo de extracción sabanera originalmente dedicado a la recolección. Presenta un alto grado de aculturación en las cercanías de los centros urbanos (Puerto Ayacucho, San Juan de Manapiare, El Amparo, etc.).

 

Guajiro: (Arawak): ubicados principalmente en el estado Zulia y en Colombia. La incidencia de la cultura nacional es alta en las zonas urbanas como Maracaibo, Santa Bárbara, Sinamaica y Paraguaipoa, y escasa en la península de la Guajira.

 

Guarao o Warao: viven en el Delta del Orinoco, en Delta Amacuro, al este de Monagas y sur de Sucre y en Guayana. Viven generalmente a orillas de los caños, dedicados a la recolección, pesca y, en menor grado, a la agricultura y la caza.

 

Guayqueri: es un grupo muy aculturado que vive en “El Poblado” isla de Margarita, estado Nueva Esparta.

 

Mapoyo o Yahuana: son de la familia Caribe. Se encuentran al norte del estado Amazonas.

 

Maquiritare o yecuana: de la familia Caribe, están ubicados en el este del estado Amazonas y sur del estado Bolívar. Grupo agrícola medianamente aculturado y de fuerte personalidad étnica. Se localizan por las márgenes de los ríos Cunucunumo, Erebato, Caura, entre otros.

 

Panare: zona noroeste del estado Bolívar (Caicara, La Urbana, Turbia). A pesar de sus frecuentes contactos con la población criolla, se trata de un grupo poco aculturado de economía recolectora y en menor medida agrícola.

 

Paraujano: (Arawak). Viven en el norte del estado Zulia (laguna de Sinamaica), isla de Toas, el Moján, Santa Rosa de Agua. Se encuentran aculturados y mestizados.

 

Pemón: también conocidos como arecuna, taurepang, comaracoto, de la familia Caribe. Están ubicados en el centro y sureste del estado Bolívar, principalmente por el río Paragua y la Gran Sabana, en Guayana y Brasil. Se trata de un grupo de tendencia demográfica ascendente, medianamente aculturado. Su economía gira alrededor de la agricultura y la minería (en esta última en calidad de asalariados).

 

Piaroa: Están situados al centro y norte de Amazonas y en Colombia. Presentan un nivel de aculturación mediano o escaso. Se dedican fundamentalmente a la agricultura.

 

Puinabe: habitan cerca de San Fernando de Atabapo (Amazonas) y en Colombia. Culturalmente se asemejan a las poblaciones araucas del Río Negro

 

Sape: grupo casi extinto de filiación desconocida del Alto de Paraguana, estado Bolívar.

 

Yanomami: viven al sur del estado Bolívar y sureste del estado Amazonas por el Alto Orinoco, el Ocamo, el Padamo, etc. Su grado de aculturación es mínimo. Sus actividades económicas son la recolección, la caza y la pesca.

 

Yaruro: se encuentra en el centro y el sur del estado Apure. Este grupo, prácticamente desahuciado por etnólogos de comienzos de siglo, está dando señales de recuperación, sobre todo en Guachara y en el río Cinaruco. Se dedican a la recolección y a la agricultura y se caracterizan por un alto grado de conciencia étnica y un fervor mágico-religioso intenso, a pesar de su fuerte grado de aculturación.

 

Yucpa: tambien se conoce como motilones mansos. Viven en la Sierra de Perijá en el Zulia. (Frontera colombo venezolana). Medianamente aculturados y dedicados al cultivo de conucos o rozas. (Aldeasa educativa: la sociedad del conocimiento.

                          Página de Internet  http://www.aldeaeducativa.com/aldea/tareas2.asp?which=754)

 

[12] Moreno Gómez, op. cit., p. 202

     

[13] Guerra Cedeño, Franklin Esclavos negros, cimarroneras y cumbes de Barlovento. Cuadernos Lagoven, Caracas, 1984, p.9.

 

[14] Ibidem

 

[15] García, Jesús. África en Venezuela. Pieza de Indias. Cuadernos Lagoven,  Caracas, 1990, p. 48.

 

[16] Idem, p. 48

 

[17] Idem, p.44

 

[18] Olaechea, Juan Bautista.  El mestizaje como gesta. Editorial MAPFRE. Madrid, 1992 p. 260            

 

[19] Diccionario de Historia de Venezuela. Tomo III. Fundación Polar, Caracas, p. 152.

                

[20] Uslar Pietri en La Invención de América Mestiza, op.cit., p. 261.

 

[21] Idem, p.113

 

[22] Idem, p. 281

 

[23] Idem, p. 196

 

[24] Idem, p.323

 

[25] Idem, p.322

 

[26] Idem, p. 263

 

[27] Idem, p. 343

 

[28] Ibidem

 

[29] Idem, p. 256

 

[30] Navarrete Orta, Luís Literatura e ideas en la historia hispanoamericana, Cuadernos Lagoven, Caracas, 1991, p. 46.

 

[31] Uslar Pietri en La Invención de América Mestiza, op.cit, p. 271

 

[32] Idem, p. 257

 

[33] Marqués de Losoya. (Juan de Contreras). Historia del arte hispánico. Salvat. Ed. 5 Tomos. Barcelona, España, 1931 – 1949, p. 223

 

[34] Arellano Fernando S.J. El arte hispanoamericano. Universidad Católica Andrés Bello, Caracas,  1988, p. 161

 

[35] Angulo Iñiguez Diego. Historia del arte hispanoamericano. Salvat Editores Barcelona –Madrid. 3 vols, 1912 – 1925, p. 44.

 

[36] Arellano Fernando, op.cit., p. 217

 

[37] Bravo Lira, Bernardo. El Barroco en Hispanoamérica: manifestaciones y significación. Instituto de  Historia de la Universidad Católica de Valparaíso. Santiago de Chile, pp. 14 y 15.  

[38] Uslar Pietri en La invención de América Mestiza, op. cit., p. 25

[39] Idem, p.259

 

[40] Marco Joaquín. La nueva voz de un continente. Literatura Hispanoamérica Contemporánea. Aula Abierta Salvat. Barcelona, 1982, p. 6 y 7.

 

[41] Idem, p.10

 

[42] Idem, p.6 

 

[43] Uslar Pietri en La Invención de América Mestiza, op.cit., p.253.

 

[44] Idem, p. 337

[45] Idem, p.335

[46] Carpentier, Alejo.  De lo real maravilloso. Calicanto Editorial, Buenos Aires, 1976, p. 55

[47] Romero, Mario Germán. AMÉRICA de lo real maravilloso. Instituto Caro y Cuervo. Santafé de Bogotá, 1992.pp. 1 a 3    

[48] Idem, p. 336

 

[49] Idem, p. 201

 

[50] Idem, p. 202

 

[51] Citado por Gutiérrez Contreras F. en América a través de sus códices y cronistas. Aula Abierta.  Salvat, Barcelona, 1982, p.28

 

[52] García Jesús, op.cit, pp. 57 y 58.

 

[53] Güerere Tabaré. Las Diosas Negras.  Alfadil Ediciones, Caracas, 1995, p. 24.

 

[54] Liscano, Juan  citado por Güerere Tabaré, op.cit., p. 26

 

[55] Uslar Pietri en La Invención de América Mestiza, op. cit., p. 104, 105.

[56] Cfr. Pardo Isaac J. Fuegos bajo el agua. Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1990, p. 11.

[57] Ibidem

 

[58] López de Gómara, Francisco Historia General de las Indias, Biblioteca de Historia, Ediciones Orbis, Barcelona, 1985, p. 50.

 

[59] Uslar Pietri en La Invención de América Mestiza, op. cit., p. 105.

 

[60] Pardo Isaac S. op.cit., p. 451.

 

[61] Uslar Pietri en La Invención de América Mestiza, op. cit., p. 330

 

[62] Ibidem

 

[63] Gutiérrez Contreras F, op. cit. pp. 34 – 35.

 

[64] López de Gómara, Francisco, op. cit., p. 298.

 

[65] Citado por Gutiérrez Contreras F. op. cit, pp. 34 – 35.

 

[66] Uslar Pietri en La Invención de América Mestiza, op. cit, p. 108 – 109.

 

[67] Citado por Gutiérrez Contreras F. op. cit., p. 25.

 

[68] Uslar Pietri en La Invención de América Mestiza, op. cit., 110

 

[69] Idem, p. 467

[70] Idem, p. 470

[71] León Ramón David, Geografía Gastronomica Venezolana, Línea Editores, Caracas, 1984. p. 26

[72] Uslar Pietri en La Invención de América Mestiza, op. cit. p 479

 

BIBLIOGRAFÍA GENERAL

 

      I.      Textos escritos por Arturo Uslar Pietri (artículos, ensayos, conferencias)

 

  Tierra de encrucijada

   Godos insurgentes y visionarios

  El mestizaje cultural

   Insurgentes

   Godos

   La visión literaria

   La frontera española del reino de la muerte

   Más allá de leyendas doradas y negras

   La marca hispánica

  Tiempo de Indias

  Para entender lo sabido

  Las naranjas de Bernal

  La casa del Inca

  Machu Pichu

  Cortés y la creación del Nuevo Mundo

  Cuando se habla del descubrimiento

  El reino de Cervantes

   Lo criollo en la literatura

   El maíz en la historia

   El mestizaje y el Nuevo Mundo

   La otra América

   Un destino para Ibero América

   La batalla de la América del Sur

   No somos un subcontinente

  Las piedras vivientes de México

   Ni tan jóvenes

   Tres testimonios del arte hispanoamericano

   Somos hispanoamericanos

   América y la idea de la revolución

   ¿Existe América Latina?

  Realismo mágico

   El mundo descubre a la América Latina

 El punto de partida

 América no fue descubierta

 La invención de Venezuela

Simón Rodríguez “el americano”

 Toda historia es…

  La hayaca como manual de historia

Tierra y gente de Venezuela

   La nación de Bolívar

 

Estos textos originales fueron consultados en el libro La Invención de América Mestiza. Arturo Uslar Pietri. Compilación y Presentación de Gustavo Luis Carrera. Colección Tierra Firme. Fondo de Cultura Económica, México, 1996, Primera Edición.

 

Igualmente, consultamos del libro Medio Milenio de Venezuela. Arturo Uslar Pietri, con selección de Efraín Subero. Cuadernos Lagoven. Caracas, 1986, Primera Edición los siguientes textos de Uslar Pietri.

 

  La conquista de América Latina como problema jurídico y moral

  La antigua puerta de América

  La reina y el marino

  ¿Qué celebramos el 12 de Octubre?

Todo lo que amaneció el 12 de Octubre

  La guerra de los dioses

  Cuatro carabelas del Nuevo Mundo

Todo fue Nuevo Mundo

  La Europa americana

  La crisis del orden colonial

  Una galería de insurgentes

   Lopillo muere en Margarita

   El destino de Cubagua

   Fausto en la conquista

   El reverso de El Dorado

   El destino de las lenguas

   Notas sobre el vasallaje

   La batalla de América del Sur

   Allí está el venezolano

  Guaicaipuro

  Los caribes

  Españoles y Venezolanos

  El rescate del pasado

  Los nombres de Venezuela

La invención de Venezuela

 Una oración académica sobre el proyecto del porvenir

 

 

II. Otros textos consultados

 

Arellano, Fernando S.J. El arte hispanoamericano. Universidad Católica Andrés Bello. Caracas, 1986. Primera Edición.

 

Angulo Iñique, Diego. Historia del arte hispanoamericano. Salvat Editores. Barcelona – Madrid, 3 volumen, 1925. Primera Edición.

 

Avonto, Luigi. Operación Nuevo Mundo. Américo Vespucci y el enigma de América. Instituto Italiano de Cultura. Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos – Caracas, 1999. Primera Edición.

 

Becco, Horacio Jorge. Crónicas de la naturaleza del Nuevo Mundo. Cuadernos Lagoven, Caracas, 1991.

 

Bravo Lira, Bernardino. El Barroco en Hispanoamérica: manifestaciones y significación. Instituto de Historia de la Universidad Católica de Valparaíso. Santiago de Chile, 1981

 

Cabrera, Lidia. El Monte, Igbo. Fianda. Ewe Orisha. Vititi Nfinda. Colección del Chicherekú, Miami, Florida. 1983. Quinta Edición.

 

Capel Horacio y Urteaga S. Luís Las nuevas geografías. Aula Abierta Salvat, Barcelona, 1982. Primera Edición.

 

Carandell, José María. España, viaje por su vida y su belleza. Ediciones Castel, Barcelona, 1984.

Carpentier, Alejo. De lo real maravilloso americano. Calicanto Editorial. Buenos Aires, 1976.

Diccionario de Historia de Venezuela. Fundación Polar. Caracas, 1997. Segunda Edición.

          

Forde, Darryl. Mundos africanos. Fondo de cultura económica México, 1975. Primera reimpresión.

 

García, Jesús. África en Venezuela. Pieza de Indias. Cuadernos Lagoven Caracas, 1990. Primera Edición.

 

Guerere Tabaré. Las Diosas negras. Alfadil Editores. Caracas, 1995. Primera Edición.

 

Gutiérrez Contreras, F. América a través de sus códices y cronistas Aula Abierta Salvat, Barcelona, 1982.

 

Guerra Cedeño, Franklin. Esclavos negros, cimarroneras y cumbes de Barlovento. Cuadernos Lagoven, Caracas, 1984.

 

Levin, Harry. Estudios sobre los modernistas. Editorial Fraterna. Buenos Aires. 1986.

 

López de Gómara, Francisco. Historia General de las Indias. Biblioteca de Historia, Ediciones Orbís, Barcelona, 1985.

 

León, David Ramón, Geografía Gastronomica Venezolana, Editorial Lonea, Caracas, 1984.

 

Maravall, José Antonio. La cultura del Barroco .Editorial Ariel. Barcelona.1986.

 

Marco, Joaquín. La nueva voz de un continente. Literatura Hispanoamericana contemporánea. Aula Abierta Salvat, Barcelona, 1982.

 

Marqués de Losaya (Juan de Contreras) Historia del Arte Hispánico Salvat Editores. 5 Tomos. Barcelona, 1931. Primera Edición.

 

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Autor: Enrique Viloria Vera

irapavilo@hotmail.com  

Caracas

Autorizado por el autor

 

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