Leer un poema... El Romancero gitano, de Federico García Lorca ensayo de Carmen Villoro
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La muerte trágica selló la vida de Federico García Lorca. Asesinado en Viznar el 19 de agosto de 1936, se cumplió en su vida la fatalidad que avizoró en su obra, en la que la pasión está inexorablemente ligada a la muerte. Ya en sus canciones de juventud aparece el presentimiento de lo terrible como un elemento de tensión que se mantendrá en sus poemas y que alcanzará toda su fuerza en sus obras de teatro. “Ya viene la noche/ Golpean rayos de luna/ Sobre el yunque de la tarde”, canta Federico en 1922. La noche: el territorio donde se dan cita las pasiones. Los rayos de la luna son un aviso; todo está por suceder. El destino de los hombres está en manos de la Madre Naturaleza: tierra y cielo orquestan sus elementos para que se cumpla el sino. La Madre Tierra es la madre gitana que echa las cartas y ríe del miedo de los hombres cuando aparece la baraja temida, la impronunciable, la funesta. El poeta dice en su “Canción del Jinete”:
En la luna negra Algunas veces es la Naturaleza toda, otras veces es uno de sus elementos (el viento en el “Romance de Preciosa y el Aire”) el que se embiste de poder. A veces, Naturaleza se presenta con el rostro de Eros, otras veces con el rostro de Tánatos.
¡Preciosa, corre, Preciosa El Romancero Gitano debe su aceptación y permanencia como clásico, no solo al rescate de elementos populares de la cultura andaluza, sino a la alquimia de ardores en la que todos nos reconocemos. Folclor aparte, se trata de un poema universal. En el centro de estas fuerzas enlazadas, como motor, eje y manantial, se encuentra el erotismo. García Lorca es un enamorado de la muerte. Hay un gozo sensual ante el peligro, una estética escondida en las lides de la destrucción. “La Reyerta”, del Romancero Gitano, comienza diciendo:
En la mitad del barranco Esta reyerta podría darse en la alcoba. Percibimos una intensidad en los filos que penetran. Agudezas, vértices, perfiles que hieren con ímpetu climático, orgasmo y sangre en el momento álgido que llamamos destino. Georges Bataille, en su libro El Erotismo, afirma: “Puede decirse del erotismo que es la aprobación de la vida hasta en la muerte”. Y Freud, que es la admisión de la muerte hasta en la vida. La muerte es vertiginosa, es fascinante como el amor y con él se confunde:
La tarde loca de higueras Colores, brillos, texturas, sabores, olores, impregnan las imágenes lorqueanas. Dice el “Romance Sonámbulo”:
Verde que te quiero verde. El verde palpita en la carne deseosa; la mujer palpita y sueña. En su cuerpo la vida se agolpa, en sus ojos ya despunta el frío de la muerte.
¿No ves la herida que tengo ¿Podría haber una descripción más sensual de un pecho herido? El oído participa del banquete sensorial: juego de palabras, ritmo, música del lenguaje hacen aún más gozosa la tragedia:
Ella sigue en su baranda, De los símbolos utilizados por el poeta quisiera destacar dos: la luna y el caballo. Cíclica y misteriosa, la luna es un arquetipo femenino: vientre y seno, madre y púber, fuente de vida y de muerte, sus rayos fecundan, atrapan, atenazan. El caballo, con o sin jinete, es la espada del hombre que atraviesa el llano de la carne. Otros símbolos fálicos pueblan el paisaje de la muerte: cuchillos, espadas, flechas y espuelas. Es el paisaje de la guerra el paisaje del amor, el cuerpo que se sacude sobre las sábanas del llano. Los romances del Romancero Gitano son pequeñas narraciones. Dramas que van del aviso al desenlace. Desde los primeros versos hay signos funestos de lo que va a suceder. En el “Romance de la luna, luna” aparece la escena del astro seductor y el niño que la mira. Se nos va presentando, a redoble de tambor ―“el jinete se acercaba/ tocando el tambor del llano”― la tragedia cuyo fin se da en las últimas estrofas cuando la luna rapta al pequeño. En “Preciosa y el aire”, el silencio de la noche anuncia el final: “cae donde el mar bate y canta/ su noche llena de peces.” El sonsonete del pandero que ella toca seduce al viento del que después tiene que huir: “El viento-hombrón la persigue/ con una espada caliente.” En “La Reyerta”, el brillo frío de las navajas augura la sangre caliente. En “El Romance sonámbulo”, los ojos de la muchacha que espera, comunican la muerte. Después sabremos que se suicida ahogada en el aljibe. En medio de la anécdota, creando el suspenso, la Naturaleza aguarda estremecida:
Temblaban en los tejados En “La Casada infiel”, la historia viene acompañada de la complicidad del entorno que se adelanta a los hechos:
Sin luz de plata en sus copas En este caso el desenlace no es la muerte sino el acto amoroso prohibido. En “Romance de la Pena Negra” son los gallos los que avisan que Soledad Montoya está buscando el encuentro con el destino negro. El final sugiere que se ahogó en el cauce del río. En “Prendimiento de Antoñito de Camborio en el Camino de Sevilla”, el autor presenta primero al personaje y dice que fue prendido por la Guardia Civil. Los elementos de la Naturaleza atestiguan la historia:
Las aceitunas aguardan El desenlace se da en el siguiente romance, “Muerte de Antoñito de Camborio”:
Voces de muerte sonaron Sabremos después que los primos lo mataron. “El Muerto de Amor” es el romance en el que más claramente participa el paisaje en la tragedia. Si en otros romances se manifiesta el conjuro de fuerzas, aquí, la muerte provoca cambios en la tierra, el mar, el cielo, animándolos con el dolor de las mujeres que perdieron al hijo. En el “Romance de la Guardia Civil Española”, los dos primeros versos pronostican la muerte. Nada bueno puede suceder ante esta aparición apocalíptica:
Los caballos negros son La pasión conlleva un estado de tensión. En la literatura, esta tensión se expresa en tensión narrativa. Es la mezcla del misterio con lo previsible lo que mantiene al lector en vilo:
Cierra la puerta, hijo mío Las campanadas marcan un punto de no regreso, El destino es tajante; es su contundencia y su inexorabilidad lo que lo hace ser destino. En “Estancias por Ignacio Sánchez Mejía” aparece otra vez el repique de campanas. Cada verso narrativo va seguido de un coro que dice: “a las cinco de la tarde”. No hay nada que hacer cuando un conjuro superior decide. El instante en que sobreviene la muerte tiene también su contraparte erótica. Es el clímax, punto álgido en el que intervienen al unísono los instrumentos de la orquesta cósmica. Después de ese cataclismo irruptivo, la melodía no puede ser igual. A las cinco de la tarde llegó la Escuadra Negra a aprehender a Federico García Lorca. Como si sus poemas fueran signos que él leyó en la Naturaleza, sus versos son las voces que anuncian la tragedia. Por fin llegaron los jinetes negros, y Federico, ya en el coche que lo llevaría al calabozo, pidió un sacerdote, sabiéndose personaje de esa España convulsa que adivinó en su sierra, su mar, su cielo, y en su sangre, y a la que llevaba dentro como a una madre cruel. Murió acribillado contra los olivares de su patria en una escena que solo él mismo podría reconstruir: una granada en la sien, rosas abiertas sobre su camisa blanca. El conjuro se cumplió cabalmente en su contra. A sus treinta y seis años nos enseñó a leer la muerte como ese prodigio insalvable, ese arrebato trémulo que nos postra de admiración e impotencia y que nos deja perplejos. |
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ensayo de Carmen Villoro
Publicado, originalmente, en Periódico de Poesía - No. 94 / Noviembre 2016
Link de la publicación: http://www.archivopdp.unam.mx/index.php/4407
Periódico de Poesía es una publicación editada por la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), a través de la Dirección de Literatura
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Federico García Lorca en Letras Uruguay
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